Domingo XXXIII Tiempo Ordinario (C) – Homilías
/ 17 noviembre, 2013 / Tiempo OrdinarioLecturas
Aparte de las homilías, podrá ver comentarios de los padres de la Iglesia desglosados por versículos de aquellos textos que tengan enlaces disponibles.
Mal 3, 19-20a: Os iluminará un sol de justicia
Sal 97, 5-6. 7-9a. 9bc: El Señor llega para regir los pueblos con rectitud
2 Tes 3, 7-12: El que no trabaja, que no coma
Lc 21, 5-19: Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
Homilía(15-11-1998): Sentido de la perseverancia cristiana
Visita a la parroquia romana de San Mateo apóstol
Sunday 15 de November de 1998
1. «Velad y estad preparados, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor» (cf. Mt 24, 42 y 44).
Estas palabras tomadas del Aleluya nos ayudan a comprende mejor el significado del tiempo litúrgico que estamos viviendo. Ya se acerca la conclusión del año litúrgico, y la Iglesia nos invita a considerar los acontecimientos últimos de la vida y de la historia.
Las lecturas bíblicas, que acabamos de escuchar, presentan la espera del regreso de Cristo con las emotivas palabras del profeta Malaquías, que describe el «día del Señor» (Ml 3, 1) como una intervención imprevista y decisiva de Dios en la historia. El Señor vencerá definitivamente el mal y restablecerá la justicia, castigando a los malos y trayendo el premio para los buenos.
Desde la perspectiva final del mundo, es muy apremiante la invitación a velar y estar preparados, proclamada en el Aleluya. El cristiano está llamado a vivir con la perspectiva del encuentro con Cristo, siempre consciente de que debe contribuir todos los días, con su esfuerzo personal, a la instauración gradual del reino de Dios.
2. «El que no trabaja, que no coma» (2 Ts 3, 10).
Esta invitación del apóstol Pablo a la comunidad de Tesalónica pone de manifiesto que la espera del «día del Señor» y la intervención final de Dios no significan para el cristiano una fuga del mundo o una actitud pasiva frente a los problemas diarios.
Por el contrario, la palabra revelada funda la certeza de que las vicisitudes humanas, aunque estén sometidas a presiones y a desórdenes a veces trágicos, permanecen firmemente en las manos de Dios.
De este modo, la espera del «día del Señor» impulsa a los creyentes a trabajar con mayor ahínco por el progreso integral de la humanidad. Al mismo tiempo, les inspira una actitud de prudente vigilancia y sano realismo, viviendo, día tras día, con la esperanza del encuentro definitivo con el Señor.
[...]
5. «Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas» (Lc 21, 19).
Éstas son las palabras finales del pasaje evangélico de hoy. Encuadran la perspectiva del fin del mundo y del juicio final en un marco de espera confiada y de esperanza cristiana. Los discípulos de Cristo saben, por la fe, que el mundo y la historia provienen de Dios y a Dios están destinados. En esta convicción se funda la perseverancia cristiana, que impulsa a los creyentes a afrontar con optimismo las inevitables pruebas y dificultades de la vida diaria.
Con la mirada dirigida a esa meta definitiva, hagamos nuestras las palabras del Salmo responsorial: «¡Ven, Señor, a juzgar el mundo!». Sí, ¡ven, Señor Jesús, a instaurar en el mundo el Reino! El Reino de tu Padre y nuestro Padre; el Reino de vida y de salvación; el Reino de justicia, de amor y de paz. Amén.
Homilía(18-11-2001): Sólo Dios gobierna
Visita pastoral a la parroquia romana de San Alejo
Sunday 18 de November de 2001
1. "Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas" (Lc 21, 19). Estas palabras, que acaban de resonar en nuestra asamblea, ponen de relieve el mensaje espiritual de este XXXIII domingo del tiempo ordinario. Al acercarnos a la conclusión del año litúrgico, la palabra de Dios nos invita a reconocer que las realidades últimas están gobernadas y dirigidas por la Providencia divina.
En la primera lectura el profeta Malaquías describe el día del Señor (cf. Ml 3, 19) como una intervención decisiva de Dios, destinada a derrotar el mal y restablecer la justicia, a castigar a los malvados y premiar a los justos. Aún más claramente las palabras de Jesús, referidas por san Lucas, eliminan de nuestro corazón toda forma de miedo y angustia, abriéndonos a la consoladora certeza de que la vida y la historia de los hombres, a pesar de sucesos a menudo dramáticos, siguen firmemente en las manos de Dios. A quien pone su confianza en él, el Señor le promete la salvación: "Ni un cabello de vuestra cabeza perecerá" (Lc 21, 18).
2. "El que no trabaja, que no coma" (2 Ts 3, 10). En la segunda lectura, san Pablo subraya que los creyentes deben comprometerse seriamente para preparar la llegada del reino de Dios y, ante una interpretación errónea del mensaje evangélico, recuerda con vigor este aspecto concreto. Con una expresión muy eficaz, el Apóstol reprocha el comportamiento de los que se tomaban una actitud de indiferencia y evasión, en lugar de vivir y testimoniar con empeño el Evangelio, considerando falsamente que estaba ya muy próximo el día del Señor.
¡Quien cree no debe comportarse así! Al contrario, debe trabajar de modo serio y perseverante, esperando con fe el encuentro definitivo con el Señor. Este es el estilo propio de los discípulos de Jesús, que el Aleluya pone muy bien de relieve: "Estad en vela, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor" (cf. Mt 24, 42. 44).
[...]
4. A la vez que damos gracias al Señor por este templo y los locales anexos, os exhorto, queridos hermanos y hermanas, a seguir construyendo juntos vuestra comunidad eclesial, constituida por piedras vivas que se apoyan en Cristo, piedra fundamental...
5. Preguntaos a diario: Señor, ¿qué quieres que haga? ¿Cuál es tu voluntad con respecto a nosotros como familia, como padres, como hijos? ¿Qué esperas de mí, como joven que se abre a la vida y quiere vivir contigo y para ti? Sólo respondiendo a estas preguntas personales y comprometedoras podréis realizar plenamente la voluntad de Dios, y ser luz y sal que ilumina y da sabor a nuestra amada ciudad.
