Domingo IV Tiempo de Pascua (Ciclo B) – Homilías
/ 25 abril, 2015 / Tiempo de PascuaLecturas
Aparte de las homilías, podrá ver comentarios de los padres de la Iglesia desglosados por versículos de aquellos textos que tengan enlaces disponibles, sobre todo de los Evangelios.
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Hch 4, 8-12: No hay salvación en ningún otro
Sal 117, 1 y 8-9. 21-23. 26 y 28-29: La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular
1 Jn 3, 1-2: Veremos a Dios tal cual es
Jn 10, 11-18: El buen pastor da su vida por las ovejas
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
San Juan Pablo II, papa
Regina Caeli (06-05-1979): Nos conoce y da la vida por nosotros
domingo 6 de mayo de 1979La Iglesia dedica el IV domingo de Pascua al Buen Pastor. Esta es una figura muy interesante y querida para la antigua Iglesia de Roma, como consta por tantos testimonios históricos; es una figura rica de significado para cuantos están familiarizados con la Sagrada Escritura.
El Buen Pastor es Jesucristo, Hijo de Dios y de María, nuestro hermano y redentor; aún más, hay que decir que ¡Él es el único, verdadero y eterno Pastor de nuestras almas! Mientras se atribuye este título a Sí mismo, se apresura a justificar el motivo y la validez de esta atribución personal: en efecto, sólo Él conoce a sus ovejas y ellas le conocen (cf. Jn 10, 14); sólo Él da la vida por las ovejas (Jn 10, 11); sólo Él las guía y conduce por caminos seguros; sólo Él las defiende del mal, simbolizado por el lobo rapaz. Pero Cristo, en esta obra admirable, no quiere estar y actuar solo, sino que quiere asociar colaboradores ?hombres elegidos entre los hombres en favor de otros hombres (cf. Heb 5, 1)? a los que llama con "vocación" particular de amor, les concede sus poderes sagrados y los envía como Apóstoles al mundo, para que continúen, siempre y por todas partes, su misión salvífica hasta el fin de los siglos. ¡Cristo, pues, tiene necesidad, quiere tener necesidad de la respuesta, del celo, del amor de los "llamados", para poder todavía conocer, guiar, defender y amar a muchas otras ovejas, inmolando, si es necesario, también la vida por ellas!
Por lo tanto, el IV domingo de Pascua, juntamente con la figura del Buen Pastor, recuerda también a quienes son elegidos y enviados a prolongar, en el tiempo y en el espacio, la misión (obispos y sacerdotes), y remite, además, al problema de las vocaciones eclesiásticas, motivo de tantas esperanzas y preocupaciones de la Iglesia. Teniendo presente que ?como afirma el Concilio? "el deber de promover las vocaciones sacerdotales compete a toda la comunidad cristiana" (Optatam totius, 2), y considerando la urgencia y gravedad de dicho problema, surge espontánea la idea de unir el domingo del Buen Pastor con la necesidad de recurrir a la oración ferviente y confiada al Señor. La oración realmente permite volver a descubrir continuamente las dimensiones del Reino, por cuya venida rezamos cada día, repitiendo las palabras que Cristo nos ha enseñado. Entonces advertimos cuál es nuestro puesto en la realización de esta petición: "Venga tu Reino... "; cuando oramos, entrevemos más fácilmente los "campos que ya están blanquecinos para la siega" (Jn 4, 35) y comprendemos el significado que tienen las palabras que Cristo pronunció al verlos: "Rogad, pues, al Dueño de la mies que envíe obreros a su mies" (Mt 9, 38).
Para la solución efectiva y consoladora del problema de las vocaciones, la comunidad cristiana debe sentirse, pues, comprometida, ante todo, a orar, orar mucho, con confianza y perseverancia, no dejando, además, de promover oportunas iniciativas pastorales, y de ofrecer, de modo especial por medio de las almas "consagradas", el testimonio luminoso de una existencia vivida en fidelidad a la vocación divina. Es preciso hacer dulce violencia al corazón del Señor, que nos hace el honor de llamarnos a colaborar con Él para la afirmación y dilatación de su Reino sobre la tierra, para que "la caridad de Cristo" (2 Cor 5, 14) despierte la llamada divina en el corazón de muchos jóvenes y en otras almas nobles y generosas, empuje a los vacilantes a una decisión, sostenga en la perseverancia a quienes han realizado su opción para servicio de Dios y de los hermanos. Dios conceda a todos comprender completamente que la presencia, la calidad, el número y la fidelidad de las vocaciones constituyen un signo de la presencia viva y operante de la Iglesia en el mundo, y motivo de esperanza para su porvenir.
Finalmente, dirijo una llamada particular y cordial a los jóvenes. Queridísimos, mirad al ideal representado por la figura del Buen Pastor ?ideal de luz, de vida, de amor? y, a la vez, considerad que nuestro tiempo tiene necesidad de recurrir a estos ideales. Si Cristo os mira con predilección, si os elige, si os llama a ser sus colaboradores, no vaciléis un momento en decirle ?como la Virgen Santísima al Ángel? vuestro generoso "Sí". ¡No tendréis pesar de ello; vuestro gozo será auténtico y pleno, y vuestra vida aparecerá rica de frutos y de méritos, porque os convertiréis con Él y por Él en mensajeros de paz, operadores de bien, colaboradores de Dios en la salvación del mundo!
Homilía (06-05-1979): Por qué Cristo es Buen Pastor
domingo 6 de mayo de 1979Queridísimos hermanos y hermanas:
Hoy se celebra, en toda la Iglesia católica, la Jornada de las Vocaciones sacerdotales y religiosas, y yo estoy contento de celebrarla con vosotros, aquí en Roma, en el centro de la cristiandad, y en vuestra parroquia, confiada a los sacerdotes de la congregación de los "Rogacionistas", a quienes saludo cordialmente.
El domingo de hoy está dedicado a esta suprema y esencial necesidad, precisamente porque la liturgia nos presenta la figura de Jesús "Buen Pastor".
Ya el Antiguo Testamento habla comúnmente de Dios como Pastor de Israel, del pueblo de la alianza, elegido por El para realizar el proyecto de salvación. El Salmo 22 es un himno maravilloso al Señor, Pastor de nuestras almas: "El Señor es mi Pastor, nada me falta: en verdes praderas me hace recostar; me conduce hacia fuentes tranquilas y repara mis fuerzas; me guía por el sendero justo... Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque tú vas conmigo..." (Sal 22, 1-3).
