• Autor
  • Bibliotecas
  • Publicaciones
Homilías y comentarios bíblicos header image
Homilías y comentarios bíblicos
La Palabra de Dios en su contexto
  • Inicio
  • Biblia
    • Antiguo Testamento
      • Pentateuco
        • Levítico
      • Libros Históricos
      • Libros Líricos
        • Salmos
      • Libros Sapienciales
        • Sirácida
      • Libros Proféticos
    • Nuevo Testamento
      • Evangelios
        • San Mateo
        • San Marcos
        • San Lucas
        • San Juan
        • Sinópticos
      • Hechos de los Apóstoles
      • Epístolas de San Pablo
        • 1 Corintios
      • Epístolas Católicas
        • 1 Pedro
      • Apocalipsis
    • Personajes Bíblicos
    • Árboles bíblicos
  • Liturgia
    • Propio del Tiempo
      • Adviento
      • Navidad
      • Cuaresma
      • Semana Santa
      • Santo Triduo Pascual
      • Pascua
      • Tiempo Ordinario
    • Propio de los Santos
    • Leccionario Bienal
  • Patrística
  • Donar

Domingo VI Tiempo de Pascua (A) – Homilías

/ 24 mayo, 2014 / Tiempo de Pascua

Domingos Tiempo de Pascua Ciclo A Homilética

Contenidos ocultar
1 Lecturas
2 Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
2.1 Juan Pablo II, Papa
2.1.1 Homilía(09-05-1999): Amar a Cristo es el fin último de nuestra existencia
2.1.2 Homilía(05-05-2002): Sólo el amor es creíble
2.2 Benedicto XVI, Papa
2.2.1 Homilía(27-04-2008): El anuncio de Cristo abrió el corazón a la alegría
2.2.2 Regina Caeli(29-05-2011): La ciudad se llenó de alegría
2.3 Francisco, Papa
2.3.1 Regina Caeli(21-05-2017): El mandamiento más grande
2.4 Congregación para el Clero
2.4.1 Homilía: Escuchar para amar
3 Homilías en Italiano para posterior traducción
3.1 Homilía(24-05-1987)
3.2 Homilía(23-05-1987)

Lecturas

Aparte de las homilías, podrá ver comentarios de los padres de la Iglesia desglosados por versículos de aquellos textos que tengan enlaces disponibles.

Hch 8, 5-8. 14-17: Les imponían las manos y recibían el Espíritu Santo
Sal 65, 1b-3a. 4-5. 6-7a. 16 y 20: Aclamad al Señor, tierra entera
1 Pe 3, 15-18: Muerto en la carne pero vivificado en el Espíritu
Jn 14, 15-21: Le pediré al Padre que os dé otro Paráclito



Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia

Juan Pablo II, Papa

Homilía(09-05-1999): Amar a Cristo es el fin último de nuestra existencia


VI Domingo de Pascua. Año A.
Homilía pronunciada en Bucarest. Viaje Pastoral a Rumanía
Sunday 09 de May de 1999

1. «¡Qué grandes son tus obras, Señor!».

El salmo responsorial de la liturgia de hoy es un cántico de gloria al Señor por las obras que ha realizado. Es una alabanza y una acción de gracias por la creación, obra de arte de la bondad divina, y por los prodigios que el Señor hizo en favor de su pueblo, liberándolo de la esclavitud de Egipto y guiándolo a través del mar Rojo.

¿Qué decir, además, de la obra, aún más extraordinaria, de la encarnación del Verbo, que llevó a plenitud el designio originario de la salvación humana? En efecto, el proyecto del Padre celestial se lleva a cabo con la muerte y la resurrección de Jesús, y abraza a los hombres de todas las razas y de todos los tiempos. Como nos recuerda san Pablo en la segunda lectura, Cristo «murió (...) por los pecados; (...) el inocente por los culpables. (...) Como era hombre, lo mataron; pero, como poseía el Espíritu, fue devuelto a la vida» (1 P 3, 18).

Cristo crucificado y resucitado: éste es el gran anuncio pascual que todo creyente está llamado a proclamar y testimoniar con valentía.

Antes de dejar esta tierra, el Redentor anuncia a sus discípulos la venida del Paráclito: «Yo pediré al Padre que os dé otro Consolador, que esté con vosotros para siempre, el Espíritu de la verdad. El mundo no puede recibirlo, porque no lo ve ni lo conoce; vosotros, en cambio, lo conocéis porque vive con vosotros y está con vosotros» (Jn 14, 16-17). Desde entonces, el Espíritu anima a la Iglesia y la convierte en signo e instrumento de salvación para toda la humanidad. Él obra en el corazón de los cristianos y les hace tomar conciencia del don y de la misión que Cristo resucitado les ha encomendado. El Espíritu impulsó a los Apóstoles a recorrer todos los caminos del mundo entonces conocido para proclamar el Evangelio. De este modo, el mensaje evangélico también llegó aquí, y se ha difundido en Rumanía gracias al testimonio heroico de confesores de la fe y de mártires, del pasado y de nuestro siglo.

[...]

5. «Al que me ama, lo amará mi Padre, y yo también lo amaré y me revelaré a él» (Jn 14, 21).

Estas palabras, que Jesús dirigió a sus discípulos la víspera de su pasión, son hoy para nosotros una invitación urgente a proseguir por este camino de fidelidad y amor. Amar a Cristo es el fin último de nuestra existencia: amarlo en las situaciones concretas de la vida, para que se manifieste al mundo el amor del Padre; amarlo con todas nuestras fuerzas, para que se realice su proyecto de salvación y los creyentes lleguen en él a la comunión plena. ¡Que jamás se apague en el corazón este ardiente deseo!

[...] En el umbral del tercer milenio, no tengáis miedo: abrid de par en par las puertas de vuestro corazón a Cristo salvador. Él os ama y está cerca de vosotros; os llama a un renovado compromiso de evangelización. La fe es don de Dios y patrimonio de incomparable valor, que hay que conservar y difundir. Para defender y promover los valores comunes, estad siempre abiertos a una colaboración eficaz con todos los grupos étnico-sociales y religiosos, que componen vuestro país. Que todas vuestras decisiones estén animadas siempre por la esperanza y el amor.

