Jn 7, 37-39: Promesa del agua viva
/ 7 junio, 2014 / San JuanEl Texto (Jn 7, 37-39)
Texto Bíblico
37 El último día, el más solemne de la fiesta, Jesús en pie gritó: «El que tenga sed, que venga a mí y beba 38 el que cree en mí; como dice la Escritura: “de sus entrañas manarán ríos de agua viva”».
39 Dijo esto refiriéndose al Espíritu, que habían de recibir los que creyeran en él. Todavía no se había dado el Espíritu, porque Jesús no había sido glorificado.
Sagrada Biblia, Versión oficial de la Conferencia Episcopal Española (2012)
Catena Aurea: comentarios de los Padres de la Iglesia por versículos
Crisóstomo, In Ioannem, hom. 50
37. Y para cuando volviesen a sus casas, después de celebradas las fiestas, el Señor les da para el camino el alimento de la salvación. Por esto dice: «El último día de la fiesta, el más solemne, Jesús puesto en pie, gritó…»
La cual se celebraba por siete días; pero el primero y el último se celebraban con gran pompa, conforme a la Ley; y a esto se refería el evangelista cuando dice: «En el último día grande de la fiesta», porque los días intermedios los dedicaban a los placeres. Y por esto no habló el Salvador a los judíos en esta forma, ni en el próximo día, ni en el segundo, ni en el tercero, para que no fuesen perdidas sus enseñanzas, sumidos como estaban en la voluptuosidad. Levantaba la voz porque era mucha la gente que había.
Y dice el Salvador: «Si alguno tiene sed…» como si dijese: a nadie atraigo por violencia; únicamente llamo al que tenga un gran deseo.
38. Que habla de bebida intelectual, lo demuestra por esto que aduce después: «el que crea en mí, como dice la Escritura: De su seno correrán ríos de agua viva.». Pero ¿dónde dice esto la Escritura? En ninguna parte. ¿Cómo entenderlo, pues? Separando: «El que cree en mí, como dice la Escritura», para añadir después: «De su vientre correrán ríos de agua viva», manifestando que se debe tener un conocimiento recto, y así por los milagros y las Escrituras creer en El. Por eso dijo antes «Escudriñad las Escrituras».
Dijo ríos, y no río, para denotar la abundancia copiosa de sus aguas. Llama agua viva a la que obra siempre, porque la gracia del Espíritu Santo, cuando entra en un alma y allí se detiene, brota más que cualquier fuente, y no disminuye, ni se seca, ni aun se detiene. Esto podrá verlo cualquiera que examine la sabiduría de Esteban, la predicación de Pedro y la prodigalidad de Pablo, porque nada les detenía, sino que a manera de ríos se desbordaban con gran fuerza, y todo lo atraían hacia sí.
39. «Esto lo decía refiriéndose al Espíritu que iban a recibir los que creyeran en él. Porque aún no había Espíritu, pues todavía Jesús no había sido glorificado.»
Los apóstoles, en verdad, al principio no arrojaban los demonios en virtud del Espíritu, sino por el poder que Jesucristo les concedía. Y cuando les enviaba, no se dice «les dio el Espíritu Santo», sino «les dio poder». Mas respecto de los profetas, es sabido por todos que se les concedía el Espíritu Santo: mas esta gracia se había retirado del mundo.
Podemos también decir que la glorificación de Jesús era la cruz, porque como éramos enemigos, la gracia no se concede a los enemigos, sino a los amigos, y convenía antes que todo ofrecer el sacrificio, para que, destruida la enemistad en la humanidad, los que se habían hecho amigos de Dios recibieran aquella gracia.
San Agustín, varios escritos
37-38. «El último día de la fiesta, el más solemne, Jesús puesto en pie, gritó: «Si alguno tiene sed, venga a mí, y beba el que crea en mí, como dice la Escritura: De su seno correrán ríos de agua viva» Entonces se celebraba la fiesta que se llamaba scenopegia, esto es, la construcción de las tiendas.
Habla de la sed que es interior, porque él es hombre interior, y consta también que estima más al hombre interior que al exterior. Por tanto, si tenemos sed, vengamos, no con los pies, sino con los afectos; no andando, sino amando.
El vientre del hombre interior es la conciencia de su corazón. Bebida esta agua, se reanima la conciencia purificada, y el que bebe tendrá la fuente, y él mismo será la fuente. ¿Cuál es esta fuente, o mejor, cuál es este río que mana del vientre del hombre interior? La benevolencia, por la cual busca el bien del prójimo. Beben, pues, los que creen en el Señor. Mas si el que bebe cree que sólo debe saciarse él, no correrá de su vientre el agua viva; si, por el contrario, se apresura a hacer bien a su prójimo, no se seca, porque mana (in Ioanem tract. 32).
