Viernes I Tiempo de Adviento – Homilías
/ 27 noviembre, 2016 / Tiempo de AdvientoLecturas
Aparte de las homilías, podrá ver comentarios de los padres de la Iglesia desglosados por versículos de aquellos textos que tengan enlaces disponibles, sobre todo de los Evangelios.
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Is 29, 17-24: Aquel día verán los ojos de los ciegos
Sal 26, 1bcde. 4. 13-14: El Señor es mi luz y mi salvación
Mt 9, 27-31: Jesús cura a dos ciegos que creen en él
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
Manuel Garrido Bonaño
Año Litúrgico Patrístico
El canto de entrada teje un ramillete con las imágenes más bellas para anunciar la visita del Señor: «El Señor viene con esplendor para visitar a su pueblo con la paz y comunicarle la vida eterna». En la oración colecta (Gregoriano), pedimos al Señor que despierte su poder y que venga; que su brazo liberador nos salve de los peligros que nos amenazan a causa de nuestros pecados. Esta misma convicción la expresamos cantando en la comunión: «Aguardamos un Salvador: el Señor Jesucristo. Él transformará nuestra condición humilde, según el modelo de su condición gloriosa» (Flp 3,20-21).
–Isaías 29,17-24: Oráculo sobre la salvación escatológica. Yahvé esta a punto de intervenir para salvar de manera definitiva a los hombres. Los pobres, los oprimidos, los inocentes experimentarán el gozo de la liberación, la alegría de su cercanía a Dios. Hemos confiado en el Señor y Él no nos defrauda. Por eso proclamamos que Él es Santo. Las obras de Dios y el testimonio de su pueblo son una prueba de su inmensa bondad. Todos pueden comprobarlo.
Nuestra fe en la venida del Señor debe traducirse en una acción sin reservas para acelerar su día, trabajando con confianza para mejorar el ambiente en que vivimos. Tomemos nota de la situación de minoría en que se encuentran los verdaderos cristianos, incluso en países tradicionalmente cristianos: engaños, inmoralidades, corrupción, calumnias etc., y Jacob (el verdadero pueblo cristiano) tiene que sufrir. Practiquemos con el ejemplo la justicia; opongamos a la relajación cada vez más grave de las costumbres el testimonio de una conducta personal y familiar irreprensible. El cerco cerrado del egoísmo y del desinterés ha de ser contrapuesto con la espiral incomparable de la generosidad que nos lleva a ayudar a todos.
¡Cuántos hombres viven hoy alejados por completo de la Iglesia de Cristo, y alejados de Dios! Compadezcámonos de la miseria espiritual de todos y cada uno de ellos. Pidamos apasionadamente por ellos y esperemos que llegue su hora de perdón, de redención, de salvación. Clamemos con la liturgia de este tiempo: «Señor, ten compasión de nosotros y danos tu salvación». «¡Muestra, Señor tu poder y ven a salvarnos! ¡Líbranos de nuestros pecados, de nuestro olvido de Dios! ¡Ven, Señor, y no tardes!».
–Con el Salmo 26, en consonancia con el tema de la esperanza propia del Adviento, cantamos al Señor suplicándole que Él sea «nuestra luz y nuestra salvación». La vida cristiana es vida de esperanza. Ante las repetidas promesas de Dios que nos anuncian la salvación, este salmo es la respuesta óptima a Dios que nos salva: «Una cosa pido al Señor por los días de mi vida. Espero gozar de la dicha del Señor en el país de la vida».
Navidad nos ofrece el remedio a nuestra sed de riquezas y placeres, de nuestra avidez de honores y dignidades, de nuestro afán de dominio y de prestigio. Nos ofrece el remedio a nuestra concupiscencia sin límites, de nuestro amor propio... El Señor, por el contrario, desciende hasta nosotros en la humildad de nuestra naturaleza. Viene a revelarnos la verdad. Viene a darnos la única vida verdaderamente profunda, dichosa y perfecta: la vida divina.
–Mateo 9,27-31: Jesús prueba y purifica la fe. El Señor evita la publicidad del milagro para que no se falsifique la finalidad de su venida. Los dos ciegos dan prueba de una auténtica fe: confían en el poder que Jesús tiene para curarlos. También ahora Jesús nos ofrece por la liturgia de la Iglesia su poder salvador. Pero hemos de reconocer antes nuestra propia miseria. Los ciegos invocan al Señor. Le piden su curación.
