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Lc 11, 42-46: Advertencias a fariseos y escribas (ii) – ¡Ay de vosotros!

/ 11 octubre, 2015 / San Lucas

Fariseos Hipocresía

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1 Texto Bíblico
2 Homilías, comentarios, meditaciones desde la Tradición de la Iglesia
2.1 San [Padre] Pío de Pietrelcina, capuchino
2.1.1 Escritos: Verdadera y falsa humildad.
2.2 Padres del Desierto
2.2.1 Sentencias (siglos IV-V). Colección sistemática, cap. 9.
2.3 La Didajé
2.4 Beato John Henry Newman
2.4.1 Sermón: La tradición y la voluntad de Dios.
2.5 Isaac el Sirio, monje
2.5.1 Sentencia: Odiar al pecado, no al pecador.
2.6 Siluan, monje ruso
2.6.1 Escritos: El alma humilde.
3 Comentarios exegéticos

Texto Bíblico

42 Pero ¡ay de vosotros, fariseos, que pagáis el diezmo de la hierbabuena, de la ruda y de toda clase de hortalizas, mientras pasáis por alto el derecho y el amor de Dios! Esto es lo que había que practicar, sin descuidar aquello. 43 ¡Ay de vosotros, fariseos, que os encantan los asientos de honor en las sinagogas y los saludos en las plazas! 44 ¡Ay de vosotros, que sois como tumbas no señaladas, que la gente pisa sin saberlo!».
45 Le replicó un maestro de la ley: «Maestro, diciendo eso nos ofendes también a nosotros». 46 Y él dijo: «¡Ay de vosotros también, maestros de la ley, que cargáis a los hombres cargas insoportables, mientras vosotros no tocáis las cargas ni con uno de vuestros dedos!

Sagrada Biblia, Versión oficial de la Conferencia Episcopal Española (2012)


Homilías, comentarios, meditaciones desde la Tradición de la Iglesia

San [Padre] Pío de Pietrelcina, capuchino

Escritos: Verdadera y falsa humildad.

AP : CE 47.

«Malditos vosotros, fariseos, que amáis los primeros puestos y ser saludados en la plaza pública» (Lc 11,43).

La verdadera humildad de corazón es más sentida y vivida interiormente que al exterior. Cierto, es preciso mostrarse siempre humilde en presencia de Dios, pero no con esta falsa humildad que no conduce más que al desaliento, agotamiento y a la desesperación. Debemos tener una mala reputación de nosotros mismos, no hacer pasar nuestro propio interés antes que el los demás y juzgarnos como inferiores a nuestro prójimo.

Si es cierto que nos hace falta mucha paciencia para soportar las miserias de los demás, nos precisa aún mucha más para aprender a soportarnos a nosotros mismos. Ante tus cotidianas infidelidades, haz continuamente actos de humildad. Cuando el Señor te verá así arrepentido, extenderá su mano hacia ti y te atraerá hacia él.

Nadie merece nada en este mundo; es sólo el Señor quien nos lo concede todo, por pura benevolencia y porque, en su infinita bondad, nos todo.

Padres del Desierto

Sentencias (siglos IV-V). Colección sistemática, cap. 9.

.

«¡Ay de vosotros que abrumáis a la gente con cargas insoportables!» (Lc 11,46).

Un hermano que había pecado fue echado de la iglesia por el presbítero; y ‘abba’ Besarión se levantó y salió con él diciendo: «Yo también soy un pecador»…

Una vez, en Scete, un hermano cometió una falta. Tuvieron consejo y decidieron convocar al ‘abba’ Moisés. Pero éste no quiso ir. Entonces el presbítero envió a alguno a decirle: «Ven, que todos te esperamos». Se levantó y se fue con una cesta agujereada que llenó de arena y se la cargó a su espalda, y la llevó así. Los demás, que habían salido a su encuentro, le dijeron: «¿Qué es esto, padre?» El anciano dijo: «Mis faltas se van cayendo detrás de mí y yo no las veo; y yo ¿he venido hoy a juzgar las faltas de otro?» Al escuchar estas palabras no dijeron nada al hermano, sino que lo perdonaron.

‘Abba’ José preguntó a ‘abba’ Poemen,: «Dime cómo llegar a ser monje!». El anciano le respondió: «Si quieres tener paz aquí y en el mundo futuro, di en toda ocasión: Yo, ¿quién soy? Y no juzgues a nadie».

Un hermano preguntó al mismo ‘abba’ Poemen, diciéndole: «Si veo una falta en mi hermano, ¿está bien esconderla?» El anciano contestó: «En el momento en que escondemos las faltas de nuestro hermano, también Dios esconde las nuestras; y en el momento en que ponemos de manifiesto las faltas de nuestro hermano, también Dios pone de manifiesto las nuestras». [No se entienda aquí que debemos encubrir pecados que sean perniciosos para el otro, especialmente para los más débiles].

La Didajé

n. 3.

«No tocáis la carga ni con uno de vuestros dedos» (Lc 11,46).