Jesús nos exhorta a estar en vela y preparados (cf. Aleluya). Nos invita a la conversión y a la vigilancia continua. ¡Que vuestra vida se inspire siempre en esta exhortación! Cuando el camino resulta duro y fatigoso, cuando parece que prevalecen el miedo y la angustia, entonces, de modo particular, la palabra de Dios debe ser nuestra luz y nuestro sólido consuelo. De esta manera se consolida la fe, se mantiene viva la esperanza y se intensifica el ardor del amor divino.
¡Que María sea vuestro apoyo y vuestra guía! Ella, la Virgen fiel, es quien puede enseñarnos a estar "siempre alegres en el servicio del Señor", como hemos orado al inicio de esta eucaristía, obteniéndonos la fuerza para "perseverar en la entrega a Dios", fuente de todo bien. Así podremos conseguir una "felicidad plena y duradera". Así sea.
Julio Alonso Ampuero
Meditaciones Bíblicas sobre el Año Litúrgico
Fundación Gratis Date, Pamplona, 2004
«No quedará piedra sobre piedra». Continuando con la mirada puesta en las cosas últimas y definitivas, la Palabra de Dios quiere liberarnos de falsas ilusiones y espejismos. Lo mismo que aquellos judíos deslumbrados por la belleza exterior del templo, también nosotros nos deslumbramos por cosas que son pura apariencia, que son efímeras y pasajeras. Frente a tanta falsedad que nos acecha en el mundo en que vivimos, frente a tantas ofertas vanas e inconsistentes, sólo la Palabra de Dios es la verdad, sólo ella «permanece para siempre» (Is 40,8).
«Cuidado con que nadie os engañe». Son muchas veces las que el Nuevo Testamento nos advierte que surgirán falsos maestros y profetas (1 Tim 1,3-7; 6,3-5; 2 Tim 4,3-4; 2 Pe 2,1-3...) y que hemos de estar atentos para no dejarnos embaucar. En estos tiempos de confusión es necesaria más que nunca una fe firme y vigilante, una fe consciente y bien formada que sea capaz de discernir para detectar y denunciar estos falsos mesías: muchos vendrán usando mi nombre, diciendo: «Yo soy». Al final se pondrá de manifiesto su falsedad, pues desaparecerán como la paja, «no quedará en ellos ni rama ni raíz (primera lectura). Pero mientras tanto pueden causar estragos.
«Todos os odiarán por causa de mi nombre». La persecución no debe sorprender al cristiano. Está más que avisada por Cristo. Más aún, está asegurada al que le es fiel a Él y a su evangelio. Por lo demás, nada más falso que concebir la vida en este mundo como un remanso de paz. La vida nos ha sido dada para combatir, para luchar por Cristo y por los hermanos. El que renuncia a luchar ya está derrotado. La seguridad nos viene de la protección fiel de Cristo, que ha luchado y sufrido antes que nosotros y más que nosotros.
Manuel Garrido Bonaño
Año Litúrgico Patrístico: Falsos profetas
Semana XXVII-XXXIV del Tiempo Ordinario. , Vol. 7, Fundación Gratis Date, Pamplona, 2001
Los temas escatológicos están tratados en la primera y segunda lectura. San Pablo exhorta a que las especulaciones sobre el fin del mundo no alejen a los cristianos de sus propios deberes cotidianos. El presente Domingo constituye un pregón litúrgico de la segunda venida del Señor al final de los tiempos, en su gloriosa condición de Juez de vivos y muertos.
Malaquías 4,1-2: Os iluminará un Sol de justicia. Toda la revelación divina nos anuncia el «Día del Señor». Como el día del juicio definitivo e irresistible: «Venid, benditos de mi Padre... Apartaos, malditos»... Esta perspectiva escatológica solo se entiende y acepta por la fe. El «Día del Señor» es seguro, no solo como algo final, sino como una intervención constante que anuncia y prepara el Juicio último. Hay que esperarlo con fe, trabajando honradamente, en intensa oración, y cumpliendo nuestros propios deberes.
Esa fe en la segunda venida la alumbra a diario nuestro Señor Jesucristo, el «Sol de Justicia» o «Luz de lo alto», que ya hizo su primera venida. El Reino de Dios comienza con la presencia de Cristo, con su predicación, que lo anuncia, con su resurrección y con el envío del Espíritu Santo. Este Reino es salvación para todos los que lo acogen con fe y con amor.
Por eso decimos con el Salmo 97: «El Señor llega para regir la tierra con justicia». Nos alegramos por ello. Tocamos instrumentos músicos y aclamamos al Rey y Señor. En Él tenemos toda nuestra confianza. Todo lo esperamos de Él.
2 Tesalonicenses 3,7-12: El que no trabaja que no coma. La esperanza del «Día del Señor» no aliena al cristiano auténtico en su quehacer cotidiano en el tiempo, antes bien, le exige la santificación de sus trabajos en cada momento. El cristiano no huye del mundo. No desprecia el mundo, sino que lo ama, como cosa querida por Dios, pero tiene una reserva crítica porque el mal ha contaminado el mundo. De tal modo usemos las cosas temporales que no perdamos las eternas. Todo ha sido hecho para nosotros, pero nosotros somos de Cristo y Cristo de Dios. No quedemos, pues, cautivados por los bienes efímeros del mundo presente.
Lucas 21,5-19: Con vuestra paciencia salvaréis vuestras almas. Ante la incertidumbre sobre el momento en que se verificará nuestro encuentro final con Cristo, solo la vigilante perseverancia es garantía de salvación. Comenta San Agustín:
«Ésta es la fe cristiana, católica y apostólica. Dad fe a Cristo, que dice: no perecerá ni uno solo de vuestros cabellos (Lc 21,18), y, una vez eliminada la incredulidad, considerad cuánto valéis. ¿Quién de nosotros puede ser despreciado por nuestro Redentor, si ni siquiera un solo cabello lo será? O ¿cómo vamos a dudar de que ha de dar la vida entera a nuestra carne y a nuestra alma, Aquel que por nosotros recibió alma y carne para morir, la entregó al momento de la muerte, y la volvió a recobrar para que desapareciese el temor a morir?» (Sermón 214,12).
