Lc 24, 13-35: Los discípulos de Emaús
/ 2 mayo, 2014 / San LucasEl Texto (Lc 24,13-35 )
13 Aquel mismo día iban dos de ellos a un pueblo llamado Emaús, que distaba sesenta estadios de Jerusalén, 14 y conversaban entre sí sobre todo lo que había pasado. 15 Y sucedió que, mientras ellos conversaban y discutían, el mismo Jesús se acercó y siguió con ellos; 16 pero sus ojos estaban retenidos para que no le conocieran. 17 El les dijo: «¿De qué discutís entre vosotros mientras vais andando?» Ellos se pararon con aire entristecido.
18 Uno de ellos llamado Cleofás le respondió: «¿Eres tú el único residente en Jerusalén que no sabe las cosas que estos días han pasado en ella?» 19 El les dijo: «¿Qué cosas?» Ellos le dijeron: «Lo de Jesús el Nazoreo, que fue un profeta poderoso en obras y palabras delante de Dios y de todo el pueblo; 20 cómo nuestros sumos sacerdotes y magistrados le condenaron a muerte y le crucificaron. 21 Nosotros esperábamos que sería él el que iba a librar a Israel; pero, con todas estas cosas, llevamos ya tres días desde que esto pasó. 22 El caso es que algunas mujeres de las nuestras nos han sobresaltado, porque fueron de madrugada al sepulcro, 23 y, al no hallar su cuerpo, vinieron diciendo que hasta habían visto una aparición de ángeles, que decían que él vivía. 24 Fueron también algunos de los nuestros al sepulcro y lo hallaron tal como las mujeres habían dicho, pero a él no le vieron.»
25 El les dijo: «¡Oh insensatos y tardos de corazón para creer todo lo que dijeron los profetas! 26 ¿No era necesario que el Cristo padeciera eso y entrara así en su gloria?» 27 Y, empezando por Moisés y continuando por todos los profetas, les explicó lo que había sobre él en todas las Escrituras.
28 Al acercarse al pueblo a donde iban, él hizo ademán de seguir adelante. 29 Pero ellos le forzaron diciéndole: «Quédate con nosotros, porque atardece y el día ya ha declinado.» Y entró a quedarse con ellos. 30 Y sucedió que, cuando se puso a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo iba dando. 31 Entonces se les abrieron los ojos y le reconocieron, pero él desapareció de su lado. 32 Se dijeron uno a otro: «¿No estaba ardiendo nuestro corazón dentro de nosotros cuando nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?»
33 Y, levantándose al momento, se volvieron a Jerusalén y encontraron reunidos a los Once y a los que estaban con ellos, 34 que decían: «¡Es verdad! ¡El Señor ha resucitado y se ha aparecido a Simón!» 35 Ellos, por su parte, contaron lo que había pasado en el camino y cómo le habían conocido en la fracción del pan.
Catena Aurea: comentarios de los Padres de la Iglesia por versículos
Teofilacto
13a. «Aquel mismo día iban dos de ellos… » Algunos dicen que uno de éstos era San Lucas y que por ello ocultó su nombre.
14. «y conversaban entre sí sobre todo lo que había pasado.» Los citados discípulos hablaban entre ellos de lo sucedido, no como creyendo en ello, sino como admirados por cosas tan extrañas.
15-16. «Y sucedió que, mientras ellos conversaban y discutían, el mismo Jesús se acercó y siguió con ellos;» Una vez asumido el cuerpo glorioso, no había dificultad en las distancias porque ya podía encontrarse donde le pareciese, pues las leyes naturales no regían ya a su cuerpo, sino las espirituales y sobrenaturales. Por esto -como dice San Marcos- ellos le veían con otra forma, en la que no podían reconocerle. Prosigue: «pero sus ojos estaban retenidos para que no le conocieran.», esto es, para que no penetrasen todos sus propósitos y descubriendo la herida, encuentren la medicina. Y no se presentaba de modo que pudiese ser visible para todos, sino únicamente para aquéllos que El quisiese que le viesen, para que comprendiesen que aquel cuerpo que había padecido, era el mismo que había resucitado. Y para que no duden acerca del silencio que guarda al vulgo sobre esto, da a entender que su trato después de la resurrección no debe ser digno de todos los hombres, sino más bien divino, lo cual es una figura de la futura resurrección, en la que conversaremos como ángeles e hijos de Dios.