39. «Esto lo decía refiriéndose al Espíritu que iban a recibir los que creyeran en él. Porque aún no había Espíritu, pues todavía Jesús no había sido glorificado.» El evangelista manifiesta a qué clase de bebidas invita el Señor, cuando dice: «Esto dijo del Espíritu que habían de recibir los que creyesen en El». ¿De qué espíritu habla sino del Espíritu Santo? Porque cada hombre tiene en sí su propio espíritu (in Ioanem tract. 32).
Era, pues, el Espíritu de Dios, pero aún no habitaba en aquellos que creyeron en Jesús. Así dispuso no concederles este Espíritu sino después de su resurrección. Por esto sigue: «Porque aún no había sido dado el Espíritu», etc (in Ioanem tract. 32).
¿Y cómo se dice de San Juan Bautista que estará lleno del Espíritu Santo desde el vientre de su madre? Y de Zacarías también se dice que, lleno del Espíritu Santo, dijo aquellas palabras tan sublimes (Lc 1,15). María también estuvo llena del Espíritu Santo, para profetizar maravillas tan grandes del Señor. Simón y Ana, ¿si no hubiesen estado inspirados por el Espíritu Santo, cómo hubiesen conocido la majestad de Jesucristo, cuando aun era un niño? ¿Cómo, pues, se comprende, sino porque después de la glorificación de Jesucristo, se había de dar una posesión del Espíritu Santo tal que nunca antes se había conocido? Habría de tener, pues, ciertas propiedades en su venida, que antes no había tenido, porque en ningún sitio leemos que los hombres hayan hablado en lenguas que no conocían, aun descendiendo el Espíritu Santo a ellos, como entonces sucedió, puesto que debía demostrar su venida por medio de señales sensibles (De Trin 4,20).
Y siendo así que ahora se recibe el Espíritu Santo, ¿cómo es que nadie habla en las lenguas de todas las gentes? Porque ya la Iglesia habla en todos los idiomas y el que no pertenece a ella ahora tampoco recibe el Espíritu Santo. Si amas la unidad también tiene para ti, el Espíritu Santo, porque cada uno tiene en ella algo. Despójate de la envidia y es tuyo lo que tengo. El aborrecimiento separa, la caridad une; ten caridad y todo lo tendrás, porque sin ella nada podrá aprovechar cuanto pudieres tener. Mas la caridad de Dios se encuentra difundida en nuestras almas por medio del Espíritu Santo que se nos ha concedido (Rom 5,5). Pero, ¿qué motivo tuvo el Señor para dar el Espíritu Santo después de su resurrección? El de que en el día de nuestra resurrección, brille nuestra caridad, nos separemos del afecto de las cosas terrenas y corramos derechamente hacia Dios. Cuando dijo: «El que crea en mí, venga y beba, y ríos de agua viva correrán de su vientre», prometió la vida eterna, donde nada debemos temer, y donde no podemos morir. Y como todo esto es lo que ofreció a los que ardiesen en la caridad del Espíritu Santo, por esto no quiso dárselo sino después que El fue glorificado, para prefigurar en su cuerpo aquella vida que ahora no tenemos, pero que esperamos después de la resurrección (in Ioanem tract. 33).
39. «Esto lo decía refiriéndose al Espíritu que iban a recibir los que creyeran en él. Porque aún no había Espíritu, pues todavía Jesús no había sido glorificado.» Y si ésta era la causa por que aún no les daba el Espíritu Santo, a saber, porque aún no había sido glorificado Jesucristo, cuando Jesús fuese glorificado debía dárseles al punto sin duda alguna. Los catafrigas [1]dijeron que ellos habían recibido el Espíritu Santo prometido, y por esto se separaron de la fe católica. También los maniqueos atribuyen a Maniqueo todo esto de la promesa del Espíritu Santo, como si antes el Espíritu Santo no hubiese sido concedido a otros (contra faustum 32,17).
Notas
[1] También llamados «catafrigios». Es un modo de denominar a los montanistas, a causa de ser principalmente de Frigia.
Homilías, comentarios, meditaciones desde la Tradición de la Iglesia
San Agustín, obispo
Tratado sobre la primera carta de san Juan
Tratado 6, 11: SC 75, 300-304 – Liturgia de las Horas, Lunes VII de Pascua (Impar)
Por medio del Espíritu Santo el alma es purificada y alimentada
Queridos hermanos: No os fiéis de cualquier espíritu, sino examinad si los espíritus vienen de Dios. Y ¿quién es el que discierne los espíritus? Hermanos míos, nos plantea un difícil problema; lo mejor es que nos diga él mismo los criterios de discernimiento. Escuchad atentamente lo que dice: Queridos hermanos: No os fiéis de cualquier espíritu, sino examinad si los espíritus vienen de Dios.
