Miércoles I Tiempo de Adviento – Homilías
/ 27 noviembre, 2016 / Tiempo de AdvientoLecturas
Aparte de las homilías, podrá ver comentarios de los padres de la Iglesia desglosados por versículos de aquellos textos que tengan enlaces disponibles, sobre todo de los Evangelios.
Para ver el texto completo de las lecturas haz clic aquí.
Is 25, 6-10a: El Señor invita a su festín y enjuga las lágrimas de todos los rostros
Sal 22, 1b-3a. 3b-4. 5. 6: Habitaré en la casa del Señor por años sin término
Mt 15, 29-37: Jesús cura a muchos y multiplica los panes
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
Manuel Garrido Bonaño
Año Litúrgico Patrístico
La Iglesia en su liturgia pone en nuestros labios esta exclamación: «Ven, Señor, no tardes. Ilumina lo que esconden las tinieblas y manifiéstate a todos los pueblos» (Hab 2,3; 1 Cor 4,5). La oración colecta (Gelasiano) pide al Señor que El mismo prepare nuestros corazones, para que cuando llegue Jesucristo, su Hijo, nos encuentre dignos del festín eterno, y merezcamos recibir de sus manos, como alimento celeste, la recompensa de la gloria.
–Isaías 25,6-10. El Señor dispondrá un festín para todos los pueblos. Es lo que anuncia el profeta Isaías: Dios, vencidos los enemigos, dispone un banquete abundante, regio, e invita a todos los hombres. A los invitados les hace el regalo de su presencia personal, quitando el velo que les impide contemplarlo: «es un festín de manjares suculentos, un festín de vinos de solera, manjares enjundiosos, vinos generosos». La imagen que nos presenta el profeta es un pálido reflejo de lo que realmente preparó Jesucristo con la Eucaristía, que nos dispone al banquete de la gloria eterna.
«El Señor mostró su benignidad y nuestra tierra ha producido su fruto». Consoladora promesa para los que se preparan a la solemnidad de Navidad. En la comunión eucarística nos da Dios Padre su benignidad: una gran festín de manjar exquisito, Jesucristo, el Salvador, su muy amado Hijo. Jesucristo se hace nuestro alimento y nos da su carne y su sangre, su espíritu y su vida. Con la fuerza de la sagrada comunión, la tierra de nuestra alma produce sus frutos: la virtud, la santidad, la unión con Dios.
La Iglesia nos llama a esta inestimable fuente de santificación, que es el banquete eucarístico. El llanto y el dolor desaparecen. El pan que Jesús reparte a la multitud anticipa el banquete en que Él se entrega a Sí mismo en comida a los invitados.
–Salmo 22: Ante la manifestación de la ternura de Dios que nos prepara un lugar en el banquete eucarístico y escatológico de su Hijo bien amado, la liturgia de hoy reza con el salmista: «Habitaré en la casa del Señor por años sin término». El Señor es nuestro Pastor. Con él nada nos falta. Nos hace recostar en verdes praderas, nos conduce hacia fuentes tranquilas y repara nuestras fuerzas. Nos guía por senderos justos. El camina con nosotros y con él nada tememos. Su vara y su cayado nos sosiegan. Prepara una mesa ante nosotros enfrente de nuestros enemigos, nos unge la cabeza con perfume y nuestra copa rebosa. Su bondad y su misericordia nos acompañan todos nuestros días.
–Mateo 15,29-37: Jesús cura a muchos enfermos y multiplica los panes. Jesucristo tiene predilección por los pobres, por los oprimidos, por los enfermos. Nos lo dice el Evangelio de hoy. También nosotros nos encontramos entre ellos: nos hemos hecho cojos por el apego a las criaturas, lisiados por el amor propio, ciegos por el orgullo, mudos por la soberbia y hemos contraído otras enfermedades espirituales. Hemos de pensar que solo Él es quien sana y que los sacramentos de la Penitencia y de la Eucaristía han sido instituidos para esto.
Miremos a Jesús, cómo se compadece de la multitud que le sigue sin acordarse del sustento necesario. Y cómo realiza el milagro de la multiplicación de los panes y de los peces, que es símbolo de la Eucaristía, como lo ha entendido toda la tradición de la Iglesia.
