Martes XXIV Tiempo Ordinario (Par) – Homilías
/ 12 septiembre, 2016 / Tiempo OrdinarioLecturas
Aparte de las homilías, podrá ver comentarios de los padres de la Iglesia desglosados por versículos de aquellos textos que tengan enlaces disponibles, sobre todo de los Evangelios.
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1 Co 12, 12-14. 27-31a: Vosotros sois el cuerpo de Cristo y cada uno es un miembro
Sal 99, 2-5: Somos su pueblo y ovejas de su rebaño
Sal 99, 2. 3. 4. 5: ¡Muchacho, a ti te lo digo, levántate!
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
Manuel Garrido Bonaño
Año Litúrgico Patrístico
–1 Corintios 12,12-14.27-31: Todos formamos el Cuerpo de Cristo. Los dones espirituales o naturales no deben ser factor de división, sino que deben contribuir a la unión. Comenta San Agustín:
«A Cristo lo constituyen muchos miembros, que son un único Cuerpo. Descendió del cielo por misericordia y no asciende nadie sin Él, puesto que también nosotros estamos en Él por la gracia... No se trata de diluir la dignidad de la Cabeza en el Cuerpo, sino de no separar la Cabeza de la unidad del Cuerpo» (Sermón 263, A,2).
Y San Juan Crisóstomo:
«Cabría esperar otra consecuencia y decir, así también la Iglesia; pero no... Porque lo mismo que la cabeza y el cuerpo forman un mismo hombre, así Cristo y la Iglesia forman un mismo Cuerpo; y así en lugar de nombrar a la Iglesia, nombra a Cristo» (Homilía sobre 1 Cor, 12, 12-13).
San Agustín:
«Cristo entero está formado por la Cabeza y el Cuerpo, verdad que no dudo que conocéis bien. La Cabeza es nuestro mismo Salvador, que padeció bajo Poncio Pilato y ahora, después que resucitó de entre los muertos, está sentado a la diestra del Padre. Y su Cuerpo es la Iglesia. No esta o aquella Iglesia, sino la que se halla extendida por todos el mundo. Ni es tampoco solamente la que existe entre los hombres actuales, ya que también pertenecen a ella los que vivieron antes de nosotros y los que han de existir después, hasta el fin del mundo. Pues toda la Iglesia, formada por la reunión de los fieles –porque todos los fieles son miembros de Cristo–, posee a Cristo por Cabeza, que gobierna su Cuerpo desde el Cielo. Y, aunque esta Cabeza se halle fuera de la vista del Cuerpo, sin embargo, está unida por el amor» (Comentario al Salmo 56,1).
–Con el Salmo 99 decimos: «Somos su pueblo y ovejas de su rebaño». Aclamemos al Señor, tierra entera, sirvámosle con alegría, entremos en su presencia con vítores. Él Señor es Dios. Él nos hizo y somos suyos, su pueblo y ovejas de su rebaño. Él es nuestro Pastor, conocemos su voz y Él nos conoce a nosotros. Formamos un solo Cuerpo. Él es nuestra Cabeza. El Señor es bueno, su misericordia es eterna, su fidelidad por todas las edades. Un solo corazón y una sola alma. Todos los dones al servicio de todos, con gran amor a ejemplo de Jesucristo.
–Lucas 7,11-17: Resurrección del hijo de la viuda. Comenta San Ambrosio:
«Este pasaje también es rico en un doble provecho; creemos que la misericordia divina se inclina pronto a las lágrimas de una madre viuda, principalmente cuando está quebrantada por el sufrimiento y por la muerte de su hijo único... Mas, aunque los últimos síntomas de la muerte hayan hecho desaparecer toda esperanza de vida y que los cuerpos de los difuntos están próximos al sepulcro, sin embargo, a la palabra de Dios, los cadáveres, dispuestos a perecer, resucitan, se entrega el hijo a la madre, se llama de la tumba, se arranca del sepulcro. ¿Cuál es esta tumba, la tuya, sino las malas costumbres? Tu tumba es la falta de fe; tu sepulcro es esta garganta que profiere palabras de muerte. Este es el sepulcro del que Cristo te libra; resucitarás de esa tumba si escuchas la palabra de Dios.
