Lc 4, 16-21: Jesús en Nazaret
/ 21 marzo, 2016 / San LucasTexto Bíblico
16 Fue a Nazaret, donde se había criado, entró en la sinagoga, como era su costumbre los sábados, y se puso en pie para hacer la lectura.17 Le entregaron el rollo del profeta Isaías y, desenrollándolo, encontró el pasaje donde estaba escrito:18 «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado a evangelizar a los pobres, a proclamar a los cautivos la libertad, y a los ciegos, la vista; a poner en libertad a los oprimidos;19 a proclamar el año de gracia del Señor».20 Y, enrollando el rollo y devolviéndolo al que lo ayudaba, se sentó. Toda la sinagoga tenía los ojos clavados en él.21 Y él comenzó a decirles: «Hoy se ha cumplido esta Escritura que acabáis de oír».
Sagrada Biblia, Versión oficial de la Conferencia Episcopal Española (2012)
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
Faustino Luciferiano, presbítero
Tratado sobre la Trinidad: Unción espiritual.
«El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha consagrado por la unción» (Lc 4,18) ,La Trinidad, 39-40 : CL 69, 340-341.
Nuestro Salvador fue verdaderamente ungido, en su condición humana, ya que fue verdadero rey y verdadero sacerdote, las dos cosas a la vez, tal y como convenía a su excelsa condición. El salmo nos atestigua su condición de rey, cuando dice: Yo mismo he establecido a mi rey en Sión, mi monte santo. Y el mismo Padre atestigua su condición de sacerdote, cuando dice: Tú eres sacerdote eterno según el rito de Melquisedec. Aarón fue el primero en la ley antigua que fue constituido sacerdote por la unción del crisma y, sin embargo, no se dice: «Según el rito de Aarón», para que nadie crea que el Salvador posee el sacerdocio por sucesión. Porque el sacerdocio de Aarón se transmitía por sucesión, pero el sacerdocio del Salvador no pasa a los otros por sucesión, ya que él permanece sacerdote para siempre, tal como está escrito: Tú eres sacerdote eterno, según el rito de Melquisedec.
El Salvador es, por lo tanto, rey y sacerdote según su humanidad, pero su unción no es material, sino espiritual. Entre los israelitas, los reyes y sacerdotes lo eran por una unción material de aceite; no que fuesen ambas cosas a la vez, sino que unos eran reyes y otros eran sacerdotes; sólo a Cristo pertenece la perfección y la plenitud en todo, él, que vino a dar plenitud a la ley.
Los israelitas, aunque no eran las dos cosas a la vez, eran, sin embargo, llamados cristos (ungidos), por la unción material del aceite que los constituía reyes o sacerdotes. Pero el Salvador, que es el verdadero Cristo, fue ungido por el Espíritu Santo, para que se cumpliera lo que de él estaba escrito: Por eso el Señor, tu Dios, te ha ungido con aceite de júbilo entre todos tus compañeros. Su unción supera a la de sus compañeros, ungidos como él, porque es una unción de júbilo, lo cual significa el Espíritu Santo.
Sabemos que esto es verdad por las palabras del mismo Salvador. En efecto, habiendo tomado el libro de Isaías, lo abrió y leyó: El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido; y dijo a continuación que entonces se cumplía aquella profecía que acababan de oír. Y, además, Pedro, el príncipe de los apóstoles, enseñó que el crisma con que había sido ungido el Salvador es el Espíritu Santo y la fuerza de Dios, cuando, en los Hechos de los apóstoles, hablando con el centurión, aquel hombre lleno de piedad y de misericordia, dijo entre otras cosas: La cosa empezó en Galilea, cuando Juan predicaba el bautismo. Jesús de Nazaret, ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo.
Vemos, pues, cómo Pedro afirma de Jesús que fue ungido, según su condición humana, con la fuerza del Espíritu Santo. Por esto, Jesús, en su condición humana, fue con toda verdad Cristo o ungido, ya que por la unción del Espíritu Santo fue constituido rey y sacerdote eterno.
San Cirilo de Alejandría, obispo
Sobre el libro del profeta Isaías: Cristo es portador de una buena noticia para los pobres de toda la tierra
«Me ha enviado a evangelizar a los pobres, a proclamar a los cautivos la libertad, y a los ciegos, la vista; a poner en libertad a los oprimidos» (Lc 4,18)Lib. 5, t. 5: PG 70, 1351-1358
Cristo, a fin de restaurar el mundo y reconducir a Dios Padre todos los habitantes de la tierra, mejorándolo todo y renovando, como quien dice, la faz de la tierra, asumió la condición de siervo —no obstante ser el Señor del universo— y trajo la buena noticia a los pobres, afirmando que precisamente para eso había sido enviado.
Son pobres y como tales hay que considerar a los que se debaten en la indigencia de todo bien, no les queda esperanza alguna y, como dice la Escritura, están en el mundo privados de Dios. Pertenecen a este número los que venidos del paganismo, han sido enriquecidos por la fe en él, han conseguido un tesoro celestial y divino, me refiero a la predicación del evangelio de salvación, mediante la cual han sido hechos partícipes del reino celestial y de la compañía de los santos, y herederos de unos bienes que ni la imaginación ni el humano lenguaje son capaces de abarcar. Pues, como está escrito: Ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni el hombre puede pensar lo que Dios ha preparado para los que lo aman.
A no ser que lo que aquí se nos quiere decir es que a los pobres en el espíritu Cristo les ha otorgado el polifacético ministerio de los carismas. Llama quebrantados de corazón a los que poseen un ánimo débil y quebradizo y son incapaces de enfrentarse a los asaltos de las tentaciones y de tal modo están sometidos a ellas, que se dirían sus esclavos. A éstos les promete la salud y la medicina, y a los ciegos les da la vista.
Por lo que se refiere a quienes dan culto a la criatura, y dicen a un leño: «Eres mi padre»; a una piedra: «Me has parido» y luego no conocieron al que por naturaleza es verdadero Dios, ¿qué otra cosa son sino ciegos y dotados de un corazón privado de la luz divina e inteligible? A éstos el Padre les infunde la luz del verdadero conocimiento de Dios, pues fueron llamados mediante la fe y le conocieron; más aún, fueron conocidos de él. Siendo como eran hijos de la noche y de las tinieblas, se convirtieron en hijos de la luz, porque para ellos despuntó el día, salió el Sol de justicia y brilló el resplandeciente lucero.
Estimo que no existe inconveniente alguno en aplicar todo lo dicho a los hermanos nacidos en el seno del judaísmo. También ellos eran pobres, tenían el corazón desgarrado, estaban como cautivos y yacían en las tinieblas. Vino Cristo y, con preferencia a los demás, anunció a los israelitas las faustas y preclaras gestas de su presencia; vino, además, para proclamar el año de gracia del Señor, el día del desquite. Año de gracia fue aquel en que, por nosotros, Cristo fue crucificado. Fue entonces cuando nos convertimos en personas gratas a Dios Padre y cuando, por medio de Cristo, dimos fruto. Es lo que él nos enseñó, cuando dijo: Os aseguro, que si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto. Por Cristo, vino efectivamente el consuelo sobre los afligidos de Sión, y su ceniza se trocó en gloria. De hecho, dejaron de llorarla y de lamentarse por ella, y comenzaron, en el colmo de su alegría, a predicar y anunciar el evangelio.