Lunes I del Tiempo de Cuaresma – Homilías
/ 6 marzo, 2017 / Tiempo de CuaresmaLecturas
Aparte de las homilías, podrá ver comentarios de los padres de la Iglesia desglosados por versículos de aquellos textos que tengan enlaces disponibles, sobre todo de los Evangelios.
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Lv 19, 1-2. 11-18: Juzga con justicia a tu prójimo
Sal 18, 8. 9. 10. 15: Tus palabras, Señor, son espíritu y vida
Mt 25, 31-46: Cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
Manuel Garrido Bonaño
Año Litúrgico Patrístico
–Levítico 19,1-2.11-18: Juzgarás con justicia a tu prójimo. Dios dio al pueblo elegido un código de santidad y de justicia: «Seréis santos porque yo, vuestro Dios, soy santo». Muchas prescripciones del Antiguo Testamento siguen siendo válidas para nosotros, como las de esta lectura; hemos de cumplirlas con mayor razón que los antiguos, porque tenemos la perfección y la ayuda sobrenatural contenida en el Nuevo Testamento.
El concepto de santidad es del todo transcendente, único, distante. No podemos llegar jamás a la santidad de Dios. Él es absolutamente Otro, Separado, Único. Pero hemos de acercarnos lo más posible para tratar con Él. Cristo vino a enseñarnos el camino más seguro para ello, que es el amor. Este amor no es cosa nuestra, sino que ha sido infundido por Dios mismo en nuestra alma: «El amor de Dios ha sido derramado en vuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado» (Rom 5,5).
Este amor se manifiesta en nuestras relaciones con los demás hombres, como se indica en esta misma lectura y es un signo de la santidad, como aparece en Dios mismo, según el profeta Oseas: «No ejecutaré el ardor de mi cólera, porque yo soy Dios y no hombre; en medio de ti, Yo el Santo» (11,9). La tendencia a la santidad ha de ser nuestra tarea principal. Dice Casiano:
«Este debe ser nuestro principal objetivo y el designio constante de nuestro corazón; que nuestra alma esté continuamente unida a Dios y a las cosas divinas. Todo lo que se aparte de esto, por grande que pueda parecernos, ha de tener en nosotros un lugar secundario, por el último de todos. Incluso hemos de considerarlo como un daño positivo» (Colaciones 1).
Y San Agustín:
«Nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti» (Confesiones 1,1).
–El Señor quiere que no sólo estemos atentos a su ley, sino que la contemplemos y hagamos de ella nuestro alimento cotidiano, nuestra delicia. Por ese camino alcanzaremos la santidad.
Para esto nos resulta utilísimo meditar con el Salmo 18: «Tus palabras, Señor, son espíritu y vida. La ley del Señor es perfecta y es descanso del alma; el precepto del Señor es fiel e instruye al ignorante. Los mandatos del Señor son rectos y alegran el corazón; la norma del Señor es límpida y da luz a los ojos. La voluntad del Señor es pura y eternamente estable; los mandamientos del Señor son verdaderos y enteramente justos. Que te agraden las palabras de mi boca, y llegue a tu presencia el meditar de mi corazón, Señor, Roca mía, Redentor mío».
–Mateo 25,31-46: Lo que hiciste a uno de estos mis hermanos, conmigo lo hiciste. El gran signo de la verdadera santidad es el amor a Dios y al prójimo. Es tan trascendental ver al Señor en el prójimo, que nuestro encuentro definitivo con Él versará sobre la manera en que lo hemos vivido a través del prójimo. Es lo que dice San Juan de la Cruz: «en el atardecer de nuestra vida seremos examinados sobre el amor». En nuestro caminar hacia Dios en este mundo, el incumplimiento de este precepto nos hace caminar en tinieblas y nos imposibilita la participación en la celebración del Sacramento del Amor. Comenta San Agustín:
«Recordad, hermanos, lo que ha de decir a los que están a la derecha. No les dirá: «hiciste esta o aquella obra grande», sino: «tuve hambre y me disteis de comer»; a los que están a la izquierda no les dirá: «hicisteis ésta o aquélla obra mala», sino: «tuve hambre y no me disteis de comer.» Los primeros, por su limosna irán a la vida eterna; los segundos por su esterilidad, al fuego eterno, Elegid ahora el estar a la derecha o a la izquierda» (Sermón 204,10).
En otro lugar dice:
«Nadie tema dar a los pobres; no piense nadie que quien recibe es aquél cuya mano ve. Quien recibe es el que te mandó dar. Y no decimos esto porque así nos parece por conjetura humana; escúchale a Él que te aconseja y te da seguridad en la Escritura. Tuve hambre y me diste de comer... (Sermón 86,3).