No seamos irresponsables ante la salvación de los demás, ni inconscientes de nuestra vocación de santidad en el tiempo. Recordemos siempre que se nos ha de juzgar al final por el bien que pudimos hacer e hicimos o por el bien que pudimos hacer y omitimos.
Adrien Nocent
El Año Litúrgico: Celebrar a Jesucristo: El Día del Señor
Tiempo Ordinario (Semanas XXII a XXXIV). , Vol. 7, Sal Terrae, Santander, 1982
p. 106s
-Perseverar en el sufrimiento para obtener la vida; el Día del Señor (Lc 21, 5-19)
El capítulo 13 de san Marcos refiere también este relato pero de una manera bastante diferente. Jesús sale del Templo, y uno de sus discípulos le llama la atención sobre el esplendor del edificio reconstruido por Herodes. Es entonces cuando Jesús predice que de esa construcción que desafía a los siglos no quedará piedra sobre piedra. Un grupo de cuatro discípulos sube con él al Monte de los Olivos y Jesús tiene allí un discurso reservado para ellos.
En san Lucas, Jesús se encuentra en el templo, y es todo el pueblo el que escucha sus reflexiones. En los otros dos evangelistas, la destrucción del templo desemboca en el fin del mundo. La pregunta sobre el momento y las señales precursoras se centra en la ruina del templo solamente. Sin embargo, tanto en Lucas como en Marcos, el discurso de Jesús no se limitará a la destrucción del templo, sino que se extenderá hasta la catástrofe final del mundo y hasta la venida gloriosa del Hijo del hombre. Quizá san Lucas ha querido disociar claramente la ruina del templo, en el año 70, y los acontecimientos predichos del fin del mundo y de la venida del Hijo del hombre, no siendo la destrucción del templo una señal del fin de los tiempos.
Jesús anuncia primeramente los acontecimientos venideros; después, da consejos sobre la manera de abordarlos. Hay que tener cuidado de dos cosas: No confiar en quienes pudieran presentarse en nombre de Cristo diciendo: "Yo soy; el momento está cerca". Y tampoco las guerras y las revoluciones serán señal de los tiempos, ni tienen conexión con lo que ocurrirá al fin de los tiempos. En san Marcos, estos acontecimientos son considerados como el principio de las tribulaciones que habrán de venir.
Cristo describe entonces las catástrofes cósmicas: luchas entre pueblos, terremotos, espantos y grandes signos en el cielo. Poco importa, por otra parte, la descripción de estos acontecimientos. Pero en el momento de su desencadenamiento, el cristiano podrá darse cuenta de que su redención está cerca.
Lo que ante todo es importante son las persecuciones a las que estarán expuestos los cristianos. San Lucas quiere instruir a su comunidad, que vive entre el momento de su liberación por el bautismo, y el momento de la vuelta de Cristo. Durante este tiempo debe anunciarse el evangelio. Y eso provocará la persecución. Los discípulos no deberán temer nada; el propio Jesús les dará palabras y sabiduría contra las que nada podrán los adversarios. Pero la situación será muy dura, porque habrá traiciones por todas partes, hasta entre los miembros de la propia familia, y los cristianos serán odiados por causa del nombre de Jesús. Pero hasta los cabellos de la cabeza están contados y ningún mal podrá acontecer. El que persevere, se salvará.
Con esto, Jesús exhorta a sus discípulos y a todos los que le escuchan a la perseverancia. Para san Lucas, las persecuciones no son signos del fin del mundo; forman parte de la condición del cristiano que ofrece testimonio en medio de un mundo perverso. Para él, la paciencia, la perseverancia, son cualidades que debe cultivar cada cristiano en la comunidad. La actitud cristiana consiste en la fe firme en la acogida de la palabra del Señor y su puesta en práctica a través de todas las persecuciones.
-El Día del Señor, horno para los malvados, Sol de justicia para los buenos (Mal 3, 19-20)
Este texto se sitúa en una época de grave desaliento para Israel. Los exiliados han vuelto después de 50 años; el templo se ha reconstruido. Sin embargo, hay desilusión: Los que vuelven no han sido precisamente bien acogidos; sus bienes habían sido repartidos y ellos se ven solos, pobres, desatendidos; la ciudad, mal fortificada, es a menudo objeto de incursiones; todo ello tiene graves repercusiones en la vida religiosa. La gente está decepcionada y ya no se cree gran cosa; la fidelidad a la Alianza está claramente amenazada. En unos versículos antes del pasaje hoy proclamado aparece expresada la desilusión. "Cosa vana es servir a Dios" ( Mal 3, 14).
Es entonces cuando Malaquías se esfuerza por despertar al pueblo, y le anuncia que llega el día del Señor. En primer lugar, se habla de la irrupción de la cólera de Dios contra los impíos y perversos. Son como paja que arderá, "y no quedará de ellos ni rama ni raíz". Paja, árbol, son comparaciones ya utilizadas por otros profetas, por ejemplo, Nahúm (l, 10), Am6s (2, 9), o Isaías (5, 24). El fuego indica la cólera represiva del Señor. En el Deuteronomio, el Señor declara que el fuego de su cólera está encendido (Dt 32, 22). En Job, leemos: "Suelta Dios contra el (contra el impío) el fuego de su cólera" (Job 20, 23). El tema del fuego como venganza divina, se encuentra varias veces en Jeremías: "... no sea que brote como fuego mi saña" (Jer 4, 4); "porque un fuego ha saltado en mi ira que sobre vosotros estará encendido" (Jer 15, 14; 17, 4); "so pena de que brote como fuego mi cólera" (Jer 21, 12). Ezequiel emplea la misma imagen: "Soplaré contra ti el fuego de mi furor" (Ez 21, 36); "en el fuego de mi furor los he exterminado" (Ez 22, 31).