En la Santa Misa hemos de integrarnos, con todo lo que somos y tenemos, en las necesidades de nuestros hermanos. Hemos de ayudarlos. La ofrenda de nuestras acciones, de nuestros sufrimientos, de nuestras alegrías, de nuestro trabajo, durante la celebración eucarística vienen a ser parte integrante del sacrificio, unidos nosotros a Cristo, teniendo sus mismos sentimientos. Hemos de participar en la Santa Misa con mente y corazón, con plena disponibilidad, para identificar siempre nuestra voluntad con la voluntad de Dios.
José Aldazabal
Enséñame tus Caminos 1
1. El poema de Isaías ofrece un anuncio optimista: después de la victoria, Dios invitará a todos los pueblos, en el monte Sión, a un banquete de manjares suculentos, de vinos generosos, al final de los tiempos. No quiere ver lágrimas en los ojos de nadie. Se ha acabado la violencia y la opresión.
Así ven la historia los ojos de Dios. Con toda la carga poética y humana que tiene la imagen de una comida festiva y sabrosa, regada con vinos de solera, que es una de las que más expresivamente nos ayuda a entender los planes de Dios, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento. La comida alimenta, restaura fuerzas, llena de alegría, une a los comensales entre sí y con el que les convida.
El salmo prolonga la perspectiva: el Pastor, Dios, nos lleva a pastos verdes, repara nuestras fuerzas, nos conduce a beber en fuentes tranquilas, nos ofrece su protección contra los peligros del camino. "Tu bondad y tu misericordia me acompañan todos los días de mi vida».
2. En nadie mejor que en Jesús de Nazaret se han cumplido las promesas del profeta.
Con él ha llegado la plenitud de los tiempos.
También él, muchas veces, transmitía su mensaje de perdón y de salvación con la clave de comer y beber festivamente. En Caná convirtió el agua en vino generoso. Comió y bebió él mismo con muchas personas, fariseos y publicanos, pobres y ricos, pecadores y justos.
Hoy hemos escuchado cómo multiplicó panes y peces para que todos pudieran comer. Y cuando quiso anunciar el Reino de Dios, lo describió más de una vez como un gran banquete preparado por Dios mismo.
Jesús ofrece fiesta, no tristeza. Y fiesta es algo más que cumplir con unos preceptos o resignarse con unos ritos realizados rutinariamente.
3. a) Está bien que en medio de nuestra historia, llena de noticias preocupantes de cansancio y de dolor, resuenen estas palabras invitando a la esperanza, dibujando un cuadro optimista, que hasta nos puede parecer utópico.
Podemos y debemos seguir leyendo a los profetas. No se han cumplido todavía sus anuncios: no reinan todavía ni la paz ni la justicia, ni la alegría ni la libertad. La obra de Cristo está inaugurada, pero no ha llegado a su maduración, que nos ha encomendado a nosotros.
La gracia del Adviento y de la Navidad, con su convocatoria y su opción por la esperanza, nos viene ofrecida precisamente desde nuestra historia concreta, desde nuestra vida diaria. Como a la gente que acudía a Jesús y que él siempre atendía: enfermos, tullidos, ciegos. Gente con un gran cansancio en su cuerpo y en su alma. ¿Como nosotros? Gente desorientada, con experiencia de fracasos más que de éxitos. ¿Como nosotros?
b) Tendríamos que «descongelar» lo que rezamos y cantamos. Cuando decimos «ven. Señor Jesús». deberíamos creerlo de veras
El Adviento no es para los perfectos, sino para los que se saben débiles y pecadores y acuden a Jesús, el Salvador. Él, como nos aseguran las lecturas de hoy, compadecido, enjugará lágrimas, dará de comer, anunciará palabras de vida y de fiesta y acogerá también a los que no están muy preparados ni motivados. No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos.
El Adviento nos invita a la esperanza ante todo a nosotros mismos. «Aquí está nuestro Dios, de quien esperábamos que nos salvara: celebremos y gocemos con su salvación». Para que acudamos con humildad a ese Dios que salva y convoca a fiesta. Nos invita a mirar con ilusión hacia delante, a los cielos nuevos y la tierra nueva que Cristo está construyendo.
c) Pero también podemos pensar: nosotros, los cristianos, con nuestra conducta y nuestras palabras, ¿contribuimos a que otros se sientan invitados a la esperanza? ¿enjugamos lágrimas, damos de comer, convocamos a fiesta, curamos heridas del cuerpo y del alma de los que nos rodean? ¿multiplicamos, gracias a nuestra acogida y buena voluntad, panes y peces, los pocos o muchos dones que tenemos nosotros o que tienen las personas con las que nos encontramos? Si es así, si mejoramos este mundo con nuestro granito de arena, seremos signos vivientes de la venida de Dios a nuestro mundo, y motivaremos que al menos algunas personas glorifiquen a Dios, como hicieron los que veían los signos de Jesús.