En el evangelio, el Espíritu Santo viene designado con el nombre de agua, cuando el Señor gritaba diciendo: El que tenga sed, que venga a mí; el que cree en mí, que beba; de sus entrañas manarán torrentes de agua viva. El evangelista declaró a qué se refería, cuando escribe a continuación: Decía esto refiriéndose al Espíritu, que habían de recibir los que creyeran en él. ¿Por qué el Señor no bautizó a muchos? ¿Qué es lo que dice Juan? Todavía no se había dado el Espíritu, porque Jesús no había sido glorificado. Debido, pues, a que, teniendo el bautismo, no habían todavía recibido el Espíritu Santo, que el Señor envió desde el cielo el día de Pentecostés, se esperaba a que el Señor fuera glorificado para derramar el Espíritu.
Mientras tanto, antes de ser glorificado y antes de enviar el Espíritu, invita a los hombres a que se preparen para recibir el agua, de la que dijo: El que tenga sed, que venga a mí; y: el que cree en mí, que beba; de sus entrañas manarán torrentes de agua viva. ¿Qué significa: torrentes de agua viva? ¿Qué significa aquella agua? Que nadie me pregunte; pregunta al evangelio: Decía esto — subraya— refiriéndose al Espíritu, que habían de recibir los que creyeran en él. Así pues, una cosa es el agua del sacramento, y otra el agua que simboliza al Espíritu Santo.
El agua del sacramento es visible; el agua del Espíritu es invisible. La primera lava el cuerpo y significa lo que produce en el alma; por medio del Espíritu el alma misma es purificada y alimentada. Este es el Espíritu de Dios, que no pueden poseer quienes rompen con la Iglesia. E incluso los que no rompen abiertamente con la Iglesia, pero están de ella apartados por el pecado, y dentro de ella oscilan como la paja y no son grano, incluso éstos están privados del Espíritu.
Este Espíritu es designado por el Señor con el nombre de agua. Lo hemos oído en esta carta: No os fiéis de cualquier espíritu, y lo atestiguan aquellas palabras de Salomón: Abstenerse del agua ajena. ¿Qué es el agua? El Espíritu. ¿Pero siempre el agua significa el Espíritu? No siempre: en algunos pasajes significa el bautismo, en otros los pueblos, en otros la sabiduría. Por tanto, la palabra agua tiene diversos significados en distintos textos de la Escritura. Hace un momento, sin embargo, habéis oído llamar agua al Espíritu Santo, y no debido a una interpretación personal, sino según el testimonio evangélico que afirma: Decía esto refiriéndose al Espíritu Santo, que habían de recibir los que creyeran en él.
San Cirilo de Jerusalén, obispo
Catequesis: El agua viva del Espíritu Santo
Catequesis 16, Sobre el Espíritu Santo, 1, 11-12. 16: PG 33, 931-935. 939-942 – Liturgia de las Horas, Lunes VII de Pascua (Par)
El agua viva del Espíritu Santo
El agua que yo le dé se convertirá en él en manantial de agua viva, que brota para comunicar vida eterna. Se nos habla aquí de un nuevo género de agua, un agua viva y que brota; pero que brota sólo sobre los que son dignos de ella. Mas, ¿por qué el Señor da el nombre de agua a la gracia del Espíritu? Porque el agua es condición necesaria para la pervivencia de todas las cosas, porque el agua es el origen de las plantas y de los seres vivos, porque el agua de la lluvia baja del cielo, porque, deslizándose en un curso siempre igual, produce efectos diferentes. Diversa es, en efecto, su virtualidad en una palmera o en una vid, aunque en todos es ella quien lo hace todo; ella es siempre la misma, en cualquiera de sus manifestaciones, pues la lluvia, aunque cae siempre del mismo modo, se acomoda a la estructura de los seres que la reciben, dando a cada uno de ellos lo que necesitan.
De manera semejante, el Espíritu Santo, siendo uno solo y siempre el mismo e indivisible, reparte a cada uno sus gracias según su beneplácito. Y, del mismo modo que el árbol seco, al recibir el agua, germina, así también el alma pecadora, al recibir del Espíritu Santo el don del arrepentimiento, produce frutos de justicia. Siendo él, pues, siempre igual y el mismo, produce diversos efectos, según el beneplácito de Dios y en el nombre de Cristo.