La imagen del árbol es también conocida de otros autores. En Job, la iniquidad es desgarrada como un árbol (Job 24, 20). En Jeremías, la cólera de Dios se vuelca sobre los árboles (Jer 7, 20). En el evangelio de san Mateo, Juan Bautista anuncia que "ya está el hacha puesta a la raíz de los árboles" (Mt 3, 10).
La segunda fase será la aparición del Sol de justicia; con su esplendor trae la curación. Aunque el pueblo de Israel conoció sobre todo en el exilio, los cultos al sol, Malaquías no alude aquí para nada a ello. Se trata de una imagen de la poderosa intervención del Señor para defender a los pobres y a los oprimidos.
¿Resultarán vanas estas palabras de este domingo para los cristianos de hoy día, y tomaremos la proclamación de estas lecturas por poesías de otros tiempos? Sin embargo, es el Señor mismo quien habla, ¿y podría hablar para no decir nada, para no ser escuchado, para ceder a arqueologismos? Sería impensable. Intentemos, pues, en pocas líneas ver cómo esta enseñanza se aplica, indudablemente, a nosotros en la actualidad.
Algunos de entre nosotros son consuetudinarios de la desilusión y, como tales, propensos a la laxitud. ¿De qué desilusiones se trata? Con frecuencia han esperado de su fe y de su vida religiosa lo que no puede darles: la felicidad humana; el cristianismo no asegura ninguna felicidad terrena.
La fe y la fidelidad no aseguran la dicha terrena. Por el contrario, con frecuencia es la persecución y los malentendidos, incluso familiares, lo que puede seguirse. Algunas formas de desilusión, por lo tanto, han de atribuirse a una falsa comprensión del cristianismo. En tal caso, la visión del día del Señor puede ser saludable: La religión cristiana no existe más que con vistas a ese día y no adquiere sentido más que en función de él.
Pero hay desilusiones que se deben a otros motivos. A algunos lo que les desilusiona es la carencia espiritual en muchas esferas de la Iglesia. Ven en ella tibieza, abandonos, debilidades en la fe, incertidumbres por todas partes. Hasta en las Ordenes religiosas, las más dedicadas hasta ahora a la espera del Señor, encuentran traición a su propio objetivo. Es una forma insidiosa de tentación de cara al último día. Aunque los motivos a veces son objetivos, la clara visión de nuestro destino en Dios no legitima en modo alguno la huraña desilusión; al contrario, con Malaquías, habría que tomar ánimos y espabilar lo que parece dormido o en peligro.
Más grave es el peligro que corren muchos cristianos que no se interesan en absoluto por problema alguno de su propia vida o de la vida de la comunidad cristiana a la que pertenecen. Sin saberlo siquiera, viven un conformismo sin problemas y, sin duda, jamás han sentido cruzar sobre ellos el soplo de la persecución del mundo, precisamente porque su vida cristiana no tiene ningún relieve y no puede hacer impacto sobre su entorno. A esos cristianos que no sienten ningún desgarramiento, las lecturas de hoy deberían inspirarles reflexiones útiles. Nada importante puede desarrollarse sin sufrimiento; cuando en una comunidad cristiana y cuando en sus miembros no se dan rasgos de sufrimiento ante la propia búsqueda de vida religiosa, hay que temer que ésta sea tibia. Sin duda, ha perdido el mordiente de su misión en el mundo; se ha cerrado sobre sí misma, o se contenta con trabajar por el progreso de los valores humanos, desinteresándose del avance de los valores espirituales. Vive de sus rentas y las agota peligrosamente en una época en la que deben movilizarse todas las fuerzas para reivindicar la primacía del Reino de Dios. ¡Sana confrontación con el objetivo final; sana confrontación de la Iglesia, de toda comunidad cristiana y de cada cristiano con el significado profundo de su existencia!
Hans Urs von Balthasar
Luz de la Palabra
Comentarios a las lecturas dominicales (A, B y C). Encuentro, Madrid, 1994
p. 291 s
Aquí tenemos la visión de Jesús sobre la historia del mundo que vendrá después de él. Mientras que la primera lectura ve por adelantado la última fase de la historia -separando a los malvados, que serán quemados como paja, de los justos, que brillarán como el sol-, Jesús en el evangelio ve la constantes teológicas dentro de la historia. La predicción de la destrucción del templo no es más que un preludio. Mientras está en pie, el templo es la casa del Padre que debe conservarse limpia para la oración. Pero Jesús no se ata a templos de piedra; tampoco a las catedrales o a los magníficos templos barrocos -ni al cuidado y conservación de los mismos-, sino sólo al «templo de su cuerpo», que será la Iglesia, sobre cuyo destino se predicen tres cosas:
1. «Muchos vendrán usando mi nombre...; no vayáis tras ellos».
Pablo habló de la inevitabilidad de los cismas, todos los cuales ciertamente «vendrán en mi nombre». Jesús condenó irremisiblemente a todos aquellos por los que viene el escándalo (Mt 18,7); y sin embargo los cismas son inevitables: así «destacarán también los hombres de calidad» (1 Co 11,19). El que suplicó al Padre por la unidad de los cristianos no podía prever nada más doloroso. ¿Son irremediables los cismas? Casi automáticamente vienen a la mente estas palabras: «Nadie echa un remiendo de paño sin remojar a un manto pasado» (Mt 9,16). Aquí se recomienda sólo una cosa: «No vayáis tras ellos».
2. Después viene la previsión de «guerras y levantamientos de pueblo contra pueblo y reino contra reino».
Esto no es un empréstito del lenguaje apocalíptico que hoy ya no habría que tomar en serio, es más bien la consecuencia de que Jesús no viniera a traer la paz terrena sino la espada y la división hasta en lo más íntimo de las relaciones familiares (Mt 10,34). Lo que su doctrina suscita en la historia, es precisamente la aparición de las bestias apocalípticas. Y cuanto más aumentan los instrumentos del poder terrestre, tanto más absolutas llegan a ser las oposiciones. Esto es bastante paradójico, porque Jesús declaró bienaventurados a los débiles y a los que trabajan por la paz; pero justamente su presencia hace que las olas de la historia del mundo se enfurezcan cada vez más. La doctrina y la persona de Jesús fueron ya intolerables para sus contemporáneos; «¡Fuera, fuera! ¡Crucifícalo!». A su pretensión de ser la Verdad («se ha declarado hijo de Dios»: Jn 19,7), la historia del mundo responderá de una manera cada vez más violenta.
