Lunes VII de Pascua – Homilías
/ 9 mayo, 2016 / Tiempo de PascuaLecturas
Aparte de las homilías, podrá ver comentarios de los padres de la Iglesia desglosados por versículos de aquellos textos que tengan enlaces disponibles, sobre todo de los Evangelios.
Para ver el texto completo de las lecturas haz clic aquí.
Hch 19, 1-8: ¿Recibisteis el Espíritu Santo al aceptar la fe?
Sal 67, 2-3. 4-5ac. 6-7ab: Reyes de la tierra, cantad a Dios
Jn 16, 29-33: Tened valor: yo he vencido al mundo
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
Manuel Garrido Bonaño
Año Litúrgico Patrístico
–Hechos 19,1-8: ¿Recibisteis el Espíritu Santo al aceptar la fe? Pablo encontró en Efeso a unos discípulos y les preguntó si habían recibido el Espíritu Santo, a lo que le respondieron que ni siquiera habían oído hablar de Él. Los catequizó, los bautizó, les impuso las manos y lo recibieron. La Eucaristía renueva en nosotros la fuerza profética del Espíritu que hemos recibido y en la confirmación. San Gregorio Nacianceno dice:
«Espíritu recto, principal, Señor, que envía, que segrega, que se construye un templo mostrando la vida, operando a su arbitrio y repartiendo sus gracias. Es Espíritu de adopción, de verdad, de sabiduría, de entendimiento, de ciencia, de piedad, de consejo, de fortaleza, de temor, como son enumerados (Is 11,2). Por quien el Padre es conocido, y el Hijo glorificado, y por los cuales Él mismo es conocido solamente... ¿Para qué más palabras? Todo lo que tiene el Hijo lo tiene el Padre, menos el ser engendrado» (Sermón 41).
Y San Basilio:
«Por la iluminación del Espíritu contemplamos propia y adecuadamente la gloria de Dios; y por medio de la impronta del Espíritu llegamos a Aquél de quien el mismo Espíritu es impronta y sello» (Sobre el Espíritu Santo, 26).
–La gran marcha de Dios que camina delante de su pueblo desde el Sinaí a Sión, simboliza la marcha de Dios en Cristo, que deja la tierra para subir al cielo. En la acción litúrgica nosotros nos asociamos a esta grandiosa procesión de júbilo y lo expresamos con el Salmo 67: «Se levanta Dios y se disipan sus enemigos, huyen de su presencia los que lo odian. Como el humo se disipa, se disipan ellos; como se derrite la cera ante el fuego, así perecen los impíos ante Dios. Los justos se alegran, gozan en la presencia de Dios, rebosando de alegría. Cantad a Dios, tocad en su honor; su nombre es el Señor, alegraos en sus presencia. Padre de huérfanos, protector de viudas. Dios vive en su Santuario, en su santa morada; Dios prepara casa a los desvalidos, libera a los cautivos y los enriquece».
–Juan 16,29-33: Tened valor. Yo he vencido al mundo. Jesús anuncia que todos los abandonarán en el transcurso de su Pasión. Pero el Padre está con Él. La cruz será la victoria de Cristo Redentor. Comenta San Agustín:
«Como si dijera: «Entonces llegará vuestra turbación, hasta el punto de abandonar lo que ahora creéis»; porque llegarán a tal desesperación y, por decirlo así, muerte de su fe antigua, como se ve en aquel Cleofás, que, hablando con Él, sin conocerlo, después de su resurrección y contándole lo sucedido dijo: «Nosotros esperábamos que Él había de rescatar a Israel». Ahí tenéis cómo le habían abandonado, perdiendo también la fe que antes habían tenido en Él.
«En cambio no le abandonaron en aquella tribulación que padecieron después de su glorificación, recibido ya el Espíritu Santo; y, aunque huyeron de ciudad en ciudad, no huyeron de Él, sino que en medio de las persecuciones del mundo conservaron en Él la paz, sin abandonarle, antes buscando en Él su refugio. Recibido el Espíritu Santo, se verificó en ellos lo que les había dicho: «Confiad: Yo he vencido al mundo». Confiaron y vencieron. ¿Por quién sino por Él? No hubiera Él vencido al mundo, si el mundo alcanzase la victoria sobre sus miembros» (Tratado 103,3 Sobre el Evangelio de San Juan).