Los Profetas Isaías, Jeremías y Ezequiel, vuelven a menudo sobre el tema del pueblo "grey del Señor": "He aquí a vuestro Dios... El apacentará su rebano como pastor, El le reunirá con su brazo..." (Is 40, 11) y sobre todo anuncian al Mesías como Pastor que apacentará verdaderamente a sus ovejas y no las dejará más dispersarse: "Suscitaré para ellas un pastor único, que las apacentará. Mi siervo David, él las apacentará, él será su pastor..." (Ez 34, 23).
En el Evangelio es familiar esta dulce y conmovedora figura del pastor, la cual, aun cuando los tiempos han cambiado a causa de la industrialización y del urbanismo, mantiene siempre su fascinación y eficacia; y todos recordamos la parábola tan conmovedora y sugestiva del Buen Pastor que va en busca de la oveja perdida (cf. Lc 15, 3-7).
Después, en los primeros tiempos de la Iglesia la iconografía cristiana se sirvió grandemente y desarrolló este terna del Buen Pastor, cuya imagen aparece frecuentemente, pintada o esculpida, en las catacumbas, en los sarcófagos, en los baptisterios. Esta iconografía, tan interesante y devota, nos atestigua que, desde los primeros tiempos de la Iglesia, Jesús "Buen Pastor" impresionó y conmovió los ánimos de los creyentes y de los no creyentes, y fue motivo de conversión, de compromiso espiritual y de consuelo. Pues bien, Jesús "Buen Pastor" está vivo y real todavía hoy en medio de nosotros, en medio de toda la humanidad, y quiere hacer sentir a cada uno su voz y su amor.
1. ¿Qué significa ser el Buen Pastor?
Jesús nos lo explica con claridad convincente:
— el pastor conoce a sus ovejas y las ovejas le conocen a él: ¡qué hermoso y consolador es saber que Jesús nos conoce uno por uno, que no somos anónimos para El, que nuestro nombre —el nombre que fue concordado por el amor de los padres y de los amigos— lo conoce El! ¡No somos "masa", "multitud", para Jesús! ¡Somos personas individuales con un valor eterno, tanto como criaturas cuanto como personas redimidas! ¡El nos conoce! ¡El me conoce y me ama y se ha entregado a Sí mismo por mí! (cf. Gál2, 20);
— el pastor apacienta a sus ovejas y las conduce a pastos frescos y abundantes: Jesús ha venido para traer la vida a las almas, y darla en medida sobreabundante. Y la vida de las almas consiste esencialmente en tres realidades supremas: la verdad, la gracia, la gloria. Jesús es la verdad, porque es el Verbo encarnado, es, como decía San Pedro a los jefes del pueblo y a los ancianos, la "piedra angular", la única sobre la que es posible construir el edificio familiar, social, político. "En ningún otro hay salvación, pues ningún otro nombre nos ha sido dado bajo el cielo, entre los hombres, por el cual podamos ser salvos" (Act 4, 11-12). Jesús nos da la "gracia", o sea, la vida divina, por medio del bautismo y de los otros sacramentos. ¡Mediante la "gracia" nos hacemos partícipes de la misma naturaleza trinitaria de Dios! ¡Misterio inmenso, pero de inefable alegría y consuelo!
Finalmente, Jesús nos dará la gloria del paraíso, gloria total y eterna, donde seremos amados y amaremos, ¡partícipes de la misma felicidad de Dios, que es Infinito también en alegría! "Aún no se ha manifestado lo que hemos de ser —comenta San Juan—. Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a El, porque le veremos tal cual es" (1 Jn 3, 2);
— el pastor defiende a sus ovejas; no es como el mercenario que, cuando llega el lobo, huye, porque no le importan nada sus ovejas. Por desgracia sabemos bien que en el mundo siempre hay mercenarios que siembran el odio, la malicia, la duda, la confusión de las ideas y de los sentimientos. En cambio, Jesús, con la luz de su palabra divina y con la fuerza de su presencia sacramental y eclesial, forma nuestra mente, fortalece nuestra voluntad, purifica los sentimientos y así defiende y salva de tantas experiencias dolorosas y dramáticas;
— el pastor, incluso da la vida por las ovejas: ¡Jesús ha realizado el proyecto del amor divino mediante su muerte en cruz! ¡El se ha ofrecido en cruz para redimir al hombre, a cada uno de los hombres, creados por el amor para la eternidad del Amor!;
— finalmente, el pastor siente el deseo de ampliar su grey: Jesús afirma claramente su ansia universal: "Tengo otras ovejas que no son de este aprisco, y es preciso que yo las traiga, y oirán mi voz, y habrá un solo rebaño y un solo pastor" (Jn 10, 16). Jesús quiere que todos los hombres lo conozcan, lo amen, lo sigan.
2. Jesús ha querido en la Iglesia al sacerdote como "Buen Pastor".
La parroquia es la comunidad cristiana, iluminada por el ejemplo del Buen Pastor, en torno al propio párroco y los sacerdotes colaboradores.
En la parroquia el sacerdote continúa la misión y la tarea de Jesús; y por esto debe "apacentar la grey", debe enseñar, instruir, dar la gracia, defender a las almas del error y del mal, consolar, ayudar, convertir, y sobre todo amar.
Por esto, con toda el ansia de mi corazón de Pastor de la Iglesia universal os digo: ¡Amad a vuestros sacerdotes! Estimadlos, escuchadlos, seguidlos! Orad cada día por ellos. ¡No los dejéis solos ni en el altar ni en la vida cotidiana!
Y nunca ceséis de rezar por las vocaciones sacerdotales y por la perseverancia en el compromiso de la consagración al Señor y a las almas. Pero sobre todo cread en vuestras familias una atmósfera adecuada para que nazcan vocaciones. Y vosotros, padres, sed generosos en corresponder a los designios de Dios sobre vuestros hijos.
