Lc 4, 31-37: Jesús en la sinagoga de Cafarnaún
/ 1 septiembre, 2015 / San LucasTexto Bíblico
31 Y bajó a Cafarnaún, ciudad de Galilea, y los sábados les enseñaba. 32 Se quedaban asombrados de su enseñanza, porque su palabra estaba llena de autoridad. 33 Había en la sinagoga un hombre poseído por un espíritu de demonio inmundo y se puso a gritar con fuerte voz: 34 «¡Basta! ¿Qué tenemos que ver nosotros contigo, Jesús Nazareno? ¿Has venido a acabar con nosotros? Sé quién eres: el Santo de Dios». 35 Pero Jesús le increpó, diciendo: «¡Cállate y sal de él!». Entonces el demonio, tirando al hombre por tierra en medio de la gente, salió sin hacerle daño. 36 Quedaron todos asombrados y comentaban entre sí: «¿Qué clase de palabra es esta? Pues da órdenes con autoridad y poder a los espíritus inmundos, y salen». 37 Y su fama se difundía por todos los lugares de la comarca.
Sagrada Biblia, Versión oficial de la Conferencia Episcopal Española (2012)
Evangelios paralelos
Ver: Mc 1, 21-28
Homilías, comentarios, meditaciones desde la Tradición de la Iglesia
Baudoin de Ford, obispo
Homilía: Palabra eficaz
Hom. 6; PL 204, 451-453
«¿Qué es esto? Una doctrina nueva, llena de autoridad.» (Lc 4,36)
“La Palabra de Dios es viva y eficaz, más tajante que espada de doble filo.” (Hb 4,12)… Actúa en la creación del mundo, en la evolución del mundo y en la redención. ¿Qué hay de más eficaz y más fuerte? “Quién puede contar las hazañas del Señor, y proclamar todas sus alabanzas?” (Sal 105,2).
La eficacia de la Palabra se manifiesta en sus obras; también se manifiesta en la predicación. No retorna a Dios sin haber producido su efecto sino que aprovecha a todos a los que es enviada.(Is 55,11) Es “viva y eficaz, más tajante que espada de doble filo” (Hb 4,12) cuando es recibido con fe y amor. ¿Qué hay de imposible para aquel que cree, qué hay de difícil al que ama? Cuando la Palabra de Dios resuena, traspasa el corazón del creyente, como una flecha aguda del guerrero. (cf Sal 119,4) Entra en el corazón como un dardo y se instala en lo profundo de su intimidad. Sí, esta Palabra es más tajante que una espada de doble filo porque es más incisiva que cualquier otra fuerza o poder, más sutil que todas las agudezas humanas, más eficaz que la penetración de toda la sabiduría humana.
San Juan Pablo II, papa
Homilía (1980): El Santo de Dios
Misa en sufragio de Vittorio Bachelet
Sábado 23 de febrero de 1980
[…] 3. El Sacrificio.
Cada vez que nos reunimos para participar en la Eucaristía, sabemos que nos hablarán los textos inspirados de la Sagrada Escritura, los pasajes elegidos del Antiguo y del Nuevo Testamento; que nuestros labios pronunciarán las palabras de la plegaria litúrgica de adoración, de acción de gracias, de propiciación y de impetración. Sin embargo, más allá de todo esto, habla la cruz invisible del Calvario y el Sacrificio que se ofreció en ella. Las palabras de la transustanciación se refieren directamente a ese Sacrificio, y no sólo lo evocan en la memoria, sino que lo repiten de nuevo, lo realizan de nuevo, de manera incruenta, bajo las especies del pan y del vino:
«…mi Cuerpo que será entregad por vosotros…».
«…el cáliz de mi Sangre,.. derramada por vosotros y por todos».
Sacrificio.
El sacrificio es Cristo: «El que no había conocido el pecado» (2 Cor 5, 21), inocente y puro, «el Santo de Dios» (Lc 4, 34): Cristo, el Cordero de Dios.
Cristo tenía conciencia de que para la salvación del mundo era necesario su sacrificio: «os conviene que yo me vaya» (Jn 16, 7), «el Hijo del hombre tiene que padecer» (Mt 17, 12), «el Hijo del hombre tiene que ser entregado en manos de los hombres, que le matarán, y al tercer día resucitará» (Mt 17, 22-23), «…es preciso que sea levantado el Hijo del hombre, para que todo el que creyere en El tenga la Vida eterna» (Jn 3, 14).
En el designio de Dios, estaba establecido que no se podía salvar al hombre de otro modo. Para esto no hubiera bastado alguna otra palabra, algún otro acto.
Fue necesaria la palabra de la cruz; fue necesaria la muerte del Inocente, como acto definitivo de su misión. Fue necesario para «justificar al hombre…», para despertar el corazón y la conciencia, para constituir el argumento definitivo en ese encuentro entre el bien y el mal, que camina a lo largo de la historia del hombre y la historia de los pueblos…
Fue necesario el sacrificio. La muerte del Inocente.
4. Cristo ha dejado este sacrificio suyo a la Iglesia como su mayor don. Lo ha dejado en la Eucaristía. Y no sólo en la Eucaristía: lo ha dejado en el testimonio de sus discípulos y confesores…
Catequesis, Audiencia General (04-05-1988)
Miércoles 4 de mayo de 1988.
