Lc 4, 21-30: Nadie es profeta en su tierra
/ 18 enero, 2016 / San LucasTexto Bíblico
21 Y él comenzó a decirles: «Hoy se ha cumplido esta Escritura que acabáis de oír». 22 Y todos le expresaban su aprobación y se admiraban de las palabras de gracia que salían de su boca. Y decían: «¿No es este el hijo de José?». 23 Pero Jesús les dijo: «Sin duda me diréis aquel refrán: “Médico, cúrate a ti mismo”, haz también aquí, en tu pueblo, lo que hemos oído que has hecho en Cafarnaún». 24 Y añadió: «En verdad os digo que ningún profeta es aceptado en su pueblo. 25 Puedo aseguraros que en Israel había muchas viudas en los días de Elías, cuando estuvo cerrado el cielo tres años y seis meses y hubo una gran hambre en todo el país; 26 sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías sino a una viuda de Sarepta, en el territorio de Sidón. 27 Y muchos leprosos había en Israel en tiempos del profeta Eliseo, sin embargo, ninguno de ellos fue curado sino Naamán, el sirio». 28 Al oír esto, todos en la sinagoga se pusieron furiosos 29 y, levantándose, lo echaron fuera del pueblo y lo llevaron hasta un precipicio del monte sobre el que estaba edificado su pueblo, con intención de despeñarlo. 30 Pero Jesús se abrió paso entre ellos y seguía su camino.
Sagrada Biblia, Versión oficial de la Conferencia Episcopal Española (2012)
Uso Litúrgico de este texto (Homilías)
por hacerHomilías, comentarios, meditaciones desde la Tradición de la Iglesia
San Cirilo de Alejandría
Comentario: Cristo es portador de una buena noticia para los pobres.
Comentario sobre el libro del profeta Isaías, Lib. 5, t. 5: PG 70, 1351-1358.
«Sin duda me diréis aquel refrán: “Médico, cúrate a ti mismo» (Lc 4,23).
Cristo, a fin de restaurar el mundo y reconducir a Dios Padre todos los habitantes de la tierra, mejorándolo todo y renovando, como quien dice, la faz de la tierra, asumió la condición de siervo —no obstante ser el Señor del universo— y trajo la buena noticia a los pobres, afirmando que precisamente para eso había sido enviado.
Son pobres y como tales hay que considerar a los que se debaten en la indigencia de todo. bien, no les queda esperanza alguna y, como dice la Escritura, están en el mundo privados de Dios. Pertenecen a este número los que venidos del paganismo, han sido enriquecidos por la fe en él, han conseguido un tesoro celestial y divino, me refiero a la predicación del evangelio de salvación, mediante la cual han sido hechos partícipes del reino celestial y de la compañía de los santos, y herederos de unos bienes que ni la imaginación ni el humano lenguaje son capaces de abarcar. Pues, como está escrito: Ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni el hombre puede pensar lo que Dios ha preparado para los que lo aman.
A no ser que lo que aquí se nos quiere decir es que a los pobres en el espíritu Cristo les ha otorgado el polifacético ministerio de los carismas. Llama quebrantados de corazón a los que poseen un ánimo débil y quebradizo y son incapaces de enfrentarse a los asaltos de las tentaciones y de tal modo están sometidos a ellas, que se dirían sus esclavos. A éstos les promete la salud y la medicina, y a los ciegos les da la vista.
Por lo que se refiere a quienes dan culto a la criatura, y dicen a un leño: «Eres mi padre»; a una piedra: «Me has parido» y luego no conocieron al que por naturaleza es verdadero Dios, ¿qué otra cosa son sino ciegos y dotados de un corazón privado de la luz divina e inteligible? A éstos el Padre les infunde la luz del verdadero conocimiento de Dios, pues fueron llamados mediante la fe y le conocieron; más aún, fueron conocidos de él. Siendo como eran hijos de la noche y de las tinieblas, se convirtieron en hijos de la luz, porque para ellos despuntó el día, salió el Sol de justicia y brilló el resplandeciente lucero.
Estimo que no existe inconveniente alguno en aplicar todo lo dicho a los hermanos nacidos en el seno del judaísmo. También ellos eran pobres, tenían el corazón desgarrado, estaban como cautivos y yacían en las tinieblas. Vino Cristo y, con preferencia a los demás, anunció a los israelitas las faustas y preclaras gestas de su presencia; vino, además, para proclamar el año de gracia del Señor, el día del desquite. Año de gracia fue aquel en que, por nosotros, Cristo fue crucificado. Fue entonces cuando nos convertimos en personas gratas a Dios Padre y cuando, por medio de Cristo, dimos fruto. Es lo que él nos enseñó, cuando dijo: Os aseguro, que si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto. Por Cristo, vino efectivamente el consuelo sobre los afligidos de Sión, y su ceniza se trocó en gloria. De hecho, dejaron de llorarla y de lamentarse por ella, y comenzaron, en el colmo de su alegría, a predicar y anunciar el evangelio.