18. «Uno de ellos llamado Cleofás le respondió: “¿Eres tú el único residente en Jerusalén que no sabe las cosas que estos días han pasado en ella?”» Como diciendo: ¿Tú sólo eres peregrino, y como habitas fuera del término de Jerusalén, desconoces por ello lo que aquí ha sucedido?
19b. «… Ellos le dijeron: «Lo de Jesús el Nazoreo, que fue un profeta poderoso en obras y palabras delante de Dios y de todo el pueblo;» Primero se debe obrar y después se debe hablar. Nadie es atendido si antes no demuestra que practica lo que dice. La acción precede a la vista, porque si no limpias el espejo del entendimiento por medio de las acciones, no puede decirse que brilla la hermosura deseada. Por esto sigue todavía: «Delante de Dios y delante de los hombres». Primero se debe agradar a Dios, y después, en cuanto sea posible, se debe cuidar de la inocencia ante los hombres, para que precediendo el honor de Dios, podamos vivir de modo que no se escandalicen los demás.
20-21a. «… nuestros sumos sacerdotes y magistrados le condenaron a muerte y le crucificaron. Nosotros esperábamos que sería él el que iba a librar a Israel…» Esperaban que Jesucristo salvaría y redimiría a Israel de todos los males que le asediaban, especialmente del dominio de los romanos. Creían también que sería un rey terreno que podría librarse de la sentencia de muerte lanzada contra El.
21b. No parece que fuesen del todo incrédulos aquellos hombres, por lo que ahora sigue: «… pero, con todas estas cosas, llevamos ya tres días desde que esto pasó.» En lo que parece que recordaban que Jesús les había ofrecido resucitar al tercer día.
25-26. Como los antedichos discípulos estaban sumidos en la mayor duda, el Señor los reprendió. Por esto dice: «El les dijo: “¡Oh insensatos y tardos de corazón para creer todo lo que dijeron los profetas!»; casi lo mismo habían dicho los que presenciaron la crucifixión (Mt 27,42): a otros salvó y no ha podido salvarse a sí mismo. «…y tardos de corazón para creer en todo lo que los Profetas han dicho!» Sucedió que creían algo de lo sucedido, pero no todo. Creen lo que dicen los Profetas sobre la crucifixión del Salvador, como aquello del Salmo (Sal 21,17): «Taladraron mis pies y mis manos»; pero no creían lo que se decía de la resurrección, como aquella otra cita del salmo (Sal 15,10): «No permitirás a tu santo experimentar la corrupción». Conviene, por lo tanto, dar fe a lo que dicen los profetas tanto de los tormentos, como de las glorias del Señor, ya que los tormentos abren el paso a las glorias. Por esto sigue: «¿No era necesario que el Cristo padeciera eso y entrara así en su gloria?», esto es, según la humanidad.
31a. «Entonces se les abrieron los ojos y le reconocieron…» También dio a entender otra cosa, a saber: que se abren los ojos a quienes comen de este Pan para que puedan conocer al Señor. En verdad es grande el poder de la Carne de Jesús.
31b-33. «… pero él desapareció de su lado.» No tenía el cuerpo de tal modo que debiese permanecer con ellos por mucho tiempo para acrecentar así su afecto. Por esto sigue: «Se dijeron uno a otro: “¿No estaba ardiendo nuestro corazón dentro de nosotros cuando nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras”». Ardía, pues, el corazón de aquéllos o por el fuego de las palabras del Salvador, por las que se sostenían tantas verdades, o bien porque mientras El explicaba las Escrituras, tocaba interiormente el corazón de los que le escuchaban, haciéndoles comprender que era el Señor quien hablaba. Se alegraron tanto que se volvieron a Jerusalén sin detenerse ni un momento. Prosigue: «Y, levantándose al momento, se volvieron a Jerusalén.» Se levantaron al momento y anduvieron once kilómetros por espacio de muchas horas.
