Lc 11, 1-4: El Padrenuestro
/ 5 octubre, 2015 / San LucasTexto Bíblico
1 Una vez que estaba Jesús orando en cierto lugar, cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: «Señor, enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus discípulos». 2 Él les dijo: «Cuando oréis, decid: “Padre, santificado sea tu nombre, venga tu reino, 3 danos cada día nuestro pan cotidiano, 4 perdónanos nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a todo el que nos debe, y no nos dejes caer en tentación”».
Sagrada Biblia, Versión oficial de la Conferencia Episcopal Española (2012)
Homilías, comentarios, meditaciones desde la Tradición de la Iglesia
Santa Teresa de Ávila, doctora de la Iglesia
Obras: La oración nos introduce en el reino de Dios.
Camino de perfección, c. 30.
«Santificado sea tu nombre, venga a nosotros tu reino» (Lc 11,2).
«Santificado sea tu nombre, venga a nosotros tu reino». Ahora, mirad, hijas, qué sabiduría tan grande de nuestro Maestro. Considero yo aquí, y es bien que entendamos qué pedimos en este reino. Mas vio Su Majestad que no podíamos santificar, ni alabar, ni engrandecer, ni glorificar este nombre santo del Padre Eterno conforme a lo poquito que podemos nosotros, de manera que se hiciese como es razón, si no nos proveía su Majestad con darnos acá su reino, y así lo puso el buen Jesús lo uno cabe lo otro, porque entendamos, hijas, esto que pedimos…
Ahora, pues, el gran bien que me parece a mí hay en el reino del cielo, con otros muchos, es ya no tener en cuenta con cosa de la tierra, sino un sosiego y gloria en sí mismos, un alegrarse que se alegren todos, una paz perpetua, una satisfacción grande en sí mismos, que les viene de ver que todos santifican y alaban al Señor y bendicen su nombre y no le ofende nadie. Todos le aman, y la misma alma no entiende en otra cosa sino en amarle, ni puede dejarle de amar, porque le conoce. Y así le amaríamos acá aunque no en esta perfección, ni en un ser, mas muy de otra manera le amaríamos de lo que le amamos, si le conociéramos.
Posible sería, con el favor de Dios, venir un alma puesta en este destierro, aunque no en la perfección de las que están salidas de esta cárcel porque andamos en mar y vamos este camino ; mas hay ratos que, de cansados de andar, los pone el Señor en un sosiego de las potencias y quietud del alma, que como por señas les da claro a entender a qué sabe lo que se da a los que el Señor llama a su reino.
San Agustín, obispo y doctor de la Iglesia
Carta: entender lo que pedimos.
Carta 130, a Proba sobre la oración dominical 11-12 (Liturgia de las Horas, Martes XXIX).
«Enséñanos a orar» (Lc 11,1).
A nosotros, cuando oramos, nos son necesarias las palabras: ellas nos amonestan y nos descubren lo que debemos pedir; pero lejos de nosotros el pensar que las palabras de nuestra oración sirvan para mostrar a Dios lo que necesitamos o para forzarlo a concedérnoslo. Por tanto, al decir: Santificado sea tu nombre, nos amonestamos a nosotros mismos para que deseemos que el nombre del Señor, que siempre es santo en sí mismo, sea también tenido como santo por los hombres, es decir, que no sea nunca despreciado por ellos; lo cual, ciertamente, redunda en bien de los mismos hombres y no en bien de Dios. Y cuando añadimos: Venga a nosotros tu reino, lo que pedimos es que crezca nuestro deseo de que este reino llegue a nosotros y de que nosotros podamos reinar en él, pues el reino de Dios vendrá ciertamente, lo queramos o no. Cuando decimos: Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo, pedimos que el Señor nos otorgue la virtud de la obediencia, para que así cumplamos su voluntad como la cumplen sus ángeles en el cielo. […]
Cuando decimos: Perdónanos nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores, nos obligamos a pensar tanto en lo que pedimos como en lo que debemos hacer, no sea que seamos indignos de alcanzar aquello por lo que oramos. […] Cuando decimos: Líbranos del mal, recapacitamos que aún no estamos en aquel sumo bien en donde no será posible que nos sobrevenga mal alguno. Y estas últimas palabras de la oración dominical abarcan tanto, que el cristiano, sea cual fuere la tribulación en que se encuentre, tiene en esta petición su modo de gemir, su manera de llorar, las palabras con que empezar su oración, la reflexión en la cual meditar y las expresiones con que terminar dicha oración.
Es, pues, muy conveniente valerse de estas palabras para grabar en nuestra memoria todas estas realidades. Porque todas las demás palabras que podamos decir […], no dicen otra cosa que lo que ya se contiene en la oración dominical, si hacemos la oración de modo conveniente.
Sermón: Si Dios lo sabe todo, ¿por qué es necesario orar?.
Sermón 80.
«Enséñanos a orar» (Lc 11,1).