San Agustín de Hipona, obispo
Sermón: La humildad de Jesucristo es el remedio a tu orgullo.
Sermón Delbeau 61, 14-18.
«Pasando en medio de ellos, seguía su camino» (Lc 4,30).
Un médico vino entre nosotros para devolvernos la salud: nuestro Señor Jesucristo. Encontró ceguera en nuestro corazón, y prometió la luz «ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni el hombre puede pensar lo que Dios ha preparado para los que lo aman» (1Co 2,9). La humildad de Jesucristo es el remedio a tu orgullo. No te burles de quien te dará la curación; sé humilde, tú por el que Dios se hizo humilde. En efecto, Él sabía que el remedio de la humildad te curaría, él que conoce bien tu enfermedad y sabe cómo curarla. Mientras que no podías correr a casa del médico, el médico en persona vino a tu casa… Viene, quiere socorrerte, sabe lo que necesitas.
Dios vino con humildad para que el hombre pueda justamente imitarle; Si permaneciera por encima de ti, ¿cómo habrías podido imitarlo? Y, sin imitarlo, ¿cómo podrías ser curado? Vino con humildad, porque conocía la naturaleza de la medicina que debía administrarte: un poco amarga, por cierto, pero saludable. Y tú, continúas burlándote de él, él que te tiende la copa, y te dices: «¿pero de qué género es mi Dios? ¡Nació, sufrió, ha sido cubierto de escupitajos, coronado de espinas, clavado sobre la cruz!» ¡Alma desgraciada! Ves la humildad del médico y no ves el cáncer de tu orgullo, es por eso que la humildad no te gusta…
A menudo pasa que los enfermos mentales acaban por agredir a sus médicos. En este caso, el médico misericordioso no sólo no se enfada contra el que le golpeó, sino que intenta cuidarle… Nuestro médico, Él, no temió perder su vida en manos de enfermos alcanzados por locura: hizo de su propia muerte un remedio para ellos. En efecto, murió y resucitó.
Sermón: La viuda de Sarepta.
Sermón 11, 2-3.
«Elías fue enviado a una viuda de Sarepta, en el territorio de Sidón» (Lc 4,26).
La viuda sin recursos salió para recoger dos pedazos de leña para cocer pan, y fue en ese momento que la encontró Elías. Esta mujer era el símbolo de la Iglesia porque una cruz está formada por dos pedazos de leña, y la que iba a morir buscaba de qué vivir eternamente. Hay ahí un misterio escondido… Elías le dice: «Ves, primero aliméntame de tu pobreza, y tus riquezas no se agotarán». ¡Dichosa pobreza! Si la viuda recibió aquí abajo un salario tal ¡qué recompensa no va a tener derecho a esperar en la otra vida!
Insisto sobre este pensamiento: no pensemos recoger el fruto de nuestra siembra en este mismo tiempo en que sembramos. Aquí abajo, sembramos con fatiga lo que será la cosecha de las buenas obras, pero es más tarde que con gozo recogeremos el fruto, según lo que está escrito: «Al ir, iban llorando, llevando la semilla. Al volver, vuelven cantando trayendo sus gavillas» (Sl 125,6). El gesto de Elías hacia esta mujer era, en efecto, un símbolo y no su recompensa. Porque si esta viuda hubiera sido recompensada aquí abajo por haber alimentado al hombre de Dios, ¡qué siembra más pobre, qué pobre cosecha! Recibió solamente un bien temporal: la harina que no se acabó, y el aceite que no disminuyó hasta el día en que el Señor regó la tierra con su lluvia. Este signo que Dios le concedió por unos pocos días, era símbolo de la vida futura en la que nuestra recompensa no podrá disminuir. ¡Nuestra harina será Dios! Así como la harina de esta mujer no se acabó a lo largo de sus días, Dios no nos va a faltar nunca durante toda la eternidad… Siembra confiadamente y tu cosecha será cierta; vendrá más tarde, pero cuando vendrá, recogerás sin fin.
San Francisco de Sales, obispo
Sermón: Dos cosas por las que la Palabra no da fruto.
Sermones del 12-3-1606 y del 20-12-1620 (VIII, 17-18 y IX, 435).
«Lo echaron fuera del pueblo y lo llevaron hasta un precipicio del monte con intención de despeñarlo» (Lc 4,29).
“En la sinagoga de Nazareth, después de leer el libro de Isaías, comenzó a decirles: Hoy se cumple esta escritura que acabáis de oír. Todos lo aprobaban y maravillados de las palabras llenas de gracia que salían de su boca… .” Lc 4, 21-23
Después de haber dado oído a sus excusas, Cristo da la razón por la cual ellos no quieren escucharle. El que es de Dios, escucha las palabras de Dios.