En efecto, se sirve de la lengua de uno para comunicar la sabiduría; a otro le ilumina la mente con el don de profecía; a éste le da el poder de ahuyentar los demonios; a aquél le concede el don de interpretar las Escrituras. A uno lo confirma en la temperancia; a otro lo instruye en lo pertinente a la misericordia; a éste le enseña a ayunar y a soportar el esfuerzo de la vida ascética; a aquél a despreciar las cosas corporales; a otro más lo hace apto para el martirio. Así, se manifiesta diverso en cada uno, permaneciendo él siempre igual en sí mismo, tal como está escrito: A cada uno se le otorga la manifestación del Espíritu para común utilidad.
Su actuación en el alma es suave y apacible, su experiencia es agradable y placentera y su yugo es levísimo. Su venida va precedida de los rayos brillantes de su luz y de su ciencia. Viene con la bondad de genuino protector; pues viene a salvar, a curar, a enseñar, a aconsejar, a fortalecer, a consolar, a iluminar, en primer lugar, la mente del que lo recibe y, después, por las obras de éste, la mente de los demás.
Y, del mismo modo que el que se hallaba en tinieblas, al salir el sol, recibe su luz en los ojos del cuerpo y contempla con toda claridad lo que antes no veía, así también al que es hallado digno del don del Espíritu Santo se le ilumina el alma y, levantado por encima de su razón natural, ve lo que antes ignoraba.
San Juan Pablo Magno, papa
Catequesis, audiencia general, 10-04-1991
[El agua viva prometida por Jesús] simboliza el manantial interior de la vida espiritual. Lo aclara Jesús mismo con ocasión de la «fiesta de las Tiendas» (cf. Jn 7, 2), cuando, «puesto en pie, gritó: “si alguno tiene sed, venga a mí, y beba el que crea en mí”; como dice la Escritura (cf. Is 55, 1): de su seno correrán ríos de agua viva». Y el evangelista Juan comenta: «esto lo decía refiriéndose al Espíritu que iban a recibir los que creyeran en él» (Jn 7, 37-39).
El Espíritu Santo desarrolla en el creyente todo el dinamismo de la gracia que da la vida nueva, y de las virtudes que traducen esta vitalidad en frutos de bondad. El Espíritu Santo actúa también desde el «seno» del creyente como fuego, según otra semejanza que utiliza el Bautista a propósito del bautismo: «él os bautizará en Espíritu Santo y fuego» (Mt 3, 11); y Jesús mismo sobre su misión mesiánica: «He venido a arrojar un fuego sobre la tierra» (Lc 12, 49). Por ello, el Espíritu suscita una vida animada por aquel fervor que san Pablo recomendaba en la carta a los Romanos: «sed fervorosos en el Espíritu» (12, 11). Es la «llama viva de amor» que pacífica, ilumina, abrasa y consuma, como tan bien explicó san Juan de la Cruz.
4. De esta forma se desarrolla en el creyente, bajo la acción del Espíritu Santo, una santidad original, que asume, eleva y lleva a la perfección la personalidad de cada uno, sin destruirla. Así cada santo tiene su fisonomía propia. Stella differt a stella, se puede decir con san Pablo: «una estrella difiere de otra en resplandor» (1 Co 15, 41): no sólo en la «resurrección futura» a la que se refiere el Apóstol, sino también en la condición actual del hombre, que no es ya sólopsíquico (dotado de vida natural), sino espiritual (animado por el Espíritu Santo) (cf. 1 Co 15, 44 ss.).
La santidad está en la perfección del amor. Y sin embargo varía según la multiplicidad de aspectos que el amor adquiere en las diversas condiciones de la vida personal. Bajo la acción del Espíritu Santo, cada uno vence en el amor el instinto del egoísmo, y desarrolla las mejores fuerzas en su modo original de darse. Cuando la fuerza expresiva y expansiva de la originalidad es muy poderosa, el Espíritu Santo hace que en torno a esas personas (aunque a veces permanezcan escondidas) se formen grupos de discípulos y seguidores. De este modo nacen corrientes de vida espiritual, escuelas de espiritualidad, institutos religiosos, cuya variedad en la unidad es, pues, efecto de esa divina intervención. El Espíritu Santo valora las capacidades de todos en las personas y en los grupos, en las comunidades y en las instituciones, entre los sacerdotes y entre los laicos.