María, Madre del Redentor, os acompañe y proteja, para que podáis escribir nuevas páginas de santidad y de generoso testimonio cristiano en la historia... Amén.

Homilía(05-05-2002): Sólo el amor es creíble


Domingo VI de Pascua, Ciclo A.
Visita Pastoral a Ischia (Italia)
Sunday 05 de May de 2002

1. «Queridos hermanos, glorificad en vuestros corazones a Cristo Señor y estad siempre prontos para dar razón de vuestra esperanza a todo el que os la pidiere» (1 P 3, 15).

Con estas palabras del apóstol san Pedro, deseo saludaros a todos vosotros, amadísimos hermanos y hermanas...

2. Amadísimos hermanos y hermanas, permitidme que, en el marco de esta solemne y festiva celebración eucarística, dirija a vuestra amada comunidad tres palabras importantes, tomándolas de las lecturas bíblicas recién proclamadas.

La primera es: «¡escucha!». La encontramos en el vivo relato del libro de los Hechos de los Apóstoles, donde se narra que «el gentío escuchaba con aprobación lo que decía Felipe, porque había oído hablar de los signos que hacía y los estaba viendo» (Hch 8, 6). La escucha del testigo de Jesús, que habla de él con amor y entusiasmo, produce, como fruto inmediato, la alegría. San Lucas observa: «La ciudad se llenó de alegría» (Hch 8, 8).

[..] Si quieres experimentar también tú esta alegría, ¡permanece a la escucha de la palabra de Dios! Así cumplirás tu misión, caminando bajo la acción del Espíritu Santo. Difundirás el evangelio de la alegría y de la paz, permaneciendo unida a tu obispo y a los sacerdotes, sus primeros colaboradores.

Como sucedió con la comunidad de Samaría, de la que habla la primera lectura, también descenderá sobre ti la efusión abundante del Consolador, el cual, como recuerda el concilio Vaticano II, «mueve el corazón, lo dirige a Dios, abre los ojos del espíritu y concede a todos gusto en aceptar y creer la verdad» (Dei Verbum, 5).

3. Amadísimos hermanos y hermanas, hay una segunda palabra que quisiera dirigiros, y es: «¡acoge!». [Saber reconocer] el valor de la acogida... [Convertirse] en un laboratorio privilegiado de la típica acogida que los discípulos de Cristo están llamados a ofrecer a todos, sea cual sea el país del que procedan y sea cual sea la cultura a la que pertenezcan. Sólo quien ha abierto su corazón a Cristo es capaz de ofrecer una acogida nunca formal y superficial, sino caracterizada por la «mansedumbre» y el «respeto» (cf. 1 P 3, 15).

La fe acompañada por obras buenas es contagiosa y se irradia, porque hace visible y comunica el amor de Dios. Tended a vivir este estilo de vida, escuchando las palabras del apóstol san Pedro, que acabamos de proclamar en la segunda lectura (cf. 1 P 3, 15). Exhorta a los creyentes a estar siempre prontos «para dar razón de vuestra esperanza a todo el que os la pidiere». Y añade: «Mejor es padecer haciendo el bien, si tal es la voluntad de Dios, que padecer haciendo el mal» (1 P 3, 17).

4. ¡Cuánta sabiduría humana y cuánta riqueza espiritual en estos consejos ascéticos y pastorales, sencillos pero fundamentales! Estos consejos nos llevan a la tercera palabra que quisiera dirigiros: «¡ama!». La escucha y la acogida abren el corazón al amor. El pasaje del evangelio de san Juan que acabamos de leer nos ayuda a comprender mejor esta misteriosa realidad. Nos muestra que el amor es la plena realización de la vocación de la persona según el designio de Dios. Este amor es el gran don de Jesús, que nos hace verdadera y plenamente hombres. «El que acepta mis mandamientos y los guarda -dice el Señor-, ese me ama. Al que me ama, lo amará mi Padre, y yo también lo amaré y me revelará a él» (Jn 14, 21).

Cuando nos sentimos amados, nos resulta más fácil amar. Cuando experimentamos el amor de Dios, estamos más dispuestos a seguir a Aquel que amó a sus discípulos «hasta el extremo» (Jn 13, 1), es decir, hasta la entrega total de sí mismo.

La humanidad necesita hoy, tal vez más que nunca, este amor, porque sólo el amor es creíble. La fe inquebrantable en este amor inspira en los discípulos de Jesús de todas las épocas pensamientos de paz, abriendo horizontes de perdón y concordia. Ciertamente, esto es imposible según la lógica del mundo, pero todo resulta posible para quien se deja transformar por la gracia del Espíritu de Cristo, derramada con el bautismo en nuestro corazón (cf. Rm 5, 5).

5. [...] sé dócil y obediente a la palabra de Dios y serás laboratorio de paz y de auténtico amor. Así llegarás a ser una Iglesia cada vez más acogedora, donde todos se sientan como en su casa. Los que vengan a visitarte saldrán fortalecidos en el cuerpo, pero aún más robustecidos en el espíritu.

Bajo la guía iluminada y prudente de tu pastor, sé una comunidad que sepa escuchar, una tierra dispuesta a acoger, y una familia que se esfuerce por amar a todos en Cristo.

Te encomiendo a la Virgen María, Madre del Amor hermoso, para que te ayude a hacer que resplandezca tu identidad de Iglesia de Cristo, de Iglesia del amor.

Amadísima Iglesia..., el soplo del Espíritu de Cristo te impulsa hacia los horizontes ilimitados de la santidad. No temas. Al contrario, rema mar adentro con confianza.

Avanza siempre con confianza.

¡Alabado sea Jesucristo!

Benedicto XVI, Papa

Homilía(27-04-2008): El anuncio de Cristo abrió el corazón a la alegría


VI Domingo del Tiempo de Pascua (A)
Sunday 27 de April de 2008

Se realizan hoy para nosotros, de modo muy particular, las palabras que dicen: «Acreciste la alegría, aumentaste el gozo» (Is 9, 2). En efecto, a la alegría de celebrar la Eucaristía en el día del Señor, se suman el júbilo espiritual del tiempo de Pascua, que ya ha llegado al sexto domingo...

