Miércoles XXVII Tiempo Ordinario (Impar) – Homilías
/ 9 octubre, 2017 / Tiempo OrdinarioLecturas
Aparte de las homilías, podrá ver comentarios de los padres de la Iglesia desglosados por versículos de aquellos textos que tengan enlaces disponibles.
Jon 4, 1-11: Tú te lamentas por el ricino, y yo, ¿no voy a sentir la suerte de Nínive, la gran ciudad?
Sal 85, 3-4. 5-6. 9-10: Tú, Señor, eres lento a la cólera y rico en piedad
Lc 11, 1-4: Señor, enséñanos a orar
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
Manuel Garrido Bonaño
Año Litúrgico Patrístico
Semana XXVII-XXXIV del Tiempo Ordinario. , Vol. 7, Fundación Gratis Date, Pamplona, 2001
Jonás 4,1-11: El Señor es siempre compasivo y misericordioso, aunque no siempre seamos conscientes de ello. Y eso ha de ser gran aliciente para nuestra vida espiritual. No hemos de encerrarnos en los estrechos límites de nuestro pueblo, ciudad u orden religiosa, sino que hemos de estar abiertos al mundo entero, como lo está la redención de Jesucristo. Muchas veces los pueblos cristianos recientes dan ejemplo a las cristiandades de abolengo, de mucho siglos de vida evangélica, como los ninivitas dieron ejemplo a los judíos de su época. Jonás constituye el libro de la Buena Nueva para las naciones, y les anuncia el amor de Dios. El verdadero universalismo mira al mismo tiempo al centro y a los extremos.
Con el Salmo 85 decimos: «Tú, Señor, eres lento a la cólera y rico en piedad. Piedad de mí, Señor, que a ti te estoy llamando todo el día; alegra el alma de tu siervo, pues levanto mi alma hacia ti. El Señor es bueno y clemente, rico en misericordia con los que le invocan. Señor, escucha mi oración, atiende a la voz de mi súplica. Todos los pueblos vendrá a postrarse en tu presencia, Señor, bendecirán tu nombre; grande eres tú, y haces maravillas, tú eres el único Dios».
Es éste un programa perfecto de vida religiosa. Siempre hemos de tener sentimientos de humildad, de gran devoción y de entrega a Dios. Él es el único Señor; en Él hemos de poner nuestra confianza, esperando siempre en su infinita misericordia para con nosotros y para con todos los hombres.
Lucas 11,1-4: Señor, enséñanos a orar. El lugar de la oración en la vida de la Iglesia es de máxima importancia. San Agustín comenta:
«Hemos hallado un Padre en el cielo, veamos cómo hemos de vivir en la tierra. Quien ha hallado tal Padre debe vivir de manera tal que sea digno de llegar a su herencia. Todos juntos decimos: ¡Padre nuestro! ¡Cuánta bondad! Así lo dice el emperador, lo dice el mendigo, lo dice tanto el siervo como su señor. Unos y otros dicen: Padre nuestro, que estás en los cielos. Reconozcan, pues, que son hermanos, cuando tienen un mismo Padre. No considere el señor indigno de su persona el tener como hermano a su siervo, a quien quiso tener como hermanos Cristo Jesús» (Sermón 58).
San Efrén dice:
«Jamás ceséis de orar: arrodillaos, cuando podáis, y cuando no, invocad a Dios de corazón, por la noche, por la mañana y al mediodía. Si tenéis cuidado de orar antes de poneros al trabajo, y si al levantaros empezáis por ofrecer a Dios vuestra oración, como las primicias de vuestras acciones, estad persuadidos de que el pecado no hallará entrada en vuestra alma» (Sobre la Oración 5).
Y San Basilio:
«Orarás sin intermisión si tu oración no se reduce a solas palabras, sino que todo el método de tu vida es conforme a la divina voluntad, de tal modo, que puede y merezca tu vida llamarse una continua oración» (Homilía sobre el martirio 5).