¿Creéis, hermanos, que Dios no sabe lo que os es necesario? El que conoce nuestro desamparo, conoce anticipadamente nuestros deseos. Por eso, cuando el Señor enseñó el Padrenuestro, recomendó a sus discípulos a ser sobrios en palabras: «Cuando recéis, no uséis muchas palabras como los paganos, pues vuestro Padre sabe lo que os hace falta antes que se lo pidáis» (Mt 6,7-8). Si nuestro Padre sabe lo que nos hace falta ¿por qué decírselo, aunque sea en pocas palabras?… Señor, si tu lo sabes, ¿es necesario orar?
Ahora bien, el que aquí nos dice: «No uséis muchas palabras en vuestras oraciones» nos dice en otra parte: «Pedid y recibiréis», y para que nadie crea que lo dice como de paso, en otra parte añade: «Buscad y hallaréis», y para que nadie piense que es una simple manera de hablar, mirad cómo termina: «Llamad y se os abrirá» (Mt 7,7). Quiere, pues, el Señor que, para recibir, primero pidas, que para hallar primero te pongas a buscar, y en fin, para entrar no dejes de llamar… ¿Para qué pedir? ¿Para qué buscar? ¿Para qué llamar? ¿Para qué cansarnos orando, buscando, llamando como para hacer saber al que ya lo sabe todo? E incluso leemos en otra parte: «Es preciso orar sin parar, sin cansarse» (Lc 18,1)… Pues bien, para aclarar este misterio ¡pide, busca, llama! Si el Señor cubre de velos este misterio, es que quiere que te ejercites en buscar y encontrar tú mismo la explicación. Todos nosotros debemos alentarnos mutuamente a orar.
San Cipriano, obispo y mártir
Tratado: Hijos en el Hijo.
De la oración dominical, 8-9,11 : PL 4, 520-523.
«Padrenuestro» (Lc 11,1-4,).
¡Cuán grandes y abundantes riquezas se encierran en la oración del Señor! Están recogidas en pocas palabras, pero tienen una densidad espiritual inmensa, hasta tal punto que no falta nada en este compendio de la doctrina celestial sobre la oración. Nos dice: “Orad así: Padre Nuestro que estás en el cielo!” (Mt 6,9)
El hombre nuevo, nacido de nuevo por la gracia y vuelto a su Dios, dice para comenzar: “Padre”, porque ha sido hecho hijo. “Vino a los suyos, pero los suyos no la recibieron: A cuantos la recibieron, a todos aquellos que creen en su nombre, les dio poder para ser hijos de Dios.” (Jn 1,11-12) El que ha creído en su nombre y que ha llegado a ser hijo de Dios debe iniciar su oración dando gracias y proclamando que es hijo de Dios… No basta, hermanos muy queridos, con tener conciencia que invocamos al Padre que está en el cielo. Añadimos: “Padre Nuestro”, es decir, Padre de aquellos que creen, de aquellos que han sido santificados por él y han nacido de nuevo por la gracia: éstos han empezado a ser hijos de Dios…
¡Cuán grande es la misericordia del Señor, cuán grandes su favor y su bondad al enseñarnos orar así en presencia de Dios y llamarlo Padre. Y como Cristo es Hijo de Dios, así nosotros también somos llamados hijos. Nadie de entre nosotros se hubiera atrevido nunca a emplear esta palabra en la oración. Era necesario que el Señor nos animase a ello.
He aquí que el Señor nos dice como debemos de orar: «Padre nuestro que estás en los cielos». El hombre nuevo, nacido de nuevo y restituido a Dios por su gracia, dice en primer lugar: «Padre» porque ya ha empezado a ser hijo «El vino a su casa, dice el Evangelio, y los suyos no le recibieron, pero a cuantos le recibieron, les da poder para ser hijos de Dios: a aquellos que creen en su nombre» (Jn.1,11-12) Por esto el que ha creído en su nombre y ha llegado a ser hijo de Dios debe de comenzar a devolver su gracia proclamándose hijo de Dios y llamando a Dios Padre que estás en los cielos…
¡Que grandísima indulgencia y que inmensa bondad del Señor para con nosotros! El ha querido que ofreciéramos nuestra plegaria a Dios llamándole Padre. Y lo mismo que Cristo es Hijo de Dios, ha querido que también nosotros llevemos el nombre de hijos de Dios. Este nombre, de entre nosotros, nadie hubiera osado ponerlo en la oración si Él mismo no lo hubiera hecho.
Nosotros debemos recordarnos mutuamente, hermanos amados, y debemos saber que los que llamamos a Dios Padre, nuestro comportamiento debe ser de hijos de Dios, porque El se complace en nosotros, como nosotros nos complacemos en El. Conduzcámonos como templos de Dios (1Co 3,16), y Dios permanecerá en nosotros.
San Juan Damasceno, monje y doctor de la Iglesia
Homilía: Entrar dentro de nosotros mismos.
Homilía sobre la Transfiguración, 10 : PG 96, 545.
«Un día, en alguna parte, Jesús rezaba» (Lc 11,1).