«Aunque existe un pecado grave que no puede ser lavado con las lágrimas de tu arrepentimiento, llora por la madre Iglesia, que interviene por cada uno de sus hijos como una madre viuda por sus hijos únicos; pues ella se compadece, por un sufrimiento especial que le es connatural, cuando ve a sus hijos arrastrarse hacia la muerte por vicios funestos. Somos nosotros entrañas de sus entrañas; pues también existen entrañas espirituales... Somos nosotros las entrañas de la Iglesia, porque somos miembros de su cuerpo, hechos de su carne y de sus huesos. Que llore, pues, la piadosa madre y que la multitud la asista; que no solo la multitud, sino una multitud numerosa compadezca a la buena madre. Entonces tú te levantarás del sepulcro; los ministros de tus funerales se detendrán y comenzarás a pronunciar palabras de vida; todos temerán, pues, por el ejemplo de uno solo, serán muchos corregidos; y más aún, alabarán a Dios que nos ha concedido tales remedios para evitar la muerte» (Tratado sobre el Evangelio de San Lucas lib. V, 89-92).
José Aldazabal
Enséñame tus Caminos
1. I Corintios 12,12-14.27-31
a) La comparación de la comunidad con el cuerpo humano es muy pedagógica, y Pablo la usa para convencer a los Corintios de que tienen que construir entre todos una Iglesia más unida.
La motivación no es sólo social, sino también teológica. No somos sólo una asociación con fines comunes a la que, para ser eficaz, le interesa mantenerse unida. Esta comunidad que se llama Iglesia está convocada y unida por el Dios Trino: "todos hemos sido bautizados en un mismo Espíritu para formar un solo cuerpo", "vosotros sois el cuerpo de Cristo", "Dios os ha distribuido en la Iglesia... apóstoles, profetas, maestros...".
Pablo nombra una serie de ministerios y carismas que hay en la comunidad: todos, cada uno desde su identidad, intentan construir una comunidad viva y dinámica.
b) Ayer nos urgía Pablo a crecer en unidad fraterna porque celebramos la Eucaristía que es la donación del Señor Resucitado a todos. Hoy argumenta desde otro punto de vista teológico: la Iglesia es el Cuerpo de Cristo, y como tal Cuerpo debe mantener su unidad con la Cabeza y entre los varios miembros.
En la comunidad cristiana hay una rica pluralidad, una diversidad admirable de ministerios, gracias y cualidades. Pero esta pluralidad debe conjugarse dinámicamente con la unidad. La unidad que nos da el ser todos hijos del mismo Padre, miembros de Cristo, unidos todos vitalmente por el mismo Espíritu.
El salmo recurre al símil del pueblo y del rebaño, que es más superficial: "el Señor es Dios, él nos hizo y somos suyos, su pueblo y ovejas de su rebaño".
Para Pablo la perspectiva es más profunda: somos miembros de Cristo Cabeza y también miembros los unos de los otros, para la construcción de la Iglesia, el Cuerpo de Cristo, articulado orgánicamente y animado por el Espíritu.
Pensemos si en nuestro ambiente eclesial -parroquia, comunidad religiosa, diócesis- actuamos unidos en la construcción del Cuerpo de Cristo: sacerdotes, religiosos y laicos, hombres y mujeres, jóvenes y mayores. ¿O cada uno va por las suyas, sin colaborar en el conjunto? ¿entendemos las cualidades o los ministerios que tenemos sólo para provecho nuestro, o para el bien común?
¡Cuánto más eficaz sería nuestro crecimiento en la vida de fe y nuestra influencia evangelizadora en medio del mundo si actuáramos desde esta unidad orgánica en el Espíritu de Cristo!
