Jn 21,1-14: Tercera aparición de Jesús Resucitado, a orillas del lago de Tiberiades
/ 27 marzo, 2016 / San JuanTexto Bíblico
1 Después de esto Jesús se apareció otra vez a los discípulos junto al lago de Tiberíades. Y se apareció de esta manera:2 Estaban juntos Simón Pedro, Tomás, apodado el Mellizo; Natanael, el de Caná de Galilea; los Zebedeos y otros dos discípulos suyos.3 Simón Pedro les dice: «Me voy a pescar». Ellos contestan: «Vamos también nosotros contigo». Salieron y se embarcaron; y aquella noche no cogieron nada.4 Estaba ya amaneciendo, cuando Jesús se presentó en la orilla; pero los discípulos no sabían que era Jesús.5 Jesús les dice: «Muchachos, ¿tenéis pescado?». Ellos contestaron: «No».6 Él les dice: «Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis». La echaron, y no podían sacarla, por la multitud de peces.7 Y aquel discípulo a quien Jesús amaba le dice a Pedro: «Es el Señor». Al oír que era el Señor, Simón Pedro, que estaba desnudo, se ató la túnica y se echó al agua.8 Los demás discípulos se acercaron en la barca, porque no distaban de tierra más que unos doscientos codos, remolcando la red con los peces.9 Al saltar a tierra, ven unas brasas con un pescado puesto encima y pan.10 Jesús les dice: «Traed de los peces que acabáis de coger».11 Simón Pedro subió a la barca y arrastró hasta la orilla la red repleta de peces grandes: ciento cincuenta y tres. Y aunque eran tantos, no se rompió la red.
12 Jesús les dice: «Vamos, almorzad». Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle quién era, porque sabían bien que era el Señor.13 Jesús se acerca, toma el pan y se lo da, y lo mismo el pescado.
14 Esta fue la tercera vez que Jesús se apareció a los discípulos después de resucitar de entre los muertos.
Sagrada Biblia, Versión oficial de la Conferencia Episcopal Española (2012)
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
San Francisco de Sales, obispo
Introducción a la Vida Devota: Caridad y devoción
«Al escuchar que era el Señor... se arrojó al mar» (Jn 21,7)I, 1
«Dijo entonces aquel discípulo a quien Jesús amaba: es el Señor. Así que oyó Simón Pedro que era el Señor... se arrojó al mar.» Jn 21, 7
El amor, Filotea, nos hace actuar con prontitud. Las avestruces no vuelan nunca; sus pollos, en todo caso, vuelan pesadamente, muy bajo y raras veces. Pero las águilas, las palomas y las golondrinas vuelan muy alto, mucho y con rapidez.
Igualmente los pecadores, no vuelan a Dios, todas sus carreras las hacen por tierra y para la tierra; las gentes de bien, que todavía no han alcanzado la devoción, van a Dios por sus buenas acciones pero pocas veces, lenta y pesadamente.
Las personas devotas vuelan a Dios; con frecuencia, prontitud y altura. En dos palabras, la devoción no es sino una agilidad y vivacidad espiritual por la cual la caridad obra en nosotros, o nosotros obramos por ella, prontamente y con afecto y como pertenece a la caridad hacernos practicar general y universalmente todos los mandamientos de Dios, lo mismo corresponde a la devoción hacérnoslos practicar pronta y diligentemente.
Y como la devoción va unida a una excelente caridad, no sólo nos hace prontos, activos y diligentes en observar los mandamientos, sino que nos empuja a hacer con prontitud y con gusto las buenas obras que nos sea posible aunque no sean obligación sino solamente aconsejadas o inspiradas.
Un hombre recién curado camina lo que le es preciso, pero lenta y pesadamente; y así el pecador, una vez curado de su iniquidad, camina por los mandamientos, pero pesada y lentamente, hasta que ha alcanzado la devoción; entonces, no solamente camina más, sino que corre y salta por la vía de los mandamientos; y además corre también por los senderos de los consejos e inspiraciones. En fin, que la caridad y la devoción no se diferencian la una de la otra; son como la llama y el fuego.