La primera lectura, tomada del capítulo octavo de los Hechos de los Apóstoles, narra la misión del diácono Felipe en Samaria. Quiero atraer inmediatamente la atención hacia la frase con que se concluye la primera parte del texto: «La ciudad se llenó de alegría» (Hch 8, 8). Esta expresión no comunica una idea, un concepto teológico, sino que refiere un acontecimiento concreto, algo que cambió la vida de las personas: en una determinada ciudad de Samaria, en el período que siguió a la primera persecución violenta contra la Iglesia en Jerusalén (cf. Hch 8, 1), sucedió algo que «llenó de alegría». ¿Qué es lo que sucedió?

El autor sagrado narra que, para escapar a la persecución religiosa desatada en Jerusalén contra los que se habían convertido al cristianismo, todos los discípulos, excepto los Apóstoles, abandonaron la ciudad santa y se dispersaron por los alrededores. De este acontecimiento doloroso surgió, de manera misteriosa y providencial, un renovado impulso a la difusión del Evangelio. Entre quienes se habían dispersado estaba también Felipe, uno de los siete diáconos de la comunidad...

Pues bien, sucedió que los habitantes de la localidad samaritana de la que se habla en este capítulo de los Hechos de los Apóstoles acogieron de forma unánime el anuncio de Felipe y, gracias a su adhesión al Evangelio, Felipe pudo curar a muchos enfermos. En aquella ciudad de Samaria, en medio de una población tradicionalmente despreciada y casi excomulgada por los judíos, resonó el anuncio de Cristo, que abrió a la alegría el corazón de cuantos lo acogieron con confianza. Por eso —subraya san Lucas—, aquella ciudad «se llenó de alegría».

Volvamos a la primera lectura, que nos brinda otro elemento de meditación. En ella se habla de una reunión de oración, que tiene lugar precisamente en la ciudad samaritana evangelizada por el diácono Felipe. La presiden los apóstoles san Pedro y san Juan, dos «columnas» de la Iglesia, que habían acudido de Jerusalén para visitar a esa nueva comunidad y confirmarla en la fe. Gracias a la imposición de sus manos, el Espíritu Santo descendió sobre cuantos habían sido bautizados.

En este episodio podemos ver un primer testimonio del rito de la «Confirmación», el segundo sacramento de la iniciación cristiana...

También en el pasaje evangélico encontramos este misterioso «movimiento» trinitario, que lleva al Espíritu Santo y al Hijo a habitar en los discípulos. Aquí es Jesús mismo quien promete que pedirá al Padre que mande a los suyos el Espíritu, definido «otro Paráclito» (Jn 14, 16), término griego que equivale al latino ad-vocatus, abogado defensor. En efecto, el primer Paráclito es el Hijo encarnado, que vino para defender al hombre del acusador por antonomasia, que es satanás. En el momento en que Cristo, cumplida su misión, vuelve al Padre, el Padre envía al Espíritu como Defensor y Consolador, para que permanezca para siempre con los creyentes, habitando dentro de ellos. Así, entre Dios Padre y los discípulos se entabla, gracias a la mediación del Hijo y del Espíritu Santo, una relación íntima de reciprocidad: «Yo estoy en mi Padre, vosotros en mí y yo en vosotros», dice Jesús (Jn 14, 20). Pero todo esto depende de una condición, que Cristo pone claramente al inicio: «Si me amáis» (Jn 14, 15), y que repite al final: «Al que me ama, lo amará mi Padre, y yo también lo amaré y me revelaré a él» (Jn 14, 21). Sin el amor a Jesús, que se manifiesta en la observancia de sus mandamientos, la persona se excluye del movimiento trinitario y comienza a encerrarse en sí misma, perdiendo la capacidad de recibir y comunicar a Dios.

«Si me amáis». Queridos amigos, Jesús pronunció estas palabras durante la última Cena, en el mismo momento en que instituyó la Eucaristía y el sacerdocio. Aunque estaban dirigidas a los Apóstoles, en cierto sentido se dirigen a todos... Hoy las volvemos a escuchar como una invitación a vivir cada vez con mayor coherencia nuestra vocación en la Iglesia... Acogedlas con fe y amor. Dejad que se graben en vuestro corazón; dejad que os acompañen a lo largo del camino de toda vuestra vida. No las olvidéis; no las perdáis por el camino. Releedlas, meditadlas con frecuencia y, sobre todo, orad con ellas. Así, permaneceréis fieles al amor de Cristo y os daréis cuenta, con alegría continua, de que su palabra divina «caminará» con vosotros y «crecerá» en vosotros.

Otra observación sobre la segunda lectura: está tomada de la primera carta de san Pedro... Hago mías sus palabras y con afecto os las dirijo: «Glorificad en vuestro corazón a Cristo Señor y estad siempre prontos para dar razón de vuestra esperanza a todo el que os la pidiere» (1 P 3, 15). Glorificad a Cristo Señor en vuestros corazones, es decir, cultivad una relación personal de amor con él, amor primero y más grande, único y totalizador, dentro del cual vivir, purificar, iluminar y santificar todas las demás relaciones.

«Vuestra esperanza» está vinculada a esta «glorificación», a este amor a Cristo, que por el Espíritu, como decíamos, habita en nosotros. Nuestra esperanza, vuestra esperanza, es Dios, en Jesús y en el Espíritu. Esperanza de vida y de perdón... esperanza de santidad y de fecundidad apostólica... esperanza de apertura a la fe y al encuentro con Dios para cuantos se acerquen a vosotros buscando la verdad; esperanza de paz y de consuelo para los que sufren y para los heridos por la vida.

Queridos hermanos, en este día tan significativo para vosotros, mi deseo es que viváis cada vez más la esperanza arraigada en la fe, y que seáis siempre testigos y dispensadores sabios y generosos, dulces y fuertes, respetuosos y convencidos, de esa esperanza. Que os acompañe en esta misión y os proteja siempre la Virgen María, a quien os exhorto a acoger nuevamente, como hizo el apóstol san Juan al pie de la cruz, como Madre y Estrella de vuestra vida... Amén.