La misión de Cristo: Dar testimonio de la verdad
2. […] Hablando de la predicación de Jesús, incluso sus opositores expresaban, a su modo, su significado fundamental, cuando le decían: «Maestro, sabemos que eres veraz…. que enseñas con franqueza el camino de Dios» (Mc 12, 14). Jesús era, pues, el Maestro en el «camino de Dios»: expresión de hondas raíces bíblicas y extra-bíblicas para designar una doctrina religiosa y salvífica. En lo que se refiere a los oyentes de Jesús, sabemos, por el testimonio de los Evangelistas, que éstos estaban impresionados por otro aspecto de su predicación: «Quedaban asombrados de su doctrina, porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los escribas» (Mc 1, 22). «…Hablaba con autoridad» (Lc 4, 32).
Esta competencia y autoridad estaban constituidas, sobre todo, por la fuerza de la verdad contenida en la predicación de Cristo. Los oyentes, los discípulos, lo llamaban «Maestro«, no tanto en el sentido de que conociese la Ley y los Profetas y los comentase con agudeza, como hacían los escribas. El motivo era mucho más profundo: Él «hablaba con autoridad», y ésta era la autoridad de la verdad, cuya fuente es el mismo Dios. El propio Jesús decía: «Mi doctrina no es mía, sino del que me ha enviado» (Jn 7, 16).
3. En este sentido —que incluye la referencia a Dios—, Jesús era Maestro. «Vosotros me llamáis ‘el Maestro’ y ‘el Señor’, y decís bien, porque lo soy» (Jn 13, 13). Era Maestro de la verdad que es Dios. De esta verdad dio Él testimonio hasta el final, con la autoridad que provenía de lo alto: podemos decir, con la autoridad de uno que es «rey» en la esfera de la verdad.
En las catequesis anteriores hemos llamado ya la atención sobre el sermón de la montaña, en el cual Jesús se revela a Sí mismo como Aquel que ha venido no «para abolir la Ley y los Profetas», sino «para darles cumplimiento». Este «cumplimiento» de la Ley era obra de realeza y «autoridad»: la realeza y la autoridad de la Verdad, que decide sobre la ley, sobre su fuente divina, sobre su manifestación progresiva en el mundo.
4. El sermón de la montaña deja traslucir esta autoridad, con la cual Jesús trata de cumplir su misión. He aquí algunos pasajes significativos: «Habéis oído que se dijo a los antepasados: no matarás… pues yo os digo«. «Habéis oído que se dijo: ‘no cometerás adulterio’. Pues yo os digo«. «…Se dijo… ‘no perjurarás’… Pues yo os digo«. Y después de cada «yo os digo«, hay una exposición, hecha con autoridad, de la verdad sobre la conducta humana, contenida en cada uno de los mandamientos de Dios. Jesús no comenta de manera humana, como los escribas, los textos bíblicos del Antiguo Testamento, sino que habla con la autoridad propia del Legislador: la autoridad de instituir la Ley, la realeza. Es, al mismo tiempo, la autoridad de la verdad, gracias a la cual la nueva Ley llega a ser para el hombre principio vinculante de su conducta.
5. Cuando Jesús en el sermón de la montaña pronuncia varias veces aquellas palabras: «Pues yo os digo», en su lenguaje se encuentra el eco, el reflejo de los textos de la tradición bíblica, que, con frecuencia, repiten: «Así dice el Señor, Dios de Israel» (2 Sam 12, 7). «Jacob… Así dice el Señor que te ha hecho» (Is 44, 1-2). «Así dice el Señor que os ha rescatado, el Santo de Israel…» (Is 43, 14). Y, aún más directamente, Jesús hace suya la referencia a Dios, que se encuentra siempre en los labios de Moisés cuando da la Ley —la Ley «antigua»— a Israel. Mucho más fuerte que la de Moisés es la autoridad que se atribuye Jesús al dar «cumplimiento a la Ley y a los Profetas», en virtud de la misión recibida de lo alto: no en el Sinaí, sino en el misterio excelso de su relación con el Padre.
6. Jesús tiene una conciencia clara de esta misión, sostenida por el poder de la verdad que brota de su misma fuente divina. Hay una estrecha relación entre la respuesta a Pilato: «He venido al mundo para dar testimonio de la verdad» (Jn 18, 37), y su declaración delante de sus oyentes: «Mi doctrina no es mía, sino del que me ha enviado» (Jn 7, 16). El hilo conductor y unificador de ésta y otras afirmaciones de Jesús sobre la «autoridad de la verdad» con que Él enseña, está en la conciencia que tiene de la misión recibida de lo alto.
7. Jesús tiene conciencia de que, en su doctrina, se manifiesta a los hombres la Sabiduría eterna. Por esto reprende a los que la rechazan, no dudando en evocar a la «reina del Sur» (reina de Sabá), que vino… «para oír la sabiduría de Salomón», y afirmando inmediatamente: «Y aquí hay algo más que Salomón» (Mt 12, 42).
Sabe también, y lo proclama abiertamente, que las palabras que proceden de esa Sabiduría divina «no pasarán»: «El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán» (Mc 13, 31). En efecto, éstas contienen la fuerza de la verdad, que es indestructible y eterna. Son, pues, «palabras de vida eterna», como confesó el Apóstol Pedro en un momento crítico, cuando muchos de los que se habían reunido para oír a Jesús empezaron a marcharse, porque no lograban entender y no querían aceptar aquellas palabras que preanunciaban el misterio de la Eucaristía (cf. Jn 6, 66).