2. Lucas 7,11-17
a) Esta vez el gesto milagroso de Jesús es para la viuda de Naín. Un episodio que sólo Lucas nos cuenta y que presenta un paralelo sorprendente con el episodio en que Elías resucita al hijo de la viuda de Sarepta (1 R 17).
Cuántas veces se ve en el evangelio que Jesús se compadece de los que sufren y les alivia con sus palabras, sus gestos y sus milagros! Hoy atiende a esta pobre mujer, que, además de haber quedado viuda y desamparada, ha perdido a su único hijo.
La reacción de la gente ante el prodigio es la justa: "un gran profeta ha surgido entre nosotros: Dios ha visitado a su pueblo".
b) El Resucitado sigue todavía hoy aliviando a los que sufren y resucitando a los muertos. Lo hace a través de su comunidad, la Iglesia, de un modo especial por medio de su Palabra poderosa y de sus sacramentos de gracia. Dios nos tiene destinados a la vida. Cristo Jesús, nos quiere comunicar continuamente esta vida suya.
El sacramento de la Reconciliación, ¿no es la aplicación actual de las palabras de Jesús, "joven, a ti te lo digo, levántate"? La Unción de los enfermos, ¿no es Cristo Jesús que se acerca al que sufre, por medio de su comunidad, y le da el alivio y la fuerza de su Espíritu?
La Eucaristía, en la que recibimos su Cuerpo y Sangre, ¿no es garantía de resurrección, como él nos prometió: "el que me coma vivirá por mí, como yo vivo por el Padre"?
La escena de hoy nos interpela también en el sentido de que debemos actuar con los demás como lo hizo Cristo. Cuando nos encontramos con personas que sufren -porque están solitarias, enfermas o de alguna manera muertas, y no han tenido suerte en la vida- ¿cuál es nuestra reacción? ¿la de los que pasaron de largo ante el que había sido víctima de los bandidos, o la del samaritano que le atendió? Aquella fue una parábola que contó Jesús. Lo de hoy no es una parábola: es su actitud ante un hecho concreto.
Si actuamos como Jesús ante el dolor ajeno, aliviando y repartiendo esperanza, por ejemplo a los jóvenes ("joven, levántate"), también podrá oírse la misma reacción que entonces: "en verdad, Dios ha visitado a su pueblo". La caridad nos hace ser signos visibles de Cristo porque es el mejor lenguaje del evangelio, el lenguaje que todos entienden.
"Hemos sido bautizados en un mismo Espíritu para formar un solo cuerpo" (1a lectura II)
"Dios ha visitado a su pueblo" (evangelio).
Zevini-Cabra
Lectio Divina para cada día del año
LECTIO
Primera lectura: 1 Corintios 12,12-14.27-31a
Tras haber tratado sobre los sacramentos del bautismo y de la eucaristía como acontecimientos centrales en la vida de los primeros cristianos de Corinto, Pablo dedica tres capítulos de esta carta suya a la problemática de las relaciones entre los carismas y los ministerios en el interior de la misma comunidad.
Al comienzo del capítulo 12, Pablo afirma que la autenticidad de los carismas depende de la pureza de la profesión de fe: «Nadie que hable movido por el Espíritu de Dios puede decir: "Maldito sea Jesús". Como tampoco nadie puede decir: "Jesús es Señor", si no está movido por el Espíritu Santo» (v. 3). Existe, por tanto, una pluralidad de carismas, pero su fuente es una sola: la divina Trinidad (vv. 4-6). Inmediatamente después, afirma el apóstol que la manifestación del Espíritu Santo a través de los diversos carismas ha sido dada a cada uno para la utilidad común, o sea, para el bien de toda la comunidad. En este punto se inserta el discurso más exquisitamente teológico: Pablo quiere hacer comprender que los dones que recibimos y los servicios que estamos llamados a prestar tienen su fundamento en la gracia que recibimos por medio de los sacramentos, en virtud de los cuales formamos un solo cuerpo, el cuerpo de Cristo, que es la Iglesia. Todos, en efecto, «hemos recibido un mismo Espíritu en el bautismo» y «todos hemos bebido también del mismo Espíritu» para formar un solo cuerpo (v. 13).