d) En la Eucaristía nos ofrece Jesús la mejor comida festiva: él mismo se nos hace presente y se ha querido convertir en alimento para nuestro camino. Si la celebramos bien, cada Misa es para nosotros orientación y consuelo, fortalecimiento y vida. Nunca mejor que en la Eucaristía podemos oír las palabras de Jesús: venid a mi los que estáis cansados. Y sentir que se cumple el anuncio del banquete escatológico: «dichosos los invitados a la cena del Cordero». La Eucaristía es garantía del convite final, en el Reino: «el que me come tiene vida eterna, yo le resucitaré el último día».
Zevini-Cabra
Lectio Divina para cada día del año
LECTIO
Primera lectura: Isaías 25,6-10a
La imagen del banquete constituye uno de los símbolos fundamentales para expresar la comunión, el diálogo, la fiesta, la victoria. El banquete anunciado por el profeta Isaías para el final de los tiempos celebra la victoria de Dios sobre los poderes que esclavizan al hombre, proclamando su realeza universal. El lugar de este banquete, abierto a todos los pueblos, es también bastante significativo: se trata de Sión, lugar simbólico de la elección de Israel.
En el banquete el Rey ofrece regalos a los invitados, a la usanza de los reyes y príncipes al ser entronizados. El primer regalo es su presencia, su manifestación a los pueblos que antes caminaban como ciegos: «Arrancará en este monte el velo que cubría la faz de todos los pueblos» (v. 7). A este don sigue otro más llamativo: aniquilará la muerte. A continuación Dios, amorosamente, enjugará las lágrimas de todos los rostros, consolará a todos de su dolor. ¡Éste es un tercer regalo personalizado!
Esta esperanza estriba exclusivamente en la promesa de Dios y no en las conjeturas del hombre sobre su futuro, como subraya el v. 8: ((Lo ha dicho el Señor». En este punto desborda el himno de alabanza por la victoria del Señor quien, aun antes de derrotar a los enemigos, se constituye en salvación del pueblo que ponga en Dios su esperanza: «Éste es nuestro Dios, de quien esperábamos la salvación» (v. 9).
Evangelio: Mateo 15,29-37
El marco que encuadra el episodio de la segunda multiplicación de los panes es el de Jesús misericordioso que cura a los enfermos (v. 30) y que da a todos su alimento, signo del banquete mesiánico.
Su misericordia es la que se da cuenta de lo que los discípulos no advierten: el hambre y debilidad de sus oyentes. Por eso Jesús, antes de actuar, convoca a sus discípulos, para que participen en su visión compasiva con los pobres y necesitados (v. 32).
El hecho de que poco antes el evangelista nos haya narrado un viaje de Jesús a tierra extranjera (cf. Mt 14,13-21) nos hace pensar que el gentío le sigue desde lejos y pertenecía al mundo pagano. Mateo, aun siendo consciente de que la misión universal es postpascual (cf. Mt 28,18-20), quiere subrayar la misericordia de Dios que se manifiesta en Jesús y se proyecta a todos los pueblos. En la primera multiplicación (Mt 14,13-21) Jesús se manifestó como el buen Pastor de Israel, haciendo visible la fidelidad de Dios con su pueblo. Ahora son todos los que son invitados al banquete mesiánico, incluso los paganos por la misericordia de Dios.
El pan que reparte recuerda el banquete en el que hay sitio para todos: el número «siete» de las cestas de pan sobrante, como el número «cuatro mil» de los comensales (los cuatro puntos cardinales), simboliza también el tema de la salvación universal que lleva a cabo Jesús.
MEDITATIO
Las lecturas bíblicas nos ofrecen una ilustración coherente del rostro de Dios, que viene a sanar nuestra humanidad herida y a saciar nuestras ansias de salvación. Aparece el retrato de la espera de esa salvación que sólo Dios puede conceder, iluminando nuestros corazones asediados por la ignorancia de Dios y por el desaliento. De hecho, nos reconocemos en el hambre de salvación de la multitud de pobres y enfermos que se agolpan en torno a Jesús. Aparece la imagen de un Dios anfitrión que prepara el banquete para todos y nos ama a cada uno de nosotros con un amor personal que llega hasta a enjugar las lágrimas de cada rostro.
