Martes XVIII Tiempo Ordinario (Impar) – Homilías
/ 7 agosto, 2017 / Tiempo OrdinarioLecturas
Aparte de las homilías, podrá ver comentarios de los padres de la Iglesia desglosados por versículos de aquellos textos que tengan enlaces disponibles, sobre todo de los Evangelios.
Para ver el texto completo de las lecturas haz clic aquí.
Nm 12, 1-13: Moisés no es como los otros profetas; ¿cómo os habéis atrevido a hablar contra él?
Sal 50, 3-4. 5-6. 12-13: Misericordia, Señor: hemos pecado
Mt 15, 1-2. 10-14: Mándame ir hacia ti andando sobre el agua
Mt 14, 22-36: Mándame ir a ti sobre el agua
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
Manuel Garrido Bonaño
Año Litúrgico Patrístico
–Números 12, 1-13: Se atrevieron a hablar contra Moisés. En vista de las quejas de la profetiza María y de Aarón contra Moisés, el Señor hace resaltar la superioridad de éste, a quien habla como confidente, que tiene, además, el privilegio de contemplar su gloria. Dice San Jerónimo:
«Aquel caudillo del ejército israelita que había herido a Egipto con diez plagas, y a cuyo mando obedecían cielo, tierra y mares, es proclamado como «el hombre más bondadoso de cuantos entonces había engendrado la tierra» (Num 12,3). Y por eso conservó el poder durante cuarenta años, pues con la bondad y la mansedumbre atenuaba la arrogancia del mando. El pueblo intenta apedrearlo, y él ruega por los que le quieren apedrear. Es más: prefiere se le borre del libro de Dios (Ex,32,32) a que el pueblo que se le ha confiado perezca. Quería de este modo imitar a aquel pastor de quien sabía que iba a llevar sobre sus hombros las ovejas descarriadas... También el discípulo del Buen Pastor desea ser anatema por sus hermanos y allegados según la carne, que son los israelitas (cf. Rom 9,3). Y si éste desea perecer para que los perdidos no perezcan, ¿cuánto más los padres buenos deberán estar atentos para no provocar a sus hijos a ira y no forzar por una dureza excesiva a que aun los más dóciles se hagan violentos?» (Carta 82,3, a Teófilo).
–Los judíos, arrepentidos de haber criticado a Moisés, obtienen el perdón. También nosotros lo obtendremos rezando el Salmo 50: «Misericordia, Señor, misericordia, hemos pecado». También nosotros pecamos y tenemos necesidad del perdón de Dios. El venerable Padre Charles de Foucauld escribe:
«Gracias, Dios mío, por habernos dado esta divina oración del Miserere... Este Miserere que es nuestra oración cotidiana... Digamos este Salmo con frecuencia, hagamos a base de él nuestra oración. Él contiene el resumen de todas nuestras oraciones: adoración, amor, ofrenda, acción de gracias, arrepentimiento, súplica. Parte de la consideración de nosotros mismos y sobre nuestros pecados, y se eleva hasta la contemplación de Dios, pasando por el prójimo y orando por la conversión de todos los hombres».
La humanidad pecadora, guiada por Cristo, encuentra el camino para pasar de la esclavitud del mal a una vida renovada, obteniendo la efusión del Espíritu Santo y un corazón puro santificado por la gracia divina, para ofrecerse a sí misma, «como sacrificio viviente, santo y agradable a Dios» (Rom 12,1), juntamente con Cristo el cual «se ha dado como sacrificio de suave olor» (Ef 5,2).
–Mateo 14,22-36. Cristo andando sobre las olas. Es un signo más del misterio de su persona que se presenta como Hijo de Dios ante sus discípulos. Comenta este evangelio San Jerónimo:
««Tened confianza. Soy yo. No temáis». Pone remedio a lo que interesaba en primer lugar; a los que tienen miedo les manda: tened confianza, no temáis. En cuanto a lo que sigue: Yo soy, sin especificar quién es, podían conocer por la voz que les era conocida a quien les hablaba en las oscuras tinieblas de la noche, o bien se acordaban de Aquel que sabían había hablado a Moisés: Así dirás a los israelitas: Yo soy me ha enviado a vosotros.
«Pero le respondió: «Señor, si eres Tú, mándame ir a ti sobre las aguas». En todas partes encontramos la ardentísima fe de Pedro... También ahora, con la misma ardiente fe de siempre, mientras los otros callan él cree poder hacer por la voluntad del Maestro, lo que éste podía por naturaleza. Mándalo y al punto las aguas se volverán sólidas y mi cuerpo, pesado por sí mismo, se volverá liviano... Era ardiente la fe de su alma pero la fragilidad humana lo arrastraba hacia las profundidades. Es abandonado por un momento a la tentación para que aumente su fe y para que comprenda que ha sido salvado no por una oración fácil, sino por el poder del Señor...