Reconozcamos, pues, nuestra ceguera. Tenemos necesidad de ser iluminados con la luz de Cristo. Él lo dijo: «Yo soy la Luz del mundo» (Jn 8,12). Cristo es la luz del mundo: por la fe santa que Él inspira en las almas; por el ejemplo que nos da con su vida santísima, en el pesebre, en Nazaret, en la Cruz, en su Resurrección, en la Eucaristía, en el Sagrario, por la luminosa túnica de gracia con que envuelve a nuestras almas; por la santa Iglesia que brilla con luz refulgente por sus dogmas, por sus sacramentos, por toda su liturgia y predicación. A la luz de este Sol sin ocaso, todo aparece claro, transparente. Gracias a su Luz, adquirimos un conocimiento exacto, infalible, de nuestro origen y de nuestro destino, de nuestro Dios y de toda nuestra vida. Digamos, pues, como los dos ciegos: «¡Ten compasión de nosotros, Hijo de David!»
José Aldazabal
Enséñame tus Caminos 1
1. Qué hermoso el panorama que nos presenta el profeta. Dios quiere salvar a su pueblo, y lo hará pronto. Los sordos oirán. Lo que estaba seco se convertirá en un jardín.
Los que se sentían oprimidos se verán liberados, mientras que los violentos recibirán su castigo. Ya no tendremos que avergonzarnos de ser buenos y seguir al Señor. ¡Qué buena noticia para los pobres de todos los tiempos!
Los ciegos verán y la oscuridad dejará paso a la luz.
Es una página muy optimista la que hoy leemos. Nos puede parecer increíble y utópica.
Pero los planes de Dios son así, y no sólo hace dos mil quinientos años, para el pueblo de Israel, sino para nosotros, que también sabemos lo que es sequedad, oscuridad y opresión.
Cuando leemos los anuncios de Isaías los leemos desde nuestra historia, y nos dejamos interpelar por él, o sea, por el Dios que nos quiere salvar en este año concreto que vivimos ahora. El programa se inició en los tiempos mesiánicos, con Cristo Jesús, pero sigue en pie. Sigue queriendo cumplirse.
Hoy podemos proclamar las páginas del profeta al menos con igual motivo que en la época de su primer anuncio. Porque seguimos necesitando esa salvación de Dios. También nosotros, con las palabras del salmo, decimos con confianza: «el Señor es mi luz y mi salvación», y eso es lo que nos da ánimos y mantiene nuestra esperanza.
2. Es una estampa muy propia de Adviento la de los dos ciegos que están esperando, y cuando se enteran que viene Jesús, le siguen gritando: «ten compasión de nosotros, Hijo de David».
Dos ciegos que desean, buscan y piden a gritos su curación.
Tal vez no conocen bien a Jesús, ni saben qué clase de Mesías es. Pero le siguen y se encuentran con el auténtico Salvador, quedan curados y se marchan hablando a todos de Jesús.
Como tantas otras personas que a lo largo de la vida de Jesús encontraron en él el sentido de sus vidas.
Una vez más se demuestra la verdad de la gran afirmación: «yo soy la luz del mundo: el que me sigue no andará en tinieblas».
3. a) El Adviento lo estamos viviendo desde una historia concreta. Feliz o desgraciada. Y las lecturas nos están diciendo que este mundo nuestro tiene remedio: éste, con sus defectos y calamidades, no otros mundos posibles.
Que Dios nos quiere liberar de las injusticias que existen ahora, como en tiempos del profeta. De las opresiones. De los miedos.
Cuántas personas están ahora mismo clamando desde su interior, esperando un Salvador que no saben bien quién es: y lo hacen desde la pobreza y el hambre, la soledad y la enfermedad, la injusticia y la guerra. Los dos ciegos tienen muchos imitadores, aunque no todos sepan que su deseo de curación coincide con la voluntad de Dios que les quiere salvar.
b) Pero nos podemos hacer a nosotros mismos la pregunta: ¿en verdad queremos ser salvados? ¿nos damos cuenta de que necesitamos ser salvados? ¿seguimos a ese Jesús como los ciegos suplicándole que nos ayude? ¿de qué ceguera nos tiene que salvar? Hay cegueras causadas por el odio, por el interés materialista de la vida, por la distracción, por la pasión, el egoísmo, el orgullo o la cortedad de miras. ¿No necesitamos de veras que Cristo toque nuestros ojos y nos ayude a ver y a distinguir lo que son valores y lo que son contravalores en nuestro mundo de hoy? ¿o preferimos seguir ciegos, permanecer en la oscuridad o en la penumbra, y caminar por la vida desorientados, sin profundizar en su sentido, manipulados por la última ideología de moda?