8. Se toca aquí el problema de la libertad del hombre, que puede aceptar o rechazar la verdad eterna contenida en la doctrina de Cristo, válida ciertamente para dar a los hombres de todos los tiempos —y, por tanto, también a los hombres de nuestro tiempo— una respuesta adecuada a su vocación, que es una vocación con apertura eterna. Frente a este problema, que tiene una dimensión teológica, pero también antropológica (el modo como el hombre reacciona y se comporta ante una propuesta de verdad), será suficiente, por ahora, recurrir a lo que dice el Concilio Vaticano II especialmente con relación a la sensibilidad particular de los hombres de hoy. El Concilio afirma, en primer lugar, que «todos los hombres están obligados a buscar la verdad, sobre todo en lo referente a Dios y a su Iglesia»; pero dice también que «la verdad no se impone de otra manera que por la fuerza de la misma verdad, que penetra suave y a la vez fuertemente en las almas» (Dignitatis humanae, 1). El Concilio recuerda, además, el deber que tienen los hombres de «adherirse a la verdad conocida y ordenar toda su vida según las exigencias de la verdad». Después añade: «Pero los hombres no pueden satisfacer esta obligación de forma adecuada a su propia naturaleza si no gozan de libertad sicológica, al mismo tiempo que de inmunidad de coacción externa» (Dignitatis humanae, 2).
9. He aquí la misión de Cristo como maestro de verdad eterna.
[…] Dio, en efecto, testimonio de la verdad, pero no quiso imponerla por la fuerza a los que le contradecían. Porque su reino no se defiende a golpes, sino que se establece dando testimonio de la verdad y prestándole oído, y crece por el amor con que Cristo, levantado en la cruz, atrae a los hombres a sí mismo» (Dignitatis humanae, 11).
Podemos, pues, concluir ya desde ahora que quien busca sinceramente la verdad encontrará bastante fácilmente en el magisterio de Cristo crucificado la solución, incluso, del problema de la libertad.
Comentarios exegéticos
Comentarios a la Biblia Litúrgica (NT): La curación del endemoniado
Paulinas-PPC-Regina-Verbo Divino (1990), pp. 1259-1261.
Este relato, estructurado de forma típica, pretende mostrar el sentido de la autoridad de Jesús y su victoria sobre las fuerzas de lo demoníaco. Vimos en las tentaciones (4,1-13) que el poder del diablo y la exigencia de Jesús se hallaban frente a frente. Del sentido de esa lucha, expresada en la curación de los endemoniados, habla nuestro texto.
Los demonios (del griego daimon, daimonion) constituían en el mundo antiguo una especie de «realidad numinosa» intermedia entre Dios y la materia (o el hombre). Originalmente podían ser beneficiosos o maléficos, y se manifestaban en estados o situaciones muy diversas: la enfermedad, el éxtasis, los hechos prodigiosos.
En sus capas populares, los judíos participan de la fe ambiental de los demonios. Sin embargo, Israel ha introducido dos elementos fundamentales: por un lado, se descubre que los demonios pertenecen al plano de lo creado y se distinguen con nitidez de todo lo divino; en segundo lugar, se advierte que su acción y su carácter es algo radicalmente perverso, pues se encuentran sometidos al imperio de Satán, el espíritu rebelde o diablo. En un ámbito helenista, la posesión o presencia de lo demoníaco en el hombre ofrece un carácter neutral y se convierte en positiva o negativa según los diferentes casos, pudiendo ser origen de genialidad (estar poseído por un «genio») o de locura. Para Israel, toda posesión «demoníaca» es negativa: los demonios de la tierra se encuentran sometidos a Satán y tientan a los hombres, les acusan ante Dios y les pervierten. La primera expresión de su presencia es el pecado; pero, con el pecado, se asocia íntimamente la enfermedad, sobre todo, en su costado psíquico (epilepsia, locura, esquizofrenia). En el fondo, todo lo que destruye al hombre en su unidad de vida personal (humana y religiosa) se viene a mostrar como efecto de un influjo demoníaco.
Frente al peligro de la posesión se conoce desde antiguo el exorcismo: una práctica apotropaica de carácter fundamentalmente mágico, por medio de la cual se pretende alejar a los malos espíritus de un lugar o una persona. Estas prácticas, corrientes en el mundo helenista, han recibido en Israel un contenido más profundamente religioso: a los demonios hay que expulsarlos con la fuerza del verdadero Dios y no por medio de ritos ocultos y con la ayuda de los poderes demoníacos.
Jesús se comportó como exorcista. Resulta indudable que acogió a los que, de acuerdo con la mentalidad del tiempo, estaban poseídos por demonios. Les acogió y les concedió su fuerza, obrando con ellos de una forma que a los ojos de la gente se mostró maravillosa. Externamente, su manera de actuar, tal como aparece narrada en nuestro texto, se ajusta a un patrón convencional: a) El Espíritu le reconoce (4,34); b) Jesús le ordena que se calle, impidiéndole que se aproveche de sus conocimientos; c) después le manda que se aleje (4,35); d) termina la escena con un signo en que se indica la expulsión (el poseso cae al suelo) y el efecto que causa en los asistentes.
Decimos que en su actuación externa Jesús no se ha distinguido de otros exorcistas de su tiempo. Sin embargo, hay en su gesto algo absolutamente nuevo: es nueva la autoridad con que realiza sus curaciones y es nueva toda la hondura de su vida y su doctrina en que muestra el verdadero sentido de la liberación humana.
A través de sus exorcismos y en la tónica constante de su vida, los judíos aguardaban la venida de un Espíritu de Dios que iba a cambiar violentamente el mundo, por medio de la guerra santa o el éxtasis colectivo del pueblo. Jesús no ha traído nada de eso. En vez de un éxtasis colectivo suscita un campo de fe. En lugar de la derrota de los enemigos ofrece el exorcismo en que se ayuda sin condiciones a unos cuantos desgraciados de su tiempo. Quien descubra esta verdad, quien reconozca que la victoria decisiva de Jesús contra el poder de lo demoníaco (o del diablo) se realiza en el Calvario y en la Pascua, estará en condiciones de entender todo su gesto.