Regina Caeli(29-05-2011): La ciudad se llenó de alegría


Domingo VI de Pascua. Ciclo A.
Sunday 29 de May de 2011

En el libro de los Hechos de los Apóstoles se narra que, tras una primera violenta persecución, la comunidad cristiana de Jerusalén, a excepción de los Apóstoles, se dispersó en las regiones circundantes y Felipe, uno de los diáconos, llegó a una ciudad de Samaría. Allí predicó a Cristo resucitado y numerosas curaciones acompañaron su anuncio, de forma que la conclusión del episodio es muy significativa: «La ciudad se llenó de alegría» (Hch 8, 8). Cada vez nos impresiona esta expresión, que esencialmente nos comunica un sentido de esperanza; como si dijera: ¡es posible! Es posible que la humanidad conozca la verdadera alegría, porque donde llega el Evangelio, florece la vida; como un terreno árido que, regado por la lluvia, inmediatamente reverdece. Felipe y los demás discípulos, con la fuerza del Espíritu Santo, hicieron en los pueblos de Palestina lo que había hecho Jesús: predicaron la Buena Nueva y realizaron signos prodigiosos. Era el Señor quien actuaba por medio de ellos. Como Jesús anunciaba la venida del reino de Dios, así los discípulos anunciaron a Jesús resucitado, profesando que él es Cristo, el Hijo de Dios, bautizando en su nombre y expulsando toda enfermedad del cuerpo y del espíritu.

«La ciudad se llenó de alegría». Leyendo este pasaje, espontáneamente se piensa en la fuerza sanadora del Evangelio, que a lo largo de los siglos ha «regado», como río benéfico, a tantas poblaciones. Algunos grandes santos y santas han llevado esperanza y paz a ciudades enteras: pensemos en san Carlos Borromeo en Milán, en el tiempo de la peste; en la beata madre Teresa de Calcuta; y en tantos misioneros, cuyos nombres Dios conoce, que han dado la vida por llevar el anuncio de Cristo y hacer que florezca entre los hombres la alegría profunda. Mientras los poderosos de este mundo buscaban conquistar nuevos territorios por intereses políticos y económicos, los mensajeros de Cristo iban por todas partes con el objetivo de llevar a Cristo a los hombres y a los hombres a Cristo, sabiendo que sólo él puede dar la verdadera libertad y la vida eterna. También hoy la vocación de la Iglesia es la evangelización: tanto de las poblaciones que todavía no han sido «regadas» por el agua viva del Evangelio; como de aquellas que, aun teniendo antiguas raíces cristianas, necesitan linfa nueva para dar nuevos frutos, y redescubrir la belleza y la alegría de la fe.

Queridos amigos... confiamos [la misión ad gentes y la nueva evangelización] a la intercesión de María santísima. Que la Madre de Cristo acompañe siempre y en todas partes el anuncio del Evangelio, para que se multipliquen y se amplíen en el mundo los espacios en los que los hombres reencuentren la alegría de vivir como hijos de Dios.

Francisco, Papa

Regina Caeli(21-05-2017): El mandamiento más grande


Plaza de San Pedro.
Domingo VI de Pascua (Ciclo A).
Sunday 21 de May de 2017

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

El Evangelio de hoy (cf. Juan 14, 15-21), continuación del domingo pasado, nos lleva a ese momento conmovedor y dramático que es la Última cena de Jesús con sus discípulos. El evangelista Juan recoge de boca y del corazón del Señor sus últimas enseñanzas, antes de la pasión y de la muerte. Jesús promete a sus amigos, en ese momento triste, oscuro, que, después de Él, recibirán «otro Paráclito» (v. 16). Esta palabra significa otro «Abogado», otro Defensor, otro Consolador: «el Espíritu de la verdad» (v. 17); y añade: «no os dejaré huérfanos: volveré a vosotros» (v. 18). Estas palabras transmiten la alegría de una nueva venida de Cristo: Él, resucitado y glorificado, vive en el Padre y, al mismo tiempo, viene a nosotros en el Espíritu Santo. Y en esta su nueva venida se revela nuestra unión con Él y con el Padre: «comprenderéis que yo estoy en mi Padre y vosotros en mí y yo en vosotros» (v. 20).

Meditando estas palabras de Jesús, nosotros hoy percibimos ser el Pueblo de Dios en comunión con el Padre y con Jesús mediante el Espíritu Santo. En este misterio de comunión, la Iglesia encuentra la fuente inagotable de la propia misión, que se realiza mediante el amor. Jesús dice en el Evangelio de hoy: «El que tiene mis mandamientos y los guarda, ése es el que me ama, y el que me ame, será amado de mi Padre; y yo le amaré y me manifestaré a él» (v. 21). Es el amor que nos introduce en el conocimiento de Jesús, gracias a la acción de este «Abogado» que Jesús nos ha enviado, es decir el Espíritu Santo. El amor a Dios y al prójimo es el mandamiento más grande del Evangelio. El Señor hoy nos llama a corresponder generosamente a la llamada evangélica, al amor, poniendo a Dios en el centro de nuestra vida y dedicándonos al servicio de los hermanos, especialmente a los más necesitados de apoyo y consuelo.

Si existe una actitud que nunca es fácil, no se da por descontado tampoco para una comunidad cristiana, es precisamente la de saberse amar, de quererse en el ejemplo del Señor y con su gracia. A veces los contrastes, el orgullo, las envidias, las divisiones dejan la marca también en el rostro bello de la Iglesia. Una comunidad de cristianos debería vivir en la caridad de Cristo, y sin embargo es precisamente allí que el maligno «mete la pata» y nosotros a veces nos dejamos engañar. Y quienes lo pagan son las personas espiritualmente más débiles. Cuántas de ellas —y vosotros conocéis algunas— cuántas de ellas se han alejado porque no se han sentido acogidas, no se han sentido comprendidas, no se han sentido amadas. Cuántas personas se han alejado, por ejemplo de alguna parroquia o comunidad por el ambiente de chismorreos, de celos, de envidias que han encontrado ahí. También para un cristiano saber amar no es nunca un dato adquirido una vez para siempre; cada día se debe empezar de nuevo, se debe ejercitar porque nuestro amor hacia los hermanos y las hermanas que encontramos se haga maduro y purificado por esos límites o pecados que lo hacen parcial, egoísta, estéril e infiel. Cada día se debe aprender el arte de amar. Escuchad esto: cada día se debe aprender el arte de amar, cada día se debe seguir con paciencia la escuela de Cristo, cada día se debe perdonar y mirar a Jesús, y esto, con la ayuda de este «Abogado», de este Consolador que Jesús nos ha enviado que es el Espíritu Santo.

