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Homilías y comentarios bíblicos
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Domingo VII Tiempo de Pascua (A) – Homilías

/ 28 mayo, 2017 / Tiempo de Pascua

Domingos Tiempo de Pascua Ciclo A

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1 Lecturas
2 Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
2.1 Benedicto XVI, Papa
2.1.1 Regina Caeli(04-05-2008): Nos precede en la casa del Padre
2.1.2 Homilía(05-06-2011): Permanecer juntos
2.2 Hans Urs von Balthasar
2.2.1 Luz de la Palabra
3 Homilías en Italiano para posterior traducción
3.1 Homilía(19-05-1996)

Lecturas

Aparte de las homilías, podrá ver comentarios de los padres de la Iglesia desglosados por versículos de aquellos textos que tengan enlaces disponibles.

Hch 1, 12-14: Perseveraban unánimes en la oración
Sal 26, 1bcde. 4. 7-8ab: Espero gozar de la dicha del Señor en el país de la vida
1 Pe 4, 13-16: Si os ultrajan por el nombre de Cristo, bienaventurados vosotros
Jn 17, 1-11a: Padre, glorifica a tu Hijo



Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia

Benedicto XVI, Papa

Regina Caeli(04-05-2008): Nos precede en la casa del Padre


Domingo VII de Pascua (Ciclo A).
Sunday 04 de May de 2008

Hoy se celebra en varios países, entre los cuales Italia, la solemnidad de la Ascensión de Cristo al cielo, misterio de la fe que el libro de los Hechos de los Apóstoles sitúa cuarenta días después de la resurrección (cf. Hch 1, 3-11); por eso, en el Vaticano y en algunas naciones del mundo ya se celebró el jueves pasado. Después de la Ascensión, los primeros discípulos permanecieron reunidos en el Cenáculo, en torno a la Madre de Jesús, en ferviente espera del don del Espíritu Santo, prometido por Jesús (cf. Hch 1, 14). En este primer domingo de mayo, mes mariano, también nosotros revivimos esta experiencia, experimentando más intensamente la presencia espiritual de María. La plaza de San Pedro se presenta hoy como un «cenáculo» al aire libre, lleno de fieles, en gran parte miembros de la Acción católica italiana, a los cuales me dirigiré después de la oración mariana del Regina caeli.

En sus discursos de despedida a los discípulos, Jesús insistió mucho en la importancia de su «regreso al Padre», coronamiento de toda su misión. En efecto, vino al mundo para llevar al hombre a Dios, no en un plano ideal —como un filósofo o un maestro de sabiduría—, sino realmente, como pastor que quiere llevar a las ovejas al redil. Este «éxodo» hacia la patria celestial, que Jesús vivió personalmente, lo afrontó totalmente por nosotros. Por nosotros descendió del cielo y por nosotros ascendió a él, después de haberse hecho semejante en todo a los hombres, humillado hasta la muerte de cruz, y después de haber tocado el abismo de la máxima lejanía de Dios.

Precisamente por eso, el Padre se complació en él y lo «exaltó» (Flp 2, 9), restituyéndole la plenitud de su gloria, pero ahora con nuestra humanidad. Dios en el hombre, el hombre en Dios: ya no se trata de una verdad teórica, sino real. Por eso la esperanza cristiana, fundamentada en Cristo, no es un espejismo, sino que, como dice la carta a los Hebreos, «en ella tenemos como una ancla de nuestra alma» (Hb 6, 19), una ancla que penetra en el cielo, donde Cristo nos ha precedido.

¿Y qué es lo que más necesita el hombre de todos los tiempos, sino esto: una sólida ancla para su vida? He aquí nuevamente el sentido estupendo de la presencia de María en medio de nosotros. Dirigiendo la mirada a ella, como los primeros discípulos, se nos remite inmediatamente a la realidad de Jesús: la Madre remite al Hijo, que ya no está físicamente entre nosotros, sino que nos espera en la casa del Padre. Jesús nos invita a no quedarnos mirando hacia lo alto, sino a estar juntos, unidos en la oración, para invocar el don del Espíritu Santo. En efecto, sólo a quien «nace de lo alto», es decir, del Espíritu Santo, se le abre la entrada en el reino de los cielos (cf. Jn 3, 3-5), y la primera «nacida de lo alto» es precisamente la Virgen María. Por tanto, nos dirigimos a ella en la plenitud de la alegría pascual.