5. De la fuente interior del Espíritu deriva también el nuevo valor de libertad, que caracteriza la vida cristiana. Como dice san Pablo: «donde está el Espíritu del Señor, allí está la libertad» (2 Co 3, 17). El Apóstol se refiere directamente a la libertad adquirida por los seguidores de Cristo respecto a la ley judaica, en sintonía con la enseñanza y la actitud de Jesús mismo. Pero el principio que él enuncia tiene un valor general. Efectivamente, él habla repetidas veces de la libertad como vocación del cristiano: «Hermanos, habéis sido llamados a la libertad» (Ga 5, 13). Y explica bien de qué se trata. Según el Apóstol, «el que camina según el Espíritu» (Ga 5, 13) vive en la libertad, porque no se halla ya bajo el yugo opresor de la carne: «Si vivís según el Espíritu, no daréis satisfacción a las apetencias de la carne» (Ga 5, 16). «Las tendencias de la carne son muerte; mas las del Espíritu, vida y paz» (Rm 8, 6).
Las «obras de la carne», de las que está libre el cristiano fiel al Espíritu, son las del egoísmo y las pasiones, que impiden el acceso al reino de Dios. En cambio, las obras del Espíritu son las del amor: «Contra tales cosas ―observa san Pablo― no hay ley» (Ga 5, 23).
Se deriva de aquí ―según el Apóstol― que «si sois conducidos por el Espíritu, no estáis bajo la ley» (Ga 5, 18). Al escribir a Timoteo, no duda en decir: «La ley no ha sido instituida para el justo» (1 Tm 1, 9). Y santo Tomás explica: «La ley no tiene fuerza coactiva sobre los justos, sino sobre los malos» (I-II, q. 96 a. 5, ad. 1), puesto que los justos no hacen nada contrario a la ley. Más aún guiados por el Espíritu Santo, hacen libremente más de lo que pide la ley (cf. Rm8, 4; Ga 5, 13-16).
6. Ésta es la admirable conciliación de la libertad y de la ley, fruto del Espíritu Santo que actúa en el justo, como habían predicho Jeremías y Ezequiel al anunciar la interiorización de la ley en la Nueva Alianza (cf. Jr 31, 31-34; Ez 36, 26-27).
«Infundiré mi Espíritu en vosotros» (Ez 36, 27). Esta profecía se ha verificado y sigue realizándose siempre en los fieles de Cristo y en el conjunto de la Iglesia. El Espíritu Santo da la posibilidad de ser, no meros observantes de la ley, sino libres, fervientes y fieles realizadores del designio de Dios. Se realiza así cuanto dice el Apóstol: «Todos los que son guiados por el Espíritu de Dios son hijos de Dios. Pues no recibisteis un espíritu de esclavos para recaer en el temor; antes bien, recibisteis un Espíritu de hijos adoptivos que nos hace exclamar: ¡Abbá, Padre!» (Rm 8, 14-15). Es la libertad de hijos que anunció Jesús como la verdadera libertad (cf. Jn 8, 36). Se trata de una libertad interior, fundamental, pero orientada siempre hacia el amor, que hace posible y casi espontáneo el acceso al Padre en el único Espíritu (cf. Ef 2, 18). Es la libertad guiada que resplandece en la vida de los santos.
Catequesis, audiencia general, 24-10-1990
[…] 5. En el Nuevo Testamento el poder purificador y vivificante del agua sirve para el rito del bautismo ya con Juan, que en el Jordán administraba el bautismo de penitencia (cf. Jn 1, 33). Pero será Jesús quien presente el agua como símbolo del Espíritu Santo cuando, un día de fiesta, exclame ante la muchedumbre: “Si alguno tiene sed, venga a mí y beba el que cree en mí, como dice la Escritura. De su seno correrán ríos de agua viva”. Y el evangelista comenta: “Esto lo decía refiriéndose al Espíritu que iban a recibir los que creyeran en él. Porque aún no había Espíritu, pues todavía Jesús no había sido glorificado” (Jn 7, 37-39).
Con estas palabras se explica también todo lo que Jesús dice a la samaritana sobre el agua viva, sobre el agua que da él mismo. Esta agua se convierte en el hombre en “fuente de agua que brota para vida eterna” (Jn 4, 10.14).