Escuchar la Palabra de Dios es un signo de predestinación y de filiación divina… Pero la causa principal por la cual ellos no escuchaban es el odio, la malevolencia de que los vemos animados. La cólera ofusca el espíritu.
Los que escuchan la Palabra de Dios están obligados a practicarla para poder sacar provecho. Hay dos causas por las que no se saca provecho. La primera es que si bien se la escucha y se siente uno interiormente tocado, se deja su ejecución para mañana.
Pero ¡qué pobres criaturas somos! ¿no vemos que ese posponer es la causa de nuestra muerte y nuestra ruina y que nuestro bien está en el hoy? La vida del hombre es este día que está viviendo, porque nadie puede prometerse que vivirá hasta mañana. Nadie, sea quien sea.
Nuestra vida se compone de este día, este momento que vivimos y no podemos contar ni asegurarnos otro sino el que estamos disfrutando, por breve que sea.
Por tanto, si esto es así, ¿cómo osamos posponer la ejecución y la práctica de lo que hemos oído que vale para nuestra conversión, ya que del momento en que oímos lo que es necesario para nuestra enmienda, depende toda nuestra vida?
Esa es una de las razones por la cual no aprovechamos las cosas que se nos dicen y enseñan.
Guillermo de San Teodorico, monje
Escritos:
La Contemplación de Dios, 12: SC 61 bis.
«Había muchas viudas en Israel…» (Lc 4,25).
Señor, mi alma está desnuda y aterida; desea calentarse con el calor de tu amor… En la inmensidad del desierto de mi corazón, no puedo recoger ni unas pocas ramas, sino solamente estas briznas, para prepararme algo para comer con el puñado de harina y la orza de aceite, y luego, entrando en mi aposento, me moriré. (cf 1R 17,10ss) O mejor dicho: no moriré en seguida, no Señor, “no moriré, viviré para contar las proezas del Señor”(Sal 117,17).
Permanezco en mi soledad…y abro la boca hacia ti, Señor, buscando aliento. Y alguna vez, Señor… tú me metes alguna cosa en la boca del corazón; pero no permites que sepa qué es lo que metes. Ciertamente, saboreo algo muy dulce, tan suave y reconfortante que ya no busco nada más. Pero cuando lo recibo no me permites que conozca lo que me das… Cuando recibo tu don, lo quiero retener y rumiar, saborear, pero al instante desaparece…
Por experiencia sé lo que tú dices del Espíritu en el evangelio: “…no sabes ni de dónde viene y ni a dónde va” (Jn 3,8). En efecto, todo lo que he confiado con atención a mi memoria para poderlo recordar según mi voluntad y saborearlo de nuevo, lo encuentro muerto e insípido dentro de mí. Oigo la palabra: “El Espíritu sopla donde quiere” y descubro que dentro de mí sopla no cuando yo quiero sino cuando Él lo quiere…
“A ti levanto mis ojos, Señor” (Sal 122,1)… ¿Cuánto tiempo esperarás? ¿Cuánto tiempo mi alma dará vueltas cerca de ti, miserable, ansiosa, agotada? (cf Sal 12,2). Escóndeme, Señor, en el secreto de tu rostro, lejos de las intrigas humanas, protégeme en tu tienda, lejos de las lenguas pendencieras (cf Sal 30,21).
San Ambrosio de Milán, obispo
Tratado: Jesús es rechazado en Nazaret.
Tratado sobre el Evangelio de San Lucas nn. 43-56.
«» (Lc ,).
43. Jesús, impulsado por el Espíritu, se volvió a Galilea.
En este pasaje se cumple la profecía de Isaías que dice: La tierra de Zabulón y la tierra de Neftalí, a lo último, llenará de gloria el camino del mar y la otra ribera del Jordán, la Galilea de las gentes; el pueblo que andaba en tinieblas vio una gran luz (Is 9,1-2). ¿Cuál es esta gran luz, sino Cristo, «que viniendo a este mundo ilumina a todo hombre»? (Jn 1,9).
44. Después tomó el libro, para mostrar que Él es el que ha hablado en los profetas y atajar las blasfemias de los pérfidos que dicen que hay un Dios del Antiguo Testamento y otro del Nuevo, o bien que Cristo comenzó a partir de la Virgen: ¿cómo pudo tomar origen de la Virgen si antes de la Virgen hablaba El?