José Aldazabal
Enséñame tus Caminos
1. Hechos 19,1-8
a) Pablo llega a Éfeso, en su tercer viaje misionero. Éfeso era una de las ciudades más importantes de la época. Allí estuvo más de dos años, fundando una comunidad a la que luego le escribiría una de sus cartas. En Éfeso, como siempre, primero predica a los judíos, en la sinagoga.
De los diversos episodios que Lucas cuenta de esta estancia de Pablo en Éfeso, hoy escuchamos uno algo extraño: se encuentra con unos doce hombres que eran creyentes, pero que sólo han recibido el bautismo de Juan Bautista y no conocen al Espíritu Santo. Probablemente se cuenta este caso para dar a entender lo que tendrían que hacer otros que están en las mismas circunstancias, como discípulos del Bautista.
Pablo les instruye amablemente sobre la relación entre el bautismo de Juan y la fe en Jesús. Estos doce aceptan la fe, son bautizados de nuevo, esta vez en el nombre de Jesús, y reciben el Espíritu con la imposición de manos de Pablo. El Espíritu suscita en ellos el carisma de las lenguas y de las profecías.
b) Como en Éfeso, también entre nosotros hay situaciones muy dispares a la hora de acercarse a la fe en Jesús. De todo el libro de los Hechos tendríamos que aprender cómo ayudar a cada persona, desde su situación concreta, y no desde unos tópicos generales que sólo están en los libros, a llegar hasta Jesús: los judíos de la sinagoga, o el eunuco que viaja a su patria, o los pensadores griegos del Areópago, o las mujeres que van a rezar a orillas del río, o estos que habían recibido ya el bautismo de Juan.
Para todos tiene respuesta amable la comunidad cristiana. Para todos sabe encontrar el lenguaje adecuado, a partir de lo que ya conocen y aprecian. En concreto Pablo nos da un ejemplo de adaptación creativa a cada circunstancia que encuentra. En este caso, no condena el bautismo de Juan, sino que les conduce a su natural complemento, que es la fe en Jesús, el Mesías al que anunciaba el Bautista.
También nosotros deberíamos evangelizar con esta pedagogía, respetando en cada caso los tiempos oportunos, no desautorizando sin más la situación en que se halla cada persona, partiendo de los valores ya asimilados, y que seguramente constituyen un buen camino hacia el Valor supremo que es Cristo. Como lo teníamos que haber hecho en la historia, no destruyendo, sino completando los valores culturales y religiosos que se encontraban en América o en África o en Asia.
Si lo hiciéramos así, el Espíritu subrayaría, incluso con carismas, como en Éfeso, este carácter de universalidad y pedagogía personal. Porque es él quien regala a su comunidad todo lo que tiene de vida y de imaginación y de animación, evangelizando toda cultura y toda situación personal.
2. Juan 16, 29-33
a) Los apóstoles creen haber llegado a entender a Jesús: «ahora vemos», «creemos que saliste de Dios».
Pero Jesús parece ponerlo en duda: «¿ahora creéis?». En efecto, él sabe muy bien que dentro de pocas horas le van a abandonar todos, asustados ante el cariz que toman las cosas y que llevarán a su Maestro a la muerte. Allí flaquearán todos.
Jesús les quiere dar ánimos ya desde ahora, antes de que pase. Quiere fortalecer su fe, que va a sufrir muy pronto contrariedades graves. Pero la victoria es segura: «en el mundo tendréis luchas, pero tened valor: yo he vencido al mundo».
b) ¿De veras creemos? La pregunta de Jesús podría ir dirigida hoy a cada uno de nosotros, que decimos que tenemos fe.
Nunca es segura nuestra adhesión a Cristo. Sobre todo cuando se ve confrontada con las luchas que él nos anuncia y de las que tenemos amplia experiencia. ¿Hasta qué punto es sólida nuestra fe en Jesús? ¿aceptamos también la cruz, o no quisiéramos que apareciera en nuestro camino? Nos puede pasar como a Pedro, antes de la Pascua. Todo lo iba aceptando, menos cuando el Maestro hablaba de la muerte, o cuando se humillaba para lavar los pies de los suyos. La cruz y la humillación no entraban en su mentalidad, y por tanto en su fe en Cristo. Luego maduró por obra del Espíritu.
¿Abandonamos a Cristo cuando sus criterios de vida son contrarios a nuestro gusto o a la moda de la sociedad? ¿le seguimos también cuando exige renuncias?