«Jesús rezaba aparte» (Lc 9,18). La oración encuentra su fuente en el silencio y la paz interior; es ahí dónde se manifiesta la gloria de Dios (cf Lc 9,29). Porque, cuando cerremos los ojos y los oídos, cuando nos encontremos dentro en presencia de Dios, cuando liberados de la agitación del mundo exterior estemos dentro de nosotros mismos, entonces veremos claramente en nuestras almas el Reino de Dios. Porque el Reino de los cielos o, si se prefiere, el Reino de Dios, está en nosotros mismos: es Jesús nuestro Señor quien nos lo dijo (Lc 17,21).
Sin embargo, los creyentes y el Señor rezan de modo diferente. Los servidores, en efecto, se acercan al Señor en su oración, con un temor mezclado de deseo, y la oración se hace para ellos un viaje hacia Dios y hacia la unión con Él, que los alimenta de su propia sustancia y los fortalece. ¿ Pero Cristo, cuya alma santa es el mismo Verbo de Dios, cómo va a rezar? ¿ Cómo el Maestro va a presentarse en una actitud de petición? Si lo hace ¿no es que después de haber revestido nuestra naturaleza, quiere instruirnos y mostrarnos el camino que, por la oración, nos hace subir hacia Dios? ¿ No quiere enseñarnos que la oración contiene en su seno la gloria de Dios?
Santa Teresa de Calcuta, religiosa
Escritos: Humildad y oración para ser santos.
Jesús, al que invocamos.
«Una vez que estaba Jesús orando en cierto lugar» (Lc 11,1).
Para llegar a ser santos necesitamos humildad y oración. Jesús nos enseña a orar; e igualmente nos enseña a ser mansos y humildes de corazón (Mt 11, 29). Nada de todo esto llegará a término si no sabemos qué es el silencio. La humildad y la oración serán tanto más profundas en la medida en que el oído, el espíritu y la lengua habrán vivido en silencio con Dios, porque es en el silencio del corazón que Dios habla.
Autor anónimo antiguo
Homilía: La oración es familiaridad con Dios.
Homilía del siglo V sobre la oración, atribuida erróneamente a san Juan Crisóstomo :PG 64, 461 (Liturgia de las Horas del viernes después de Ceniza).
«Enséñanos a orar» (Lc 11,1).
El bien supremo es la oración, la conversación familiar con Dios. Ésta es la relación que tenemos con Dios y la unión con él. Igual que los ojos del cuerpo quedan iluminados al ver la luz, asimismo el alma que tiende hacia Dios queda iluminada por su inefable luz. La oración no es efecto de una actitud exterior sino que viene del corazón. No queda reducida a unas horas o a momentos determinados sino que es una actividad continua, tanto de día como de noche. No nos contentemos orientando nuestro pensamiento a Dios durante el tiempo dedicado exclusivamente a la oración, sino que cuando otras ocupaciones nos absorben –como son el cuidado de los pobres o cualquier otra ocupación dirigida a una obra buena y útil- es importante mantener al mismo tiempo el deseo y el recuerdo de Dios, a fin de ofrecer al Señor del universo un alimento muy suave, sazonado con la sal del amor de Dios. Podemos sacar de ahí una gran ventaja para toda la vida si consagramos a ella buena parte de nuestro tiempo.
La oración es la luz del alma, el verdadero conocimiento de Dios, la mediación entre Dios y los hombres. A través de ella el alma se eleva hacia el cielo y abraza al Señor con un abrazo inexpresable. Como un niño de pecho hace con su madre, el alma llama a Dios llorando, hambrienta de la leche divina. Expresa sus deseos más profundos y recibe regalos que sobrepasan todo lo que se puede ver en la naturaleza. La oración con la cual nos presentamos con respeto delante de Dios, es gozo para el corazón y descanso del alma.
San Siluan, monje ruso
Escritos: La oración incesante es fruto del amor.
Escritos.
«Cuando oréis» (Lc 11,2).
Si quieres orar con el espíritu y corazón unidos y no lo alcanzas, di la plegaria con los labios y fija tu espíritu en las palabras de la plegaria, tal como está escrito en la Escalera Santa [de san Juan Clímaco]. Con el tiempo el Señor te dará la “oración del corazón”, sin distracción, y tú orarás con facilidad. Algunos, en el esfuerzo de la oración, habiendo forzado a la inteligencia a descender hasta su corazón, lo han estropeado hasta tal punto que han llegado a no poder ni tan sólo pronunciar la plegaria con los labios. Pero tú, conoces la ley de la vida espiritual: los dones sólo se conceden al alma simple, humilde y obediente. Al que es obediente y comedido en todo –en comida, en palabras y en movimientos- el Señor le dará la oración, y se realizará con facilidad en su corazón.
La oración incesante procede del amor, pero se pierde por los juicios, las vanas palabras y la intemperancia. El que ama a Dios puede pensar en él día y noche, porque ninguna ocupación puede dificultarle el amar a Dios. Los apóstoles amaban al Señor sin que el mundo se lo impidiera y, sin embargo, se acordaban del mundo, oraban por él y se dedicaban a la predicación. Por el contrario, se dijo a san Arseno: “huye de los hombres”, pero el Espíritu divino nos enseña, incluso en el desierto, a orar por los hombres y por el mundo entero.
Comentarios exegéticos
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