45. El Espíritu Santo está sobre mí.
Ve aquí la Trinidad perfecta y coeterna. La Escritura nos afirma que Jesús es Dios y hombre, perfecto en lo uno y en lo otro; también nos habla del Padre y del Espíritu Santo. Pues el Espíritu Santo nos ha sido mostrado cooperando, cuando en la apariencia corporal de una paloma descendió sobre Cristo en el momento en que el Hijo de Dios era bautizado en el río y el Padre habló desde el cielo. ¿Qué testimonio podemos encontrar más grande que el de El mismo, que afirma haber hablado en los profetas? Él fue ungido con un óleo espiritual y una fuerza celestial, a fin de inundar la pobreza de la naturaleza humana con el tesoro eterno de la resurrección, de eliminar la cautividad del alma, iluminar la ceguera espiritual, proclamar el año del Señor, que se extiende sobre los tiempos sin fin y no conoce las jornadas de trabajo, sino que concede a los hombres frutos y descanso continuos. Él se ha entregado a todas las tareas, incluso no ha desdeñado el oficio de lector, mientras que nosotros, impíos, contemplamos su cuerpo y rehusamos creer en su divinidad, que se deduce de sus milagros.
46. En verdad os digo que ningún profeta es bien recibido en su patria.
La envidia no se traiciona medianamente: olvidada del amor entre sus compatriotas, convierte en odios crueles las causas del amor. Al mismo tiempo, ese dardo, como estas palabras, muestra que esperas en vano el bien de la misericordia celestial si no quieres los frutos de la virtud en los demás; pues Dios desprecia a los envidiosos y aparta las maravillas de su poder a los que fustigan en los otros los beneficios divinos. Los actos del Señor en su carne son la expresión de su divinidad, y lo que es invisible en Él nos lo muestra por las cosas visibles (Rom 1,20).
47. No sin motivo se disculpa el Señor de no haber hecho milagros en su patria, a fin de que nadie pensase que el amor a la patria ha de ser en nosotros poco estimado: amando a todos los hombres, no podía dejar de amar a sus compatriotas; mas fueron ellos los que por su envidia renunciaron al amor de su patria. Pues el amor no es envidioso, no se infla (1 Cor 13,4). Y, sin embargo, esta patria no ha sido excluida de los beneficios divinos. ¡Qué mayor milagro que el nacimiento de Cristo en ella? Observa qué males acarrea el odio; a causa de su odio, esta patria es considerada indigna de que El, como ciudadano suyo, obrase en ella, después de haber tenido la dignidad de que el Hijo de Dios naciese en ella.
48. En verdad os digo: muchas viudas había en Israel en los días de Elías.
No se quiere decir que estos días perteneciesen a Elías, sino que en ellos Elías realizó sus obras; o mejor, que era día para aquellos que, gracias a sus obras, veían la luz de la gracia espiritual y se convertían al Señor. Por lo cual el cielo se abría cuando ellos veían los misterios divinos y eternos; y se cerraba cuando había hambre, porque faltaba la fertilidad del conocimiento de las cosas divinas.
49. Y muchos leprosos había en Israel en tiempo del profeta Eliseo, y ninguno de ellos fue limpiado sino el sirio Naamán.
Está claro que estas palabras del Señor Salvador nos enseñan y nos exhortan a tener celo por el culto de Dios; que nadie es curado ni librado de la enfermedad que mancha su carne si no busca la salud con una actitud religiosa: pues los beneficios divinos no se otorgan a los soñolientos, sino a los que vigilan. Y con un ejemplo y una comparación bien elegida, la arrogancia de los compatriotas envidiosos queda confundida, y muestra que la conducta del Señor está de acuerdo con las antiguas Escrituras.
Efectivamente, leemos en los libros de los Reyes que un gentil, Naamán, ha sido, según la palabra del profeta, librado de las manchas de la lepra (2 Reg 5,14); sin embargo, muchos judíos estaban corroídos por la lepra del cuerpo y del alma: pues los cuatro hombres que, acosados por el hambre, marcharon los primeros al campamento del rey de Siria, nos dice la historia que eran leprosos (2 Reg 7,3ss). ¿Por qué, pues, el profeta no tuvo cuidado de sus hermanos, de sus compatriotas, ni curaba a los suyos, cuando curaba a los extranjeros, a los que no practicaban la ley ni observaban su religión? ¿No es, acaso, porque el remedio depende de la voluntad, no de la nación, y que el beneficio divino se consigue por los deseos del mismo y no por el derecho de nacimiento? Aprende a implorar lo que deseas obtener; el fruto de los beneficios divinos no sigue a las gentes indiferentes.
50. Mas, aunque esta simple exposición pueda formar disposiciones morales, sin embargo, el atractivo del misterio no está oculto. Del mismo modo que lo posterior se deriva de lo que precede, así también lo que precede está confirmado por lo que sigue. Hemos dicho en otro libro que esta viuda a la que Elías fue enviado prefiguraba la Iglesia. Conviene que el pueblo venga detrás de la Iglesia. Este pueblo congregado entre los extranjeros, este pueblo antes leproso, este pueblo manchado antes de ser bautizado en el río místico, este mismo pueblo, lavado de las manchas del cuerpo y del alma, después del sacramento del bautismo, comienza a ser no más lepra, sino virgen inmaculada y sin arruga (Eph 5,25). Con razón, pues, se describe a Naamán grande a los ojos de su señor y de aspecto admirable porque en él nos mostraba la figura de la salvación que había de venir para los gentiles. Los consejos de una santa esclava que, después de la derrota de su país, había caído en poder del enemigo, le han movido a esperar de un profeta su salud; no fue curado por la orden de un rey de la tierra, sino por una liberalidad de la misericordia de Dios.