Homilía(05-06-2011): Permanecer juntos


Domingo VII de Pascua (A).
Santa Misa con ocasión de la Jornada nacional de las familias católicas croatas en el Hipódromo de Zagreb
Sunday 05 de June de 2011

[...] Hemos celebrado hace poco la Ascensión del Señor, y nos preparamos para recibir el gran don del Espíritu Santo. Hemos escuchado en la primera lectura cómo la comunidad apostólica estaba reunida en oración en el Cenáculo, con María, la madre de Jesús (cf. Hch 1,12-14). Esto es un retrato de la Iglesia, que hunde sus raíces en el acontecimiento pascual. En efecto, el Cenáculo es el lugar en el que Jesús instituyó la Eucaristía y el Sacerdocio, en la Última Cena; y donde, resucitado de entre los muertos, derramó el Espíritu Santo sobre los Apóstoles la tarde de Pascua (cf. Jn 20,19-23). El Señor había ordenado a sus discípulos «que no se alejaran de Jerusalén sino «aguardad que se cumpla la promesa del Padre»» (Hch 1,4); es decir, les había pedido que permanecieran juntos para prepararse a recibir el don del Espíritu Santo. Y ellos se reunieron en oración con María en el Cenáculo, en espera del acontecimiento prometido (cf. Hch 1,14). Permanecer juntos fue la condición puesta por Jesús para recibir la llegada del Paráclito, y la oración prolongada fue el presupuesto de su concordia. Encontramos aquí una formidable lección para toda comunidad cristiana. A veces se piensa que la eficacia misionera depende principalmente de una atenta programación y de su sagaz puesta en práctica mediante un compromiso concreto. Ciertamente, el Señor pide nuestra colaboración, pero antes de cualquier respuesta nuestra es necesaria su iniciativa: su Espíritu es el verdadero protagonista de la Iglesia, al que se ha de invocar y acoger.

En el Evangelio hemos escuchado la primera parte de la llamada «oración sacerdotal» de Jesús (cf. Jn 17,1-11a) –como conclusión de su discurso de despedida– llena de confianza, dulzura y amor. Se llama «oración sacerdotal» porque en ella Jesús se presenta en la actitud del sacerdote que intercede por los suyos, en el momento en que está a punto de dejar este mundo. El pasaje está presidido por el doble tema de la hora y de la gloria. Se trata de la hora de la muerte (cf. Jn 2,4; 7,30; 8,20), la hora en la que Cristo debe pasar de este mundo al Padre (13,1). Pero, al mismo tiempo, es también la hora de su glorificación que se cumple por la cruz, y que el evangelista Juan llama «exaltación», es decir, ensalzamiento, elevación a la gloria: la hora de la muerte de Jesús, la hora del amor supremo, es la hora de su gloria más alta. También para la Iglesia, para cada cristiano, la gloria más alta es aquella Cruz, es vivir la caridad, don total a Dios y a los demás.

Hans Urs von Balthasar

Luz de la Palabra

Comentarios a las lecturas dominicales (A, B y C). Encuentro, Madrid, 1994
pp. 70 s.

1. Jesús implora el Espíritu.

El evangelio de hoy contiene el comienzo de la gran plegaria de Jesús al despedirse de este mundo y podemos comprenderlo, en el sentido de los días previos a Pentecostés, como una oración de Jesús al Padre para pedirle que envíe al Espíritu. Jesús pronuncia esta oración en el momento de pasar de este mundo al Padre: «Yo ya no voy a estar en el mundo, voy a ti» (v. 11). Ya le había sido dado «el poder sobre toda carne», pero sólo podía revelar a unos pocos el nombre del Padre y con él la vida eterna. Jesús tiene que rezar por ellos, ahora que se va; y lo hace para que comprendan realmente lo que significa ser uno en él como él es uno con el Padre. Comprender eso sólo será posible mediante el envío del Espíritu, y este envío sólo será posible a su vez cuando Jesús haya «coronado su obra» y transmitido el Espíritu Santo a su Iglesia. Seguramente Jesús pronunció esta oración antes de su pasión, pero la oración conserva su eterna validez, dado que él es en todo tiempo «nuestro defensor ante el Padre» (1 Jn 2,1), precisamente también en lo que se refiere al Espíritu Santo que ha prometido enviar a los suyos de parte de su Padre (Jn 15, 26).