La Virgen María, perfecta discípula de su Hijo y Señor, nos ayude a ser cada vez más dóciles al Paráclito, al Espíritu de verdad, para aprender cada día a amarnos como Jesús nos ha amado.

Congregación para el Clero

Homilía: Escuchar para amar

Las lecturas de este sexto domingo de Pascua nos permiten proponer algunas consideraciones sobre la «vida cristiana» en la que también nosotros, como discípulos del Resucitado, estamos llamados a «permanecer» (cfr. Jn 14,16).

El texto de los Hechos de los Apóstoles nos sugiere sobre todo de «poner atención a las palabras» que la Iglesia nos anuncia, siendo este el primer paso necesario para entrar y formar parte del cuerpo místico de Cristo: es una acción que implica, como luego se especifica, no sólo la «escucha», sino sobre todo la vista de los «signos» que hacen evidente el contenido del mensaje cristiano (cfr.Hch 8,6). Se trata por lo tanto de una «puerta», que pasada una vez para siempre mediante el Bautismo, tiene la necesidad de ser atravesada cada día, en el «descubrimiento» de que cosa signifique verdaderamente ser discípulo.

Es por esto, que Pedro y Juan, como hemos escuchado, deciden dirigirse a Samaría para imponer las manos a los discípulos de Felipe, con el fin de que recibieran el Espíritu Santo (cfr. Hch 8,17), y por lo tanto la fuerza que por si sola puede hacer capaz al hombre de «dar el grande anuncio» y de «hacerlo llegar a los confines del mundo», como nos invita Isaías en la antifona de ingreso (cfr. Is 48,20).

Las palabras del Profeta nos introducen, también, a otro elemento esencial para que la existencia de un hombre pueda ser reconocida como «vida cristiana».

El Apóstol Pedro lo índica cuando afirma que debemos estar «siempre dispuestos a responder delante de cualquiera que pida razón de la esperanza» que esta en nosotros(1P 3,15) «con suavidad y respeto» (1P 3,16).

El uso de términos como «necesidad» y «deber», usados hasta este momento, necesita a este punto una explicación: el cristianismo no es una aplicación de una moral del deber; el Cristianismo es más bien la comunión de aquellos que están enamorados de Cristo: y permanecen en su amor, «observando sus mandamientos» (cfr. Jn 14,21) que el creyente se da cuenta de cumplir actos que de otro modo sería inexplicable, humanamente hablando.

El cristiano, lo entendemos muy bien con la lectura del Evangelio, no es un hombre que debe esforzarse por poner en práctica preceptos o comportamientos devotos: si uno ama, entonces, es orientado naturalmente a vivir como Jesús nos ha indicado. Descubrir el propio Bautismo, a través de la guía del Espíritu de verdad, significa por lo tanto, tratar de conocer cada día un poco más la vida de Jesús – a través de la lectura, la oración, los sacramentos, la vida de comunidad –, para que sea más fácil enamorarse de Él.

De todo el recorrido propuesto hasta ahora, por lo tanto, emerge, que ninguna objeción a tal «vida» es real, ni siquiera el hecho de que Jesús no se pueda ver en carne y hueso.

Y es todavía el Evangelio de Juan el que nos lo hace entender: «Dentro de poco el mundo ya no me verá, pero ustedes sí me verán» (Jn 14,19). La alternativa entre «ustedes» y el «mundo» no corresponde a una división de tipo moral o étnica: se trata más bien, de una alternativa que alberga en el corazón de cada uno de nosotros.

Si seguimos, entonces, la mentalidad del mundo, no lograremos nunca ver al Resucitado; pero si empezamos a confiar en la Iglesia, nuestra madre, y a escuchar lo que ella nos enseña y nos sugiere, entonces descubriremos que en verdad el Señor se ve y es una Presencia tan esencial y real que suscita en nosotros una fascinación irresistible, el único y verdadero motor de la «vida cristiana».



Homilías en Italiano para posterior traducción

Homilía(24-05-1987)

Visita Pastoral a Puglia, Misa en el aeropuerto «Gino Lisa»
Sunday 24 de May de 1987

1. «La Samaria aveva accolto la parola di Dio » (At 8,14). Le letture liturgiche del periodo pasquale attingono, in notevole misura, al testo degli Atti degli Apostoli, nel quale è raccolta la testimonianza dei primi avvenimenti della storia della Chiesa. Il diacono Filippo è arrivato da Gerusalemme alla Samaria e vi ha annunziato Cristo. E la Samaria ha accolto la parola di Dio.

Nell’ascoltare questa testimonianza, cari fratelli e sorelle di Foggia e della Capitanata, il ricordo torna al passato della vostra terra. Quando proprio in questa parte della penisola pugliese, in questa città è giunta la parola di Dio? Quando è stata accolta così, come una volta in Samaria? Da quando in questa terra continua la storia degli Atti degli Apostoli?

Come è noto, secolari e venerabili tradizioni fanno risalire l’arrivo del cristianesimo nelle Puglie alla stessa età apostolica. Nei primi secoli dell’era cristiana fiorirono poi le più antiche diocesi di questo territorio e da quelle comunità ereditarono la fede i primi abitanti della Capitanata che dopo il 1000 fondarono i villaggi del Tavoliere foggiano.

Una ininterrotta tradizione di fede collega le popolazioni pugliesi di oggi a quelle radici cristiane, mentre ancora la parola di Dio continua ad essere predicata ed annunciata, seguendo l’esempio degli apostoli. Essi predicarono la parola della verità e generarono Chiese, ed in maniera continuativa tale missione prosegue senza interruzione nel tempo. La parola di Dio e così anche oggi «glorificata» ( 2 Ts 3, 1), e noi rendiamo grazie a Dio per il lavoro meraviglioso compiuto in tanti secoli di storia della fede. Le vostre meravigliose Cattedrali sono un inno che testimonia la forza e la vitalità di una fede assimilata nella cultura. Voi avete «accolto» la parola di Dio. Le radici della vostra mentalità, con il genio della vostra terra, sono ben piantate nel Cristianesimo.

2. Quando gli apostoli, a Gerusalemme, seppero che la Samaria aveva accolto la parola di Dio, vi inviarono Pietro e Giovanni. Essi discesero e pregarono per loro perché ricevessero lo Spirito Santo (cf. At 8, 14-15).