Beda
13b. «… a un pueblo llamado Emaús, que distaba sesenta estadios de Jerusalén» Esta es Nicópolis, ciudad distinguida de la Palestina que después de la guerra de la Judea fue restaurada por el príncipe Marco Aurelio Antonino, habiéndole cambiado la forma y el nombre. Un estadio -como dicen los griegos-, es un espacio de camino determinado [1], como había dispuesto Hércules, y es la octava parte de una milla, por lo tanto, sesenta estadios representan un espacio de siete mil cincuenta pasos, esto es siete millas y media. Este fue el espacio de camino que recorrieron aquellos que, estando seguros de la muerte y sepultura del Salvador, aún dudaban acerca de su resurrección. Porque nadie dudará que la resurrección -que se verificó después del séptimo día llamado sábado- está representada en el número ocho. Los discípulos que marchaban hablando del Señor habían completado seis millas del camino emprendido, porque se dolían de que El, habiendo vivido sin ofensa, hubiera llegado a la muerte que sufrió en el sexto día de la semana. Habían completado también la séptima milla porque no dudaban que hubiese descansado en el sepulcro. Pero no habían recorrido más que la mitad de la octava milla, porque no creían de un modo perfecto en la gloria de la resurrección que ya se había verificado.
15. «Y sucedió que, mientras ellos conversaban y discutían, el mismo Jesús se acercó y siguió con ellos;»Cuando hablaban de El, Jesús se aproximó y los acompañaba, para inculcar en ellos la fe de la resurrección y para cumplir lo que había ofrecido, de que «cuando estén congregados en mi nombre dos o tres, allí estoy yo en medio de ellos» (Mt 18,20).
18-19. «Uno de ellos llamado Cleofás le respondió: “¿Eres tú el único residente en Jerusalén que no sabe las cosas que estos días han pasado en ella?”» Dice esto porque lo creían un peregrino, cuya cara no conocían. Y en verdad que para ellos era un peregrino, porque una vez realizada la gloria de la resurrección estaba muy distante de ellos, por lo que aparecía como peregrino para ellos, puesto que no creían aún en su resurrección. Pero el Señor pregunta: «El les dijo: “¿Qué cosas?”». Y se pone a continuación la respuesta, cuando dicen: «… Ellos le dijeron: “Lo de Jesús el Nazoreo, que fue un profeta…”» Le confiesan profeta y se callan que sea Hijo de Dios porque como aún no creían con verdadera fe, y andaban con recelos de caer en manos de los judíos que los perseguían, como no sabían quién era, ocultaban lo que en realidad creían. A cuya recomendación añadieron: «… poderoso en obras y palabras delante de Dios y de todo el pueblo…”».
20. «… nuestros sumos sacerdotes y magistrados le condenaron a muerte y le crucificaron.» Con razón, pues, andaban tristes, y se reprendían a sí mismos por haber llegado a esperar que los redimiría Aquel que ya estaba muerto y en cuya resurrección no creían. Pero lo que más sentían era que había sido muerto sin motivo alguno, cuando lo creían inocente.
27. «Y, empezando por Moisés y continuando por todos los profetas, les explicó lo que había sobre él en todas las Escrituras.» Si Moisés y los profetas han hablado de Jesucristo y han predicho que entraría en la gloria por medio de la pasión, ¿cómo puede gloriarse de llevar el nombre de cristiano quien no se ocupa de investigar de qué modo las Escrituras se refieren a Cristo? En este concepto no aspira a la gloria que desea tener con Cristo por medio de la pasión.
34. «Decían: “¡Es verdad! ¡El Señor ha resucitado y se ha aparecido a Simón!”» Parece muy natural que el primero de los hombres a quien Jesús debía aparecerse era a Pedro, como atestiguan los cuatro evangelistas y San Pablo.
Notas
[1] Unos 180 metros.