51. ¿Por qué se le ha prescrito un número misterioso de inmersiones? ¿Por qué ha sido escogido el río Jordán? ¿Es que no son mejores que el Jordán los ríos de Damasco; el Abana y el Parpar? Herido en su amor propio prefirió esos ríos; mas reflexionando, escogió el Jordán; ignora la ira el misterio; lo conoce, sin embargo, la fe. Aprende el beneficio del bautismo salvador: el que se bañó leproso, salió fiel. Reconoce la figura de los misterios espirituales: se pide la curación del cuerpo y se obtiene la del alma. Al lavarse el cuerpo, se lava el corazón. Pues veo que la lepra del cuerpo no ha sido purificada más que la del alma, ya que después de este bautismo, purificado de la mancha de su antiguo error, se niega a ofrecer a los dioses extranjeros las víctimas que había ofrecido al Señor.
52. Aprende también las normas de la virtud correspondiente: ha mostrado su fe el que ha rehusado la recompensa. Aprende en el magisterio de las palabras y de los hechos lo que has de imitar. Tienes el precepto del Señor y el ejemplo del profeta: recibir gratuitamente, dar gratuitamente (Mt 10,8), no vender tu ministerio, sino ofrecerlo; la gracia de Dios no debe ser tasada con precio ni, en los sacramentos, ha de enriquecerse el sacerdote, sino servir.
53. Sin embargo, no basta que no busques el lucro: has de atar aun las manos de tus familiares. No sólo se pide que te conserves casto y sin tacha; pues el Apóstol no dice: «Tú sólo», sino que tú mismo te conserves casto (1 Tim 5,22). Luego se pide que no sólo tú seas íntegro con respecto a estos tráficos, sino también toda tu casa; pues es preciso que el sacerdote sea irreprensible, que sepa gobernar bien su propia casa, que tenga los hijos en sujeción, con toda honestidad; pues quien no sabe gobernar su casa, ¿cómo tendrá cuidado de la Iglesia? (1 Tim 3, 2.5) Instruye a tu familia, exhórtala, cuida de ella, y, si algún servidor te engaña —no excluyo que esto sea posible al hombre—y es sorprendido, despídelo a ejemplo del profeta. La lepra sigue rápidamente al salario afrentoso, y el dinero mal adquirido mancha el cuerpo y el alma: Has recibido, dice, dinero y poseerás campos, viñas, olivares y ganados; y la lepra de Naamán te afectará a ti y a tu posteridad para siempre. Ve cómo el acto del padre hace condenar en seguida a sus herederos; pues se trata de una culpa inexpiable vender los misterios, y la gracia celestial hace pasar su venganza a sus descendientes. De este modo los mohabitas y demás no entrarán hasta la tercera y cuarta generación (Deut 23,3), es decir, por limitarme a una simple interpretación, hasta que la falta de los antepasados no sea expiada por sucesivas generaciones.
54. Más los que han pecado para con Dios con el error de la idolatría son castigados, como lo vemos, hasta la cuarta generación; bien dura parece seguramente la sentencia que la autoridad del profeta ha fulminado para siempre contra la posteridad de Giezi a causa de su codicia, sobre todo cuando nuestro Señor Jesucristo ha otorgado a todos, por la regeneración bautismal, el perdón de los pecados; a no ser que se piense, más que en la descendencia de la raza, en la de los vicios: del mismo modo que los que son hijos de la promesa son contados como de buena raza, así también habría de considerarse de mala raza los que son hijos del error. Pues los judíos tienen por padre al diablo (Jn 8,44), del cual son ellos descendientes, no por la carne, sino por sus pecados. Luego todos los codiciosos, todos los avaros, poseen la lepra de Giezi con sus riquezas y, por el bien mal adquirido, han acumulado menos un patrimonio de riquezas que un tesoro de pecados para un suplicio eterno y un corto bienestar. Pues, mientras las riquezas son perecederas, el castigo es sin fin, ya que ni los avaros, ni los borrachos, ni los idólatras poseerán el reino de Dios (1 Cor 6,9-10).