6. Se trata en todos los casos de expresiones de la verdad revelada por Jesús sobre el Espíritu Santo, del que “el agua viva” es símbolo, y que en el sacramento del bautismo se traducirá en la realidad del nacimiento por el Espíritu Santo. Aquí confluyen también muchos otros pasajes del Antiguo Testamento, como el del agua que Moisés, por orden de Dios, hizo brotar de la roca (cf. Ex 17, 5-7; Sal 77/78, 16), y el de la fuente abierta para la casa de David… para lavar el pecado y la impureza (cf. Za 13, 1; 14, 8); mientras la coronación de todos estos textos se encontrará en las palabras del Apocalipsis sobre el río de agua viva, límpida como el cristal, que brotaba del trono de Dios y del Cordero. En medio de la plaza de la ciudad, a una y otra margen del río, hay árboles de vida… Sus hojas sirven de medicina para los gentiles…(Ap 22, 1-2). Según los exegetas, las aguas vivas y vivificantes simbolizan al Espíritu, como el mismo Juan repite varias veces en su evangelio (cf. Jn 4, 10-14; 7, 37-38). En esta visión del Apocalipsis se entrevé la misma Trinidad. También es significativo el hecho de que llamemedicina para los gentiles las hojas del árbol, alimentado por el agua viva y saludable del Espíritu.
Si el pueblo de Dios “bebe esta agua espiritual”, según san Pablo, es como Israel en el desierto, que “bebían de la roca… y la roca era Cristo” (1 Co 10, 1-4). De su costado atravesado en la cruz “salió sangre y agua” (Jn 19, 34), como signo de la finalidad redentora de su muerte, sufrida por la salvación del mundo. Fruto de esta muerte redentora es el don del Espíritu Santo, concedido por él en abundancia a su Iglesia.
Verdaderamente “fuentes de agua viva salen del interior” del misterio pascual de Cristo, llegando a ser, en las almas de los hombres, como don del Espíritu Santo “fuente de agua que brota para vida eterna” (Jn 4, 14). Este don proviene de un Dador bien perceptible en las palabras de Cristo y de sus Apóstoles: la Tercera Persona de la Trinidad.
Catequesis, audiencia general, 21-10-1988
[…] Con ocasión de la fiesta de los Tabernáculos, al anunciar su muerte y su resurrección, Jesús exclama, también a voz en grito, como para que lo escuchen los hombres de todos los lugares y de todos los tiempos: «Si alguno tiene sed, venga a mí, y beba el que crea en mí. Como dice la Escritura: “De su seno correrán ríos de agua viva”. Esto lo decía —advierte el evangelista Juan— refiriéndose al Espíritu que iban a recibir los que creyeran en él» (Jn 7, 37-39).
Jesús, al obtenernos el don del Espíritu con el sacrificio de su vida, cumple la misión recibida del Padre: «He venido para que tengan vida y la tengan en abundancia» (Jn 10, 10). El Espíritu Santo renueva nuestro corazón (cf. Ez 36, 25-27; Jr 31, 31-34), conformándolo al de Cristo. Así, el cristiano puede «comprender y llevar a cabo el sentido más verdadero y profundo de la vida: ser un don que se realiza al darse» (Evangelium vitae, 49). Ésta es la ley nueva, «la ley del Espíritu, que da la vida en Cristo Jesús» (Rm 8, 2). Su expresión fundamental, a imitación del Señor que da la vida por sus amigos (cf. Jn 15, 13), es la entrega de sí mismo por amor: «Nosotros sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida, porque amamos a los hermanos» (1 Jn 3, 14).
4. La vida del cristiano que, mediante la fe y los sacramentos, está íntimamente unido a Jesucristo es una «vida en el Espíritu». En efecto, el Espíritu Santo, derramado en nuestros corazones (cf. Ga 4, 6), se transforma en nosotros y para nosotros en «fuente de agua que brota para la vida eterna» (Jn 4, 14).
Así pues, es preciso dejarse guiar dócilmente por el Espíritu de Dios, para llegar a ser cada vez más plenamente lo que ya somos por gracia: hijos de Dios en Cristo (cf. Rm 8, 14-16). «Si vivimos según el Espíritu —nos exhorta san Pablo—, obremos también según el Espíritu» (Ga5, 25).
En este principio se funda la espiritualidad cristiana, que consiste en acoger toda la vida que el Espíritu nos da. Esta concepción de la espiritualidad nos protege de los equívocos que a veces ofuscan su perfil genuino.
La espiritualidad cristiana no consiste en un esfuerzo de autoperfeccionamiento, como si el hombre con sus fuerzas pudiera promover el crecimiento integral de su persona y conseguir la salvación. El corazón del hombre, herido por el pecado, es sanado por la gracia del Espíritu Santo; y el hombre sólo puede vivir como verdadero hijo de Dios si está sostenido por esa gracia.
La espiritualidad cristiana no consiste tampoco en llegar a ser casi «inmateriales», desencarnados, sin asumir un compromiso responsable en la historia. En efecto, la presencia del Espíritu Santo en nosotros, lejos de llevarnos a una «evasión» alienante, penetra y moviliza todo nuestro ser: inteligencia, voluntad, afectividad, corporeidad, para que nuestro «hombre nuevo» (Ef 4, 24) impregne el espacio y el tiempo de la novedad evangélica.