3. Por eso la persecución no será un episodio ocasional sino un «existencial» para la Iglesia de Cristo y para cada uno de los cristianos.
En este punto Jesús es formal (versículos 12-17). «Os» perseguirán a vosotros, los representantes de la Iglesia, y por tanto a toda la Iglesia. Como lugares en los que los cristianos deben dar testimonio (martyrion) se mencionan las sinagogas y los tribunales paganos. Se anuncian arrestos, cárceles, traiciones y odios por todas partes, incluso por parte de la propia familia; en cambio, sólo «matarán a algunos» de estos mártires, lo que ha de tenerse presente para el concepto de martirio. (También en el Apocalipsis aparece más o menos lo mismo: se exige dar testimonio con el compromiso de la propia vida, lo que a veces implica ponerla en peligro, pero no necesariamente el testimonio de sangre).
¿Qué debe hacer el cristiano? Pablo da en la segunda lectura una respuesta lacónica: trabajar. Y trabajar como él. Tanto en la Iglesia como «en el mundo» Pablo ha trabajado «día y noche»: «Nadie me dio de balde el pan que comí». Al cristiano se le exige un compromiso en la Iglesia y en el mundo; visto desde la providencia de Dios: "Ni un cabello de vuestra cabeza se perderá" (Lc 21,18).
Homilías en Italiano para posterior traducción
Homilía(16-11-1986)
Visita a la parroquia romana de Santa María "Stella Matutina"
Sunday 16 de November de 1986
Cari fratelli e sorelle!
1. La parola di Dio proclamata nell’odierna liturgia eucaristica ci porta a riflettere su quanto ha affermato il Concilio ecumenico Vaticano II nella costituzione dogmatica sulla Chiesa: «La Chiesa, alla quale tutti siamo chiamati in Cristo Gesù e nella quale per mezzo della grazia di Dio acquistiamo la santità, non avrà il suo compimento se non nella gloria del cielo, quando verrà il tempo della restaurazione di tutte le cose (At 3, 21), e col genere umano anche tutto il mondo, il quale è intimamente congiunto con l’uomo e per mezzo di lui arriva al suo fine, sarà perfettamente restaurato in Cristo . . . (cf. Ef 1, 10; Col 1, 20; 2 Pt 3, 10-13) Quindi la promessa restaurazione che aspettiamo è già incominciata con Cristo, è portata innanzi con l’invio dello Spirito Santo e per mezzo di lui continua nella Chiesa, nella quale siamo dalla fede istruiti anche sul senso della nostra vita temporale, mentre portiamo a termine, nella speranza dei beni futuri, l’opera a noi affidata nel mondo dal Padre, e diamo compimento alla nostra salvezza» (cf. Fil 2, 12) (Lumen Gentium, 48).
Sono queste alcune incisive frasi del capitolo VII, intitolato «Indole escatologica della Chiesa peregrinante e sua unione con la Chiesa celeste».
La Liturgia dell’odierna domenica ci indirizza verso i novissimi e verso l’escatologia. È una celebrazione che viviamo nel clima e sullo sfondo della verità su tutti i santi e facendo anche particolare commemorazione dei nostri defunti. La meditazione sui novissimi è accompagnata dalla speranza nella vita eterna e dalla fede nella comunione dei santi.
2. Secondo quanto abbiamo ascoltato nel Vangelo di questa domenica, Gesù Cristo ha indicato le molteplici esperienze della storia dell’umanità sulla terra: «Si solleverà popolo contro popolo e regno contro regno, e vi saranno di luogo in luogo terremoti, carestie e pestilenze; vi saranno anche fatti terrificanti e segni grandi dal cielo» (Lc 21, 10-11); e prima aveva detto: «Quando sentirete parlare di guerre e di rivoluzioni, non vi terrorizzate. Devono infatti accadere prima queste cose, ma non sarà subito la fine» (Lc 21, 9): le esperienze della storia dell’umanità, che noi conosciamo, sono contrassegnate da violenze e da guerre: l’uomo vorrebbe vivere in concordia, in pace con gli altri, e invece viene trascinato, dal proprio egoismo e dal proprio desiderio di dominio e di possesso, a scagliarsi contro gli altri.
Gesù ha indicato anche le numerose difficoltà e i tormenti che la Chiesa incontrerà nel suo cammino, lungo il pellegrinaggio terreno: «Ma prima di tutto questo metteranno le mani su di voi e vi perseguiteranno, consegnandovi alle sinagoghe e alle prigioni, trascinandovi davanti a re e a governatori, a causa del mio nome . . . Sarete traditi perfino dai genitori, dai fratelli, dai parenti e dagli amici, e metteranno a morte alcuni di voi; sarete odiati da tutti per causa del mio nome» (Lc 2, 12-16 s). La Chiesa sarà vittima dell’incomprensione, del sarcasmo, dell’odio, della violenza di quanti non vorranno accogliere il Cristo.
La predizione di Gesù si è avverata e si avvera continuamente: il cammino che la Chiesa, popolo di Dio, corpo mistico di Cristo, ha compiuto in questi duemila anni è costellato di persecuzioni ed è stato irrorato e imporporato dal sangue dei suoi martiri e delle sue martiri. Anche oggi, in tante zone del mondo la Chiesa subisce rifiuti, incomprensioni e perfino violenze morali e fisiche!
3. San Paolo, scrivendo alla prima generazione di cristiani, nella quale era viva l’attesa della seconda venuta di Gesù, ci dà delle indicazioni utili per tutte le epoche della storia della Chiesa: la tensione del cristiano verso l’escatologia, verso la parusia del Cristo e il compimento della storia umana, non può costituire, secondo l’insegnamento dell’Apostolo, un comodo alibi per disinteressarsi delle realtà, dei problemi e delle vicende di «questo» mondo, in cui Dio ha posto la Chiesa e i suoi membri per iniziare la preparazione e la costruzione del suo regno.