El mismo Jesús nos ha dado ánimos: ninguna dificultad, ni externa ni interna, debería hacernos perder el valor. Unidos a él, participaremos de su victoria contra el mal y el mundo. La última palabra no es la cruz, sino la vida. Y ahí encontraremos la serenidad: «para que encontréis la paz en mí».
«El Espíritu os dará fuerza para ser mis testigos» (entrada)
«Derrama sobre nosotros la fuerza del Espíritu, para que demos testimonio de ti con nuestras obras» (oración)
«Los justos se alegran, gozan en la presencia de Dios, rebosando de alegría» (salmo)
«Yo estoy con vosotros todos los días» (aleluya)
«En el mundo tendréis luchas, pero tened valor: yo he vencido al mundo» (evangelio)
«No os dejaré desamparados» (comunión)
Zevini-Cabra
Lectio Divina para cada día del año
LECTIO
Primera lectura: Hechos de los Apóstoles 19,1-8
La espléndida ciudad de Éfeso se convierte, pues, en el punto de encuentro de diferentes corrientes del cristianismo primitivo, con las que hoy también se mide Pablo. También se las tiene que ver con discípulos, más o menos remotos, de Juan el Bautista, que forman parte de un movimiento más bien amplio y, para nosotros, todavía misterioso. La docena de «discípulos» tienen, probablemente, un pie en el grupo del Bautista y otro en el grupo de Jesús. Pablo los catequiza mostrando que precisamente Juan había indicado la superioridad de Jesús. Se nota aquí el intento de clarificar la relación entre el bautismo de Juan y el de Jesús: el primero está ligado a la penitencia; el segundo, a la acción del Espíritu. El enlace, el encuentro y, a veces, el desencuentro entre las diferentes corrientes y movimientos debieron de ser vivaces, aunque Lucas no nos proporciona -quizás porque carece de ellas- informaciones más precisas.
No sabemos si fue Pablo quien los bautizó, pero sí fue él quien les impuso las manos, renovando otro Pentecostés, como ya había sucedido en otras ocasiones, especialmente con Pedro y Juan en Samaria. El Espíritu, ligado al bautismo en el nombre del Señor Jesús, los colma de sus dones y hablan en lenguas y profetizan. Apremia a Lucas mostrar, entre otras cosas, que Pablo, aunque no es uno de los Doce, tiene los mismos poderes que ellos. También desea mostrar que los «Hechos de Pablo» se asemejan a los «Hechos de Pedro». Además de con los discípulos del Bautista, Pablo se las tiene que ver también, en Éfeso, con la magia y con el paganismo, en el famoso episodio de la revuelta de los orfebres.
Evangelio: Juan 16,29-33
El fragmento comienza con algunas palabras entusiastas de los discípulos de Jesús: «Ahora has hablado claramente y no en lenguaje figurado» (v. 29). Piensan los discípulos que las palabras del Señor sobre su misión son ahora comprensibles, pero olvidan que les había dicho que la nueva era comenzaría después de la resurrección y que la comprensión de sus palabras tendría como maestro interior al Espíritu Santo. Creen tener ahora en sus manos el secreto de la persona de Jesús y poseer una fe adulta en Dios. Jesús tendrá que hacerles constatar, por el contrario, que su fe tiene que ser reforzada aún, porque es demasiado incompleta para hacer frente a las pruebas que les esperan (vv. 31s). Son palabras que esconden una gran amargura: el Nazareno predice el abandono por parte de sus amigos. Éstos se escandalizarán por la suerte humillante que sufrirá su Maestro.
Con todo, Jesús nunca está solo. Vive siempre en unidad con el Padre. Por eso termina el coloquio con los suyos pronunciando palabras llenas de esperanza y de confianza: «Os he dicho todo esto para que podáis encontrar la paz en vuestra unión conmigo. En el mundo encontraréis dificultades y tendréis que sufrir, pero tened ánimo; yo he vencido al mundo» (v. 33). Jesús ha vencido al mundo desarmándolo con el amor. Ha elegido lo que cuenta a los ojos de Dios y perdura en la vida, no lo efímero. Y este mensaje es el que deja a sus discípulos como «testamento espiritual».
MEDITATIO
La solidez de la relación con Dios emerge en la hora de la prueba, cuando nos encontramos solos ante Dios y, de improviso, se diluyen los apoyos humanos y las grandes ilusiones. Entonces es cuando se manifiesta dónde está apoyado de verdad tu corazón: en tus propias seguridades o en la Palabra del Señor, en el abandono total en él. La fe se purifica en las pruebas y en la soledad, y nos introduce en el camino de Jesús, que afirma: «Yo no estoy solo, porque el Padre está conmigo», y nos hace considerar seriamente las palabras de Jesús: «Tened ánimo, yo he vencido al mundo».