2. La Iglesia reza para implorar el Espíritu.

La Iglesia hace (en la primera lectura) lo que Jesús le ha mandado: como discípulos de Jesús, junto con María, algunas mujeres y los hermanos de Jesús, los apóstoles «se dedican a la oración en común» para implorar el Espíritu prometido. No tenemos ningún derecho a menospreciar esta orden expresa del Señor, opinando, por ejemplo, que el bautizado que no es consciente de ningún pecado grave posee sin más el Espíritu Santo. Este, como Espíritu Santo que es, sólo puede entrar en los que son «pobres en el espíritu» (Mt 5,3), es decir: en aquellos que tienen su propio espíritu vacío y limpio o lo vacían para hacer sitio al Espíritu de Dios. La oración de la comunidad reunida implora esta pobreza para tener sitio para la riqueza del Espíritu. No deja de ser maravilloso que María, el receptáculo perfectamente pobre del Espíritu Santo, se encuentre entre los que rezan para completar con su oración perfecta toda oración raquítica e imperfecta. Por medio de ella la invocación del don del cielo se torna perfecta y es oída infaliblemente.

3. La Iglesia que ama es la que mejor reza.

La carta de Pedro (segunda lectura) añade una nota más. Repite una de las bienaventuranzas del Señor: «Si os ultrajan por el nombre de Cristo, dichosos vosotros»; y añade inmediatamente: «porque el Espíritu de la gloria, el Espíritu de Dios, reposa sobre vosotros». Es como si el padecimiento de la humillación por amor a Cristo fuera ya en sí una oración para implorar el Espíritu, una oración que es escuchada al instante. Sí, es una oración que quizá hace ya que no soportemos nuestros padecimientos en el abatimiento o en la rebelión, sino en el Espíritu de Dios. Esto, que visto con los ojos del mundo es una vergüenza, no debe ser percibido por el cristiano como algo de lo que hay que «avergonzarse»; el cristiano debe saber más bien que es precisamente así como da gloria a Dios. Los Hechos de los Apóstoles lo confirmarán en muchos pasajes, así como las vidas de los múltiples santos que han existido a lo largo de la historia de la Iglesia. En efecto: es siempre la Iglesia perseguida y humillada la que puede rezar más eficazmente para implorar el Espíritu.



Homilías en Italiano para posterior traducción

Homilía(19-05-1996)

Visita Pastoral a Eslovenia. Santa Misa en Maribor
Sunday 19 de May de 1996

1. "Padre, è giunta l’ora, glorifica il Figlio tuo" (Gv 17, 1).

Così pregò Gesù nel Cenacolo, il giorno precedente la sua passione e morte in Croce, mentre andava incontro non alla gloria, ma all’ignominia. Egli, però, sapeva che l’infamia della Croce era la via verso la vera gloria.

Le parole della "preghiera sacerdotale", da Lui pronunciate nel Cenacolo, manifestano questa consapevolezza. Esse contengono una mirabile teologia della gloria di Dio: di quella gloria che il Padre riceve dal Figlio incarnato; di quella gloria che riempie l’universo e che la Chiesa esprime ogni giorno con la ben nota dossologia: "Gloria al Padre e al Figlio e allo Spirito Santo, come era in principio e ora e sempre nei secoli dei secoli".

L’odierna Liturgia della Parola presenta un ricco commento a questa tradizionale invocazione cristiana.