4. Così, dunque, la Chiesa esiste nel mondo e in diversi luoghi della terra, ed è consapevole dei compiti e dei doveri che essa ha nei confronti del «presente». Tutta la costituzione pastorale sulla Chiesa nel mondo contemporaneo del Concilio ecumenico Vaticano II è un profondo commento alle indicazioni che san Paolo ha dato a suo tempo ai cristiani di Tessalonica: «Le gioie, le speranze, le tristezze e le angosce degli uomini d’oggi, dei poveri soprattutto e di tutti coloro che soffrono, sono pure le gioie e le speranze, le tristezze e le angosce dei discepoli di Cristo, e nulla vi è di genuinamente umano che non trovi eco nel loro cuore» - così inizia il citato documento conciliare. La Chiesa infatti «è composta di uomini, i quali, riuniti insieme nel Cristo, sono guidati dallo Spirito Santo nel loro pellegrinaggio verso il regno del Padre, e hanno ricevuto un messaggio di salvezza da proporre a tutti. Perciò essa si sente realmente e intimamente solidale con il genere umano e con la storia» (Gaudium et Spes, 1).
5. E in pari tempo la Chiesa, pellegrina sulla terra, vive in attesa; vive sempre «davanti al Signore che viene, / che viene a giudicare la terra. / Giudicherà il mondo con giustizia / e i popoli con rettitudine», come canta il salmo responsoriale (Sal 97, 9) della odierna celebrazione eucaristica. La Chiesa sa che è arrivata l’ultima fase dei tempi e la rinnovazione del mondo è irrevocabilmente fissata e, in certo modo reale, è anticipata in questo mondo. Ma «fino a quando non vi saranno nuovi cieli e terra nuova, nei quali la giustizia ha la sua dimora (cf. 2 Pt 3, 13), la Chiesa peregrinante, nei suoi sacramenti e nelle sue istituzioni, che appartengono all’età presente, porta la figura fugace di questo mondo, e vive tra le creature, le quali sono in gemito e nel travaglio del parto fino ad ora e sospirano la manifestazione dei figli di Dio» (cf. Rm 8, 19-22) (Lumen Gentium, 48).
[...]
8. «Alzatevi e levate il capo, perché la vostra liberazione è vicina!» (Lc 21, 28). Noi crediamo fermamente che la redenzione del mondo si è già compiuta nella croce e nella risurrezione di Cristo. «Congiunti dunque con Cristo nella Chiesa e contrassegnati dallo Spirito Santo che è caparra della nostra eredità» (Ef 1, 14), con verità siamo chiamati, e lo siamo, figli di Dio, ma non siamo ancora apparsi con Cristo nella gloria, nella quale saremo simili a Dio, perché lo vedremo qual è . . . Siccome poi non conosciamo il giorno né l’ora, bisogna, come ci avvisa il Signore, che vegliamo assiduamente» (Lumen Gentium, 48).
Vegliare vuol dire lasciarsi guidare dalla responsabilità. Vegliare vuol dire pure lasciarsi guidare dalla speranza. Vegliamo quindi nella speranza . . . La nostra «speranza è piena di immortalità» (cf. Sap 3, 4). Amen!
Homilía(19-11-1989)
Visita a la Parroquia Romana de los Santos Marcelino y Pedro
Sunday 19 de November de 1989
1. «Verranno giorni in cui, di tutto quello che ammirate, non resterà pietra su pietra . . .» (Lc 21, 6).
Con un linguaggio difficile per noi ma abbastanza familiare agli uomini del suo tempo, Gesù nel brano evangelico poc’anzi proclamato, ci proietta verso la fine di questo mondo che passa. È una prospettiva che può suscitare - in noi, come negli ascoltatori di allora - vane curiosità sui particolari di tale evento, stati di ansia e di paura, o anche una forma di rassegnata passività.
Gesù è consapevole di tutto ciò e vuole metterne in guardia le generazioni cristiane di ogni tempo. Con realismo e saggezza egli invita i credenti a preoccuparsi di ciò che deve avvenire «prima di tutto questo». Li invita cioè a preoccuparsi del tempo presente, calandosi con il loro impegno nell’oggi della storia.
Rimanere saldi nel Signore, camminare nella speranza, lavorare per costruire il mondo nuovo, nonostante le difficoltà e gli avvenimenti tristi che segnano l’esistenza personale e collettiva, è ciò che veramente conta; è quanto la comunità cristiana deve fare per andare incontro al «giorno del Signore».
2. Proprio in questa prospettiva vogliamo collocare l’impegno a cui il Sinodo pastorale diocesano sollecita la Chiesa di Dio che è in Roma. Se «fare Sinodo» vuol dire «camminare insieme» nella fede e nella speranza, ciò significa che i cristiani di Roma sono invitati a riscoprire la duplice vocazione rivolta ad ogni discepolo di Cristo: da una parte, tenere fisso lo sguardo verso il compimento del Regno di Dio e, dall’altra, costruire il futuro qui e ora, lavorando per evangelizzare il presente, così da farne un «oggi» di salvezza per tutti.
Alcuni interrogativi s’affacciano con un’urgenza che non consente dilazioni: Chiesa di Roma chi sei? Dove vai? Cosa fai per costruire il Regno di Dio in questa città, che s’avvia a concludere il secondo millennio della sua storia cristiana?
Il Sinodo chiama a raccolta tutti i credenti, affinché diano risposta a questi interrogativi.
[...]
5. Posta, infatti, in questo «oggi», la Chiesa di Dio, che è pellegrina nel tempo tra il «già» e il «non ancora», vuole adempiere la sua missione di servizio al Regno per affrettarne la venuta definitiva. In essa la porzione del Popolo di Dio, che vive la sua adesione a Cristo in questa città dalla storia millenaria, si prepara a celebrare il suo Sinodo per scrutare i segni dei tempi, per leggere nella fede gli avvenimenti spesso tristi, che segnano il momento attuale, per raccogliere le sfide che vi sono racchiuse, per offrire a tutti una risposta di speranza.