3. Finalmente, Jesús quiere que cada uno sea "buen pastor".
Cada cristiano, en virtud del bautismo, esta llamado a ser él mismo un "buen pastor" en el ambiente en que vive. Vosotros, padres, debéis ejercitar las funciones del buen pastor hacia vuestros hijos; y también vosotros, hijos, debéis servir de edificación con vuestro amor, vuestra obediencia y sobre todo con vuestra fe animosa y coherente. Incluso las recíprocas relaciones entre los cónyuges deben llevar la impronta del Buen Pastor, para que la vida familiar esté siempre a la altura de sentimientos e ideales queridos por el Creador, por lo cual la familia ha sido definida "Iglesia doméstica". Así también en la escuela, en el trabajo, en los lugares de juego y de tiempo libre, en los hospitales y donde se sufre, trate siempre cada uno de ser "buen pastor" como Jesús. Pero sobre todo sean "buenos pastores" en la sociedad las personas consagradas a Dios: los religiosos, las religiosas, los que pertenecen a los institutos seculares. Hoy y siempre debemos orar por todas las vocaciones religiosas, masculinas y femeninas, para que este testimonio de la vida religiosa sea cada vez más numeroso, más vivo, más intenso y cada vez más eficaz en la Iglesia ¡El mundo tiene necesidad, hoy más que nunca, de testigos convencidos y totalmente consagrados!
Queridísimos fieles, termino recordando la apremiante invocación de Jesús, Buen Pastor: "La mies es mucha, pero los obreros pocos. Rogad, pues, al dueño de la mies que envíe obreros a su mies" (Mt 9, 37; Lc 10, 2).
Quiera el cielo que mi visita pastoral suscite en vuestra parroquia alguna vocación sacerdotal entre vosotros, jóvenes y niños, inocentes y piadosos; alguna vocación religiosa y misionera entre vosotras, niñas y muchachas que os abrís a la vida, llenas de entusiasmo.
¡Encomendemos este deseo a Maria Santísima, Madre de Jesús, Buen Pastor, Madre nuestra e inspiradora de toda vocación sagrada!
Invoquemos también la intercesión del Siervo de Dios, el canónigo Anibale di Francia, fundador de la congregación de los "Rogacionistas" que, con el centro vocacional "Rogate", dedica su actividad principalmente a la promoción de las vocaciones sacerdotales y religiosas.
Regina Caeli (28-04-1985): Camina con nosotros
domingo 28 de abril de 1985"Tengo además otras ovejas... también a éstas las tengo que traer" (Jn 10, 16).
En el centro de la liturgia del tiempo pascual hoy se yergue la figura del Buen Pastor. Cristo que "entrega su vida" en el sacrificio de la cruz y revela en la resurrección su poder de "recuperarla" (Jn 10, 17) es el Buen Pastor de todos los hombres.
La vida nueva revelada en su resurrección es al mismo tiempo "vida para nosotros", don para todos.
En Jesucristo nos nutre el Padre Eterno con esta vida divina. La injerta en nuestras almas. Y de este modo Cristo camina continuamente en la historia del hombre como Buen Pastor.
2. Cristo-Buen Pastor es a la vez una inspiración continua para la Iglesia.
Desde el principio la Iglesia ha sido llamada a compartir con Él —Buen Pastor— la solicitud por la vida de Dios en las almas humanas: por esta vida que es prenda de inmortalidad, prenda de la vida eterna del hombre en Dios.
3. Aquí tiene su principio la vocación cristiana con toda su riqueza y con cada forma concreta a un tiempo. Cristo, Buen Pastor, nos da una motivación peculiar para las vocaciones sacerdotales y religiosas entre el Pueblo de Dios.
Precisamente por referencia a ello, este domingo es la Jornada principal de las vocaciones en toda la Iglesia.
4. En la oración del "Regina coeli" nos dirigimos a la Engendradora de Dios, Madre del Señor resucitado, y le suplicamos fervientemente, como a Madre de la Iglesia, que interceda por la promoción de esta causa importante.
Acerque Ella la figura del Buen Pastor a muchos corazones jóvenes a fin de que quieran seguirle y guiar a otros.
El Buen Pastor en cada generación tiene "otras ovejas" que "debe traer" y en cada generación va en busca de quienes compartan su solicitud evangélica: la solicitud pastoral por las almas de los hombres.
Benedicto XVI, papa
Homilía (03-05-2009): Cultivar la relación con el verdadero Pastor
domingo 3 de mayo de 2009Queridos hermanos y hermanas:
Según una hermosa tradición, el domingo "del Buen Pastor" el Obispo de Roma se reúne con su presbiterio para la ordenación de nuevos sacerdotes de la diócesis. Cada vez es un gran don de Dios; es su gracia. Por tanto, despertemos en nosotros un profundo sentimiento de fe y agradecimiento al vivir esta celebración...
La Palabra de Dios que hemos escuchado nos ofrece abundantes sugerencias para la meditación: consideraré algunas, para que pueda proyectar una luz indeleble sobre el camino de vuestra vida y sobre vuestro ministerio.
"Jesús es la piedra; (...) no se nos ha dado otro nombre que pueda salvarnos" (Hch 4, 11-12). En el pasaje de los Hechos de los Apóstoles —la primera lectura—, impresiona y hace reflexionar esta singular "homonimia" entre Pedro y Jesús: Pedro, que recibió su nuevo nombre de Jesús mismo, afirma que él, Jesús, es "la piedra". En efecto, la única roca verdadera es Jesús. El único nombre que salva es el suyo. El apóstol, y por tanto el sacerdote, recibe su propio "nombre", es decir, su propia identidad, de Cristo. Todo lo que hace, lo hace en su nombre. Su "yo" es totalmente relativo al "yo" de Jesús. En nombre de Cristo, y desde luego no en su propio nombre, el apóstol puede realizar gestos de curación de los hermanos, puede ayudar a los "enfermos" a levantarse y volver a caminar (cf. Hch 4, 10).
En el caso de Pedro, el milagro que acaba de realizar manifiesta esto de modo evidente. Y también la referencia a lo que dice el Salmo es esencial: "La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular" (Sal 117, 22). Jesús fue "desechado", pero el Padre lo prefirió y lo puso como cimiento del templo de la Nueva Alianza. Así, el apóstol, como el sacerdote, experimenta a su vez la cruz, y sólo a través de ella llega a ser verdaderamente útil para la construcción de la Iglesia. Dios quiere construir su Iglesia con personas que, siguiendo a Jesús, ponen toda su confianza en Dios, como dice el mismo Salmo: "Mejor es refugiarse en el Señor que fiarse de los hombres; mejor es refugiarse en el Señor que fiarse de los jefes" (Sal 117, 8-9).