«Si al Apóstol Pedro cuya fe y corazón ardiente evocamos antes, si a él que había pedido con gran confianza al Señor mándame ir a ti sobre las aguas, por haber tenido miedo un momento se le dice: «hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?», ¿qué se nos dirá a nosotros que no tenemos ni siquiera una parte de esa poca fe?» (Comentario al Evangelio de Mateo 14,27-31).
José Aldazabal
Enséñame tus Caminos
1. Números 12,1-13
a) Esta vez la rebelión y la protesta le viene a Moisés de su misma familia: su hermano mayor Aarón, el sacerdote, que tanto había trabajado en colaboración con Moisés, y su hermana María (Miriam), la que había vigilado en el río la canasta donde su madre había depositado al niño Moisés. Ahora ambos le atacan y murmuran de él.
Un primer motivo es su matrimonio con una extranjera: hecho del que no sabemos apenas nada. Pero, además, ponen en tela de juicio su carácter de profeta o, al menos, de profeta único. ¿No oían también ellos la voz de Dios?
Hay una doble reacción ante este ataque inesperado. Por parte de Moisés, la paciencia, porque «era el hombre de más aguante del mundo». Pero Dios se enfada y sale en defensa de su profeta: «¿cómo os habéis atrevido a hablar contra mi siervo Moisés?». El libro interpreta como castigo de Dios la lepra que sufrió María.
Aarón se arrepiente de su falta. El salmo parece recoger sus sentimientos: «misericordia, oh Dios, por tu inmensa compasión borra mi culpa». Y Moisés muestra, una vez más, su corazón magnánimo intercediendo ante Dios por su hermana.
b) Por desgracia, en todas las familias y comunidades pueden darse situaciones como éstas: interpretaciones torcidas, o celos ante los carismas y talentos de los otros. A Jesús se le enfrentaron sus enemigos poniendo también en duda la autoridad con la que hablaba y actuaba.
¿Cómo reaccionamos cuando nos enteramos de que alguien de los más cercanos está hablando mal de nosotros? Lo primero que deberíamos pensar es en qué pueden tener razón. Porque todos tenemos defectos, y la corrección fraterna -incluso la que se hace sin demasiada oportunidad- nos puede ayudar a recapacitar y mejorar.
Pero puede suceder que, en conciencia, no nos creamos merecedores de los ataques que recibimos. En tales casos, ¿tenemos un corazón tolerante y paciente, como el de Moisés? ¿somos capaces, como él, de interceder ante Dios por quienes nos atacan?
Jesús nos enseñó a perdonar. Es lo que más nos cuesta. El ejemplo de Moisés nos debería animar a ser más generosos en nuestras reacciones ante el trato que recibimos de los demás, cuando nos parezca injusto.
2. (Ciclos B y C) Mateo 14,22-36
a) El simpático episodio de Pedro, que se hunde en las aguas del lago, describe bien el carácter de este impetuoso discípulo y nos ayuda a sacar lecciones provechosas para nuestra vida.
Después de la multiplicación de los panes, Jesús se retira al monte a solas a orar, mientras sus discípulos suben a la barca y se adentran en el lago. Durante la noche se levanta el viento y pasan momentos de miedo, miedo que se convierte en espanto cuando ven llegar a Jesús, en la oscuridad, caminando sobre las aguas.
Ahí se convierte Pedro en protagonista: pide a Jesús que le deje ir hacia él del mismo modo, y empieza a hacerlo, aunque luego tiene que gritar «Señor, sálvame», porque ha empezado a dudar y se hunde. Pedro es primario y un poco presuntuoso. Tiene que aprender todavía a no fiarse demasiado de sus propias fuerzas (el evangelio no nos dice qué cara pondrían los demás discípulos al presenciar el ridículo de Pedro).
La presencia de Jesús hizo que amainara el viento. La reacción del grupo de apóstoles está llena de admiración: «realmente eres Hijo de Dios».
b) Ante todo, mirándonos al espejo de Jesús, aprendemos cómo compaginaba su trabajo misionero -intenso, generoso- con los momentos de retiro y oración. En el diálogo con su Padre es donde encontraba, también él, la fuerza para su entrega a los demás. ¿No será ésta la causa de nuestros fracasos y de nuestra debilidad: que no sabemos retirarnos y hacer oración? ¿es la oración el motor de nuestra actividad? No se trata de refugiarnos en la oración para no trabajar. Pero tampoco de refugiarnos en el trabajo y descuidar la oración. Porque ambas cosas son necesarias en nuestra vida de cristianos y de apóstoles.