El Adviento nos invita a abrir los ojos, a esperar, a permanecer en búsqueda continua, a decir desde lo hondo de nuestro ser «ven, Señor Jesús», a dejarnos salvar y a salir al encuentro del verdadero Salvador, que es Cristo Jesús. Sea cual sea nuestra situación personal y comunitaria, Dios nos alarga su mano y nos invita a la esperanza, porque nos asegura que él está con nosotros.
La Iglesia peregrina hacia delante, hacia los tiempos definitivos, donde la salvación será plena. Por eso durante el Adviento se nos invita tanto a vivir en vigilancia y espera, exclamando «Marana tha», «Ven, Señor Jesús».
c) Al inicio de la Eucaristía, muchas veces repetimos -ojalá desde dentro, creyendo lo que decimos- la súplica de los ciegos: «Kyrie, eleison. Señor, ten compasión de nosotros». Para que él nos purifique interiormente, nos preste su fuerza, nos cure de nuestros males y nos ayude a celebrar bien su Eucaristía. Es una súplica breve e intensa que muy bien podemos llamar oración de Adviento, porque estamos pidiendo la venida de Cristo a nuestras vidas, que es la que nos salva y nos fortalece. La que nos devuelve la luz.
En este Adviento se tienen que encontrar nuestra miseria y la respuesta salvadora de Jesús.
Zevini-Cabra
Lectio Divina para cada día del año
LECTIO
Primera lectura: Isaías 29,17-24
La obra de Dios y la gran transformación de la humanidad es el tema del presente himno isaiano que está unificado con la proclamación de un profundo cambio de situación, en oposición a la perversión que nos invade.
La locución «aquel día» (v. 18) introduce, de hecho, una modificación profunda debida al Señor, que es quien ejecuta el paso de las tinieblas a la luz y cura una situación de ceguera profunda y de incomprensión, multiplicando sus maravillas ante el pueblo. Es fabulosa está acción que destruirá los proyectos ocultos en los que el pueblo incrédulo basa su prudencia (ef. Is 29,15). Esta acción se lleva a cabo en tres ámbitos diversos: en la naturaleza (v. 17), en el campo de las enfermedades físicas (v. 18), y en el moral y religioso, en el que impera la justicia (vv. 19-21).
La salvación provoca ante todo el gozo de los «humildes» (v. 19). El término, cargado de valor teológico, no sólo sociológico, designa a los que en el momento de la angustia confían en el Señor perseverando en la espera de salvación que viene de él. Con el gozo de los necesitados y humildes y con la desaparición de los violentos, cínicos e impostores, la obra del Señor llega a su culmen, porque por ella se muestra a los ojos del pueblo creyente, que le reconoce como redentor de Abrahán y el santo de Jacob: «los ojos de los ciegos verán sin tinieblas ni oscuridad» (v. 18).
Evangelio: Mateo 9,27-31
Una de las obras del Mesías consiste en dar vista a los ciegos, como signo de la salvación definitiva, anunciada por los profetas (cf. Is 29,18ss; 35,10; etc.). La narración de Mateo acerca de la curación de dos ciegos es del estilo típico del evangelista que tiende a reducir el elemento descriptivo para poner de relieve el tema de la autoridad de Jesús y la fe del discípulo o del beneficiario del milagro. La fe de quien busca la curación en Jesús se expresa sobre todo con el seguimiento (v. 27) y se convierte en súplica insistente, confiada.
Los dos ciegos deben entrar en casa y acercarse a Jesús, como para sugerir que sólo se logra la luz de la fe si se entra en la comunidad creyente y si nos acercamos a él para entrar en comunión con su persona escuchando su Palabra. En esta casa aparece una especie de examen sobre la fe, entendida como confianza en el poder salvador de Jesús (v. 28).
La palabra de curación que dirige a los dos ciegos es muy parecida a la dirigida al centurión (Mt 8,13), y parece establecer cierta proporcionalidad entre fe y curación, pero ante todo nos brinda una enseñanza a la comunidad para que supere la prueba necesaria de la fe con la oración, reconociendo que el socorro concedido es la respuesta a una súplica que brota de un corazón sincero.