Pienso que el ser fieles a la actividad exorcista de Jesús no consiste en repetir hoy día curaciones como aquéllas. Lo que importa es liberar al pobre y oprimido en toda la extensión de este concepto, ayudándole a encontrar a Dios (el verdadero sentido de su vida).
A. Stöger, El Nuevo Testamento y su Mensaje (Lc): En Cafarnaúm (i)
Comentario para la lectura espiritual. Herder, Barcelona (1979), Tomo I, pp. 143-146.
31 Bajó a Cafarnaúm, ciudad de Galilea. Y los sábados se ponía a enseñarles. 32 Y se quedaban atónitos de su manera de enseñar, porque su palabra iba revestida de autoridad.
Nazaret está situada sobre una colina, Cafarnaúm a la orilla del lago. Jesús bajó. Una vez que ha sido repudiado por su ciudad natal, en la que se había criado, elige una ciudad extraña, Cafarnaúm, como su nueva patria (Mt 4,13). La palabra de Dios parte de Galilea. No sin razón se llama a Cafarnaúm ciudad de Galilea. En Galilea se reúnen los primeros discípulos, los testigos de la Iglesia; se los llama también «galileos» (Act 2,7). Los planes salvíficos de Dios alcanzan lo que quieren, aun a pesar del repudio de los hombres.
En Cafarnaúm actúa Jesús de la misma manera que en Nazaret. Enseña el sábado en la sinagoga durante la liturgia e interpreta la Escritura en el nuevo sentido del cumplimiento actual de las promesas. Su enseñanza impone y causa asombro. La palabra de Jesús tiene poder, autoridad, pues Jesús habla en la virtud del Espíritu. La palabra de Dios es fuerza creadora. «La palabra de Dios es viva y operante» (Heb 4,12).
33 Había en la sinagoga un hombre que tenía espíritu de demonio impuro y que comenzó a gritar a grandes voces: 34 ¡Eh! ¿Qué tenemos nosotros que ver contigo, Jesús Nazareno? Yo sé bien quién eres: el santo de Dios.
A la palabra llena de autoridad se añade la acción poderosa. El espíritu que dominaba al poseso era un espíritu maligno, un demonio que vuelve impuros a los que domina. La imagen de los posesos que trazan los evangelistas no responde exactamente a la de enfermos mentales. Los malos espíritus ejercen influjo en los hombres. En los posesos se manifiesta a fin de cuentas cuál es el estado del hombre sin redención.
El demonio no puede soportar la presencia de Jesús.
El poseso, impelido por el mal espíritu, grita a grandes voces. Jesús de Nazaret, el «santo de Dios», y los espíritus impuros forman un contraste inconciliable. El tiempo de la salud que ahora se anuncia trae la ruina de los malos espíritus.
El mal espíritu hace una profesión de fe acabada: Jesús de Nazaret, el santo de Dios (Jn 6,69). El santo de Dios es el Mesías. «El que nacerá de ti será santo, será llamado Hijo de Dios» (1,35).
Jesús de Nazaret es llamado «el santo de Dios» por los ángeles del cielo y por los demonios del infierno. ¿Y por los hombres? «Dios lo exaltó, y le concedió el nombre que está sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra y en el abismo, y toda lengua confiese que Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre» (Flp 2,9ss). ¡Qué camino para que los hombres le confiesen!
35 Pero Jesús le increpó: Enmudece y sal de este hombre. Entonces el demonio, echándolo por tierra delante de ellos, salió de él, sin haberle causado ningún daño.
Las amenazas de Jesús tienen fuerza divina. «Las columnas del cielo tiemblan y se estremecen a una amenaza suya» (Job 26, 11). También los demonios tienen que inclinarse ante Jesús, que pronuncia contra ellos la amenaza de Dios.
La profesión de fe del demonio es rechazada. «La fe, si no tiene obras, está muerta en sí misma. Más aún, alguno dirá: Tú tienes fe, yo tengo obras. Muéstrame tu fe sin las obras, y yo te mostraré por las obras mi fe. ¿Tú crees que hay un solo Dios? Haces bien. También los demonios creen y tiemblan» (Sant 2,17-20). La profesión de fe debe ir acompañada de obras que agraden a Dios y de la alabanza de Dios.
El demonio se resiste, pero de nada le sirve su arrebato. No puede causar ningún daño. Lucas usa una expresión médica. Aprecia el alcance de lo que ha hecho Jesús. Jesús tiene fuerza sobrehumana. Una fuerza que sobrepuja incluso las fuerzas demoníacas. Dios obra por él, el santo de Dios, por el cual Dios se demuestra como el santo, el completamente otro, el poderoso.
36 Todos quedaron llenos de estupor y lo comentaban unos con otros diciendo: ¿Qué palabra es esta, que manda con autoridad y fuerza a los espíritus impuros, y salen? 37 Y su fama se extendía por todos los lugares de la comarca.
La acción poderosa de Jesús infunde asombro y respeto. Las gentes hablan sólo entre sí, «unos con otros». La emoción les impide hablar alto. La admiración, el asombro, el sobrecogimiento, el silencio respetuoso son pasos preparatorios para la fe, son el camino del reconocimiento de Dios y de su revelación.
Lo que se admira es la palabra. La palabra de Jesús tiene fuerza y autoridad, tiene poder divino. ¿Qué clase de palabra es ésta? Preguntar con asombro es el camino que lleva al conocimiento de Jesús.
La palabra poderosa halla eco. Su fama se extiende por todos los lugares de la comarca. La palabra tiende a extenderse, quiere llenar espacios cada vez mayores. El eco de la palabra de Jesús es la alabanza de Jesús por los hombres.