La pagina del Vangelo odierno ci offre indicazioni luminose. Il pluralismo ideologico, proprio della «città secolare», espone anche i romani ad una molteplicità di pseudo-proposte di salvezza, che creano smarrimento e confusione e gettano non pochi in un atteggiamento di indifferentismo religioso. Ne è indice il proliferare delle sètte, che trovano terreno adatto nell’ignoranza e nella paura del domani.
«Guardate di non lasciarvi ingannare. Molti verranno sotto il mio nome, dicendo: «Sono io» e: «Il tempo è prossimo»; non seguiteli. Quando sentirete parlare di guerre e di rivoluzioni, non vi terrorizzate . . .» (Lc 21, 8-9). Parole profetiche! Di fronte ai fenomeni della violenza e della guerra e al verificarsi di cataclismi e disgrazie, non è raro incontrare alcuni, che pure si professano cristiani, i quali cercano conforto in nuove aggregazioni religiose oppure mettono in discussione la bontà e la paternità di Dio, finendo per prendere le distanze o abbandonare del tutto qualunque forma di pratica religiosa.
In questa situazione la testimonianza e il servizio dei cristiani autentici diventano sempre più difficili. Non è loro risparmiata l’incomprensione e neppure talvolta, la stessa persecuzione. Gesù ci preavverte di questa eventualità; ma ci assicura anche il suo sostegno e ci promette la forza che viene dal dono dello Spirito.
6. [...] non incrociare le braccia davanti al male, che sembra avere talvolta il sopravvento. Occorre che il cristiano non si assuefaccia alla mentalità e ai costumi secolarizzati del tempo in cui vive, pur senza estraniarsi dal suo ambiente, giacché è qui e non altrove che egli deve rendere testimonianza al suo Signore.
Missione della Chiesa è inoltre di annunciare, nelle difficoltà e davanti al crollo di tante false sicurezze, il mondo nuovo che comincia ora e si compirà quando «sorgerà il sole della giustizia» e cioè nella parusia.
Nelle vicende liete e tristi di questo mondo è necessario infine offrire a tutti la speranza, che scaturisce dalla certezza che Dio è con noi, che il Risorto cammina con noi e ci sta guidando verso il traguardo del nostro pellegrinaggio terreno, anche se tra non poche prove e tribolazioni.
Questa è la «nuova evangelizzazione» che il nostro Sinodo vuole rilanciare in questa città, affinché ai suoi abitanti sia annunziata la salvezza e tutti giungano alla conoscenza della verità (cf. 1 Tm 2, 4).
7. «Io vi darò lingua e sapienza, a cui tutti i vostri avversari non sapranno resistere . . .» (Lc 21, 15). Questo ha promesso il Signore ai suoi discepoli di allora e di sempre. Questo noi chiediamo che egli voglia concedere ai cristiani di oggi, incamminati verso il terzo millennio.
«Lingua e sapienza»: ecco il dono che da te implora la Chiesa che è in Roma, o Signore. «Lingua e sapienza» per poter convincere chi è nella ricerca della verità e ancora brancola nel buio; per testimoniare che tu sei il Cristo, l’atteso delle genti, il Dio con noi!
Homilía(19-11-1995)
Visita a la PArroquia Romana de los Santos Mártires Martino y Antonio Abate
Sunday 19 de November de 1995
1. «È stabilito che gli uomini muoiano una sola volta, dopo di che viene il giudizio» (Eb 9, 27).
La liturgia di questa domenica riveste un carattere «escatologico», parla cioè delle «ultime realtà» che riguardano la morte di ogni essere umano e la fine del mondo. Parla in modo particolare del giudizio. Il Salmo responsoriale ci ha fatto ripetere nel ritornello: «Vieni, Signore, a giudicare il mondo», ed invita la creazione a lodare Dio perché Egli «viene a giudicare la terra. Giudicherà il mondo con giustizia e i popoli con rettitudine» (Sal 97, 9).
È significativo che l’avvento del Signore non abbia qui niente di terrificante, ma che piuttosto venga posta in rilievo la gioia che pervade tutta la natura: il mare freme, i fiumi battono le mani e le montagne esultano di letizia (cf. Sal 97, 8). Anche gli uomini vengono esortati ad entrare in questo clima di gioia: «Cantate inni al Signore con l’arpa, con l’arpa e con suono melodioso; con la tromba e al suono del corno acclamate davanti al re, il Signore» (Sal 97, 5-6).
L’avvento definitivo di Dio è Cristo, vangelo di salvezza, in cui si compie l’attesa escatologica dell’umanità. Il mondo e l’uomo, che in esso vive, non sono più condannati alla morte. L’essere umano non è destinato più a ritornare per sempre a quella polvere dalla quale è sorto, ma a presentarsi davanti al volto di Dio e ad entrare nell’eterna comunione con Lui, partecipando così al suo Regno ed alla sua vita.
2. Perché questo si compia, è però necessario superare la soglia del giudizio di Dio, a cui verrà sottoposta l’intera vita condotta dall’uomo sulla terra.
Il profeta Malachia ha espresso questa verità con parole concise nella prima Lettura: «Ecco, sta per venire il giorno rovente come un forno. Allora tutti i superbi e tutti coloro che commettono ingiustizia saranno come paglia; quel giorno venendo li incendierà... Per voi, invece, cultori del mio nome, sorgerà il sole di giustizia» (Ml 3, 19-20). I due elementi, il fuoco e la luce, si fondono qui con l’annuncio del giudizio finale. Il fuoco brucia e purifica. La luce illumina e rende felici nella visione beatifica di Dio. Ma il giudizio per ogni singolo individuo avviene al termine del suo pellegrinaggio terreno. Per lui morire è in un certo senso anche sperimentare la fine del mondo.