55. Al oír esto se llenaron de cólera cuantos estaban en la sinagoga, y, levantándose, le arrojaron fuera de la ciudad.
Los sacrilegios de los judíos, que mucho antes había predicho el Señor por los profetas —y lo que en un verso del salmo indica que había de sufrir cuando estuviese en su cuerpo, al decir: Me devolvían mal por el bien (Ps 34,12)—, en el Evangelio nos muestra su cumplimiento. Efectivamente, cuando distribuía sus beneficios entre los pueblos, ellos lo llenaban de injurias. No es sorprendente que, habiendo perdido ellos la salvación, quisieran desterrar de su territorio al Salvador. El Señor se modera sobre su conducta: Él ha enseñado con su ejemplo a los apóstoles cómo hacerse todo a todos: no desecha a los de buena voluntad ni coacciona a los recalcitrantes; no resiste cuando se le expulsa ni está ausente de quien le invoca. Así en otro lugar, a los gerasenos, no pudiendo soportar sus milagros, los deja como enfermos e ingratos.
56. Entiende al mismo tiempo que su pasión en su cuerpo no ha sido obligada, sino voluntaria; no ha sido apresado por los judíos, sino que Él se ha ofrecido. Cuando quiere, es arrestado; cuando quiere, cae; cuando quiere, es crucificado; cuando quiere, nadie le retiene. En esta ocasión subió a la cima de la montaña para ser precipitado; pero descendió en medio de ellos, cambiando repentinamente y quedando estupefactos aquellos espíritus furiosos, pues no había llegado aún la hora de su pasión. Él quería mejor salvar a los judíos que perderlos, a fin de que el resultado ineficaz de su furor los hiciese renunciar a querer lo que no podían realizar. Observa, pues, que aquí obra por su divinidad y allí se entrega voluntariamente; ¿cómo, en efecto, pudo ser arrestado por un puñado de hombres si antes no pudo hacerlo una multitud? Pero no quiso que el sacrilegio fuese obra de muchos, para que el odio de la cruz recayese sobre algunos: fue crucificado por unos cuantos, pero murió por todo el mundo.
Alois Stöger
Comentario: Jesús es rechazado en la sinagoga de Nazaret
El Evangelio de San Lucas, en El Nuevo Testamento y su mensaje, Herder, Barcelona, 1969.
22 Y todos se manifestaban en su favor y se maravillaban de las palabras llenas de gracia salidas de su boca, y decían: ¿Pero no es éste el hijo de José?
Jesús había crecido en gracia ante Dios y ante los hombres (Isa 2:52). Ahora se hallaba en pie ante ellos el que, venido al final del tiempo de la preparación, había sido ungido con el Espíritu y había comenzado a cumplir su misión. La gracia de Dios había llegado a su plena eclosión. Todos se manifestaban en su favor, testimoniando que sus palabras expresaban la gracia de Dios y suscitaban la gracia de los hombres. «La gracia salvadora de Dios se ha manifestado a todos los hombres» (Tit 2:11). «Dios estaba con él» (Hec 10,38). Esta es la primera impresión y la primera vivencia de quien conoce a Jesús. Así lo experimentaron Nazaret y Galilea, como lo experimentan todavía hoy los niños, los que están exentos de prejuicios o los que ansían la salvación, cuando se acercan al Evangelio de Jesús. Sin embargo, en el momento siguiente, surge el escándalo: ¿Pero no es éste el hijo de José? Lo humano de su existencia es ocasión de escándalo, su palabra, que era estimulante se hace irritante. Se acoge con aplauso el mensaje, pero se recusa al portador de la salvación contenida en el mensaje. De lo humano, en que se revela la gracia de Dios, nace la repulsa. El hombre se exaspera porque un hombre pretende que se le escuche como a enviado de Dios.
La patria de Jesús lo recusa, porque es un compatriota y no acredita su pretensión de ser salvador enviado por Dios. Mucho más escándalo suscitará su muerte. El mismo escándalo suscitan los apóstoles, la Iglesia y quienquiera que siendo hombre proclama el mensaje de Dios.
23 Entonces él les dijo: Seguramente me diréis este proverbio: Médico, cúrate a ti mismo; haz también aquí, en tu tierra, todo lo que hemos oído que hiciste en Cafarnaúm. 24 Y añadió: Os lo aseguro: Ningún profeta es bien acogido en su tierra.
Los nazarenos quieren una señal de que Jesús es el salvador prometido. Una vez más asoma la exigencia de signos. El hombre se sitúa ante Dios formulando exigencias: exige que Dios acredite la misión de su profeta en la forma que agrada al hombre. Ahora bien, ¿se ha de inclinar Dios ante el hombre? Dios da la salud, pero sólo al que se le inclina con obediencia de fe y aguarda en silencio. Dios exige la fe, el sí con que se reconozcan sus disposiciones. Pero los nazarenos no creían, no tenían fe (Mar 6:6).