5. […] Supliquemos al Espíritu Santo que haga que la Iglesia de nuestro tiempo sea un eco fiel de las palabras de los Apóstoles: «Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que contemplamos y tocaron nuestras manos acerca de la Palabra de vida, —pues la Vida se manifestó, y nosotros la hemos visto y damos testimonio y os anunciamos la Vida eterna, que estaba vuelta hacia el Padre y que se nos manifestó— lo que hemos visto y oído, os lo anunciamos, para que también vosotros estéis en comunión con nosotros. Y nosotros estamos en comunión con el Padre y con su Hijo Jesucristo» (1 Jn 1, 1-3).
Catequesis, audiencia general, 12-08-1987
2. En el Evangelio de Juan leemos que “el último día, el día grande de la fiesta, se detuvo Jesús y gritó diciendo: ‘Si alguno tiene sed, venga a mí y beba. Al que cree en mí, según dice la Escritura, ríos de agua viva manarán de sus entrañas’. Esto dijo del Espíritu, que habían de recibir los que creyeran en Él, pues aún no había sido dado el Espíritu, porque Jesús no había sido glorificado” (Jn 7, 37-39).
Jesús anuncia la venida del Espíritu Santo sirviéndose de la metáfora del “agua viva”, porque “el espíritu es el que da la vida…” (Jn 6, 63). Los discípulos recibirán este Espíritu de Jesús mismo en el tiempo oportuno, cuando Jesús sea “glorificado”: el Evangelista tiene en mente la glorificación pascual mediante la cruz y la resurrección.
3. Cuando este tiempo —o sea, la “hora” de Jesús— está ya cercano, durante el discurso en el cenáculo, Cristo repite su anuncio, y varias veces promete a los Apóstoles la venida del Espíritu Santo como nuevo Consolador (Paráclito).
Les dice así: “yo rogaré al Padre y os dará otro Abogado que estará con vosotros para siempre:el Espíritu de verdad, que el mundo no puede recibir, porque no le ve ni le conoce; vosotros le conocéis, porque permanece con vosotros y está en vosotros” (Jn 14, 16-17). “El Abogado, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, ese os lo enseñará todo y os traerá a la memoria todo lo que yo os he dicho” (Jn 14, 26). Y más adelante: “Cuando venga el Abogado, que yo os enviaré de parte del Padre, el Espíritu de verdad, que procede del Padre, Él dará testimonio de mí…” (Jn 15, 26).
Jesús concluye así: “Si no me fuere, el Abogado no vendrá a vosotros: pero, si me fuere, os lo enviaré. Y al venir éste, amonestará al mundo sobre el pecado, la justicia y el juicio…” (Jn 16, 7-8).
4. […] Hablando a los Apóstoles del cenáculo, la vigilia de su pasión, Jesús une su partida, ya cercana, con la venida del Espíritu Santo. Para Jesús se da una relación casual: Él debe irse a través de la cruz y de la resurrección, para que el Espíritu de verdad pueda descender sobre los Apóstoles y sobre la Iglesia entera como el Abogado. Entonces el Padre mandará el Espíritu “en nombre del Hijo”, lo mandará en la potencia del misterio de la Redención, que debe cumplirse por medio de este Hijo, Jesucristo. Por ello, es justo afirmar, como hace Jesús, que también el mismo Hijo lo mandará: “el Abogado que yo os enviaré de parte del Padre” (Jn 15, 26).
5. Esta promesa hecha a los Apóstoles en la vigilia de su pasión y muerte, Jesús la ha realizado el mismo día de su resurrección. Efectivamente, el Evangelio de Juan narra que, presentándose a los discípulos que estaban aún refugiados en el cenáculo, Jesús los saludó y mientras ellos estaban asombrados por este acontecimiento extraordinario, “sopló y les dijo: ‘Recibid el Espíritu Santo; a quien perdonareis los pecados, les serán perdonados; a quien se los retuviereis, les serán retenidos’” (Jn 20, 22 – 23).
En el texto de Juan existe un subrayado teológico, que conviene poner de relieve: Cristo resucitado es el que se presenta a los Apóstoles y les “trae” el Espíritu Santo, el que en cierto sentido lo “da” a ellos en los signos de su muerte en cruz (“les mostró las manos y el costado”:Jn 20, 20). Y siendo “el Espíritu que da la vida” (Jn 6, 63), los Apóstoles reciben junto con el Espíritu Santo la capacidad y el poder de perdonar los pecados.