2. "Gloria... com’era in principio... ". A tale principio assoluto si riferisce Gesù nella "preghiera sacerdotale", quando dice: "Padre, glorificami davanti a te con quella gloria che avevo presso di te prima che il mondo fosse" (Gv 17, 5). Il Padre rende gloria al Figlio, e il Figlio glorifica il Padre "nello Spirito della gloria" (cf. Gv 7, 39; 2 Cor 3, 8). La gloria appartiene, perciò, all’intimo mistero della vita trinitaria. Essa è il riflesso dell’infinita perfezione di Dio, della sua infinita santità, come la stessa Liturgia mette in evidenza attraverso le parole del Gloria e del Sanctus.

La gloria di Dio manifesta la verità dell’Essere divino, che è per natura l’eterna pienezza della Verità. L’uomo è chiamato a partecipare alla vita divina, che abbraccia l’eternità: "Questa è la vita eterna - dice Gesù -, che conoscano te, l’unico vero Dio, e Colui che hai mandato, Gesù Cristo" (Gv 17, 3).

"Sia, dunque, lodato Gesù Cristo", che ci offre la possibilità di partecipare alla stessa gloria di Dio: "Gloria Dei vivens homo", "l’uomo che vive è gloria di Dio" - afferma sant’Ireneo - il quale aggiunge immediatamente: "vita autem hominis visio Dei", "la vita dell’uomo consiste nella visione di Dio" (Adv. Haer., IV, 20,7: SCh 1002, 648-649).

3. Carissimi Fratelli e Sorelle! L’uomo è chiamato alla santità, ad essere artefice di un’umanità rinnovata dalla gloria divina. Ed il credente, mediante il Battesimo, viene costituito testimone di quella speranza soprannaturale che sostiene il pellegrinaggio dell’uomo sulla terra, spesso segnato da prove e sofferenze. Nel Concilio Vaticano Secondo la Chiesa ha ribadito che "tutti i fedeli, di qualsiasi stato o grado, sono chiamati alla pienezza della vita cristiana e alla perfezione della carità" (Lumen gentium, 40). Con la propria vita santa i cristiani sono invitati a diventare luce per gli altri sui sentieri del mondo.

La nostra epoca appare più un tempo di sorprendenti scoperte scientifiche e tecnologiche, che non un’epoca di santi. Ma se l’uomo non realizza spiritualmente se stesso mediante l’interiore conformazione a Cristo, tutte le sue conquiste rimangono in definitiva insignificanti e potrebbero diventare perfino pericolose. Proprio perché oggi si cerca la piena realizzazione personale, vi è maggior bisogno di santi. Il nostro tempo reclama persone mature che, avendo compreso il valore della santità, cercano di realizzarla nell’esistenza quotidiana.

A ben guardare, la società attuale manifesta un profondo bisogno di santi, di persone cioè che, per il loro più stretto contatto con Dio, possono in qualche modo farne percepire la presenza e mediarne le risposte. Non mancano, purtroppo, giovani e adulti che, mal interpretando questo bisogno, s’abbandonano al fascino dell’occulto o cercano negli astri del firmamento i segni del proprio destino. Superstizione e magia attraggono non poche persone in cerca di risposte immediate e semplici ai problemi complessi dell’esistenza.

È un rischio da cui occorre guardarsi. I santi, per queste anime in ricerca, costituiscono un punto di riferimento accessibile e sicuro. Essi sanno indicare, con la forza trascinatrice dell’esempio, la strada da seguire per progredire nella direzione giusta.

Non parlo solo dei Santi canonizzati. Penso anche a discepoli di Cristo come il venerabile Servo di Dio Anton Martin Slomšek, del quale ho avuto la gioia di riconoscere le virtù eroiche, aprendo così la strada alla Beatificazione che s’annuncia ormai prossima. Penso inoltre a Friderik Baraga, Janez Gnidovec, Vendelin Vosnjak, Lojze Grozde, per non nominarne che alcuni, persone cioè al cui contatto la gente percepiva con immediatezza la vicinanza di Dio.

Come è avvenuto in passato, la santità deve incarnarsi in modo vivo e gioioso anche oggi: molte madri e molti padri sloveni hanno guadagnato una menzione particolare nella storia nazionale offrendo un significativo modello di coerenza cristiana. La santità è la vera forza capace di trasformare il mondo.