El misterio de la misericordia divina asume para nosotros los rasgos del rostro y gestos de Jesús que sana a los enfermos y sacia con su pan a la multitud hambrienta que le sigue desde hace días. En la hondura de esta compasión de Jesús se nos hace visible el rostro de un Dios médico que cura nuestra humanidad cansada, desmayada y enferma. En él encuentro al divino y generoso anfitrión que me acoge a su mesa y me declara lo importante y precioso que soya sus ojos.
ORATIO
Señor Jesús, venimos a ti, fatigados por nuestras limitaciones, afligidos por nuestras culpas, desilusionados de tantas "mesas" en las que no saciamos nuestra hambre ni apagamos nuestra sed. Te pedimos nos consueles y cures con tu amor, que nos sacies con tu pan y que apagues nuestra sed en la fuente de tu Espíritu.
Acrecienta en nosotros la feliz esperanza, la tensión por el banquete de vida plena y definitiva que, con el Padre, preparas para todos los pueblos. Te bendecimos por tu compasión con los pobres y enfermos con la que nos revelas la bondad misericordiosa del Padre.
Te bendecimos también por el pan de cada día, signo de tu solicitud con nosotros.
Te pedimos que refuerces nuestra caridad para que, en nuestro compartir yen el servicio, podamos ser auténticos testigos de tu gran corazón de pastor que sana y apacienta sus ovejas.
CONTEMPLATIO
¡Oh pan dulcísimo!, cura el paladar de mi corazón para que guste la suavidad de tu amor. Sánalo de toda enfermedad, para no guste otra dulzura fuera de ti, no busque oro amor fuera de ti ni ame otra belleza fuera de la tuya, Señor hermosísimo.
Pan purísimo que contiene en sí toda dulzura y todo sabor, que siempre nos fortaleces sin que disminuyas: haz que pueda alimentarse de ti mi corazón y la intimidad de mi alma se colme de tu dulce sabor. Que se alimente de ti el hombre que peregrina todavía, para que, recreado con este viático, no desfallezca a lo largo del camino. Que pueda llegar con tu auxilio por la senda recta a tu Reino: allí ya no te contemplaremos en el misterio, como ahora, sino cara a cara. Y nos saciaremos de modo maravilloso sin que volvamos a tener hambre o sed por toda una eternidad (Juan de Fécamp, Oración
para recitarla antes de Misa, 10-11, passim).
ACTIO
Repite frecuentemente y vive hoy la Palabra: «Me da lástima de esta gente» (Mt 15,32).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
Buscas maneras de encontrar a Jesús. Intentas conseguirlo, no sólo en tu mente sino también en tu cuerpo. Buscas su afecto y sabes que éste implica a su cuerpo lo mismo que al tuyo. Se hizo carne por ti, para que tú pudieras encontrarle en la carne y recibir su amor en ella.
Pero hay algo en ti que impide ese encuentro. Hay todavía mucha vergüenza y mucho sentido de culpabilidad en tu cuerpo, bloqueando la presencia de Jesús. Cuando estás en tu cuerpo, no te sientes realmente en casa; vives como arrojado en él, como si no fuera un lugar suficientemente bueno, suficientemente bello o suficientemente puro para encontrarte con Jesús.
Cuando examinas con atención tu vida, te das cuenta de hasta qué punto se ha visto llena de miedos, especialmente de miedo a las personas con autoridad: tus padres, profesores, obispos, directores espirituales, incluso de miedo a tus amigos. Nunca te consideras igual a ellos y te colocas debajo cuando te encuentras delante de ellos. Durante la mayor parte de tu vida has sentido como si necesitaras su permiso para ser tú mismo (...).
No podrás encontrarte con Jesús en tu cuerpo mientras éste siga con montones de dudas y miedos. Jesús vino para librarte de esos lazos y crear en ti un espacio en el que pudieras estar con él. Quiere que vivas la libertad de los hijos de Dios.
No desesperes pensando que no puedes cambiar después de tantos años. Sencillamente entra en la presencia de Jesús como eres y pídele que te dé un corazón libre de todo miedo en el que él pueda estar contigo. No puedes hacerte a ti mismo diferente. Jesús vino para darte un corazón nuevo, un espíritu nuevo, una mente nueva y un cuerpo nuevo. Deja que él te transforme por su amor y te permita recibir su afecto en todo tu ser (H. J. M. Nouwen, La voz interior del amor, Madrid 1997,54-55).