Al discípulo le toca la misma suerte del Maestro, que, en última instancia, es la suerte inscrita en la voluntad misma de Dios Padre. Jesús lo confesó al final de su vida, en la gran oración llamada "sacerdotal": "Padre justo, el mundo no te ha conocido, pero yo te he conocido" (Jn 17, 25). También lo había afirmado antes: "Nadie conoce al Padre sino el Hijo" (Mt 11, 27). Jesús experimentó sobre sí el rechazo de Dios por parte del mundo, la incomprensión, la indiferencia, la desfiguración del rostro de Dios. Y Jesús pasó el "testigo" a los discípulos: "Yo —dice también en su oración al Padre— les he dado a conocer tu nombre y se lo seguiré dando a conocer, para que el amor con que tú me has amado esté en ellos y yo en ellos" (Jn 17, 26).
Por eso el discípulo, y especialmente el apóstol, experimenta la misma alegría de Jesús al conocer el nombre y el rostro del Padre; y comparte también su mismo dolor al ver que Dios no es conocido, que su amor no es correspondido. Por una parte exclamamos con alegría, como san Juan en su primera carta: "Mirad qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos!"; y, por otra, constatamos con amargura: "El mundo no nos conoce porque no lo conoció a él" (1 Jn 3, 1). Es verdad, y nosotros, los sacerdotes, lo experimentamos: el "mundo" —en la acepción que tiene este término en san Juan— no comprende al cristiano, no comprende a los ministros del Evangelio. En parte porque de hecho no conoce a Dios, y en parte porque no quiere conocerlo. El mundo no quiere conocer a Dios, para que no lo perturbe su voluntad, y por eso no quiere escuchar a sus ministros; eso podría ponerlo en crisis.
Aquí es necesario prestar atención a una realidad de hecho: este "mundo", interpretado en sentido evangélico, asecha también a la Iglesia, contagiando a sus miembros e incluso a los ministros ordenados. Bajo la palabra "mundo" san Juan indica y quiere aclarar una mentalidad, una manera de pensar y de vivir que puede contaminar incluso a la Iglesia, y de hecho la contamina; por eso requiere vigilancia y purificación constantes. Hasta que Dios no se manifieste plenamente, sus hijos no serán plenamente "semejantes a él" (1 Jn 3, 2). Estamos "en" el mundo y corremos el riesgo de ser también "del" mundo, mundo en el sentido de esta mentalidad. Y, de hecho, a veces lo somos. Por eso Jesús, al final, no rogó por el mundo —también aquí en ese sentido—, sino por sus discípulos, para que el Padre los protegiera del maligno y fueran libres y diferentes del mundo, aun viviendo en el mundo (cf. Jn 17, 9.15). En aquel momento, al final de la última Cena, Jesús elevó al Padre la oración de consagración por los Apóstoles y por todos los sacerdotes de todos los tiempos, cuando dijo: "Conságralos en la verdad" (Jn 17, 17). Y añadió: "Por ellos me consagro yo, para que ellos también sean consagrados en la verdad" (Jn 17, 19).
Ya comenté estas palabras de Jesús en la homilía de la Misa Crismal, el pasado Jueves santo. Hoy me remito a esa reflexión, haciendo referencia al evangelio del buen pastor, donde Jesús declara: "Yo doy mi vida por las ovejas" (Jn 10, 15.17.18).
Ser sacerdote en la Iglesia significa entrar en esta entrega de Cristo, mediante el sacramento del Orden, y entrar con todo su ser. Jesús dio la vida por todos, pero de modo particular se consagró por aquellos que el Padre le había dado, para que fueran consagrados en la verdad, es decir, en él, y pudieran hablar y actuar en su nombre, representarlo, prolongar sus gestos salvíficos: partir el Pan de la vida y perdonar los pecados. Así, el buen Pastor dio su vida por todas las ovejas, pero la dio y la da de modo especial a aquellas que él mismo, "con afecto de predilección", ha llamado y llama a seguirlo por el camino del servicio pastoral.
Además, Jesús rogó de manera singular por Simón Pedro, y se sacrificó por él, porque un día, a orillas del lago Tiberíades, debía decirle: "Apacienta mis ovejas" (Jn 21, 16-17). De modo análogo, todo sacerdote es destinatario de una oración personal de Cristo, y de su mismo sacrificio, y sólo en cuanto tal está habilitado para colaborar con él en el apacentamiento de la grey, que compete de modo total y exclusivo al Señor.
Aquí quiero tocar un punto que me interesa de manera particular: la oración y su relación con el servicio. Hemos visto que ser ordenado sacerdote significa entrar de modo sacramental y existencial en la oración de Cristo por los "suyos". De ahí deriva para nosotros, los presbíteros, una vocación particular a la oración, en sentido fuertemente cristocéntrico: estamos llamados a "permanecer" en Cristo —como suele repetir el evangelista san Juan (cf. Jn 1, 35-39; 15, 4-10)—, y este permanecer en Cristo se realiza de modo especial en la oración. Nuestro ministerio está totalmente vinculado a este "permanecer" que equivale a orar, y de él deriva su eficacia.
Desde esta perspectiva debemos pensar en las diversas formas de oración de un sacerdote, ante todo en la santa misa diaria. La celebración eucarística es el acto de oración más grande y más elevado, y constituye el centro y la fuente de la que reciben su "savia" también las otras formas: la liturgia de las Horas, la adoración eucarística, la lectio divina, el santo rosario y la meditación. Todas estas formas de oración, que tienen su centro en la Eucaristía, hacen que en la jornada del sacerdote, y en toda su vida, se realicen las palabras de Jesús: "Yo soy el buen pastor; y conozco mis ovejas y las mías me conocen a mí, como me conoce el Padre y yo conozco a mi Padre y doy mi vida por las ovejas" (Jn 10, 14-15).
En efecto, este "conocer" y "ser conocido" en Cristo, y mediante él en la santísima Trinidad, es la realidad más verdadera y más profunda de la oración. El sacerdote que ora mucho, y que ora bien, se va desprendiendo progresivamente de sí mismo y se une cada vez más a Jesús, buen Pastor y Servidor de los hermanos. Al igual que él, también el sacerdote "da su vida" por las ovejas que le han sido encomendadas. Nadie se la quita: él mismo la da, en unión con Cristo Señor, que tiene el poder de dar su vida y el poder de recuperarla no sólo para sí, sino también para sus amigos, unidos a él por el sacramento del Orden. Así, la misma vida de Cristo, Cordero y Pastor, se comunica a toda la grey mediante los ministros consagrados.