4. In Slovenia, come in ogni altra parte del mondo, è in corso un duro scontro tra "la cultura della morte" e "la cultura della vita". È questo un terreno delicato e difficile, nel quale i cristiani sono chiamati a far sentire la loro presenza con l’efficacia incisiva di una fede viva ed operosa.

È necessario che la vita dei cristiani offra sempre più una testimonianza credibile di Cristo e del suo Vangelo: e questo nelle associazioni e nei movimenti di apostolato, nelle parrocchie e in ogni contesto sociale. Cercate la santità nell’esistenza quotidiana. Anche a questo proposito vi è di esempio l’intuizione del Venerabile Anton Martin Slomšek, egli lavorò instancabilmente perché i fedeli, operando uniti in diverse confraternite ed associazioni, potessero servire attivamente la causa del Vangelo.

Una fonte permanente e inesauribile di santità, che può aiutare a superare l’indifferentismo religioso, si trova nella partecipazione alla Liturgia e nella celebrazione dei Sacramenti, nei quali Dio agisce con la potenza della sua grazia.

L’Eucaristia sia sempre "il vertice e la fonte" del vostro impegno nel quotidiano. Rispettate la frequenza domenicale alla santa Messa: è questa davvero una sacra eredità che vi hanno lasciato i vostri padri nella fede.

Nel sacramento della Penitenza l’uomo è raggiunto in modo visibile dalla misericordia di Dio: accostatevi frequentemente a questo Sacramento del perdono e della riconciliazione.

Voi, giovani che avete ricevuto il sacramento della Cresima o che vi state preparando a riceverlo, lasciatevi affascinare da Cristo ed accogliete la grazia dello Spirito Santo, che, proprio attraverso di voi, vuole dare nuovo slancio vitale alla Chiesa locale.

Quando poi deciderete di formarvi una famiglia, fondatela sulla salda roccia del sacramento del Matrimonio, affinché il vostro reciproco donarvi per tutta la vita sia da Dio benedetto e diventi nuova fonte di vita e di grazia. E voi coniugi, che da tempo vivete questa fondamentale esperienza di comunione nell’amore, ravvivate la grazia del sacramento, attingendo a tale fonte l’aiuto spirituale necessario per realizzare appieno il disegno di Dio su di voi e sulla vostra famiglia.

5. Carissimi Fratelli e Sorelle! Con grande gioia mi trovo oggi tra voi per presiedere questa solenne Liturgia. Saluto con affetto il Pastore della vostra Diocesi, Mons. Franc Kramberger, il suo Ausiliare, Mons. Joef Smej, come pure l’Ausiliare emerito, Mons. Vekoslav Grmič. Auguro loro di seguire fedelmente le orme di quel grande Vescovo che fu il Venerabile Slomšek, che ottenne il trasferimento della sede della Diocesi da St. Andras, nella Carinzia, proprio qui a Maribor.

Saluto i Pastori delle Diocesi confinanti e i Vescovi che, con la loro presenza, testimoniano l’unità e la comunione tra le varie Chiese locali.

Saluto in modo particolare il Cardinale Segretario di Stato, il Cardinale di Cracovia, il Cardinale di Zagabria, i Vescovi della vicina Croazia qui presenti. Porgo un cordiale benvenuto anche ai Vescovi dell’Austria, dell’Ungheria e della Jugoslavia. Un saluto particolare anche all’Arcivescovo Mons. Ambroiè

Il mio cordiale pensiero va, poi, al clero, ai religiosi, alle religiose e a tutti i fedeli qui convenuti dalle varie parti del Paese e dalle Nazioni vicine. Saluto, inoltre, le Autorità civili, i rappresentanti della Città e dell’Università, e quanti hanno generosamente collaborato alla realizzazione di questa visita.