La prueba y las tribulaciones pertenecen también a un proceso de maduración, porque nos hacen entrar en nosotros mismos, desear el silencio; nos sumergen en la soledad, allí donde siempre podemos descubrir nuestra vocación de estar «solos con el Solo», de anclarnos en aquel que nunca nos abandonará, con aquel a quien, juntos, aclamamos en los Salmos a menudo como nuestra roca, nuestro refugio, nuestra defensa, nuestro baluarte, nuestro consuelo. En esos momentos estas palabras asumen una verdad, una evidencia y una fuerza particular, y nos sentimos crecer en la comprensión del misterio de la vida y de nuestra íntima relación con Dios.
ORATIO
Ilumina, Señor, mis noches con la luz discreta de tu presencia. No me abandones en mis soledades, cuando todo parece hundirse a mi alrededor y cuando las presencias más familiares se me vuelven extrañas y son incapaces de consolarme. Tú también sabes, Jesús mío, lo terrible que es la soledad, cuando hasta el Padre se te hacía imposible de encontrar y te sentiste abandonado por él. Por esta terrible desolación por la que pasaste, ven en ayuda de mis desiertos, no me abandones cuando me siento abandonado por los otros.
Tú que sudaste sangre, alivia mis heridas. Tú que has resucitado, haz fecunda de vida la sensación de inutilidad y abandono. Por tu santa agonía, por tu gloriosa lucha contra el sentido de la derrota, llena mis momentos terribles, las horas y los días de vacío, para que yo pueda experimentarte como mi dulce salvador.
CONTEMPLATIO
En una noche oscura
con ansias, en amores inflamada
¡oh dichosa ventura!,
salí sin ser notada,
estando ya mi casa sosegada;
a escuras y segura
por la secreta escala, disfrazada,
¡oh dichosa ventura!,
a escuras y encelada,
estando ya mi casa sosegada;
en la noche dichosa,
en secreto, que nadie me veía
ni yo miraba cosa,
sin otra luz y guía
sino la que en el corazón ardía.
Aquésta me guiaba
más cierto que la luz de mediodía
a donde me esperaba
quien yo bien me sabía,
en parte donde nadie parecía.
¡Oh noche que guiaste!;
¡oh noche amable más que el alborada!
¡oh noche que juntaste
Amado con amada,
amada en el Amado transformada!
(Juan de la Cruz, Obras completas, BAC, Madrid 199414).
ACTIO
Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:
«Yo no estoy solo, porque el Padre está conmigo» (Jn 16,32b).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
Cuando te sientas solo, debes intentar descubrir la fuente de este sentimiento. Eres propenso a escapar de tu soledad o bien a permanecer en ella. Cuando huyes de ella, tu soledad no disminuye realmente: lo único que haces es obligarla a salir de tu mente de manera provisional. Cuando empiezas a permanecer en ella, tus sentimientos no hacen más que volverse más fuertes y te vas deslizando hacia la depresión. La tarea espiritual no consiste ni en huir de la soledad ni en dejarse anegar por ella, sino en descubrir su fuente. No resulta fácil de hacer, pero cuando se logra identificar de algún modo el lugar de donde brotan estos sentimientos, pierden algo de su poder sobre ti.
Esta identificación no es una tarea intelectual; es una tarea del corazón. Con él debes buscar ese lugar sin miedo. Se trata de una búsqueda importante, porque conduce a discernir algo de bueno sobre ti mismo. El dolor de tu soledad puede tener sus raíces en tu vocación más profunda. Podrías descubrir que tu soledad está ligada a tu llamada a vivir por completo para Dios. La soledad se puede revelar entonces como el otro lado de tu don único. En cuanto experimentes en tu «yo» más íntimo la verdad, podrás descubrir que la soledad no sólo es tolerable, sino también fecunda. Lo que de primeras parecía doloroso, puede convertirse después en un sentimiento que —aun siendo penoso— te abre el camino hacia un conocimiento todavía más profundo del amor de Dios (H. J. M. Nouwen, La voce dell"amore, Brescia 19972, pp. 58s [trad. esp.: La voz interior del amor, PPC, Madrid 1997]).