Sábado VII de Pascua – Homilías
/ 9 mayo, 2016 / Tiempo de PascuaLecturas
Aparte de las homilías, podrá ver comentarios de los padres de la Iglesia desglosados por versículos de aquellos textos que tengan enlaces disponibles, sobre todo de los Evangelios.
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Hch 28, 16-20. 30-31: Permaneció en Roma, predicando el reino de Dios
Sal 10, 4. 5 y 7: Los buenos verán tu rostro, Señor
Jn 21, 20-25: Este es el discípulo que ha escrito todo esto, y su testimonio es verdadero
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
Manuel Garrido Bonaño
Año Litúrgico Patrístico
–Hechos 26,16-20.30-31: Pablo vivió en Roma predicándoles el Reino de Dios. En régimen de semilibertad, el Apóstol no deja de continuar la misión para la que fue elegido por el Señor predicar el Reino de Dios. El plan salvífico de Dios realizado en Cristo por su Muerte-Resurrección e impulsado por el Espíritu tiene una dimensión universal. La Iglesia como comunidad y sacramento de salvación, debe actualizar y llevar a cumplimiento el plan de Dios. Nos toca a nosotros continuar esa misión con todos los medios que podamos: nuestra oración, nuestra palabra, nuestra vida... Dice San Gregorio de Niza:
«Esta es la verdadera perfección, no detenerse nunca en el camino hacia lo que es mejor y no poner límites a lo perfecto» (De la perfecta forma cristiana). «La gracia del Espíritu Santo se concede a cada hombre con la idea de que debe aumentar e incrementar lo que recibe» (Institución cristiana).
Y San Gregorio Nacianceno:
«Procurad una limpieza de espíritu siempre en aumento. Nada agrada tanto a Dios como la conversión y salvación del hombre... Sed como lumbreras en medio del mundo, como una fuerza llena de vida para los demás hombres»(Disertación 39).
–Jesús está en el cielo y los buenos lo verán. El cristiano vive con ansias de ver el rostro del Señor, convencido de que verá a Dios cara a cara. Con esta confianza caminamos hacia el gran día de la segunda venida del Señor. Por eso proclamamos con el Salmo 10: «El Señor está en su templo santo, el Señor tiene su trono en el cielo; sus ojos están observando, sus pupilas examinan a los hombres. El Señor examina a los inocentes y culpables, y al que ama la violencia Él lo odia. Porque el Señor es justo y ama la justicia. Los buenos verán su rostro».
–Juan 21,20-25: Este es el discípulo que ha escrito todo esto y nosotros sabemos que su testimonio es verdadero. Comenta San Agustín:
««Sígueme», porque por él padeció Cristo, del cual dice el mismo Pedro: «Cristo padeció por nosotros, dejándonos ejemplo para que sigamos sus huellas». Por eso le fue dicho: «Sígueme». Pero hay otra vida inmortal en la que no hay males: allí veremos cara a cara lo que aquí vemos en espejo y figuras cuando se ha progresado mucho en la verdad.
«Así, pues, la Iglesia tiene conocimiento de dos vidas que le han sido predicadas y encomendadas por divina inspiración, de las cuales una es en la fe y la otra en la contemplación; la una en el tiempo de la peregrinación, la otra en la eternidad de la mansión; la una en el trabajo, la otra en el descanso; la una en el camino, la otra en la patria; la una en el trabajo de la actividad, la otra en el premio de la contemplación; la una se afana por conseguir la victoria, la otra vive segura en la paz de la victoria..., en conclusión, la una es buena, pero llena de miserias, la otra es mejor y bienaventurada...» (Tratado 124,5 Sobre el Evangelio de San Juan).
José Aldazabal
Enséñame tus Caminos
1. Hechos 28,16-20. 30-31
a) El último pasaje de los Hechos que leemos resume los dos años que Pablo estuvo en Roma en su primer cautiverio. Nos saltamos, por tanto, lo que se cuenta de su viaje por mar, lleno de peripecias, y su estancia en Malta.