Desidero, altresì, rivolgere uno speciale pensiero a quanti appartengono alle minoranze etniche, ai rappresentanti di altre nazioni, ai profughi ed a coloro che, per diversi motivi, sono costretti a vivere in condizioni disagiate. A voi, carissimi, va il mio cordiale incoraggiamento a non perdere la fiducia in Dio e a continuare instancabilmente nell’impegno della costruzione di un futuro più umano per tutti.

Grazie, infine, a ciascuno di voi per l’attiva partecipazione a questa solenne Eucaristia. Il venerabile Servo di Dio Anton Martin Slomšek aiuti ciascuno di voi a mettere in pratica nella propria vita la volontà del Signore.

6. Nella preghiera del Cenacolo Gesù dice al Padre: "Io ti ho glorificato sopra la terra, compiendo l’opera che mi hai dato da fare... Ho fatto conoscere il tuo nome agli uomini che mi hai dato dal mondo... ed essi hanno osservato la tua parola... Le parole che hai dato a me io le ho date a loro; essi le hanno accolte e sanno veramente che sono uscito da te e hanno creduto che tu mi hai mandato" (Gv 17, 4.6.8).

Gesù pronunciò queste parole il giorno prima della sua passione. Per noi, che le ricordiamo dopo aver celebrato da alcuni giorni la sua Ascensione al cielo, esse acquistano un’attualità ancora maggiore, manifestando il loro permanente carattere di preghiera d’intercessione per la Chiesa, fondata sugli Apostoli: "Io prego per loro; non prego per il mondo, ma per coloro che mi hai dato, perché sono tuoi... Io non sono più nel mondo; essi invece sono nel mondo, e io vengo a te" (Gv 17, 9-11).

Cristo prega per la Chiesa di tutte le epoche e di tutto il mondo. Egli prega anche per la Chiesa che è qui nella vostra amata Patria. La prima Lettura, tratta dal Libro degli Atti, ci riporta di nuovo al cenacolo dove, dopo l’Ascensione di Gesù al cielo, gli Apostoli rimangono, insieme con Maria, in orante attesa della venuta dello Spirito Santo. Oggi questo cenacolo si rinnova qui, in Slovenia. Anche noi siamo chiamati a perseverare con Maria nella preghiera.

Dopo le tristi e difficili esperienze del passato, ricordiamo in questa Celebrazione tutti coloro che hanno partecipato alle sofferenze di Cristo e sono stati "insultati per il nome di Cristo" (1 Pt 4, 14).

Allo stesso tempo ripetiamo col Salmista: "Il Signore è mia luce e mia salvezza, di chi avrò paura? ... Una cosa ho chiesto al Signore, questa sola io cerco: abitare nella casa del Signore tutti i giorni della mia vita" (Sal 26, 1.4).

Tutti i giorni della vita e per l’eternità. Amen!

Al termine della Santa Messa, prima di guidare la recita del "Regina Caeli", il Papa ha salutato i presenti con le seguenti parole:

Alla fine vorrei ringraziare insieme a voi la divina Provvidenza per il bel tempo di questi giorni. Dio è con noi. Devo confidarvi che ho spesso sentito delle parole di lode della Slovenia. In questi giorni invece ho potuto sentire personalmente l’affetto di questo popolo, la sua profonda fede, la sua incrollabile fedeltà alla Chiesa. Ho potuto ammirare anche la bellezza del vostro paese, le sue montagne, le sue colline, i prati verdi. Dio benedica questo paese. Abbiamo celebrato delle liturgie meravigliose, accompagnate dal canto armonico di molti cori, da molti chierichetti, da molti religiosi e molti sacerdoti. Ringrazio tutti di cuore. Dio benedica la cara Slovenia.

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  • 5 de Octubre: Témporas de Acción de Gracias y de Petición, memoria – Homilías
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  • 6 de Agosto: La Transfiguración del Señor (Año B), fiesta – Homilías
  • Mt 15, 1-2. 10-14: Sobre las tradiciones y sobre lo puro y lo impuro
  • Jn 6, 24-35: Discurso del Pan de Vida: alimento eterno
  • Sábado XIII Tiempo Ordinario (Impar) – Homilías
  • Viernes XIII Tiempo Ordinario (Impar) – Homilías
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