6. Lo que acontece de modo tan significativo el mismo día de la resurrección, los otros Evangelistas lo distribuyen de alguna manera a lo largo de los días sucesivos, en los que Jesús continúa preparando a los Apóstoles para el gran momento, cuando en virtud de su partida el Espíritu Santo descenderá sobre ellos de una forma definitiva, de modo que su venida se harámanifiesta al mundo.
Este será también el momento del nacimiento de la Iglesia: “recibiréis el poder del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaría y hasta el extremo de la tierra” (Act 1, 8). Esta promesa, que tiene relación directa con la venida del Paráclito, se ha cumplido el día de Pentecostés.
7. En síntesis, podemos decir que Jesucristo es aquel que proviene del Padre como eterno Hijo, es aquel que “ha salido” del Padre haciéndose hombre por obra del Espíritu Santo. Y después de haber cumplido su misión mesiánica como Hijo del hombre, en la fuerza del Espíritu Santo “va al Padre” (cf. Jn 14, 21). Marchándose allí como Redentor del mundo, “da” a sus discípulos y manda sobre la Iglesia para siempre, el mismo Espíritu, en cuya potencia el actuaba como hombre. De este modo Jesucristo, como aquel que “va al Padre”, por medio del Espíritu Santo conduce “al Padre”” a todos aquellos que lo seguirán en el transcurso de los siglos.
8. “Exaltado a la diestra de Dios y recibida del Padre la promesa del Espíritu Santo, (Jesucristo)le derramó” (Act 2, 33), dirá el Apóstol Pedro el día de Pentecostés. “Y, puesto que sois hijos,envió Dios a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo, que grita: ¡Abbá!, ¡Padre!” (Gál 4, 6), escribía el Apóstol Pablo. El Espíritu Santo, que “procede del Padre” (cf. Jn 15, 26), es, al mismo tiempo, el Espíritu de Jesucristo: el Espíritu del Hijo.
9. Dios ha dado “sin medida” a Cristo el Espíritu Santo, proclama Juan Bautista, según el IV Evangelio. Y Santo Tomás de Aquino explica en su claro comentario que los profetas recibieron el Espíritu “con medida”, y por ello, profetizaban “parcialmente”. Cristo, por el contrario, tiene el Espíritu Santo “sin medida”: ya como Dios, en cuanto que el Padre mediante la generación eterna le da el soplar el Espíritu sin medida; ya como hombre, en cuanto que, mediante la plenitud de la gracia, Dios lo ha colmado de Espíritu Santo, para que lo efunda en todo creyente (cf. Super Evang S. Ioannis Lectura, c. III, 1. 6, nn. 541-544). El Doctor Angélico se refiere al texto de Juan (Jn 3, 34): “Porque aquél a quien Dios ha enviado habla palabras de Dios, pues Dios no le dio el espíritu con medida” (según la traducción propuesta por ilustres biblistas).
Verdaderamente podemos exclamar con íntima emoción, uniéndolos al Evangelista Juan: “De su plenitud todos hemos recibido” (Jn 1, 16); verdaderamente hemos sido hechos partícipes de la vida de Dios en el Espíritu Santo.
Y en este mundo de hijos del primer Adán, destinados a la muerte, vemos erguirse potente a Cristo, el “último Adán”, convertido en “Espíritu vivificante” (1 Cor 15, 45).
Ángelus, 10-08-1986
2. En otra ocasión, en el último día de la fiesta de los Tabernáculos en Jerusalén, Jesús ―como escribe también el Evangelista Juan― «gritó, diciendo: Si alguno tiene sed, venga a mí y beba. El que cree en mí, según dice la Escritura, ríos de agua viva correrán de su seno». El Evangelista añade: «Esto dijo del Espíritu, que habían de recibir los que creyeran en Él» (Jn 7, 37-39).
3. Todos deseamos acercarnos a esta fuente de agua viva. Todos deseamos beber del Corazón divino, que es fuente de vida y de santidad.
En Él nos ha sido dado el Espíritu Santo, que se da constantemente a todos aquellos que con adoración y amor se acercan a Cristo, a su Corazón.
Acercarse a la fuente quiere decir alcanzar el principio. No hay en el mundo creado otro lugar del cual pueda brotar la santidad para la vida humana, fuera de este Corazón, que ha amado tanto. «Ríos de agua viva» han manado de tantos corazones… y ¡manan todavía! De ello dan testimonio los Santos de todos los tiempos.
4. Te pedimos, Madre de Cristo, que seas nuestra Guía al Corazón de tu Hijo. Te pedimos que nos acerques a Él y nos enseñes a vivir en intimidad con este Corazón, que es fuente de vida y de santidad.