La unidad no suprime la diversidad de los miembros, de los dones y de los ministerios; al contrario, la garantiza y la exalta reconduciéndola a su fuente divina (dicho con mayor precisión, trinitaria) y la orienta a su destino comunitario (dicho de modo más exacto, eclesial).
Evangelio: Lucas 7,11-17
Este fragmento es exclusivo de Lucas, y por eso podemos analizarlo con la intención de recoger algunas características típicas del tercer evangelista. Es una tarea que no resultará difícil.
Los exégetas señalan que a Lucas le gusta relacionar a Jesús con el profeta Elías (cf. 1 Re 17,10-24) y también con el profeta Eliseo (2 Re 4,18-37): en ambos casos se nana la resurrección de dos hijos únicos de madres viudas. Sabemos asimismo que Lucas presta una atención particular a las mujeres, tanto en el tercer evangelio como en los Hechos. También aquí la figura de la madre viuda que ha perdido a su único hijo produce un impacto en Jesús, el cual «al verla, se compadeció de ella y le dijo: No llores» (v. 13). En esta atención particular de Jesús no debemos reconocer sólo un rasgo de su psicología, sino también, desde un punto de vista histórico, la opción realizada por él en favor de los débiles y de los marginados, y está fuera de toda duda que la mujer, en aquella sociedad, pertenecía a esta categoría de personas.
Por último, Jesús es aclamado como profeta; más aún, como «un gran profeta» (v. 16): según Lucas, este título tiene una peculiar carga de significado. Jesús es profeta no sólo por lo que «dice», y lo ha manifestado desde el primer gran discurso pronunciado en la sinagoga de Nazaret (4,14ss), sino también por lo que «hace» (acciones, gestos, amenazas) y, sobre todo, por el modo como se comporta (siente compasión, o sea, se con-mueve por dentro compartiendo el sufrimiento de aquella madre). De este modo se manifiesta Jesús como un profeta en el sentido más cabal del término: no sólo porque lleva la Palabra de la revelación de parte de Dios, sino también porque se pone completamente de parte de los hombres.
MEDITATIO
Quien lea completo el capítulo 12 de la primera Carta a los Corintios podrá captar el pensamiento de Pablo en toda su extensión y genialidad. Como ya hemos señalado, el primer pensamiento de Pablo tiene que ver con la relación entre los carismas y los ministerios, por un lado, y la ortodoxia de la fe, por otro. Esta debe ser el punto de referencia de la ortopraxis.
En segundo lugar, el apóstol considera indispensable probar la relación entre los carismas recibidos y su origen trinitario. Seguimos estando en el ámbito de la fe, pero es evidente que Pablo habla aquí no de una Trinidad abstracta o hiperuránica, sino de la Trinidad «económica», esto es, considerada en relación con nuestra vida y con la vida de la comunidad. El paso posterior que establece Pablo tiene que ver con la relación entre la dimensión personal y la dimensión comunitaria de los carismas particulares: obviamente, para acabar con toda pretensión de privatizar el don divino y constreñirlo a intereses individuales o de categoría.
Tras la relación entre carismas-ministerios y vida sacramental (de lo que ya hemos hablado en la lectio), Pablo ilustra ulteriormente su pensamiento con un doble apólogo: en el primero, haciendo hablar a los miembros del cuerpo humano, hace comprender que la belleza y la armonía de una comunidad se basan en la variedad de sus miembros, todos solícitos en contribuir al bienestar de la misma comunidad. De este modo se expresa el principio de la complementariedad en orden a la unidad.
En el segundo apólogo, el apóstol ilustra otra ley, típica del cuerpo humano y de toda auténtica comunidad, incluida la cristiana. Se trata del principio de la subsidiariedad, por el que todos los miembros, incluidos los más nobles, tienen necesidad de los otros, hasta de los más humildes. En consecuencia, no puede haber división en la comunidad, del mismo modo que no debe haber división en el cuerpo humano (12,15-26).