En Roma estaba alojado en una casa, con un arresto domiciliario vigilado. Pero nadie le impedía hacer lo que él siempre había querido hacer: evangelizar, anunciar a Cristo Jesús. Y ahora precisamente en el centro del imperio y del mundo: Roma.
Llamó ante todo a los principales de los judíos, ante los que se justificó y les dio su versión del proceso que había tenido lugar en Jerusalén contra él. Pero también predicó a otros muchos, «enseñando la vida del Señor Jesucristo con toda libertad».
No fue en este cautiverio en Roma cuando dio testimonio con su muerte. Al ser liberado, visitó otras comunidades y seguramente viajó a España, como ya había anunciado que iba a hacer. En una segunda detención en Roma es cuando su confesión de Cristo terminó en el martirio, hacia el año 67.
b) Con arresto domiciliario o no, a Pablo nada le impide predicar a Cristo. Ahora da testimonio de Jesús en Roma, como ya le había anunciado el Señor en una visión. Y como había encargado a los discípulos el día de la Ascensión: que dieran testimonio de él empezando en Jerusalén y llegando hasta los confines de la tierra.
Es incansable este apóstol. La fe inquebrantable que tiene en Jesús le mueve en todo momento y da sentido a toda su actuación. Y cuando se trata, no de sus derechos personales, sino de la evangelización, se defiende con inteligencia, para que la Palabra no quede nunca encadenada.
También nosotros, al final de la Pascua, y en vísperas de recibir de nuevo la gracia del Espíritu en la fiesta de Pentecostés, tendríamos que aprender mayor generosidad y decisión en nuestra vida de cristianos, en nuestro seguimiento de Jesús, el Señor Resucitado.
En ciertas ocasiones podemos sentirnos también nosotros en parte coartados por la sociedad o por sus leyes, o mal interpretados en nuestras intenciones. Pero si de veras creemos en el Resucitado, que sigue presente, y confiamos en su Espíritu, que sigue siendo vida, fuego, savia y alegría de la comunidad eclesial, la energía de la Pascua debería duramos y notársenos a lo largo de todo el año en nuestro estilo de vida.
2. Juan 21, 20-25
a) La escena de ayer, con el diálogo de Jesús y Pedro, sigue hoy, a partir de la invitación hecha a Pedro: «sígueme».
Este pasaje probablemente se tuvo que añadir en el evangelio de Juan para salir al paso de unos malentendidos que había sobre Juan, el discípulo amado de Jesús, a quien algunos parecían atribuir la inmortalidad o poco menos, y que a otros resultaría extraño que no le hubieran asignado como sucesor de Pedro cuando éste murió mártir en Roma.
Pedro tiene una intervención poco afortunada sobre si también tenía que seguirles Juan. La respuesta de Jesús fue un tanto seca, volviéndole a decir que él le siguiera, sin preocuparse de Juan.
El evangelio de Juan termina afirmando que Jesús «hizo muchas otras cosas», pero que no caben en los libros.
b) La escena de Pedro preocupado por Juan, que bien pudo ser debida a unos ciertos celos, nos demuestra que la fe va madurando muy poco a poco. Que todos somos débiles, y tendemos a mezclar en nuestra actuación motivos espirituales y otros muy humanos y no tan confesables.
Pero Pedro maduró por obra del Espíritu, y nos dio más tarde magníficos testimonios de su amor a Jesús. Él todavía no sabe que irá a Roma y que allí, después de un apostolado también lleno de valentía y de entrega, confesará con su vida a Cristo ante las autoridades romanas, él que le había negado ante una criada.