G. Zevini, Lectio Divina (Lucas): Jesús en Cafarnaún
Verbo Divino (2008), pp. 89-92.
Lectio
La «jornada de Cafarnaún» representa algo así como una muestra de la actividad de Jesús. El esquema es simple: Jesús enseña en la sinagoga y libera a un hombre del demonio; cura a una mujer en la casa de Simón, donde se hospeda; tras ponerse el sol, la muchedumbre acude y Jesús multiplica sus gestos de salvación; a la mañana siguiente se marcha a otros pueblos.
La predicación de Nazaret nos ofrecía un ejemplo de la enseñanza de Jesús. En este nuevo episodio se subraya la reacción absolutamente positiva de la gente, que advierte su «autoridad»: Jesús no habla como los escribas (cf. Mc 1,22) y demuestra con los milagros que su autoridad viene del mismo Dios.
A propósito de esto, el demonio, que ha tomado posesión del pobre enfermo, reconoce su identidad («el Santo de Dios») e intenta resistírsele en vano. Jesús lo somete con una simple orden, sin recurrir a prácticas exorcísticas de sabor mágico. La experiencia de lo sobrenatural suscita en los presentes un temor religioso. El interrogante que nace de ahí remite al misterio de su persona. Complementa después al exorcismo la curación de la suegra de Pedro. La «casa de Simón» se ha convertido en la base de operaciones de la acción de Jesús. Este milagro tiene algo de extremadamente familiar: una anciana enferma; la intercesión de los parientes; el gesto poderoso del Salvador; la inmediata disponibilidad de la mujer para servir a la familia y a los huéspedes.
La escena matutina de los vv. 42-44 es doblemente significativa. Jesús se retira al amanecer a un lugar solitario a orar (cf. 5,16). En el diálogo con el Padre adquiere luz y fuerza para proseguir su misión. Los habitantes de Cafarnaún, interesados por los beneficios de su presencia entre ellos, le siguen los pasos, le encuentran y quieren retenerle más tiempo. Sin embargo, Jesús no se deja seducir por el favor popular. Su respuesta es programática, en continuidad con el discurso de Nazaret: «Es necesario» -o bien corresponde a la voluntad de Dios- que él «anuncie el Reino de Dios» -o sea, la salvación- «también en las demás ciudades», a todos. Las palabras «porque para esto he sido enviado» reflejan la clara conciencia que tiene Jesús de llevar a cabo una misión que viene de Dios.
Meditatio
La jornada pasada en Cafarnaún nos parece intensa y comprometedora: Jesús pasa, se encuentra con la gente, enseña, libera de los demonios, cura a los enfermos, consigue reservarse un espacio de silencio sólo al despuntar el nuevo día, pero también a él viene a buscarle la gente; sin embargo, él no se deja retener y reemprende su camino, pues sabe lo que tiene que hacer, la tarea que debe desarrollar: debe anunciar a todos el Reino de Dios. Es precisamente una jornada «plena» la que Lucas nos narra; Jesús la concluye y se enfrenta con otra nueva en la soledad y en la búsqueda del diálogo con el Padre: con la fuerza de la oración da autoridad a su palabra y profundidad a sus gestos. Justamente porque la suya no es una simple palabra humana, libera del mal, que nos paraliza de muchos modos y nos impide ser plenamente nosotros mismos, y es capaz de volver a ponernos en pie a fin de servir a los hermanos a ejemplo de Cristo.
El Hijo de Dios no se busca a si mismo, no se deja retener por el aplauso de la gente, ni por el éxito de sus acciones, ni siquiera se detiene a gozar de los frutos de su fatiga diaria. Tiene una prioridad a la que debe llegar cada día y que le gula siempre: Dios y la misión que el Padre le ha confiado. ¿Tenemos nosotros alguna prioridad? ¿Que es lo que orienta nuestra vida y se concreta en nuestro obrar cotidiano? Jesús hace muchas cosas, pero el suyo no es un «hacer» cualquiera, sino la respuesta a una llamada precisa. Nuestras jornadas también están muy llenas: ¿Dónde que tomamos la fuerza y la orientación para responder a lo que se nos ha confiado? El relato de Lucas puede convertirse en una ocasión para releer, a la luz del hacer de Cristo, la dinamicidad de nuestra propia existencia, la del hombre y la mujer de nuestro tiempo, acompasada con frecuencia por ritmos enloquecidos.
Biblia Nácar-Colunga Comentada
Cristo en la sinagoga de Cafarnaúm, 4:31-37 (Mc 1:21-28). Cf. comentario a Mc 1:21-28.
El pasaje tiene su paralelo en Mc; lo que sería más normal en Mc, da ciertas descripciones de matices: ante la orden de Cristo, el “demonio arrojó al poseso,” del grupo donde se encontraba, al “medio” de la sinagoga, probablemente delante de la tribuna donde Cristo exponía su doctrina; y agrega que “el demonio salió sin hacerle daño.” Todo esto tiende a demostrar el pleno poder de Cristo sobre el mundo demoníaco, lo que es presentarlo en su obra de Mesías.
En cambio, omite en el comentario de los oyentes lo referente a que exponía “una doctrina nueva y revestida de autoridad” (Mc), para decir sólo que “se maravillaban de su doctrina, porque su palabra estaba acompañada de autoridad,” omitiendo también que su enseñanza no era como la de los “escribas” (Mc), temas éstos demasiado locales, y que podrían desorientar en su valoración a los lectores de Lc.