José Aldazabal
Enséñame tus Caminos 2
1. Levítico 1, 1-2. 11-18
En el libro del Levítico, Moisés le presenta al pueblo de Israel un código de santidad, para que pueda estar a la altura de Dios, que es el todo Santo.
Hay mandamientos que se refieren a Dios: no jurar en falso. Pero sobre todo se insiste en la caridad y la justicia con los demás. La enumeración es larga y afecta a aspectos de la vida que siguen teniendo vigencia también hoy: no robar, no engañar, no oprimir, no cometer injusticias en los juicios comprando a los jueces, no odiar, no guardar rencor. Hay dos detalles concretos muy significativos: no maldecir al sordo (aprovechando que no puede oír) y no poner tropiezos ante el ciego (que no puede ver).
La consigna final es bien positiva: «amarás a tu prójimo como a ti mismo». Todo ello tiene una motivación: «yo soy el Señor». Dios quiere que seamos santos como él, que le honremos más con las obras que con los cantos y las palabras.
El salmo nos hace profundizar en esta clave: «tus palabras, Señor, son espíritu y vida... los mandatos del Señor son rectos y alegran el corazón».
2. Mateo 25, 31-46
Esta página casi final del evangelio de Mateo es sorprendente. Jesús mismo pone en labios de los protagonistas de su parábola, tanto buenos como malos, unas palabras de extrañeza: ¿cuándo te vimos enfermo y fuimos a verte? ¿cuándo te vimos con hambre y no te asistimos? Resulta que Cristo estaba durante todo el tiempo en la persona de nuestros hermanos: el mismo Jesús que en el día final será el pastor que divide a las ovejas de las cabras y el juez que evalúa nuestra actuación.
Para la caridad que debemos tener hacia el prójimo Jesús da este motivo: él mismo se identifica con las personas que encontramos en nuestro camino.
Hacemos o dejamos de hacer con él lo que hacemos o dejamos de hacer con los que nos rodean.
Es una de las páginas más incómodas de todo el evangelio. Una página que se entiende demasiado. Y nosotros ya no podremos poner cara de extrañados o aducir que no lo sabíamos: ya nos lo ha avisado él.
3. Desde los primeros compases del camino cuaresmal, se nos pone delante el compromiso del amor fraterno como la mejor preparación para participar de la Pascua de Cristo.
Es un programa exigente. Tenemos que amar a nuestro prójimo: a nuestros familiares, a los que trabajan con nosotros, a los miembros de nuestra comunidad religiosa o parroquial, sobre todo a los más pobres y necesitados.
Si la la lectura nos ponía una medida fuerte -amar a los demás como nos amamos a nosotros mismos-, el evangelio nos lo motiva de un modo todavía más serio: «cada vez que lo hicisteis con ellos, conmigo lo hicisteis; cada vez que no lo hicisteis con uno de ellos, tampoco lo hicisteis conmigo». Tenemos que ir viendo a Jesús mismo en la persona del prójimo.
Si la primera lectura urgía a no cometer injusticias o a no hacer mal al prójimo, la segunda va más allá: no se trata de no dañar, sino de hacer el bien. Ahora serán los pecados de omisión los que cuenten. El examen no será sobre si hemos robado, sino sobre si hemos visitado y atendido al enfermo. Se trata de un nivel de exigencia bastante mayor. Se nos decía: no odies. Ahora se nos dice: ayuda al que pasa hambre. Alguien ha dicho que tener un enfermo en casa es como tener el sagrario: pero entonces debe haber muchos «sagrarios abandonados».
En la Eucaristía, con los ojos de la fe, no nos cuesta mucho descubrir a Cristo presente en el sacramento del pan y del vino. Nos cuesta más descubrirle fuera de misa, en el sacramento del hermano. Pues sobre esto va a versar la pregunta del examen final. Al Cristo a quien hemos escuchado y recibido en la misa, es al mismo a quien debemos servir en las personas con las que nos encontramos durante el día.
Será la manera de preparar la Pascua de este año: «anhelar año tras año la solemnidad de la Pascua, dedicados con mayor entrega a la alabanza divina y al amor fraterno», (prefacio I de Cuaresma).
Será también la manera de prepararnos a sacar buena nota en ese examen final. «Al atardecer de la vida, como lo expresó san Juan de la Cruz, seremos juzgados sobre el amor»: si hemos dado de comer, si hemos visitado al que estaba solo. Al final resultará que eso era lo único importante.
«Amarás a tu prójimo como a ti mismo» (1a lectura).
«Tus palabras, Señor, son espíritu y vida» (salmo).
«Estuve enfermo y me visitasteis» (evangelio).
«Cada vez que lo hicisteis con uno de estos mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis» (evangelio).