San Agustín De conc. evang. lib. 3, cap. 25 y De quaest evang. 2, 51
13b. «… a un pueblo llamado Emaús, que distaba sesenta estadios de Jerusalén» No tomemos como un absurdo la palabra ciudadela, puede llamarse una villa como la titula San Marcos. Después la describe diciendo: «Que distaba de Jerusalén sesenta estadios, y se llamaba Emaús» (De conc. evang.).
24. «Fueron también algunos de los nuestros al sepulcro y lo hallaron tal como las mujeres habían dicho, pero a él no le vieron.”» Cuando San Lucas dice que San Pedro corrió al sepulcro, a la vez que afirma que Cleofás dijo que fueron algunos de los discípulos, parece corroborar a San Juan que dice que dos fueron al sepulcro, pero antes mencionó sólo a San Pedro porque María le había anunciado primero este acontecimiento (De conc. evang.).
28. «Al acercarse al pueblo a donde iban, él hizo ademán de seguir adelante.»Ello no pertenece a la mentira, porque no todo lo que fingimos es mentira, sino que, cuando fingimos lo que nada significa, entonces es cuando mentimos. Pero cuando nuestra ficción tiene algún objeto no es mentira, sino que lleva un viso de verdad, de otro modo todo lo que han dicho los sabios y los santos varones, y aun el mismo Dios, en sentido figurado, lo consideraríamos como mentira, porque según se cree generalmente, la verdad no consiste en tales expresiones. Como las palabras, también las obras se figuran sin mentira, para significar alguna cosa (De quaest evang.).
29.31a «Pero ellos le forzaron diciéndole: «Quédate con nosotros, porque atardece y el día ya ha declinado.» Y entró a quedarse con ellos… Entonces se les abrieron los ojos y le reconocieron…» Que el Señor haya hecho ademán de ir más lejos cuando acompañaba a sus discípulos, explicando las Sagradas Escrituras a quienes ignoraban que fuese El mismo, significa que ha inculcado a los hombres el poder acercarse a su conocimiento a través de la hospitalidad; para que cuando El mismo se haya alejado de los hombres -al cielo- sin embargo, se quede con aquellos que se muestran como sus servidores. Aquel que una vez instruido en la doctrina participa de todos los bienes con el que lo catequiza, detiene a Jesús para que no vaya más lejos. He aquí, por qué estos fueron catequizados por la palabra, cuando Jesucristo les expuso las Escrituras. Y como honraron con la hospitalidad a Aquel que no conocieron en la exposición de las Escrituras, lo conocieron en el modo de partir el Pan. No son buenos delante de Dios los que oyen su palabra, sino los que obran según ella (Rom 2,13) (De quaest evang.).
«Entonces se les abrieron los ojos y le reconocieron…» No estaban, sin embargo, tan ciegos, que no vieran algo, pero había algún obstáculo que les impedía conocer lo que veían (lo que suele llamarse niebla, o algún otro obstáculo). No porque Dios no podía transformar su carne y aparecer diferente de como lo habían visto en otras ocasiones, ya que también se transformó en el Tabor antes de su pasión, de tal modo que su rostro brillaba como el sol. Pero ahora no sucede así, pues no recibimos este impedimento inconvenientemente, sino que el que Satanás haya impedido a sus ojos el reconocer a Jesús, también ha sido permitido por Cristo. Hasta que llegó al misterio del Pan, dando a conocer que cuando se participa de su Cuerpo desaparece el obstáculo que opone el enemigo para que no se pueda conocer a Jesucristo (De conc. evang.).
33-34. «Y, levantándose al momento, se volvieron a Jerusalén …» Ya corría la voz de que Jesús había resucitado, y era proclamado por las mujeres y Pedro, a quien se había aparecido. Por lo tanto, estos dos encontraron a los de Jerusalén hablando de lo mismo cuando vinieron a comunicarles sus experiencias. Sigue pues: «… y encontraron reunidos a los Once y a los que estaban con ellos, que decían: “¡Es verdad! ¡El Señor ha resucitado y se ha aparecido a Simón!”» (De conc. evang.).