Queridos diáconos, que el Espíritu Santo grabe esta divina Palabra, que he comentado brevemente, en vuestro corazón, para que dé frutos abundantes y duraderos. Lo pedimos por intercesión de los apóstoles san Pedro y san Pablo, así como de san Juan María Vianney, el cura de Ars, bajo cuyo patrocinio he puesto el próximo Año sacerdotal. Os lo obtenga la Madre del buen Pastor, María santísima. En todas las circunstancias de vuestra vida contempladla a ella, estrella de vuestro sacerdocio. Como a los sirvientes en las bodas de Caná, también a vosotros María os repite: "Haced lo que él os diga" (Jn 2, 5). Siguiendo el ejemplo de la Virgen, sed siempre hombres de oración y de servicio, para llegar a ser, en el ejercicio fiel de vuestro ministerio, sacerdotes santos según el corazón de Dios.
Homilía (29-04-2012): ¿En qué se reconoce al pastor?
domingo 29 de abril de 2012Venerados hermanos, queridos ordenandos, queridos hermanos y hermanas:
1. La tradición romana de celebrar las ordenaciones sacerdotales en este IV domingo de Pascua, el domingo «del Buen Pastor», contiene una gran riqueza de significado, ligada a la convergencia entre la Palabra de Dios, el rito litúrgico y el tiempo pascual en que se sitúa. En particular, la figura del pastor, tan relevante en la Sagrada Escritura y naturalmente muy importante para la definición del sacerdote, adquiere su plena verdad y claridad en el rostro de Cristo, en la luz del misterio de su muerte y resurrección. De esta riqueza también vosotros, queridos ordenandos, podéis siempre beber, cada día de vuestra vida, y así vuestro sacerdocio se renovará continuamente.
2. Este año el pasaje evangélico es el central del capítulo 10 de san Juan y comienza precisamente con la afirmación de Jesús: «Yo soy el buen pastor», a la que sigue enseguida la primera característica fundamental: «El buen pastor da su vida por las ovejas» (Jn 10, 11). He ahí que se nos conduce inmediatamente al centro, al culmen de la revelación de Dios como pastor de su pueblo; este centro y culmen es Jesús, precisamente Jesús que muere en la cruz y resucita del sepulcro al tercer día, resucita con toda su humanidad, y de este modo nos involucra, a cada hombre, en su paso de la muerte a la vida. Este acontecimiento —la Pascua de Cristo—, en el que se realiza plena y definitivamente la obra pastoral de Dios, es un acontecimiento sacrificial: por ello el Buen Pastor y el Sumo Sacerdote coinciden en la persona de Jesús que ha dado la vida por nosotros.
3. Pero observemos brevemente también las primeras dos lecturas y el salmo responsorial (Sal 118). El pasaje de los Hechos de los Apóstoles (4, 8-12) nos presenta el testimonio de san Pedro ante los jefes del pueblo y los ancianos de Jerusalén, después de la prodigiosa curación del paralítico. Pedro afirma con gran franqueza: «Jesús es la piedra que desechasteis vosotros, los arquitectos, y que se ha convertido en piedra angular»; y añade: «No hay salvación en ningún otro, pues bajo el cielo no se ha dado a los hombres otro nombre por el que debamos salvarnos» (vv. 11-12).
4. El Apóstol interpreta después, a la luz del misterio pascual de Cristo, el Salmo 118, en el que el orante da gracias a Dios que ha respondido a su grito de auxilio y lo ha puesto a salvo. Dice este Salmo: «La piedra que desecharon los arquitectos / es ahora la piedra angular. / Es el Señor quien lo ha hecho, / ha sido un milagro patente» (Sal 118, 22-23). Jesús vivió precisamente esta experiencia de ser desechado por los jefes de su pueblo y rehabilitado por Dios, puesto como fundamento de un nuevo templo, de un nuevo pueblo que alabará al Señor con frutos de justicia (cfr. Mt 21, 42-43). Por lo tanto la primera lectura y el salmo responsorial, que es el mismo Salmo 118, aluden fuertemente al contexto pascual, y con esta imagen de la piedra desechada y restablecida atraen nuestra mirada hacia Jesús muerto y resucitado.
5. La segunda lectura, tomada de la Primera Carta de Juan (3,1-2), nos habla en cambio del fruto de la Pascua de Cristo: el hecho de habernos convertido en hijos de Dios. En las palabras de san Juan se oye de nuevo todo el estupor por este don: no sólo somos llamados hijos de Dios, sino que «lo somos realmente» (v. 1). En efecto, la condición filial del hombre es fruto de la obra salvífica de Jesús: con su encarnación, con su muerte y resurrección, y con el don del Espíritu Santo, él introdujo al hombre en una relación nueva con Dios, su propia relación con el Padre. Por ello Jesús resucitado dice: «Subo al Padre mío y Padre vuestro, al Dios mío y Dios vuestro» (Jn 20, 17). Es una relación ya plenamente real, pero que aún no se ha manifestado plenamente: lo será al final, cuando —si Dios lo quiere— podremos ver su rostro tal cual es (cfr. v. 2).
6. [...] Volvamos al Evangelio, y a la palabra del pastor. «El buen pastor da su vida por la ovejas» (Jn 10, 11). Jesús insiste en esta característica esencial del verdadero pastor que es él mismo: «dar la propia vida». Lo repite tres veces, y al final concluye diciendo: «Por esto me ama el Padre, porque yo entrego mi vida para poder recuperarla. Nadie me la quita, sino que yo la entrego libremente. Tengo poder para entregarla y tengo poder para recuperarla: este mandato he recibido de mi Padre» (Jn 10, 17-18). Este es claramente el rasgo cualificador del pastor tal como Jesús lo interpreta en primera persona, según la voluntad del Padre que lo envió. La figura bíblica del rey-pastor, que comprende principalmente la tarea de regir el pueblo de Dios, de mantenerlo unido y guiarlo, toda esta función real se realiza plenamente en Jesucristo en la dimensión sacrificial, en el ofrecimiento de la vida. En una palabra, se realiza en el misterio de la cruz, esto es, en el acto supremo de humildad y de amor oblativo. Dice el abad Teodoro Studita: «Por medio de la cruz nosotros, ovejas de Cristo, hemos sido reunidos en un único redil y destinados a las eternas moradas» (Discurso sobre la adoración de la cruz: PG 99, 699).