J. Fitzmyer, El Evangelio según san Lucas: Enseñanza y curación en la sinagoga de Cafarnaún
Tomo II. Traducción y Comentarios. Cristiandad, Madrid (1987), cf. pp. 450-461.
Notas exegéticas
v. 31 Bajó a Cafarnaún, ciudad de Galilea
Véase la «nota» exegética a Lc 4,23. El códice D añade una precisión geográfica: «a la orilla del lago, en territorio de Zabulón y Neftalí»; pero se trata, evidentemente, de una armonización textual procedente de Mt 4,13. La tradición textual más representativa omite ese detalle. Lucas especifica el carácter galileo de Cafarnaún: «ciudad de Galilea», con vistas a sus lectores no familiarizados con la geografía de Palestina.
La ciudad de Cafarnaún, que aparece en Marcos como el centro de la actividad de Jesús en Galilea, estaba probablemente situada a una altitud notablemente inferior a la de Nazaret; se calcula sobre unos seiscientos metros más baja. Así se explica la precisión de Lucas, que habla de katélthen (— «bajó»), en sustitución del presente histórico de Marcos: eisporeuontai ( = «entran», «entraron»), con referencia a Jesús y a sus discípulos recién elegidos (Mc 1,16-20). En el caso de Lucas, como el episodio de la llamada de los primeros discípulos se transpone a Lc 5,1-11, Jesús tiene que bajar a Cafarnaún en solitario. H. Conzelmann (Theology, 38) ha tratado de ensombrecer «la exactitud geográfica» de Lucas arguyendo que kata ( = «hacia abajo») puede ser «una mera deducción de la idea errónea de que Nazaret estaba construida sobre una colina». Tal vez pueda ser así; pero lo que no puede negar ni el propio Conzelmann es que, al menos en este caso, el conocimiento geográfico de Lucas es mucho más preciso de lo que en él es habitual.
Los sábados
Lucas utiliza el plural: ta sabbata, tanto para referirse a un sábado concreto (cf. Lc 13,10, y, según el códice D, Lc 6,2) como a diversos sábados sucesivos (cf. Hch 17,2). El uso plural con referencia a un solo sábado se ha atribuido a veces a influjo del arameo; pero, de hecho, la forma plural griega con artículo definido —ta sabbata— tiene suficientes ejemplos en el griego helenístico como para considerarla únicamente como «aramaísmo» (cf. BDF, n. 141.3; BAG, 746b).
Enseñaba a la gente
Para subrayar el carácter iterativo de la enseñanza de Jesús y describirla como algo habitual, Lucas emplea el imperfecto del verbo einai (— «ser», «estar»), es decir, en (= «estaba») con un verbo en participio presente, en este caso, didaskein (= «enseñar»): en didaskon (= «estaba enseñando», «enseñaba» o incluso «solía enseñar»). Cf., sin embargo, Lc 4,15: edidasken (— «enseñaba»).
v. 32. Estaban asombrados de su enseñanza
El significado de ekplessesthai tiene un decidido valor intensivo, igual que en Lc 9,43.
Hablaba con autoridad
Literalmente habría que traducir: «su palabra era con (en) autoridad»; es decir, con capacidad de persuasión y con prestigio. La exousia que, en estos versículos introductorios, se atribuye a la palabra de Jesús se refiere a su habilidad para convencer a sus oyentes, una «autoridad» que radica en «la fuerza del Espíritu» (cf. Lc 4,14), con el que ha sido «ungido» (Lc 4,18). Un poco más adelante, en el v. 36, volveremos a encontrar esa misma palabra, exousia; pero en este caso asociada al valor imperativo del exorcismo. Sin embargo, el texto no ofrece el más mínimo apoyo para interpretar esa exousia de la palabra de Jesús en un sentido más o menos mágico, es decir, como si Jesús tuviera conocimiento de poderes recónditos.
Lucas omite la comparación introducida por Marcos: «y no como los doctores» (Mc 1,22), o sea, como los entendidos intérpretes de la Tora. Los cristianos para los que escribe Lucas no están interesados en la controversias que preocupaban a los rabinos en su interpretación del Antiguo Testamento. La autoridad de Jesús radica en algo mucho más profundo que la mera ciencia.
v. 33. En la sinagoga
Véase la «nota» exegética a Lc 4,15. Tal vez se trate de la sinagoga mencionada en Lc 7,5 y cuya construcción se atribuye a un centurión romano. Todavía hoy se pueden ver en Tell Hum ruinas de una sinagoga, pero difícilmente se pueden datar como correspondientes al s. i (cf. J. Finegan, Archeology of the New Testament, 51-55). Para una explicación detallada del debate en torno al problema de la datación, cf. MPAT, n. A 15 (p. 286).
Bajo el influjo de un espíritu inmundo
La traducción literal sería: «teniendo el espíritu de un demonio inmundo». La narración de Marcos (Mc 1,23) se contenta con describir al endemoniado como «un hombre con un espíritu inmundo» (anthropos en pneumati akathartd); pero Lucas modifica esa descripción usando una frase más bien enrevesada. La expresión normal en el judaísmo palestinense habría sido: «un espíritu malo» (pneuma ponéron: Lc 7, 21; 8,2), o «un espíritu inmundo» (pneuma akatharton: Lc 4,36; 6,18), o cualquiera otra expresión en la que apareciera el «espíritu» con diferentes adjetivos. Algunas correspondencias arameas de esa expresión han llegado hasta nosotros; por ejemplo: rûah be’îsa (= espíritu malo»: IQapGn 20,16-17), rûah mikdas (— «espíritu de aflicción»: IQapGn 20,16), rúah sahlanáya’ (= «espíritu de podredumbre»: IQapGn 20, 26). En la formulación de Lucas, pneuma daimoniou akathartou, el genitivo podría tener valor apositivo: «un espíritu, es decir, un demonio inmundo»; en este caso, Lucas habría utilizado un término más acorde con el genio de la lengua griega (daimonion) para explicar una palabra más semítica, como pneuma. Pero este último (pneuma) puede ser que se refiera más bien al espíritu del hombre afligido por un demonio inmundo. La traducción que presentamos: «bajo el influjo de un espíritu inmundo», es una especie de paráfrasis, que pretende reducir al mínimo el enrevesamiento de la frase original griega.