Ecco allora che l’odierna domenica, penultima dell’anno liturgico, ci stimola a meditare sui «novissimi», le «ultime realtà»: la morte, il giudizio, il premio celeste, il purgatorio e l’inferno. Si potrebbe quasi dire che essa costituisce come il seguito della Solennità di tutti i Santi e della Commemorazione dei fedeli defunti, che abbiamo celebrato all’inizio del mese di novembre.
3. Anche il brano del Vangelo tratto da Luca ha un carattere escatologico. In esso, però, non è preponderante il tema della fine del mondo, ma l’annuncio della distruzione di Gerusalemme. «Verranno giorni – dice Gesù – in cui di tutto quello che ammirate non resterà pietra su pietra che non venga distrutta» (Lc 21, 6). Chi ascoltava queste parole aveva visto con i propri occhi la magnificenza del tempio di Gerusalemme. Il Signore, pertanto, annunciava eventi relativamente vicini nel tempo. È noto, infatti, che la distruzione di Gerusalemme e del tempio ebbero luogo nel settanta dopo Cristo.
Alla domanda: «Maestro, quando accadrà questo e quale sarà il segno che ciò sta per compiersi?» (Lc 21, 7), Cristo dà una risposta che direttamente riguarda la distruzione di Gerusalemme, ma potrebbe anche riferirsi alla fine del mondo. Preannuncia guerre e rivolgimenti, ammonendo contro i falsi messia: «Si solleverà popolo contro popolo e regno contro regno, e vi saranno di luogo in luogo terremoti, carestie e pestilenze; vi saranno anche fatti terrificanti e segni grandi dal cielo» (Lc 21, 10-11).
Simili eventi accompagnarono la caduta di Israele e la distruzione di Gerusalemme ad opera dei Romani, ma si può dire che si sono realizzati anche in altre epoche della storia. Non ha forse visto il nostro secolo molte guerre e rivoluzioni? La storia dell’uomo e quella dell’umanità portano il segno del loro destino escatologico. L’orientamento del tempo verso le «ultime realtà» ci rende consapevoli di non avere sulla terra una stabile dimora. Siamo infatti in attesa di un eterno destino, costituito da quel mondo futuro, l’eone redento, in cui abitano stabilmente la giustizia e la pace.
4. Le parole di Cristo si riferiscono indubbiamente pure alla comunità dei primi discepoli: essi dovranno attraversare prove difficili, saranno consegnati alle sinagoghe e saranno messi in prigione, trascinati davanti a re ed a governanti a causa del suo nome (cf. Lc 21, 12). E subito aggiunge: «Questo vi darà occasione di rendere testimonianza» (Lc 21, 13). Cristo, che dirà: «Mi sarete testimoni... fino agli estremi confini della terra» (At 1, 8), sottolinea qui che non si tratterà di una testimonianza facile, ma tanto più difficile per il fatto che quanti professano pubblicamente la loro fede potranno sperimentare la persecuzione da parte dei loro cari. «Sarete traditi perfino dai genitori, dai fratelli, dai parenti e dagli amici, e metteranno a morte alcuni di voi; sarete odiati da tutti a causa del mio nome» (Lc 21, 16-17). Noi, oggi, ascoltiamo ancora una volta queste gravi parole che hanno preparato gli Apostoli e tutta la Chiesa ad affrontare varie prove, non soltanto quelle incontrate dai cristiani dei primi secoli ma anche quelle del nostro secolo.
5. Allo stesso tempo, però, Cristo non presenta ai discepoli unicamente la prospettiva delle difficoltà e delle prove. Se parla di una difficile testimonianza, aggiunge immediatamente: «Mettetevi bene in mente di non preparare prima la vostra difesa; io vi darò lingua e sapienza, a cui tutti i vostri avversari non potranno resistere né controbattere» (Lc 21, 14-15). Molte volte si è adempiuta questa promessa! In virtù delle parole di Cristo, la Chiesa è diventata «segno di contraddizione» (Lc 1, 34), che va avanti nella storia e guida i credenti su tale cammino.
In molte epoche e in molti luoghi i cristiani sono stati oggetto di odio, di persecuzioni e di sterminio; hanno sperimentato però la consolante promessa del Redentore: «Nemmeno un capello del vostro capo perirà. Con la vostra perseveranza salverete le vostre anime» (Lc 21, 18-19). Non si tratta certo di salvare la vita fisica. Basta leggere gli Acta Martyrum per convincersi che ai grandi testimoni di Cristo e ai confessori della fede non è stata risparmiata la vita terrena. Andavano incontro alla morte con grande coraggio, consapevoli che accettando di morire per Cristo in realtà si avvicinavano alla pienezza di quella vita divina da Cristo comunicata all’uomo nel mistero pasquale.
[...]
7. Carissimi, tra le Letture di questa domenica, impregnate di temi escatologici, si trova un brano della seconda Lettera di san Paolo ai Tessalonicesi, che in qualche modo bilancia la prospettiva delle «ultime realtà» con significative indicazioni sul tema della temporalità. A coloro che attendevano come imminente la prossima venuta di Cristo – la Parusia – e proprio per questo trascuravano la necessaria sollecitudine per gli impegni quotidiani e per il lavoro, san Paolo scrive: «Alcuni fra di voi vivono disordinatamente, senza far nulla e in continua agitazione... Quando eravamo presso di voi, vi demmo questa regola: chi non vuole lavorare, neppure mangi» (2 Ts 3, 11. 10).
Certamente Paolo tiene lo sguardo fisso verso la venuta di Cristo; allo stesso tempo, però, è consapevole che l’attesa escatologica non può offuscare i doveri quotidiani. Anzi, la fatica d’ogni giorno costituisce per il credente un modo per prepararsi alla venuta di Cristo. È la lezione che la Costituzione conciliare Gaudium et Spes ha riproposto con grande efficacia: «L’attesa di una terra nuova non deve indebolire, bensì piuttosto stimolare la sollecitudine nel lavoro relativo alla terra presente, dove cresce quel corpo dell’umanità nuova che già riesce ad offrire una certa prefigurazione che adombra il mondo nuovo» (n. 39).
Ci aiuti il Signore a preparare, giorno dopo giorno, con gioia e con coraggio la venuta del suo Regno glorioso.
Amen!