Mientras tanto, el evangelio de Juan parece como si no acabara: hay muchas otras cosas de Cristo que no caben en los libros. Ahí estamos nosotros, los que creemos en Jesús dos mil años después, los que no le hemos visto pero le seguimos. Los que estamos desplegando la Pascua en la historia que nos toca vivir. Los que hemos celebrado estas siete semanas, que concluirán con el don mejor del Resucitado, su Espíritu. Nosotros, que estamos intentando vivir en cristiano y anunciar ante el mundo que Cristo Jesús es el que da sentido a toda la historia y a nuestra vida. Y que nos estamos dejando llevar por el Espíritu de Jesús a la verdad plena, a la verdad encarnada en cada generación.
Porque la finalidad de todo el evangelio, como dice Juan en su primera conclusión, es que todos crean «que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengan vida en su nombre» (Jn 20,31).
«Los discípulos se dedicaban a la oración en común» (entrada)
«Concédenos conservar siempre en nuestra vida la alegría de estas fiestas de Pascua» (oración)
«Porque el Señor es justo y ama la justicia, los buenos verán su rostro» (salmo)
«Jesús dijo a Pedro: Sígueme» (evangelio)
«Ayúdanos a pasar de la vida del pecado a la nueva vida del Espíritu» (poscomunión)
Zevini-Cabra
Lectio Divina para cada día del año
LECTIO
Primera lectura: Hechos de los Apóstoles 28,16-20.30-31
Entre la lectura de ayer y la de hoy está por medio el agitado viaje de Pablo: desde Cesarea a la isla de Creta, los catorce días de tempestad, la estancia en Malta, el viaje de Malta a Roma, la cálida acogida por parte de los hermanos. El fragmento de hoy es un resumen de su actividad en Roma, donde Pablo puede vivir en «régimen de libertad vigilada» en una casa privada. Comienza, como siempre, la predicación a los judíos con resultados alternos, podía «anunciar el Reino de Dios y enseñar cuanto se refiere a Jesucristo, el Señor, con toda libertad y sin obstáculo alguno».
Lucas ha alcanzado su objetivo: la carrera de la Palabra es imparable; el Evangelio ha llegado al corazón del mundo, es predicado con toda libertad y sin obstáculo alguno «hasta los confines de la tierra». Nada ha podido ni podrá detenerlo. Pablo es uno de los muchos testigos de Jesús, un campeón ejemplar, heroico y dotado de autoridad, pero no el único. Las vicisitudes personales de Pablo no parecen interesar demasiado a Lucas, que corta aquí su relato, sin informarnos sobre la suerte del campeón: lo que le importa de verdad es que Pablo haya culminado su propia misión, una misión que es la de todo cristiano, a saber: ser testigo de la resurrección, tener el valor de anunciarla por doquier, convertir cada situación, aun la más improbable, en una ocasión para decir que Jesús es el Señor y el Salvador. «La Palabra de Dios no está encadenada» (2 Tim 2,8s). No hay ocasión en la que no pueda ser anunciada la Palabra de Dios.
Evangelio: Juan 21,20-25
El epílogo del evangelio de Juan está relacionado con la misión propia del discípulo amado. El fragmento está formado por dos pequeñas unidades, que también están subdivididas a su vez: predicción sobre el futuro del discípulo amado (vv. 20-23) y segunda conclusión del evangelio (vv. 24s). El redactor de este capítulo 21, a través de una comparación entre Pedro y el otro discípulo, pretende identificar de manera inequívoca al «otro discípulo al que Jesús tanto quería» (Jn 13,23; 19,26; 21,7.20). La pregunta que Pedro plantea, a continuación, a Jesús sobre la suerte del discípulo amado recibe de parte del Maestro una respuesta que no deja lugar a equívocos, en la que afirma la libertad soberana de Dios respecto a cada hombre.
Pero quizás sea posible proyectar alguna luz sobre estos misteriosos versículos intentando poner de manifiesto cierto fondo histórico del tiempo en el que el autor los escribió. El texto no estuvo provocado realmente por las discusiones que tuvieron lugar en la Iglesia de los orígenes entre los discípulos de Pedro y los del discípulo amado sobre el «poder primacial» del primero. Más bien fue introducido por el redactor del capítulo para demostrar, sobre una base histórica, dos cosas: a) que carecía de fundamento la opinión difundida de que el discípulo amado no había muerto; b) que esa muerte, una vez acaecida, tenía la misma importancia para el Señor que el martirio sufrido por el apóstol Pedro.