Hijo, huye de todo lo que es malo o se asemeja al mal. No te enfurezcas: la cólera impulsa al crimen. No seas celoso, ni batallador, ni brutal: estas pasiones son causa de asesinatos. Hijo, no seas sensual: la sensualidad es el camino del adulterio. Que tu lenguaje no sea atrevido ni arriesgada tu mirada: también esto engendra adulterio…Guárdate de los embrujos, astrologías, purificaciones mágicas; rechaza el verlas y escucharlas: esto sería zozobrar en la idolatría. Hijo, no seas mentiroso, porque la mentira arrastra al robo. No te dejes seducir ni por el dinero ni por la vanidad, que también ellos incitan al robo. Hijo, no masculles: llegarías a blasfemar. No seas insolente ni malévolo, también esto lleva a la blasfemia.

Ten paz: « los pacíficos heredarán la tierra » (Mt 5,5). Sé paciente, misericordioso, sin malicia, lleno de paz y de bondad. Tiembla constantemente ante las palabras que has escuchado (Is 66,2). No te ensalzarás a ti mismo, no entregarás tu corazón al orgullo. No te encontrarás con los soberbios sino que irás con los justos y los humildes. Acogerás los acontecimientos de la vida como un favor, sabiendo que nada ocurre que no sea en Dios.

Beato John Henry Newman

Sermón: La tradición y la voluntad de Dios.

Sermón “Las ceremonias de la iglesia” : PPS, vol. 2, n. 7.

«Pasáis por alto el derecho y el amor de Dios» (Lc 11,42).

No importa mucho la manera por la que aprendemos a conocer la voluntad de Dios. Puede ser por la Sagrada Escritura, por la tradición apostólica, o bien por lo que San Pablo llama la “naturaleza”. Lo que importa es que estemos seguros que es la voluntad de Dios. En realidad, Dios nos revela el contenido de la fe por la inspiración, es un asunto de orden sobrenatural. Pero nos ilumina sobre las cuestiones prácticas de la moral a través de nuestra propia conciencia, guiada por Dios mismo.

Las cuestiones formales, nos las revela por la tradición de la Iglesia, para ponerlas en práctica, aunque no deriven de la Sagrada Escritura. Lo digo para responder a las preguntas que nosotros mismos nos podemos hacer: “¿Porqué observar ritos y formas que no son prescritos por la Escritura?” La Escritura nos prescribe lo que hay que creer, aquello hacia lo cual hay que tender, lo que hay que mantener. Pero no nos habla de la manera concreta de hacerlo. Dado que no podemos hacerlo más que de esta o de aquella manera, forzosamente añadiremos algo a lo que la Sagrada Escritura nos dice. Nos recomienda, p. e. reunirnos para la oración, relaciona su eficacia (de la oración) a la unión de corazones. Pero la Escritura no indica ni el momento ni el lugar de la oración, la Iglesia tiene que completar lo que la Escritura simplemente prescribe de forma general…

Se puede decir que la Biblia nos da el espíritu de nuestra religión; la Iglesia, en cambio, modela el cuerpo donde este espíritu se encarna. La gente que intenta adorar a Dios de una manera, digamos “puramente espiritual”, acaban por no adorarlo en absoluto. Es un hecho corriente. Cada uno puede verlo por su propia experiencia… No, la Escritura no nos tiene que revelar todo; nos da los medios para descubrir todas las cosas. Dios nos ha prometido su luz, pero a su manera, no a la nuestra.

Isaac el Sirio, monje

Sentencia: Odiar al pecado, no al pecador.

Sentencias 117,118.

«¡Ay de vosotros, porque imponéis a los demás cargas insoportables» (Lc 11,46).

No alimentes el odio hacia el pecador, porque somos todos culpables. Si, por amor de Dios, lo censuras, llora sobre él. ¿Por qué lo odiarías? Esto son los pecados que conviene odiar, rezando por él si quieres parecerte a Cristo. Que lejos de indignarse contra los pecadores, rezaba por ellos (Lc 23,34)… ¿Cuál es pues, tú que sólo eres un hombre, la razón que te hace odiar al pecador? ¿por qué está exento de tu virtud? ¿Pero dónde está tu virtud, si faltas a la caridad?

Siluan, monje ruso

Escritos: El alma humilde.

Falta fuente.

«¡Ay de vosotros, fariseos, que os encantan los asientos de honor!» (Lc 11,43).

El alma del hombre humilde es como el mar; si se echa una piedra en el mar, por unos instantes se perturba la superficie de las aguas, después se hunde en las profundidades. Así es como se engullen las penas en el corazón del hombre humilde porque la fuerza del Señor está con él.

¿Dónde habitas, alma humilde? ¿Quién vive en ti? ¿A qué te puedo comparar? Resplandeces clara como el sol, pero al enardecerte no te consumes (Ex 3,2), con tu ardor enardeces a todos los hombres. Tuya es la tierra de los humildes, según la palabra del Señor (Mt 5,4). Eres semejante a un jardín lleno de flores en el fondo del cual hay una casa magnífica en la que el Señor permanece a su placer.

El cielo y la tierra te aman. Te aman los santos apóstoles, los profetas, los santos y los bienaventurados. Te aman los ángeles, los serafines y los querubines. Te ama, por tu humildad, la purísima Madre del Señor. El Señor te ama y en ti se regocija.

Comentarios exegéticos

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