35. «Ellos, por su parte, contaron lo que había pasado en el camino y cómo le habían conocido en la fracción del pan.» San Marcos dice: «Lo anunciaron a los demás, aunque no les creyeron» (Mc 16,13), cuando San Lucas dice que ya estaban diciendo que verdaderamente había resucitado el Señor, no indica otra cosa sino que había allí algunos que no querían creer (De conc. evang.).
San Gregorio in Evang. hom. 3.22-23
16. «… pero sus ojos estaban retenidos para que no le conocieran.» No se les manifiesta de modo que puedan conocerle y en ello obra con suma prudencia, haciéndolo así respecto de los ojos del cuerpo, a la vez que les abría los ojos interiores del corazón, a pesar de que ellos le amaban interiormente, pero dudaban. Presentándose entre ellos les dio a conocer que hablaban de El mismo pero como aún dudaban sobre si conocerle, les ocultó su aspecto.
17-18. Pero les dirigió palabras interesantes, porque sigue: «El les dijo: “¿De qué discutís entre vosotros mientras vais andando?» Ellos se pararon con aire entristecido.» Conversaban entre sí como si ya desconfiasen de que el Salvador podría vivir, lamentándose de su muerte. Por ello sigue: «Uno de ellos llamado Cleofás le respondió: “¿Eres tú el único residente en Jerusalén que no sabe las cosas que estos días han pasado en ella?”»
28. «Al acercarse al pueblo a donde iban, él hizo ademán de seguir adelante.»Como todavía era peregrino en sus corazones por la fe, fingió que iba más lejos. Fingir decimos que es componer, por esto a los que hacen obras de barro los llamamos alfareros [1]. La verdad sencilla nada hace con doblez, sino que se les presentó como cuerpo como lo tenían en la inteligencia. Pero no podía ser extraños a la caridad estos que marchaban con la caridad, así que lo invitan a su hospedería. Por esto sigue: «Mas lo detuvieron por fuerza». De lo que deducimos que no sólo debemos ofrecer hospitalidad a los peregrinos, sino que debemos obligarles.
29-31a. Aquí se ve cómo Jesucristo es recibido por los suyos, y cómo honra por sí mismo a los que le invitan. Prosigue: «… Y entró a quedarse con ellos.» Le ponen la mesa, le ofrecen alimentos y conocen en el modo de partir el pan al que no habían conocido por la explicación de las Escrituras. Prosigue: «… cuando se puso a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo iba dando. Entonces se les abrieron los ojos y le reconocieron. Entonces se les abrieron los ojos y le reconocieron…»Todo el que quiere entender lo que oye, apresúrese a practicar lo que ya puede comprender. El Señor no fue conocido mientras habló, pero se dejó conocer cuando fue alimentado.
32. «Se dijeron uno a otro: “¿No estaba ardiendo nuestro corazón dentro de nosotros cuando nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras”»El alma se enardece al oír la palabra divina, desaparece el hielo de la pereza y el espíritu se eleva al deseo y a la ansiedad de las cosas del cielo. Conviene, pues, oír las divinas enseñanzas, y lo que es enseñado por medio de la ley, como si se inflamase por una porción de antorchas (in homil. Pentec.).
Notas
[1] En Latín figulus (alfarero) viene del verbo fingo que significa fingir o componer.
Griego
20. A continuación expresan la causa de su tristeza: la entrega y la pasión del Salvador, cuando sigue: «Y cómo le entregaron». En seguida aparece el lamento de los que desesperan: «cómo nuestros sumos sacerdotes y magistrados le condenaron a muerte y le crucificaron.» Dijo esperábamos, no esperamos, como si la muerte del Salvador se pareciese en algo a la de los demás.