ORATIO
Con la vida, Señor, nos has confiado a cada uno de nosotros una misión para que la llevemos a término, pero una misión que también hemos de defender contra quienes, por ignorancia o por interés, intentan imponernos otra. ¡Oh Señor, haznos fuertes!
Con la vida, Señor, nos has otorgado cualidades únicas e irrepetibles que nos hacen idóneos para llevar a cabo nuestro servicio, en el mundo y en la Iglesia, para tu gloria, para nuestra realización y para el bien de los hermanos. ¡Oh Señor, haznos disponibles!
Con la vida, Señor, nos has sumergido en el mundo que cada uno de nosotros, con su nota característica, debe contribuir a mejorar, conscientes de que notas diferentes conducen a una bellísima armonía y resultan indispensables para la realización de tu único designio de salvación. ¡Oh Señor, haznos solidarios!
Con la vida, Señor, nos has hecho partícipes de tu vida: iconos vivientes de tu vida de amor y de comunión, señores de lo creado para tu gloria. ¡Oh Señor, danos un corazón agradecido y humilde!
CONTEMPLATIO
Además, el mismo Espíritu Santo no solamente santifica y dirige al Pueblo de Dios por los sacramentos y los ministerios, y lo enriquece con las virtudes, sino que «distribuye sus dones a cada uno según quiere» (1 Cor 12,11), reparte entre los fieles de cualquier condición incluso gracias especiales, con que los dispone y prepara para realizar variedad de obras y de oficios provechosos para la renovación y una más amplia edificación de la Iglesia según aquellas palabras: «A cada uno se le otorga la manifestación del Espíritu para común utilidad» (1 Cor 12,7).
Estos carismas, tanto los extraordinarios como los más sencillos y comunes, por el hecho de que son muy conformes y útiles a las necesidades de la Iglesia, hay que recibirlos con agradecimiento y consuelo.
Los dones extraordinarios no hay que pedirlos temerariamente, ni hay que esperar de ellos con presunción los frutos de los trabajos apostólicos, sino que el juicio sobre su autenticidad y sobre su aplicación pertenece a los que presiden la Iglesia, a quienes compete sobre todo no apagar el Espíritu, sino probarlo todo y quedarse con lo bueno (cf. 1 Tes 5,19-21) (Concilio Vaticano II, Lumen gentium, 12).
ACTIO
Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:
«Vosotros formáis el cuerpo de Cristo y cada uno por su parte es un miembro» (1 Cor 12,27).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
Señor, a nosotros nos resulta más fácil reconocer tu presencia en la hostia consagrada que en los miles de hermanos y hermanas miserables que sufren y penan por las calles y en los arrabales de todo el mundo. ¿Cómo podemos pasar por las calles de la ciudad con el pan, signo de tu presencia y de tu deseo de un mundo nuevo y en el que se comparta, indiferentes a los niños y a los adultos que yacen abandonados por nosotros? Concédenos la gracia de adorar tu presencia en el pan eucarístico de modo que reconozcamos y honremos tu presencia en todo ser humano, sobre todo en los hermanos y en las hermanas más marginados...
Si te presentas en una «favela» distribuyendo alimentos y vestidos, todos te aclamarán como un benefactor, pero si, en cambio, te aventuras a poner el dedo en la llaga y denuncias las causas de tanta miseria, entonces te acusarán de subversivo, de «comunista».
Si revolución es sinónimo de cambio radical y profundo, entonces yo soy un revolucionario, porque deseo reformas de base sin más pérdida de tiempo. ¡Ya llevamos un siglo de retraso! Forma parte de nuestro deber intentar lo posible y lo imposible para poner fin al escándalo del siglo XX: dos tercios de la humanidad se encuentran sumergidos aún en una situación de miseria y de hambre (Dom Hélder Cámara).