Prima vi era stato Filippo diacono. Dopo di lui, gli apostoli, che dal momento dell’Ultima Cena hanno ricevuto la pienezza del sacerdozio.

Proprio lì, nel cenacolo, essi hanno ricevuto lo Spirito Santo. Primi era stato promesso loro come Consolatore! Gesù aveva detto, la vigilia della sua morte, «Io pregherò il Padre ed gli vi darà un altro Consolatore, perché rimanga con voi per sempre, lo Spirito di verità» ( Gv 14, 16-17).

In seguito, dopo la risurrezione, Cristo ha portato agli Apostoli, sempre nel cenacolo, questo promesso «Dono dall’alto» (cf. Gc 1, 17). L’ha portato nella potenza della sua morte redentrice, quando sulle mani e sul costato si vedevano i segni della crocifissione. Ed è stato allora che egli «alitò su di loro e disse: ricevete lo Spirito Santo » ( Gv 20, 22).

Ha compiuto ciò che aveva promesso: «Lo Spirito di verità... dimora presso di voi e sarà in voi» ( Gv 14, 17). Quel giorno, nella luce di questo Spirito consolatore, «saprete che io sono nel Padre e voi in me e io in voi» ( Gv 14, 20).

3. Gli apostoli hanno ricevuto lo Spirito Santo per darlo agli altri. Proprio per questo Pietro e Giovanni vennero in Samaria e pregarono per coloro che mediante il ministero di Filippo avevano accolto la parola di Dio, affinché ricevessero lo Spirito Santo.

Infatti «erano stati soltanto battezzati nel nome del Signore Gesù» ( At 8, 16). Così gli apostoli «imponevano loro le mani e quelli ricevevano lo Spirito Santo » ( At 8, 17).

Forse in nessun altro luogo è indicato così chiaramente il nesso tra il battesimo e la cresima. Il battesimo ci immerge nella morte di Cristo perché possiamo partecipare alla sua risurrezione. La cresima è complemento del battesimo. Così come la Pentecoste è complemento della Pasqua. Il tempo liturgico che attualmente viviamo ci fa rivivere proprio questo stesso mistero.

4. Coloro che hanno accolto la parola di Dio ovunque - tanto in Samaria, quanto in altri luoghi, quanto ancora in questa antichissima terra cristiana - ricevono lo Spirito Santo proprio mediante l’imposizione delle mani apostoliche: lo Spirito consolatore, che gli apostoli hanno ricevuto per primi dopo la risurrezione di Cristo e poi nel giorno della Pentecoste.

Avendo ricevuto il Consolatore che è lo Spirito di verità essi hanno conosciuto di non essere orfani; hanno conosciuto che Cristo è venuto in loro: egli è nel Padre ed essi in lui poiché egli è in loro. Ecco, lui, Cristo, vive, ed essi vivono in lui.

5. A coloro che hanno accolto la parola di Dio, che mediante il battesimo e la cresima sono divenuti partecipi del dono dello Spirito Santo, Pietro apostolo scrive :

«Adorate il Signore, Cristo, nei vostri cuori, pronti sempre a rispondere a chiunque vi domandi ragione della speranza che è in voi» ( 1 Pt 3, 15). Siate disposti a rendere testimonianza a questa speranza. A quale speranza? A quella che portate nei vostri cuori, dato che Cristo abita in essi, dato che egli è in voi e voi in lui.

Infatti Cristo vive. Colui che è venuto a voi nella potenza dello Spirito Santo ha vinto la morte e il peccato.

Cristo vive e voi vivrete in lui. Questa è la speranza alla quale dovete rendere testimonianza.

Se riceviamo lo Spirito Santo mediante l’imposizione delle mani degli apostoli, dei Vescovi, questo avviene perché divenga viva in noi la speranza che ha la sua sorgente in Cristo crocifisso e risorto, e perché rendiamo testimonianza a questa speranza.

6. «Fateci posto nei vostri cuori» ( 2 Cor 7, 2). Con questa accorata richiesta dell’apostolo Paolo ai cristiani di Corinto i vostri Vescovi vi hanno esortato ad accogliere la mia visita. Li ringrazio per la loro significativa lettera pastorale e per le speranze che essi hanno voluto proporre alla vostra buona volontà.

Faccio mie lo loro esortazioni e vi invito a non deludere l’aspettativa dei vostri pastori, ben sapendo che essi vi hanno scritto con coscienza illuminata e zelante, tenendo conto del momento peculiare che le vostre Chiese stanno vivendo in quest’epoca di profonde trasformazioni sociali per la vostra terra. Essi vi hanno incoraggiato a rinsaldare la vostra fede e a renderla operosa.

Anch’io vi esorto a rigenerarne la consapevolezza del vostro credo, secondo le esigenze spirituali d’oggi, divenendo sempre più consapevoli di quello che ai nostri giorni occorre testimoniare.

Vi chiedo di crescere nell’amore alla Chiesa; in essa è Cristo stesso che ci guida, nella sua voce egli ci parla, ci ammaestra, ci santifica. Rendetevi generosamente disponibili e responsabili per la sua edificazione e per la missione che essa continua a svolgere sulla terra.

Riscoprite il ruolo che vi spetta come comunità partecipe della missione propria a tutto il popolo cristiano. Perseverate anche nella volontà di aprire il vostro cuore con generosità veramente cattolica. A tale proposito, mi compiaccio con voi per l’opera di carità che avete intrapreso a favore di una nazione d’Africa, istituendo un ospedale a Cotonou, nel Benin.

7. La testimonianza resa alla speranza, che ha la sua sorgente in Cristo risorto, deve essere unita all’amore in una sola cosa. È per amore che Cristo abita in noi e noi in lui. «Chi mi ama sarà amato dal Padre mio e anch’io lo amerò e mi manifesterò a lui » ( Gv 14, 21).

Mi manifesterò a lui... camminerà attraverso la vita con una coscienza nuova. In un certo senso con una nuova immagine di Cristo nel cuore e nelle opere.

Tale coscienza si riflette nel cuore e nelle opere come la misura divina dell’intera vita cristiana: «Se mi amate, osserverete i miei comandamenti» - dice Cristo ( Gv 14, 15). E l’apostolo Pietro scrive: «Questo sia fatto con dolcezza e rispetto, con una retta coscienza». La «vostra buona condotta», le opere degne della coscienza cristiana siano testimonianza della speranza che è in noi.