22-24. También hacen mención de lo que habían oído a las mujeres acerca de la resurrección, cuando dicen: «El caso es que algunas mujeres de las nuestras nos han sobresaltado, porque fueron de madrugada al sepulcro, y, al no hallar su cuerpo, vinieron diciendo que hasta habían visto una aparición de ángeles, que decían que él vivía.»En verdad dicen esto como no creyendo, porque dicen que fueron asustados, es decir, que estaban desconcertados. Pues no consideraban como verdadero el relato o lo referido a la presencia del ángel, sino que su estupor y turbación nacían de ello. No admitían, sin embargo, lo que San Pedro les había dicho sobre el particular, porque no decía que había visto al Señor, sino que deducía su resurrección porque su cuerpo no estaba en el sepulcro. Por esto sigue: «Fueron también algunos de los nuestros al sepulcro y lo hallaron tal como las mujeres habían dicho, pero a él no le vieron.”»
28. Como dijo el evangelista: «Los ojos de ellos estaban detenidos, para que no le conociesen». El Señor tuvo sujetos sus sentidos en su misma presencia hasta el momento en que iluminase sus corazones por medio de la fe. Por esto sigue: «Al acercarse al pueblo a donde iban, él hizo ademán de seguir adelante.»
San Juan Crisóstomo
27. El Señor probó a continuación que todo esto no sucedió de un modo eventual, sino como realización de lo que ya tenía planificado. Por esto sigue: «Y, empezando por Moisés y continuando por todos los profetas, les explicó lo que había sobre él en todas las Escrituras.», como diciendo: a pesar de que sois tardos, yo os volveré prontos explicándoos los misterios de las Sagradas Escrituras. Porque el sacrificio de Abraham, cuando sacrificó el cordero -después de dejar a Isaac- prefiguró todo esto, pero también en las demás Escrituras proféticas se encuentran distribuidos los misterios de la pasión y resurrección del Señor.
31a. «Entonces se les abrieron los ojos y le reconocieron…» Esto se dice, no de los ojos materiales, sino de los del espíritu (Cat. graec. Patr).
34-35. «Decían: “¡Es verdad! ¡El Señor ha resucitado y se ha aparecido a Simón!”» No se aparecía a todos del mismo modo cuando sembraba la semilla de la fe, porque el primero que lo vio y se cercioró, lo refería a los demás; después, continuando con el uso de la palabra, disponía el ánimo de quien le oía para que viese. Por esto se apareció primero al más digno y fiel de todos. Convenía, pues, que el alma fiel que lo había visto primero, no se turbase con aquella visión inesperada, por esto lo vio Pedro antes que los demás porque el primero que le había confesado como el Cristo era el primero que había merecido verle después de la resurrección. Del mismo modo, porque le había negado quiso aparecérsele primero para que no desesperase. Después de San Pedro se apareció a los demás, unas veces a muchos, otras veces a pocos, como dicen los dos discípulos. Prosigue: ««Ellos, por su parte, contaron lo que había pasado en el camino y cómo le habían conocido en la fracción del pan.»
Otros padres
13a. «Aquel mismo día iban dos de ellos…» El Señor también se había manifestado a dos de sus discípulos, aparte, en la misma tarde: a Amaón y a Cleofás (San Ambrosio).
26. «¿No era necesario que el Cristo padeciera eso y entrara así en su gloria?”» Aun cuando convenía que el Cristo padeciese, los que le crucificaron merecían castigo porque no se proponían realizar lo que Dios tenía dispuesto, por ello su acción fue impía. Pero Dios convirtió su iniquidad en remedio general de los hombres, como se emplea la carne de las víboras en curar a los envenenados (San Isidoro).
Y no sólo le obligan con obras, sino también con palabras. Sigue, pues: «Diciéndole: ‘Quédate con nosotros, porque es tarde, y está ya inclinado el día'», esto es, al ocaso (Glosa).
32. «Se dijeron uno a otro: “¿No estaba ardiendo nuestro corazón dentro de nosotros cuando nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras”» En esto dan a conocer que los sermones pronunciados por el Salvador, encienden los corazones de los que los oyen en el fuego del amor divino (Orígenes).
Uso litúrgico de este texto (Homilías)
- III Domingo de Pascua (A)
- I Domingo de Pascua (Misa Vespertina)
- Miércoles de la Octava de Pascua
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