En los evangelios sinópticos, los «demonios», los «espíritus inmundos» o los «espíritus malos» nunca van asociados con Satanás, y el control que esos espíritus poseen de la persona no es normalmente un indicio o una indicación de envilecimiento moral. Por lo general, la posesión diabólica va asociada con una enfermedad física o psíquica.
En este episodio no se hace la más mínima referencia al tipo de enfermedad que aquejaba a aquel individuo. En muchos casos se especifica alguna clase de enfermedad; por ejemplo, mudez (Lc 11,14), escoliosis (Lc 13,11), epilepsia (Lc 9,39), delirio patológico (Lc 8,29). Aunque a veces da la impresión que los evangelistas distinguen entre enfermedad y posesión diabólica (cf. Lc 7,21; 13,32) y, desde luego, no explican todas las enfermedades por un influjo demoníaco, no cabe duda que presuponen una estrecha relación entre ambos fenómenos. Se podría hablar de una especie de «demonomanía».
En un estado prelógico del pensamiento, los escritores antiguos, al no poder atribuir determinados desórdenes físicos o psíquicos a causas secundarias precisas, se vieron obligados a achacarlas a la acción de seres intermedios pertenecientes al mundo de los espíritus. Esa mima concepción se trasluce a veces en descripciones de algún violento desarreglo de orden puramente físico. Por eso se presenta a Jesús «increpando» a la fiebre (Lc 4,39) o al mar embravecido y al huracán (Lc 8, 24); lo que, en realidad, hace Jesús es «increpar» al espíritu que controla el estado febril o la fuerza desatada del vendaval. Véanse, para ulteriores explicaciones, las obras de J. B. Cortés/F. M. Gatti, The Case against Possessions and Exorcisms (Nueva York 1975), y P . Grelot, Los milagros de Jesús y la demonología judía, en X. Léon-Dufour (ed), Los milagros de Jesús en el NT, pp. 61-74.
Se puso a gritar a voces
La expresión puede ser una resonancia de 1 Sm 4,5. Ese grito revela el conocimiento que el demonio tiene de su adversario (Jesús de Nazaret) y de su verdadera personalidad (el Santo de Dios). No se dice cómo ha llegado el demonio a adquirir ese conocimiento; pero se supone que los demonios tienen facultades especiales y son capaces de determinar la valía de un ser superior a ellos.
v. 34. ¡Vamos!
La interjección ea (= «¡vaya!») no tiene nada que ver con la expresión semítica wáy, a pesar de las observaciones de Str.-B., 2, 157. La partícula es de uso frecuente en la poesía ática, en la literatura helenística e incluso en la versión de los LXX (cf. Job 15,16; 25,6). Puede significar tanto disgusto como sorpresa.
¿Qué tienes que ver con nosotros?
La fórmula griega tí hémin kai soi (= literalmente: «¿qué entre nosotros y tú?») quiere expresar aquí no sólo una negación de intereses comunes (cf. 2 Re 3,13; Os 14,9), sino una verdadera hostilidad (cf. la versión griega de Jue 11,12; 1 Re 17,18; 2 Cr 35,21). Este grito del endemoniado tiene una gran semejanza con la exclamación de la viuda de Sarepta en 1 Re 17,18. El hecho de que en este caso de la exclamación de la viuda se emplee esa expresión en un contexto que no tiene nada que ver con una presencia demoníaca, pone de manifiesto que la fórmula no pertenece esencialmente al mundo de los encantamientos que aseguran la protección (en esto nos apartamos de la teoría de K. Kertelge, Die Wunder Jesu im Markusevangelium, 53). La hostilidad que expresa la fórmula pone de relieve que el mundo demoníaco no tiene el más mínimo punto de contacto con la autoridad de Jesús y con su poder.
¿Has venido a destruirnos?
El plural, implícito en «destruir«oí», hace referencia no al endemoniado y al demonio, sino a los demonios en cuanto tales. La idea de destrucción pone de manifiesto la creencia en que la ruina del control demoníaco sobre el ser humano iba a ser una realidad antes de que llegara el día del Señor, antes de que el dominio de Dios quedara firmemente establecido sobre el universo, en favor de sus fieles (1QM 1, 10-14; 14,10-11). Eso explica por qué los demonios tengan que precipitarse al abismo (Lc 8,31; cf. Ap 20,2.9-10). El hecho de someter a los espíritus inmundos (cf. Lc 10,19), una de las grandes expectativas escatológicas, se aprovecha para transmitir la idea de que se inicia una nueva fase en la que el dominio de Dios destruirá el «dominio de Belial» (1QM 4,9). Y eso se realiza con la llegada de «Jesús de Nazaret».