Para que nuestra actividad no sólo sea humanamente honrada y hasta generosa, sino que lo sea en cristiano, desde las motivaciones de Dios.
La barca de los discípulos, zarandeada por vientos contrarios, se ve fácilmente como símbolo de la Iglesia, agitada por los problemas internos y la oposición externa (cuando Mateo escribe su evangelio, la comunidad ya sabe muy bien lo que son los vientos contrarios). También es símbolo de la vida de cada uno de nosotros, con sus tempestades particulares. En ambos casos, hay una diferencia decisiva: sin Jesús en la barca, toda perece hundirse. Cuando le dejamos subir, el viento amaina. En los momentos peores, tendremos que recordar la respuesta de Jesús: «Ánimo, soy yo, no tengáis miedo». Y confiar en él.
La aventura de Pedro también nos interpela, por si tenemos la tendencia a fiarnos de nuestras fuerzas y a ser un tanto presuntuosos. Por una parte, hay que alabar la decisión de Pedro, que deja la (relativa) seguridad de la barca para intentar avanzar sobre las aguas. Tenemos que saber arriesgarnos y abandonar seguridades cuando Dios nos lo pide (recordemos a Abrahán, a sus 75 años) y no instalarnos en lo fácil. Lo que le faltó a Pedro fue una fe perseverante. Empezó bien, pero luego empezó a calcular sus fuerzas y los peligros del viento y del agua, y se hundió.
La vida nos da golpes, que nos ayudan a madurar. Como a Pedro. No está mal que, alguna vez, nos salga espontánea, y con angustia, una oración tan breve como la suya: «Señor, sálvame». Seguramente Jesús nos podrá reprochar también a nosotros: «¡qué poca fe! ¿por qué has dudado?». E iremos aprendiendo a arriesgarnos a pesar del viento, pero convencidos de que la fuerza y el éxito están en Jesús, no en nuestras técnicas y talentos: «realmente eres Hijo de Dios».
2. (Ciclo A) Mateo 15,1-2.10-14
Si el evangelio de Pedro se ha adelantado al lunes, hoy se proclama el texto alternativo: la discusión de Jesús con los fariseos sobre lavarse o no las manos antes de comer.
a) En el evangelio encontramos varias de estas polémicas: las normas relativas al sábado o al ayuno, por ejemplo. Hoy se trata del rito de lavarse las manos, al que los fariseos daban una importancia exagerada.
No debió gustarles nada el tono liberal de la respuesta de Jesús. Como siempre, el Maestro da más importancia a lo interior que a lo exterior: lo que entra en la boca no mancha; es lo que sale de la boca lo que sí puede ser malo. Los fariseos se escandalizan. Cuando Jesús se entera de esta reacción, lanza un ataque duro: «la planta que no haya plantado mi Padre, será arrancada de raíz... son ciegos, guías de ciegos».
b) ¿Caemos nosotros, alguna vez, en «escándalo farisaico», o sea, no motivado o, al menos, no por razones proporcionadas a nuestra reacción?
Hacia qué se dirige nuestro cuidado o nuestro escrúpulo: hacia cosas externas o hacia actitudes internas, que son las que verdaderamente cuentan? Jesús no condena las normas ni las tradiciones, pero si su absolutización. No es que los actos externos sean indiferentes, pero, a veces, nos refugiamos en ellos con demasiada facilidad, para tranquilizar nuestra conciencia, sin ir a la raíz de las cosas. Jesús, en el sermón de la montaña, nos ha enseñado a hacer las cosas no para ser vistos, sino por convicción interior.
¿No habrá caído la moral cristiana en el mismo defecto de los fariseos, con una casuística exagerada respecto a detalles externos, sin poner el necesario énfasis en las actitudes del corazón o de la mentalidad, que son la raíz de los actos concretos? A veces, la letra ha matado el espíritu (baste recordar los extremos a los que se llegaba respecto al ayuno eucarístico desde la medianoche, o los trabajos que se podían hacer o no en domingo).
La limpieza exterior de las manos o de los alimentos tiene su sentido, pero es mucho menos importante que los juicios interiores, las palabras que brotan de nuestra boca y las actitudes de ayuda o de enemistad que radican en nuestro corazón.
«Moisés era el hombre de más aguante del mundo, y suplicó al Señor: por favor, cúrala» (1a lectura I)
«Señor, sálvame» (evangelio I) «Ánimo, soy yo. No tengáis miedo» (evangelio I)
«No mancha al hombre lo que entra por la boca, sino lo que sale de ella» (evangelio II).