Francisco, papa
Regina Caeli (26-04-2015): Dispone de su vida y la entrega por amor
domingo 26 de abril de 2015Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El cuarto domingo de Pascua —éste—, llamado «domingo del Buen Pastor», cada año nos invita a redescubrir, con estupor siempre nuevo, esta definición que Jesús dio de sí mismo, releyéndola a la luz de su pasión, muerte y resurrección. «El buen Pastor da su vida por las ovejas» (Jn 10, 11): estas palabras se realizaron plenamente cuando Cristo, obedeciendo libremente a la voluntad del Padre, se inmoló en la Cruz. Entonces se vuelve completamente claro qué significa que Él es «el buen Pastor»: da la vida, ofreció su vida en sacrificio por todos nosotros: por ti, por ti, por ti, por mí ¡por todos! ¡Y por ello es el buen Pastor!
Cristo es el Pastor verdadero, que realiza el modelo más alto de amor por el rebaño: Él dispone libremente de su propia vida, nadie se la quita (cf. v. 18), sino que la dona en favor de las ovejas (v. 17). En abierta oposición a los falsos pastores, Jesús se presenta como el verdadero y único Pastor del pueblo: el pastor malo piensa en sí mismo y explota a las ovejas; el buen pastor piensa en las ovejas y se dona a sí mismo. A diferencia del mercenario, Cristo Pastor es un guía atento que participa en la vida de su rebaño, no busca otro interés, no tiene otra ambición que la de guiar, alimentar y proteger a sus ovejas. Y todo esto al precio más alto, el del sacrificio de su propia vida.
En la figura de Jesús, Pastor bueno, contemplamos a la Providencia de Dios, su solicitud paternal por cada uno de nosotros. ¡No nos deja solos! La consecuencia de esta contemplación de Jesús, Pastor verdadero y bueno, es la exclamación de conmovido estupor que encontramos en la segunda Lectura de la liturgia de hoy: «Mirad qué amor nos ha tenido el Padre...» (1 Jn 3, 1). Es verdaderamente un amor sorprendente y misterioso, porque donándonos a Jesús como Pastor que da la vida por nosotros, el Padre nos ha dado lo más grande y precioso que nos podía donar. Es el amor más alto y más puro, porque no está motivado por ninguna necesidad, no está condicionado por ningún cálculo, no está atraído por ningún interesado deseo de intercambio. Ante este amor de Dios, experimentamos una alegría inmensa y nos abrimos al reconocimiento por lo que hemos recibido gratuitamente.
Pero contemplar y agradecer no basta. También hay que seguir al buen Pastor. En particular, cuantos tienen la misión de guía en la Iglesia —sacerdotes, obispos, Papas— están llamados a asumir no la mentalidad del mánager sino la del siervo, a imitación de Jesús que, despojándose de sí mismo, nos ha salvado con su misericordia. A este estilo de vida pastoral, de buen Pastor, están llamados también los nuevos sacerdotes de la diócesis de Roma, que he tenido la alegría de ordenar esta mañana en la Basílica de San Pedro.
Y dos de ellos se van a asomar para agradecer vuestras oraciones y para saludaros...
[dos sacerdotes recién ordenados se asoman junto al Santo Padre]
Que María Santísima obtenga para mí, para los obispos y para los sacerdotes de todo el mundo la gracia de servir al pueblo santo de Dios mediante la alegre predicación del Evangelio, la sentida celebración de los Sacramentos y la paciente y mansa guía pastoral.
Congregación para el Clero
Homilía
Hoy celebramos el cuarto Domingo de Pascua, conocido como el «Domingo del Buen Pastor». En la liturgia, el Señor Resucitado se nos presenta como el Pastor de nuestras almas, como Aquel «que da la vida por las ovejas» (Jn 10,11). Mirando a Cristo Buen Pastor, somos llamados sobre todo a rezar por aquellos a quienes Él ha puesto como pastores en su Iglesia, así como por los jóvenes que llama a esta misión.
En las Lecturas aparece varias veces el verbo «conocer». Cuando la Sagrada Escritura habla del «conocimiento», especialmente del conocimiento entre las personas, quiere decir algo más profundo del significado que nuestra cultura suele atribuirle a ese vocablo.
El «conocimiento» bíblico no se refiere solamente al aprehender informaciones, externas o marginales, acerca de la realidad o de la persona conocida; ese conocimiento se da más bien como íntima comunión y recíproca posesión, de tal manera que abarca enteramente la inteligencia, la libertad y la voluntad.
En el pasaje del Evangelio que hemos escuchado, el Señor afirmaba: «Yo [...] conozco a mis ovejas y mis ovejas me conocen a mí» (Jn 10,14) y, en la segunda Lectura, san Juan dice: «El mundo no nos conoce, porque no lo ha conocido a Él» (1Jn 3,1).
Se habla de dos tipos diferentes de conocimiento. Hay un conocimiento que es dado y hay otro que no es posible –y que, por tanto, es inútil buscar y perseguir directamente. Miremos ante todo al primero.
El conocimiento que nos es dado –dado porque, por la gracia, somos cristianos- es el recíproco conocimiento con Cristo. Se nos ha dado con Él la íntima comunión y la recíproca posesión, por las cuales el apóstol Juan llega a exclamar: «Mirad qué amor que nos ha dado el Padre: que nos llamemos hijos de Dios y ¡lo seamos realmente!» (1 Jn 3,1). El conocimiento de Cristo no se reduce al simple conocimiento de lo que el Evangelio nos cuenta acerca de Él, de las verdades que la Iglesia enseña –que no sólo son necesarias, sino urgentes, sobre todo en esta época tan fuertemente marcada por el analfabetismo religioso– (cf. Benedicto XVI, Homilía Misa Crismal 2012).
El conocimiento que nos es dado de Cristo es la íntima comunión en su misma Vida, comunión que nos transforma y eleva a la realidad de hijos de Dios, por obra del Espíritu Santo recibido en el Bautismo. Por esto, somos llamados hijos de Dios «¡y lo somos realmente!». Este conocimiento, además, aun comprometiendo a toda nuestra persona, no depende de nosotros, sino que llega como «don»: hunde sus raíces en la soberana iniciativa de Dios, que asume la carne y la sangre en Jesucristo, el único Buen Pastor que ofrece la propia vida por las ovejas, por nosotros (cfr. Jn 10,17-18).
