Jn 12, 20-33: La última Pascua – Jesús anuncia su glorificación por la muerte
/ 15 marzo, 2018 / San JuanTexto Bíblico
20 Entre los que habían venido a celebrar la fiesta había algunos griegos;21 estos, acercándose a Felipe, el de Betsaida de Galilea, le rogaban: «Señor, queremos ver a Jesús».22 Felipe fue a decírselo a Andrés; y Andrés y Felipe fueron a decírselo a Jesús.23 Jesús les contestó: «Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del hombre.24 En verdad, en verdad os digo: si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto.25 El que se ama a sí mismo, se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este mundo, se guardará para la vida eterna.26 El que quiera servirme, que me siga, y donde esté yo, allí también estará mi servidor; a quien me sirva, el Padre lo honrará.27 Ahora mi alma está agitada, y ¿qué diré? ¿Padre, líbrame de esta hora? Pero si por esto he venido, para esta hora:28 Padre, glorifica tu nombre».
Entonces vino una voz del cielo: «Lo he glorificado y volveré a glorificarlo».29 La gente que estaba allí y lo oyó, decía que había sido un trueno; otros decían que le había hablado un ángel.30 Jesús tomó la palabra y dijo: «Esta voz no ha venido por mí, sino por vosotros.31 Ahora va a ser juzgado el mundo; ahora el príncipe de este mundo va a ser echado fuera.32 Y cuando yo sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí».
33 Esto lo decía dando a entender la muerte de que iba a morir.
Sagrada Biblia, Versión oficial de la Conferencia Episcopal Española (2012)
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
San Ignacio de Antioquía, obispo y mártir
A los Romanos: Ser cristiano no sólo de nombre, sino también de hecho
«Si el grano de trigo cae en tierra y muere da mucho fruto» (Jn 12,24)3-4: Funck 1, 215-219
Nunca tuvisteis envidia de nadie, y así lo habéis enseñado a los demás. Lo que yo ahora deseo es que lo que enseñáis y mandáis a otros lo mantengáis con firmeza y lo practiquéis en esta ocasión. Lo único que para mí habéis de pedir es que tenga fortaleza interior y exterior, para que no sólo hable, sino que esté también interiormente decidido, a fin de que sea cristiano no sólo de nombre, sino también de hecho. Si me porto como cristiano, tendré también derecho a este nombre y, entonces, seré de verdad fiel a Cristo, cuando haya desaparecido ya del mundo. Nada es bueno sólo por lo que aparece al exterior. El mismo Jesucristo, nuestro Dios, ahora que está con su Padre, es cuando mejor se manifiesta. Lo que necesita el cristianismo, cuando es odiado por el mundo, no son palabras persuasivas, sino grandeza de alma.
Yo voy escribiendo a todas las Iglesias, y a todas les encarezco lo mismo: que moriré de buena gana por Dios, con tal que vosotros no me lo impidáis. Os lo pido por favor: no me demostréis una benevolencia inoportuna. Dejad que sea pasto de las fieras, ya que ello me hará posible alcanzar a Dios. Soy trigo de Dios y he de ser molido por los dientes de las fieras, para llegar a ser pan limpio de Cristo.
Halagad más bien a las fieras, para que sean mi sepulcro y no dejen nada de mi cuerpo; así, después de muerto, no seré gravoso a nadie. Entonces seré de verdad discípulo de Cristo, cuando el mundo no vea ya ni siquiera mi cuerpo. Rogad por mí a Cristo, para que, en medio de esos instrumentos, llegue a ser una víctima para Dios.
No os doy mandatos como Pedro y Pablo. Ellos eran apóstoles, yo no soy más que un condenado a muerte; ellos eran libres, yo no soy al presente más que un esclavo. Pero, si logro sufrir el martirio, entonces seré liberto de Jesucristo y resucitaré libre como él. Ahora, en medio de mis cadenas, es cuando aprendo a no desear nada.
San Ambrosio, obispo
Sobre los Salmos: La semilla de todos es Cristo
«Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo; pero si muere, da mucho fruto» (Jn 12,24)Comentario sobre el salmo 43, 36-39: CSEL 64, 288-290
Hay quienes están destinados a ser ovejas de matanza. Entre éstos está nuestro buen Señor Jesucristo que se ha convertido en el cordero de nuestro banquete. ¿Cómo?, me preguntas. Escucha: ha sido inmolada nuestra víctima pascual: Cristo. Piensa además cómo nuestros antepasados descuartizaban el cordero y lo comían, en figura de la pasión del Señor Jesús, de quien todos los días nos nutrimos en el sacramento. Por este Cordero, también aquéllos se convirtieron en ovejas de matanza.
Ahora bien: los santos no sólo no deben temer este suculento banquete: han de hambrearlo. De otra suerte no es posible llegar al reino de los cielos, pues el mismo Señor dijo: Si no coméis mi carne y no bebéis mi sangre, no tendréis la vida eterna. Queda, pues, demostrado que nuestro Señor es comida, es banquete y alimento de los comensales, como él mismo dijo: Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo.
Y para que sepas que todo esto se hizo por nosotros y por eso bajó él del cielo, de él dijo san Pablo: Todos nosotros somos un solo pan. No tengamos miedo por haber sido hechos ovejas de matanza. Pues lo mismo que la carne y la sangre del Señor nos han redimido, así también Pedro soportó muchas cosas por la Iglesia. Y lo mismo hicieron san Pablo y los demás apóstoles, al ser apaleados, lapidados, arrojados a la cárcel. Sobre aquella tolerancia de los sufrimientos y la valentía en arrostrar los peligros fue fundado el pueblo del Señor, y la Iglesia logró una nueva expansión al encaminarse los demás, presurosos, al martirio viendo que aquellos sufrimientos no sólo no mermaron un ápice la fortaleza de los apóstoles, antes bien esta breve vida les deparó la inmortalidad.
Es lo que demuestra asimismo el siguiente versículo del salmo, pues dijeron: Y nos has dispersado por las naciones. Los apóstoles en efecto fueron enviados a los pueblos y se dispersaron por las naciones lo mismo que los santos profetas, para que de aquella dispersión nacieran ubérrimos frutos. Al igual que nuestro Señor Jesucristo cayó cual grano en la tierra y murió, para poder dar mucho fruto, de igual modo se dispersaron los santos apóstoles, para llevar la buena semilla a las naciones, para que a ejemplo suyo germinase el fruto entre los pueblos. Finalmente, la Escritura nos asegura que el Señor dijo: Os he destinado para que vayáis y deis fruto abundante, y vuestro fruto dure.
Así pues, nuestro Señor Jesucristo se presentó como simiente, según lo dicho a Abrahán: Y a tu descendencia, que es Cristo. Cristo es, pues, la semilla de todos. Por eso aceptó caer en tierra y ser desparramado, para transformar nuestra condición humilde, según el modelo de su condición gloriosa. Esta semilla de salvación germinó en beneficio de todos los hombres: partiendo de él y transfigurados a su imagen, los santos apóstoles fueron enviados —como otras tantas semillas—, a diversas regiones y aventados, para que las gentes, congregadas en el campo de la Iglesia, resplandecieran con frutos diversos en todo el orbe de la tierra. Fueron aventados para producir nuevos frutos y ser más tarde recogidos en los graneros de la Iglesia cual trigo nuevo.