8. Cari fratelli e sorelle. Da molti secoli i figli e le figlie di questa terra - così come una volta la Samaria - hanno accolto la parola di Dio. I sacramenti dell’iniziazione cristiana, il battesimo e la cresima, ci conducono, da generazioni, a questa sorgente della speranza che è Cristo risorto.

Cristo che vive nel Padre.

Cristo-Eucaristia: colui che vive in noi, e noi in lui.

Non dobbiamo forse fare nostre le stesse esigenze, che una volta l’apostolo Pietro ha posto ai primi cristiani?

Non dobbiamo forse essere sempre pronti - anche in questo nostro secolo - a difendere la speranza che è in noi?

La nostra vocazione cristiana non è forse quella di rendere testimonianza a Cristo, nella potenza dello Spirito di verità?

Con questi interrogativi che interpellano la coscienza e l’impegno di ciascuno, a tutti i presenti - a tutta Foggia e all’intera Capitanata - porgo il mio saluto e il mio augurio in Cristo risorto.

Amen.

Homilía(23-05-1987)

Visita Pastoral a Puglia. Eucaristía en San Giovanni Rotondo.
Saturday 23 de May de 1987

1. « Non vi lascerò orfani, ritornerò da voi » ( Gv 14, 18).

Il tempo pasquale, cari fratelli e sorelle e San Giovanni Rotondo, è tempo del Cenacolo. Cristo disse queste parole agli apostoli nel Cenacolo, mentre si stava avvicinando il momento della dolorosa separazione. In quella stessa sera sarebbe stato catturato nel Getsemani e consegnato al sinedrio per essere giudicato. Il giorno seguente sarà condannato e si separerà dagli apostoli morendo sulla croce.

Nel pronunziare le parole, che leggiamo nell’odierno Vangelo, Gesù era consapevole della sofferenza che essi avrebbero dovuto incontrare insieme con lui. Era consapevole di « lasciarli orfani » e che ciò li avrebbe rattristati profondamente.

Al fatto di rimanere orfani si aggiunse il sapore amaro della delusione. Nonostante che Cristo avesse preannunziato spesso la sua passione e la sua croce, i discepoli non erano interiormente preparati a tale prova. Quando essa è giunta, hanno provato una forte delusione. Non hanno perseverato con il loro Maestro.

2. «Non vi lascerò orfani».

Oggi, ascoltiamo queste parole, mentre esse sono soltanto un’eco di quei difficili giorni. Gesù è tornato presso i discepoli. Non li ha lasciati orfani. È venuto a loro da risorto. Così come è stato di tra loro assunto in cielo (cf. At 1, 11) come se ne è andato morendo sulla croce.

Il tempo del Cenacolo si collega costantemente con il ricordo di quella dipartita e con l’esperienza della nuova venuta.

In questa venuta è confermato ciò che Cristo aveva predetto: « Voi saprete che io sono nel Padre e voi in me e io in voi » ( Gv 14, 20).

Sì. Veramente. Cristo è nel Padre come Figlio prediletto e della stessa sua sostanza. Quel giorno doloroso, che sembrava offuscare questa verità con il buio della morte, è ormai passato. Adesso, con la risurrezione, questa verità risplende con una nuova luce. Con una luce piena. Il Figlio è nel Padre.

«Questo è il giorno fatto dal Signore» ( Sal 118, 24).

3. Cari fratelli e sorelle, anche noi oggi ripetiamo con gioia col salmista: «Questo è il giorno fatto dal Signore»!

Gioia, perché la luce della Pasqua illumina tutto il percorso della storia umana. Gioia, anche per questo nostro incontro, che avviene in questa luce di fede, in questo periodo di interiore esultanza che segue alla festività pasquale.

Con questi sentimenti saluto cordialmente tutti i presenti: gli Arcivescovi di Manfredonia-Vieste, e di Foggia-Bovino, insieme con gli altri presuli delle diocesi della Capitanata. Saluto con deferenza le autorità civili. Un saluto particolare ai numerosi malati: al gruppo accompagnato dall’UNITALSI e a quello dei fanciulli spastici della provincia di Foggia. Saluto poi cordialmente tutti voi, fedeli qui presenti, i giovani, gli anziani, le famiglie, tutti!

La vostra città, San Giovanni Rotondo, sta vedendo da un po’ di tempo -possiamo dirlo -un giorno «fatto dal Signore»: penso in modo speciale allo sviluppo che ha conosciuto in seguito alla presenza e all’opera di padre Pio da Pietralcina, per le quali esso ha acquistato una fama internazionale. Tuttora, grazie all’attività dei frati Cappuccini che degnamente continuano l’opera del servo di Dio, la vostra città attira numerosi pellegrini.

Cari fratelli e sorelle di San Giovanni Rotondo, siate sempre degni della testimonianza qui data da padre Pio.

4. Nella luce del giorno «fatto dal Signore» i discepoli di Gesù vedono tutto rinnovato. L’intera creazione appare più che mai ai loro occhi come l’opera di Dio, l’opera piena di gloria.

Quindi dicono a Dio: « Stupende sono le tue opere ».

«Venite e vedete le opere di Dio, mirabile nel suo agire sugli uomini» ( Sal 66, 3.5).

E soprattutto ricordano quell’avvenimento del lontano passato, che tutti i figli e le figlie di Israele commemoravano con entusiasmo riconoscente: la liberazione dalla schiavitù d’Egitto.

«Egli cambiò il mare in terra ferma, / passarono a piedi il fiume; / per questo in lui esultiamo di gioia. / Con la sua forza domina in eterno» ( Sal 66, 6-7).

5. Gli apostoli, i discepoli di Cristo hanno sempre custodito nel cuore il ricordo dell’esodo. Il ricordo di quella liberazione.

Ed ecco, nel mezzo della stessa Pasqua, che era un grande preannunzio, si è adempiuto ai loro occhi ciò che era stato predetto dai profeti: Gesù con la sua croce ha iniziato e ha portato a tutti la liberazione definitiva.