MEDITATIO
En la narración evangélica de la curación de los dos ciegos encuentro la parábola de la profunda transformación que la Buena Noticia obra en mí si la acojo con fe: el paso de la ceguera a un ver con ojos nuevos, no ofuscados.
La vida vieja, existencia marcada por el pecado, me llevaba a una visión desenfocada de mí mismo, de los otros y de las situaciones de mi vida. La Buena Noticia, por el contrario, me ha abierto los ojos para ver mi ceguera, la necesidad de curación y salvación, que estaban ocultas.
Como recuerda el evangelio de Juan, si creo ver, quedaré siempre en mi ceguera, porque permanece mi pecado (Jn 9,41). Si, por el contrario, como los ciegos de la curación de Mateo, pido al Señor que sane mi ceguera, recibo de él el don de la vista.
Así comienzo a ver, primero un tanto borroso y luego más claramente, la acción del Señor en mi historia, en la de mis hermanos y hermanas. La fe en el Evangelio me lleva a discernir los signos luminosos de la venida de Dios en mi vida, precisamente donde de otro modo sólo aparecen fragmentos disgregados.
Como los ciegos del evangelio me veo revestido de la piedad de Cristo, acogido en su casa, tocado por su mano misericordiosa. El evangelio me pone de manifiesto con nueva luz a los demás y aprendo a estimar lo que el mundo espontáneamente no aprecia: a los humildes, los pobres, los oprimidos.
ORATIO
¡En tu luz veremos la luz! Padre de la luz, no permitas que el poder de las tinieblas se apodere de nuestro corazón; abre con la gracia de tu Espíritu nuestros ojos.
Cristo Jesús, verdadera luz venida a nuestro mundo para iluminarlo, sana nuestra ceguera, vence la oscuridad que nos asedia, para que aprendamos a ver las maravillas del amor de Dios con nosotros.
Espíritu Santo, luz de los corazones, renueva nuestros ojos para que podamos comprender que tú no miras como mira el hombre, sino lo que Dios ama.
Bienaventurada y Santa Trinidad, ilumínanos hasta lo más hondo para que nosotros, que en otro tiempo éramos tinieblas, podamos hoy resplandecer en el mundo como verdaderos hijos de la luz manifestando su fruto de bondad, justicia y verdad.
CONTEMPLATIO
Ven, tú que anhelas mi pobre alma y mi alma te desea. Ven, oh Solo, del que está solo; porque, como ves, estoy solo. Te doy gracias, porque eres para mí un día sin atardecer, un sol sin ocaso...
La luz ha vuelto a resplandecer para mí. La contemplo en claridad. Abre una vez más el cielo, disipa una vez más la noche. Una vez más descubre todo. Una vez más es contemplada ella sola. Y el que está sobre todo cielo, al que ninguno de los hombres ha visto jamás, éste se concentra una vez más en mi espíritu, en mí, en el cogollo de mi corazón -¡oh misterio sublime!- la luz desciende y me levanta sobre todo...
En verdad, estoy aquí donde está la luz, sola y sencilla, y renazco a la inocencia contemplándola, sencillamente (Simeón el Nuevo Teólogo, Canti di amore, en M. Buber, Confessioni estatiche, Milán 1987, 74-75.82).
ACTIO
Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:
«Hijo de David, ten compasión de nosotros» (Mt 9,27).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
Cuando los santos marchen
cuando los santos marchen
oh Señor, me iré yo con ellos
cuando los santos marchen
Cuando el sol no brille ya,
cuando el son no brille ya,
oh, Señor, me iré yo con ellos,
cuando el sol no brille ya.
Cuando la luna se extinga,
cuando la luna se extinguirá,
oh Señor, me iré yo con ellos,
cuando la luna se extinga.
y las estrellas se borrarán,
las estrellas se borrarán,
oh Señor, me iré yo con ellos,
y las estrellas se borrarán.
Cuando el Señor los premie,
cuando el Señor los premie,
oh Señor, me iré yo con ellos,
cuando el Señor los premie.
y un día tú los juzgarás,
y un día tú los juzgarás,
oh Señor, me iré yo con ellos,
y un día tú los juzgarás.
Espiritual negro