Es que Jesús, según el modo de ver humano, debía acreditarse también en su patria con milagros, como los había hecho en Cafarnaum. El médico que no puede curarse a sí mismo se juega su prestigio y destruye la confianza y la fe que se había depositado en él. ¿De qué le sirve su capacidad si ni siquiera se la sabe aplicar a sí mismo? Los nazarenos desconocen a Jesús porque juzgan con criterios puramente humanos. Jesús es profeta y obra por encargo de Dios. Su modo de obrar no está pendiente de lo que exijan los nazarenos; él no emprende lo que le aprovecha personalmente, sino únicamente lo que Dios quiere que haga.
Las sugerencias de los nazarenos eran las sugerencias del tentador. Los nazarenos desconocen a Jesús porque no reconocen su misión divina.
25 Os digo de verdad: Muchas viudas había en Israel en tiempos de Elías, cuando el cielo se cerró a la lluvia durante tres años y seis meses, de suerte que sobrevino una gran hambre por toda la región: 26 pero a ninguna de ellas fue enviado Elías, sino a Sarepta de Sidón, a una mujer viuda. 27 Y muchos leprosos había en Israel en tiempos del profeta Eliseo; pero ninguno de ellos fue curado. sino Naamán, el sirio.
El profeta no obra por propia decisión, sino conforme a la disposición de Dios que lo ha enviado. Acerca de los dos profetas Elías y Eliseo dispuso que no prestaran su ayuda maravillosa a sus paisanos, sino a gentiles extranjeros. Jesús no debe llevar a cabo los hechos salvíficos en su patria, sino que debe dirigirse a país extraño. Dios conserva su libertad en la distribución de sus bienes.
Los nazarenos no tienen el menor derecho a formular exigencias de salvación por ser compatriotas del portador de la misma y por tener parentesco con él. Israel no tiene derecho a la salvación por el hecho de que el Mesías es de su raza. La soberanía de Dios, que Jesús proclama y aporta, salva a los hombres objeto de su complacencia. La salvación es gracia. Elías1 y Eliseo hacen en favor de extranjeros los milagros de resucitar muertos y de curar de la lepra. Jesús resucitará a un muerto en Naím (Mar 7,11 ss) y librará de la lepra a un samaritano (Mar 17:12 ss). Lo que decide no son los vínculos nacionales, sino la gracia de Dios y el ansia de salvación, acompañada de fe. Jesús comienza por anunciar el mensaje de salvación a sus paisanos, pero una vez que éstos lo rechazan, se dirige a los extraños. Pablo y Bernabé dicen a los judíos: «A vosotros teníamos que dirigir primero la palabra de Dios; pero en vista de que la rechazáis y no os juzgáis dignos de la vida eterna, nos dirigimos a los gentiles» (Hec 13,46 s).
Jesús reanuda la acción de los grandes profetas. La impresión que dejó Jesús en el pueblo se expresa así: «Fue un profeta poderoso en obras y palabras ante Dios y ante todo el pueblo» (24.19). Por medio de Jesús visita Dios misericordiosamente a su pueblo, como lo había hecho por medio de los profetas. Pero la suerte de los profetas es también la suerte de Jesús.
28 Cuando lo oyeron, todos los que estaban en la sinagoga se llenaron de indignación; 29 se levantaron y lo sacaron fuera de la ciudad, y lo llevaron hasta un precipicio de la colina sobre la que estaba edificada su ciudad, con intención de despeñarlo. 30 Pero él, pasando en medio de ellos, se fue.
El que se presenta como profeta debe acreditarse con signos y milagros (Deu 13,2s). Jesús no se acredita. Por esto se creen los nazarenos obligados a condenarlo y a lapidarlo como a blasfemo. El castigo por blasfemia se iniciaba de esta manera: el culpable era empujado por la espalda desde una altura por el primer testigo. La entera asamblea se constituye aquí en juez de Jesús, lo condena y quiere ejecutar inmediatamente la sentencia. Se anuncia ya el fracaso de Jesús en su pueblo. Es expulsado de la comunidad de su pueblo, condenado como blasfemo y entregado a la muerte.
En este caso, sin embargo, Jesús escapa al furor de sus paisanos. No hace milagro alguno, pero nadie pone las manos sobre él. No ha llegado todavía la hora de su muerte. Dios es quien dispone de su vida y de su muerte. Ni siquiera la muerte de Jesús puede impedir que sea resucitado, que vaya al Padre, que viva y ejerza su acción para siempre. Jesús abandona definitivamente a Nazaret y emprende el camino hacia los extraños. No los paisanos, sino extraños serán los testigos de las grandes obras de Dios por Jesús. Dios puede sacar de las piedras del desierto hijos de Abraham.
Lo sucedido en Nazaret fue puesto por Lucas en cabeza de la actividad de Jesús. Es la obertura de la acción de Jesús. Se insinúan en ella numerosos motivos, que luego se registran y se desarrollan en el Evangelio y en los Hechos de los Apóstoles…
(1) Según 1Re 18:1 no llegó la sequía a los tres años; de tres años y medio habla también Stg 5,17. Se redondean los números como en la literatura judía.