«È morto una volta per sempre per i peccati, giusto per gli ingiusti, per ricondurvi a Dio; messo a morte nella carne, ma reso vivo nello spirito». Così dice san Pietro ( 1 Pt 3, 18).

6. Questa vita, la vita nuova, è dallo Spirito Santo. Egli è quello Spirito di verità che era stato annunziato da Gesù prima della passione: «Io pregherò il Padre e egli vi darà un altro Consolatore... lo Spirito di verità» ( Gv 14, 16-17).

Ecco, Gesù vive nella potenza di questo Spirito. Nella sua potenza egli compie la promessa data ai discepoli: «non vi lascerò orfani, ritornerò da voi».

Nella risurrezione di Cristo è rivelata la potenza dello Spirito Santo. È riconfermata la potenza dello Spirito di verità. Subito la prima sera dopo la risurrezione, Gesù viene nel Cenacolo, alita sugli apostoli riuniti e dice: « Ricevete lo Spirito Santo » ( Gv 20, 22).

Per questo essi non sono più orfani. Non sono abbandonati. E non saranno abbandonati mai, nemmeno quando saranno passati i giorni successivi alla risurrezione e Gesù sarà assunto nel cielo.

Gli apostoli non saranno orfani. Non saranno, non sono orfane le generazioni sempre nuove dei cristiani, dei seguaci di Cristo. Gesù è con loro costantemente. Viene costantemente a loro nella potenza dello Spirito Santo.

Per primi, gli apostoli dovevano convincersene nel giorno della Pentecoste.

7. «Lo Spirito di verità che il mondo non può ricevere, perché non lo vede e non lo conosce, voi lo conoscete» ( Gv 14, 17).

Non dal mondo, ma da Dio.

Tale è la verità più profonda sulla Chiesa, e -nella Chiesa -su ciascuno di noi.

Su ciascuno che è rinato mediante la morte e la risurrezione di Cristo: mediante il battesimo e la fede.

Tale è la realtà. Il tempo del cenacolo dura sempre nella Chiesa. Dura in noi. Esso sempre è aperto agli uomini di tutti i tempi.

Se dall’esterno giunge un’afflizione, se il mondo è pieno di pericoli e di tentazioni, Cristo continua a ritornare a noi nello Spirito Santo.

Egli vive e noi viviamo in lui (cf. Gv 14, 19).

E riconosciamo continuamente che egli, il Figlio, è nel Padre. E nello stesso tempo riconosciamo che egli - è in noi e noi siamo in lui.

L’Eucaristia ne è una particolare attuazione. È sacramento della presenza di Cristo in noi e della nostra presenza in lui.

8. Ecco, noi stiamo celebrando questo mirabile, santissimo sacramento, l’Eucaristia.

Si realizza ancora una volta la preghiera del Redentore nel cenacolo. Riceviamo il Consolatore, lo Spirito di verità che soltanto lui può darci. Il mondo non può darlo, «perché non lo vede e non lo conosce» (cf. Gv 14, 17).

Ma neppure può riceverlo?

Il mondo non può ricevere lo Spirito di verità?

Proprio per questo lo riceviamo in mezzo al mondo, per portarlo in noi ovunque, in ogni luogo dove non c’è. E dove soltanto lui può diventare sorgente della vita nuova: sorgente della verità e dell’amore.

Discendi Santo Spirito!

Così, mediante ciascuno di noi, risuona costantemente in mezzo al mondo la preghiera del cenacolo.

ÚLTIMOS TRABAJOS

  • Jn 17, 1-2. 9. 14-26 – Oración de Jesús: Conságralos en la Verdad
  • Lc 22, 14—23, 56. Pasión de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas
  • 6 de Noviembre: Santos Pedro Poveda Castroverde, Inocencio de la Inmaculada Canoura Arnau, presbíteros, y compañeros, mártires, memoria – Homilías
  • 5 de Octubre: Témporas de Acción de Gracias y de Petición, memoria – Homilías
  • Jn 6, 41-51: Discurso del Pan de Vida (iv bis): El pan que yo daré es mi carne, para la vida del mundo
  • 6 de Agosto: La Transfiguración del Señor (Año B), fiesta – Homilías
  • Mt 15, 1-2. 10-14: Sobre las tradiciones y sobre lo puro y lo impuro
  • Jn 6, 24-35: Discurso del Pan de Vida: alimento eterno
  • Sábado XIII Tiempo Ordinario (Impar) – Homilías
  • Viernes XIII Tiempo Ordinario (Impar) – Homilías
  • Jueves XIII Tiempo Ordinario (Impar) – Homilías
  • Miércoles XIII Tiempo Ordinario (Impar) – Homilías

SUSCRÍBETE A DV

* campos obligatorios

Enviamos a nuestros suscriptores un correo electrónico semanal con los enlaces a las homilías y comentarios a los evangelios de las celebraciones de la semana actual. Al suscribirte por primera vez recibirás un correo electrónico de confirmación con algunas indicaciones.

Puedes borrarte de la lista en cualquier momento, mandando un correo electrónico a la dirección que aparecerá siempre al pie de los mensajes que recibas.



DONA

El contenido del sitio se comparte sin fines de lucro. Puedes colaborar mediante una donación para ayudar a pagar el costo del dominio y del alojamiento. Pulsa en el botón Donar para ayudar.




QUIEN BUSCA HALLA

MÁS VISTOS ESTA SEMANA *

  • Tiempo de Cuaresma (848)
  • Jn 13, 1-15: La última cena de Jesús con sus discípulos: El lavatorio de los pies (770)
  • Homilías Domingo de Ramos (A): Bendito el que viene… (630)
  • Santo Triduo Pascual (537)
  • Homilías Domingo V Tiempo de Cuaresma (A) (466)
  • Jn 8,31-42: Jesús y Abrahán (i) (419)
  • Jn 11, 1-45: ¡Lázaro sal fuera! (387)
  • Jn 8, 51-59: Abrahán vio mi Dia (374)
  • Jn 8, 21-30: Yo soy (363)
  • Semana Santa en la Liturgia (339)
  • Jn 10,31-42: Yo soy Hijo de Dios (334)
  • Mt 26, 14—27, 66: Expiró (300)
–

* La información se actualiza cada dos horas. El número entre paréntesis indica el total de visitas del enlace en esta semana, basado en datos reales de Google Analytics™.

Copyright