Por último, los versículos finales (vv. 24s) subrayan una cosa simple, pero verdadera: la revelación de Jesús, ligada al ministerio de su persona, es algo tan grande y profundo que escapa al alcance del hombre.
MEDITATIO - CONTEMPLATIO - LECTURA ESPIRITUAL
Podemos concentrar nuestra reflexión uniendo las tres partes en un espléndido fragmento de Agustín, donde el obispo de Hipona hace la comparación entre Pedro y Juan.
La Iglesia conoce dos vidas, que la predicación divina le ha enseñado y recomendado. Una de ellas es en la fe, la otra es en la clara visión de Dios; una pertenece al tiempo de la peregrinación en este mundo, la otra a la morada perpetua en la eternidad; una se desarrolla en la fatiga, la otra en el reposo; una en las obras de la vida activa, la otra en el premio de la contemplación; una intenta mantenerse alejada del mal para hacer el bien, la otra no tiene que evitar ningún mal, sino sólo gozar de un inmenso bien; una combate con el enemigo, la otra reina sin más contrastes; una es fuerte en las desgracias, la otra no conoce la adversidad; una lucha para mantener frenadas las pasiones carnales, la otra reposa en las alegrías del espíritu; una se afana por vencer, la otra goza tranquila en paz de los frutos de la victoria; una pide ayuda bajo el asalto de las tentaciones, la otra, libre de toda tentación, se mantiene en alegría en el seno mismo de aquel que le ayuda; una corre en ayuda del indigente, la otra vive donde no hay necesidades; una perdona las ofensas para ser, a su vez, perdonada, la otra no sufre ninguna ofensa que tenga que perdonar, no tiene que hacerse perdonar ninguna ofensa; una está sometida a duras pruebas que la preservan del orgullo, la otra está tan colmada de gracia que se siente libre de toda aflicción, tan estrechamente unida al sumo bien, que no está expuesta a ninguna tentación de orgullo; una discierne entre el bien y el mal, la otra no contempla más que el bien. En consecuencia, una es buena, pero se encuentra todavía en medio de las miserias; la otra es mejor porque es beata. La vida terrena está representada en el apóstol Pedro; la eterna, en el apóstol Juan.
El curso de la primera se extiende hasta la consumación de los siglos, y allí encontrará su fin; la realización cabal de la otra está remitida al final de los siglos y al mundo futuro, y no tendrá ningún término. Por eso el Señor le dice a Pedro: «Sígueme», mientras que hablando de Juan dice: «Si yo quiero que él permanezca hasta que yo vuelva, ¿a ti qué? Tú sígueme». ¿Qué significan estas palabras? Según lo que yo puedo juzgar y comprender, éste es el sentido: «Tú sígueme, soportando, como yo lo he hecho, los sufrimientos temporales y terrenos; aquél, sin embargo se queda hasta que yo venga a entregar a todos la posesión de los bienes eternos».
Aquí soportamos los males de este mundo en la tierra de los mortales; allá arriba veremos los bienes del Señor en la tierra de los vivos para siempre. Que nadie, sin embargo, piense separar a estos dos ilustres apóstoles. Ambos vivían la vida que se personifica en Pedro y ambos vivirían la vida que se personifica en Juan. En la imagen de lo que representaban, uno seguía a Cristo, el otro estaba a la espera. Ambos, sin embargo, por medio de la fe, soportaban las miserias de este mundo y esperaban, ambos también, la felicidad futura de la bienaventuranza eterna (Agustín, Comentario al evangelio de Juan, 124,5).
ORATIO
Ayúdame, Señor, a soportar los males en la tierra de los que hemos de morir para gozar de tus bienes en la tierra de los vivos.
ACTIO
Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Tú sígueme» (Jn 21,22b).