Cristo ofrece la propia vida y la vuelve a tomar. ¿Qué significa que «vuelve a tomar» la vida?
Hay un primer significado: Él, ofreciéndose voluntariamente a la muerte de Cruz por nosotros, resucita de entre los muertos y vive para siempre. Pero podemos extraer algo más. Cristo, resucitando, retoma la vida que nos ha dado en la Cruz, atrayéndonos así hacia el Cielo, en su relación de amor con el Padre. Llegamos a ser hijos y partícipes de su mismo Amor, por el Padre y por los hombres.
Esto sucede de manera del todo especial en aquellos que son llamados al sacerdocio: quien recibe el don de la Vocación, es «retomado», atraído a la vida de Cristo y hecho partícipe de su misma obra salvífica. Quien es sacerdote, hasta tal punto es objeto de amor y de misericordia, que puede hacer presente, a través de su propia persona, al mismo Jesús Buen Pastor.
En cuanto al segundo conocimiento, el del mundo, san Juan dice que este no se nos da: «el mundo no nos conoce». Quienes han encontrado a Cristo y poseen el conocimiento de Él, deben saber que este tesoro es radicalmente incompatible con el «reconocimiento» mundano. El Señor mismo nos lo ha enseñado. No podemos servir a dos señores (cfr. Lc 16,13). El único modo para hacer que el mundo nos conozca y nos reconozca es llevarlo al conocimiento de Cristo y abrirlo así a Dios.
Pidámosle a la Santísima Virgen, Puerta del Cielo y Reina de los Apóstoles, que nos dejemos determinar por completo, como Ella, por el verdadero conocimiento de Cristo, el único que puede llevarnos a las praderas celestiales. Amén.
Raniero Cantalamessa
Homilía (07-05-2006): Yo soy el Buen Pastor
domingo 7 de mayo de 2006Se llama al IV domingo del tiempo pascual «domingo del Buen Pastor». Para comprender la importancia que tiene en la Biblia el tema del pastor hay que remontarse a la historia. Los beduinos del desierto nos brindan hoy una idea de la que fue, en un tiempo, la vida de las tribus de Israel. En esta sociedad la relación entre pastor y rebaño no es sólo de tipo económico, basada en el interés. Se desarrolla una relación casi personal entre el pastor y el rebaño. Pasan días y días juntos en lugares solitarios, sin nadie más alrededor. El pastor acaba conociendo todo de cada oveja; la oveja reconoce y distingue entre todas la voz del pastor, quien frecuentemente habla con las ovejas.
Esto explica por qué Dios se ha servido de este símbolo para expresar su relación con la humanidad. Uno de los salmos más bellos del salterio describe la seguridad del creyente de tener a Dios como pastor: «El Señor es mi pastor, nada me falta...»
Posteriormente se da el título de pastor, por extensión, también a quienes hacen las veces de Dios en la tierra: los reyes, los sacerdotes, los jefes en general. Pero en este caso el símbolo se divide: ya no evoca sólo imágenes de protección, de seguridad, sino también las de explotación y opresión. Junto a la imagen del buen pastor hace su aparición la del mal pastor, la del mercenario. En el profeta Ezequiel encontramos una terrible acusación contra los malos pastores que se apacientan sólo a sí mismos, y a continuación la promesa de Dios de ocuparse Él mismo de su rebaño (Ez 34, 1 ss.).
Jesús en el Evangelio retoma este esquema del buen y mal pastor, pero con una novedad: «¡Yo --dice-- soy el Buen Pastor!». La promesa de Dios se ha hecho realidad, superando cualquier expectativa. Cristo hace lo que ningún pastor, por bueno que fuera, estaría dispuesto a hacer: «Yo doy mi vida por las ovejas».
El hombre de hoy rechaza con desdén el papel de oveja y la idea de rebaño, pero no se percata de que está completamente dentro. Uno de los fenómenos más evidentes de nuestra sociedad es la masificación. Nos dejamos guiar de manera supina por todo tipo de manipulación y de persuasión oculta. Otros crean modelos de bienestar y de comportamiento, ideales y objetivos de progreso, y nosotros los seguimos; vamos detrás, temerosos de perder el paso, condicionados y secuestrados por la publicidad. Comemos lo que nos dicen, vestimos como nos enseñan, hablamos como oímos hablar, por eslogan. El criterio por el que la mayoría se deja guiar en la propias opciones es el «Così fan tutti» («Todos son así». Ndr) de mozartiana memoria.
Mirad cómo se desarrolla la vida de la multitud en una gran ciudad moderna: es la triste imagen de un rebaño que sale junto, se agita y se amontona a hora fija en los vagones del tren y del metro y después, por la tarde, regresa junto al redil, vacío de sí y de libertad. Sonreímos divertidos cuando vemos una filmación a cámara rápida con las personas que se mueven a saltos, velozmente, como marionetas, pero es la imagen que tendríamos de nosotros mismos si nos miráramos con ojos menos superficiales.
El Buen Pastor que es Cristo nos propone hacer con Él una experiencia de liberación. Pertenecer a su rebaño no es caer en la masificación, sino ser preservados de ella. «Donde está el Espíritu del Señor, allí está la libertad» (2 Corintios 3, 17), dice San Pablo. Allí surge la persona con su irrepetible riqueza y con su verdadero destino. Surge el hijo de Dios aún escondido, del que habla la segunda carta de este domingo: «Queridos, ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos».
Julio Alonso Ampuero
Meditaciones Bíblicas sobre el Año Litúrgico
Amor que da la vida
«El Buen Pastor da la vida por las ovejas». Da la vida. No sólo la dio. La da continuamente. Jesús Resucitado permanece eternamente en la actitud que le llevó a la muerte. Ahora ya no muere. No puede morir. Pero el amor que le llevó a dar la vida es el mismo. Y eso continuamente. Instante tras instante Cristo es el Buen Pastor que da la vida por sus ovejas, que da su vida por mí. Su amor «hasta el extremo», el que le llevó hasta la cruz, ha quedado eternizado mediante la resurrección. Su vida de resucitado es un acto continuo, perfecto y eficaz de amor a su Padre y de amor a los hombres, a cada uno de todos los hombres. Él mismo es el Amor que da la vida.