El Santo de Dios
El título ho hagios tou theou proviene de la narración de Marcos, únicos dos pasajes en los que aparece el título en toda la tradición sinóptica; cf. Jn 6,69. Fuera del Nuevo Testamento no se conoce ese apelativo. Tal vez esté inspirado en Sal 106,16, donde Aarón recibe el título de ho hagios Kyriou (= «el santo/consagrado al Señor»). Pensar, como hace K. Kertelge (Die Wunder Jesu, 53), que el demonio se refiere a Jesús como sumo sacerdote mesiánico resulta excesivamente rebuscado. Habrá que suponer más bien que el demonio reconoce en Jesús una personalidad íntimamente asociada con el Señor. En el contexto global de toda la narración de Lucas, la «santidad» de Jesús habrá que explicarla por su «filiación» (Lc 3,22) y por su «unción» con el Espíritu (Lc 4,18). En cualquier caso, sería absurdo concebir ese título como una adulación por parte del demonio.
v. 35. Le intimó
Aunque el verbo griego epitiman tiene, a menudo, el mero significado de «rechazar», «reprochar» (cf. Lc 9,55; 17,3; 18,15), cuando se usa con referencia a los demonios o a los espíritus inmundos, su significado es mucho más técnico. En los LXX es la traducción corriente del verbo hebreo gá ar ( = «gritar a uno», «exorcizar»; cf. Zac 3,2, donde se aplica a Satanás; Sal 68,31, aplicado a las fieras; Sal 106,9, en el que se «increpa al Mar Rojo»). El verbo arameo géar es el que se emplea para describir el exorcismo del espíritu perverso que aflige al faraón y a toda su familia (lQapGn 20,28-29). H. C. Kee (NTS 14, 1967-1968, 232-246) ha demostrado que este sentido técnico del verbo se refiere a una declaración conminatoria, por medio de la cual Dios, o su portavoz, subyugan los poderes de los demonios. La expresión forma parte de la terminología con la que se describe la derrota final de Satanás y de sus ejércitos.
Curiosamente, este significado técnico de epitiman no aparece en ninguno de los exorcismos atribuidos a Alejandro y Peregrino (cf. Luciano de Samosata) o a Apolonio de Tyana (según la obra de Filóstrato); tampoco se usa en los papiros griegos, ni siquiera en los de carácter mágico. Todo eso indica que no se puede aducir el uso de este verbo como dato fundamental para una hipotética descripción de Jesús en los evangelios sinópticos, como el theios anér de la concepción helenística (cf. MM, 248). Por consiguiente, la traducción del verbo tiene que reflejar ese significado técnico en los casos en que indudablemente tiene ese sentido.
El mero uso de este verbo dirigido al demonio manifiesta el señorío de Jesús. Eso es lo que significa la autoridad y el poder de su palabra, de su mandato imperativo. Cf. E. Stauffer, TDNT 2, 625.
¡Cállate!
Tanto el verbo como el imperativo provienen de Me 1,25. En la literatura extrabíblica, el verbo griego phimoun se emplea en el lenguaje informal para acallar a los malos espíritus con un encantamiento mágico (cf. MM, 672). La tradición evangélica ha incorporado esta palabra perteneciente al mundo helenístico de los encantamientos. Aquí se utiliza para dar realce a la poderosa palabra de Jesús en favor de un pobre desventurado.
¡Sal de ese hombre!
Siguiendo la redacción de Marcos, Lucas emplea tanto para el imperativo como para la realización del hecho un único verbo: exerchesthai (exelthe = ¡sal!; exélthen = «salió»). La única variante introducida por Lucas es el cambio de preposición; el ex de Marcos (ex autou = «de él») viene sustituido por apo (ap «-autou = «de él», que hemos especificado como «de ese hombre») en la narración de Lucas. Cf. Lc 4,41; 5,8; 8,29.33.38.46; 9,5; 11,24; 17,29; Hch 16,18.40.
En medio de la gente
Lucas añade este detalle descriptivo de la salida del demonio para hacer a todos los presentes testigos del acontecimiento. Al mismo tiempo queda ratificada la realidad indiscutible de la curación.
v. 36. ¿Qué tendrán las palabras de este hombre?
Literalmente habría que traducir: «¿Qué (cuál) es esta palabra?» La expresión puede provenir de 2 Sm 1,4 (LXX); en este caso, tal vez hubiera que traducirla por «¿qué es esto?» (= «¿qué ha ocurrido?»), dando a la palabra griega logos el sentido del término hebreo dábár (= «palabra», «tema», «asunto»). Para ilustrar este posible significado de logos en los escritos de Lucas se podría aducir Hch 8,21; 15,6. Sin embargo, en este contexto en el que Jesús acaba de conminar imperativamente al demonio es más lógico retener el significado de «palabra»; «¿Qué clase de palabra?», «¿qué clase de mandato es éste?».
La reacción de la asamblea es notablemente distinta en ambas narraciones; Marcos se centra en la enseñanza: «¿Qué significa esto? Un nuevo modo de enseñar, con autoridad» (Mc 1,27), mientras que Lucas insiste en la «palabra» y en el «mandato»: «¿Qué tendrán las palabras de este hombre, que da órdenes con autoridad?».
Da órdenes con autoridad y poder incluso a los espíritus inmundos
En la yuxtaposición de los dos términos: exousia y dynamis, resuenan ecos de Lc 4,32 y de Lc 4,14. Cf. Lc 9,1. La dynamis con la que ha obrado la curación es la «fuerza» del Espíritu. La asociación de ambos términos en este pasaje presenta a Jesús como un instrumento de salvación guiado por el Espíritu e investido con el poder de Dios, que domina incuestionablemente el campo de la oposición demoníaca.
v. 37. Por todos los lugares de la comarca circunvecina
Se refiere naturalmente a toda la región de Galilea (cf. v. 31). La frase es una resonancia de Lc 4,4 e implica que la reputación de Jesús llega incluso a rebasar el territorio en el que se desarrolla su actividad.