Mons. Fulton Sheen
Comentario: Jesús es rechazado en Nazaret
Vida de Cristo, Ed. Herder, Barcelona, 1996, pp. 230-232.
Se comprende que el pueblo de Nazaret, que había visto crecer en medio de él a Jesús, se sorprendiera al oírle proclamarse a sí mismo el Ungido de Dios de que había hablado Isaías. Ahora se encontraban ante esta disyuntiva: o le aceptaban como el que venía a dar cumplimiento a la profecía, o se rebelaban contra Él. El privilegio de ser la cuna del tan esperado Mesías y de aquel al que el Padre celestial había proclamado en el río Jordán como su divino Hijo, era demasiado para ellos, debido a la familiaridad que tenían con Él. Preguntaron:
«¿No es éste el carpintero, el hijo de María?» (Mc 6, 3)
Creían en Dios en cierta manera, pero no en el Dios que vivía cerca de ellos, se hallaba en estrecha familiaridad con ellos y con ellos compartía su vida cotidiana. El mismo género de esnobismo que encontramos en la exclamación de Natanael: «¿Puede salir algo bueno de Nazaret ?», se convertía ahora en el prejuicio que contra Él oponían los habitantes de su pueblo natal. Cierto que era el hijo de un carpintero, pero también lo era del carpintero que hizo el cielo y la tierra. Por el hecho de que Dios hubiera asumido una naturaleza humana y sido visto en la humilde condición de un artesano de aldea, dejó de granjearse el respeto de los hombres.
Nuestro Señor «maravillóse de la incredulidad de ellos». Dos veces en los evangelios se nos dice que «se maravilló» y «se quedó atónito»: una vez a causa de la fe de un gentil; otra a causa de la incredulidad de sus propios paisanos. Debía de esperar algo más de simpatía de parte de los de su pueblo, cierta predisposición a recibirle amablemente. Su extrañeza era la medida de su dolor, al mismo tiempo que del pecado de ellos, al decirles:
«Un profeta sólo es menospreciado en su tierra, entre sus parientes, y en su casa». (Mc 6, 4)
Al fin de que comprendieran que el orgullo de ellos era equivocado, y que si no le recibían llevaría a otro lugar la salvación de que Él era portador, se colocó en la categoría de los profetas del Antiguo Testamento, quienes no habían recibido un trato mejor. Citó dos ejemplos del Antiguo Testamento. Ambos eran una predicción del rumbo que iba a tomar su evangelio, a saber, que abarcaría a los gentiles. Les dijo que había habido muchas viudas entre el pueblo de Israel en los días de Elías, cuando la gran hambre vino a señorear el país y cuando los cielos permanecieron cerrados durante trae años. Pero Elías no fue enviado a ninguna de tales viudas sino a una viuda de Sarepta, en tierra de gentiles. Tomando otro ejemplo, les dijo que había habido muchos leprosos en los tiempos de Elías, pero que ninguno, salvo Naamán el sirio, había sido limpiado. La mención de Naamán era particularmente humillante, puesto que éste había sido incrédulo primero, pero más tarde llegó a creer. Puesto que tanto la viuda de Sarepta como Naamán el sirio eran gentiles, Jesús daba con ello a entender que los beneficios y las bendiciones del reino de Dios venían en respuesta de la fe, y no en respuesta a la raza.
Dios, vino a decirles Jesús, no tenía ninguna deuda para con los hombres. Sus mercedes serían concedidas a otro pueblo si el suyo las rechazaba. Recordó a sus paisanos que su expectación terrena de un reino político era lo que les impedía comprender la gran verdad de que el cielo les había visitado en la persona de Él. Su propia ciudad natal se convirtió en el escenario en donde se proclamó la salvación no de una raza o nación, sino del mundo entero. El pueblo estaba indignado, ante todo, porque Jesús pretendía traer la liberación del pecado en su calidad del santo Ungido de Dios; en segundo lugar, a causa de la advertencia de que la salvación, que primero era de los judíos, al rechazarla éstos pasaría a los gentiles. A menudo los santos no son reconocidos por los que los rodean. Le arrojarían de entre ellos porque Él los había repudiado y había dicho que era el Cristo. La violencia que sobre Él obraron era un preludio de su cruz.
Nazaret se halla situada entre colinas. A poca distancia de ella, hacia el sudeste, hay una roca escarpada de unos veinticinco metros de altura que se extiende unos novecientos metros hasta los llanos de Esdrelón. Es allí donde la tradición sitúa el lugar donde intentaron despeñar a Jesús.
«Mas pasando en medio de ellos, se fue». (Lc 4, 30)
La hora de su crucifixión no había llegado, pero los minutos se estaban marcando con una violencia espantosa cada vez que proclamaba que era enviado por Dios y que era Dios.