«Por su nombre se presenta éste sano ante vosotros». Su entrega es eficaz. Su amor es capaz de transformar. Al morir por nosotros nos sana. Al entregar su vida engendra vida. Es el nombre de Jesucristo nazareno el único capaz de salvar totalmente, definitivamente. La acción del Buen Pastor una vez resucitado se caracteriza por la fuerza, por la energía salvadora. La Resurrección pone de relieve que el amor del Buen Pastor no era inútil o estéril, sino muy eficaz. Las conversiones y sanaciones realizadas por medio de los Apóstoles lo atestiguan.
«¡Somos hijos de Dios!» También en esto se manifiesta la fuerza de la Resurrección. En su victoria, Cristo nos arrastra a vivir su misma vida de Hijo, su misma relación con el Padre. Somos hijos en el Hijo. En Cristo somos hijos de Dios. En la Vigilia Pascual hemos renovado las promesas de nuestro bautismo y el mejor fruto de la Pascua es un acrecentamiento de la vivencia de nuestro ser hijos de Dios.
Confianza plena.
Jn 10,11-18
A la luz de la Pascua, el evangelio de hoy nos invita a contemplar al Resucitado como Buen Pastor. Cristo Resucitado continúa presente en su Iglesia, camina con nosotros. Conduce a su Pueblo: «Yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo» (Mt 28,20). Y como Buen Pastor es el Señor de la historia, que domina y dirige todos los acontecimientos: «Se me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra» (Mt 28,18). Nuestra reacción no puede ser otra que la confianza plena: «El Señor es mi pastor, nada me falta... Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque tú vas conmigo» (Sal 23).
Y es el Buen Pastor que da la vida por las ovejas. La resurrección nos grita el valor y la eficacia de la sangre de Cristo que nos ha redimido. Nosotros somos fruto de la entrega de Cristo. A diferencia del asalariado, a Cristo le importan las ovejas, porque son suyas; por eso da la vida por ellas. Y ahora, ya resucitado y glorioso, sin derramamiento de sangre, Cristo vive en la misma actitud de entrega. Ahora le importamos todavía más, porque nos ha comprado con su sangre (Ap 5,9).
Más aún, Cristo Buen Pastor no sólo da la vida por nosotros, sino que nos enseña y nos impulsa también a nosotros a dar la vida. La resurrección nos habla con fuerza de que la vida se nos ha concedido para darla, de que vale la pena gastar la vida para que los demás tengan vida eterna, de que el que pierde su vida ese es el que de verdad la gana. Dando la vida colaboramos a que las ovejas que son de Cristo pero no están en su redil escuchen su voz de Buen Pastor, entren en su redil, se sientan amados por Él y experimenten que Él repara sus fuerzas y sacia su sed.
Manuel Garrido Bonaño
Año Litúrgico Patrístico
Cristo, el Buen Pastor, es el centro vital que debe polarizar las vivencias de todas las almas integradas en su Iglesia. Signos visibles de Cristo, Príncipe de pastores (1 Pe 5,4) son nuestros pastores, puestos por Dios para regir nuestras almas en su Iglesia hasta que vuelva.
–Hechos 4,8-12: Ningún otro puede salvar. Pedro, el Primer Pastor-Vicario de Cristo en su Iglesia, inicia su misión de proclamar ante el mundo que sólo en Cristo, Buen Pastor, es posible nuestra salvación. Cristo es la piedra angular. En Él nos apoyamos y nos sostenemos todos. Es el gran fundamento de nuestra fe, de toda nuestra vida cristiana.
–Decimos con el Salmo 117: «Dad gracias al Señor, porque es bueno, porque es eterna su misericordia. Mejor es refugiarse en el Señor que fiarse de los hombres; mejor es refugiarse en el Señor, que fiarse de los jefes».
–1 Juan 3,1-2: Veremos a Dios tal cual es. Toda la autoridad redentora de Cristo y de sus Vicarios o Pastores en la Iglesia, se cifra en hacer visible la amorosa paternidad de Dios sobre nosotros sus hijos. Comenta San Agustín:
«¿Qué mayor gracia pudo hacernos Dios? Teniendo un Hijo único lo hizo Hijo del Hombre, para que el hijo del hombre se hiciera hijo de Dios. Busca dónde está tu mérito; busca de dónde procede, busca cuál es tu justicia; y verás que no puedes encontrar otra cosa que no sea pura gracia de Dios» (Sermón 185).
También San Ambrosio lo dice:
«El que tiene el Espíritu de Dios se convierte en hijo de Dios. Hasta tal punto es hijo de Dios que no recibe un espíritu de servidumbre, sino el espíritu de los hijos, de modo que el Espíritu Santo testimonia a nuestro espíritu que nosotros somos hijos de Dios» (Carta 35,4).
–Juan 10,11-18: El Buen Pastor da la vida por sus ovejas. La garantía de nuestra salvación está en el Corazón de Cristo Jesús que, como Buen Pastor, dio su vida por sus ovejas. Nos amó y se entregó por nosotros (Ef 2,4).
«Escuchadle deciros tan encarecidamente: «Yo soy el Buen Pastor, todos los demás, todos los pastores buenos, son miembros míos», porque no hay sino una sola Cabeza y un solo Cuerpo: un solo Cristo. Sólo hay, por tanto ,un Cuerpo, un rebaño único, formado por el Pastor de los pastores, bajo el cayado del Pastor supremo. ¿No es esto lo que dice el Apóstol? «Porque lo mismo que, siendo uno mismo el cuerpo, tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, con ser muchos, son un cuerpo único, así también Cristo» (1 Cor 12,12). Luego, si también Cristo es así y si tiene incorporados a Él todos los pastores buenos, con razón no habla sino de uno solo al decir: «Yo soy el Buen Pastor, Yo el único; todos los demás forman conmigo una sola unidad. Quien apacienta fuera de Mí, apacienta contra Mí; quien conmigo no recoge, desparrama»» (Sermón 138,5).
Y San Gregorio de Nisa dice al Buen Pastor:
«¿Dónde pastoreas, Pastor Bueno, Tú que cargas sobre tus hombros a toda la grey? Muéstrame el lugar de tu reposo, guíame hasta el pasto nutritivo, llámame por mi nombre, para que yo escuche tu voz y tu voz me dé la vida eterna» (Homilía 2 sobre el Cantar).