Mc 10, 28-31: Lo hemos dejado todo y te hemos seguido
/ 4 marzo, 2014 / San MarcosEl Texto (Mc 10, 28-31)
28 Pedro se puso a decirle: «Ya lo ves, nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido.» 29 Jesús dijo: «Yo os aseguro: nadie que haya dejado casa, hermanos, hermanas, madre, padre, hijos o hacienda por mí y por el Evangelio, 30 quedará sin recibir el ciento por uno: ahora al presente, casas, hermanos, hermanas, madres, hijos y hacienda, con persecuciones; y en el mundo venidero, vida eterna. 31 Pero muchos primeros serán últimos y los últimos, primeros.»
Catena Aurea: comentarios de los Padres de la Iglesia por versículos
Teofilacto
Aunque es poco a lo que Pedro renuncia, lo llama todo, porque basta lo poco para sujetar con los lazos de la pasión. Por tanto, dichoso el que renuncia a lo poco.
Beda, in Marcum, 3, 40
Y porque no basta abandonarlo -añade- lo que falta para la perfección: «Y te hemos seguido», que es como si dijera: Hemos hecho lo que nos has mandado: ¿qué premio nos darás, pues? Pero aunque Pedro solo es el que habla, el Señor responde en general. «A lo que Jesús, respondiendo, dijo: Pues yo os aseguro que nadie hay», etc. Pero no quiere decir con esto que abandonemos a nuestros padres, dejándolos sin auxilio, ni que nos separemos de nuestras mujeres, sino que prefiramos el honor de Dios a todo lo que es perecedero.
A causa de haber dicho que recibirá el ciento por uno en esta vida, han imaginado algunos la fábula judía de los mil años concedidos a los justos después de la resurrección, cuando por los sacrificios que han hecho por Dios se les ha de dar múltiple recompensa y además la vida eterna. Pero no ven que, aunque esta promesa sea digna, tiene algo de vergonzoso por lo que toca a las mujeres, tanto más, cuanto que el Evangelio nos asegura que en la resurrección no habrá matrimonio y que la recompensa concedida por los sacrificios hechos, irá acompañada de persecuciones, las que no existirán, según ellos, en estos mil años.
Puede entenderse en sentido más elevado aquél «recibirá el cien doblado». El número cien, que se expresa pasando de izquierda a derecha, se significa por la inflexión de los dedos que en la mano izquierda representa el número diez, aunque sea mucha la diferencia que hay entre diez y ciento. Por eso todos los que han despreciado los bienes temporales por el reino de Dios, gozan con su fe llena de certidumbre la alegría de este reino, y esperando la patria celestial, que se significa en la mano derecha, gozan de la dicha de los elegidos. Pero porque hay muchos que no terminan el estudio de la virtud con la piadosa intención con que lo empezaron, dice a continuación: «Pero muchos de los que en la tierra habrán sido los primeros, serán allí los últimos y muchos de los que habrán sido los últimos serán los primeros».
Todos los días vemos que muchas personas profanas sobresalen notablemente por los méritos de su vida, en tanto que otros, entregados con todo fervor al espíritu desde niños, caen al fin en el abandono y, después de haber empezado por el espíritu, perezosos y necios concluyen por la carne.
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 64, 1
Me parece que de este modo quiso anunciar con palabras encubiertas las persecuciones futuras, porque había de suceder que muchos padres indujesen a sus hijos a la impiedad y muchas mujeres a sus maridos. No hay diferencia entre por mi nombre o por el Evangelio, como dice San Marcos, y, como dice San Lucas, por el reino de Dios ( Lc 18,29), porque el nombre de Cristo es la virtud del Evangelio y del reino de Dios. Se recibe el Evangelio en nombre de Jesucristo, y por él sigue y llega el reino de Dios.
Pseudo-Crisóstomo Cat. in Marc. Oxon
Esta recompensa es ciertamente centuplicada según la comunicación y no según la posesión, porque la realizó el Señor, no materialmente, sino de cierto modo diferente.
San Jerónimo
Porque la mujer cuida en la casa de la comida y el vestido del marido. Vemos que a los mismos apóstoles, a quienes muchas mujeres servían y se ocupaban de su comida y vestidos ( 1Cor 9). Del mismo modo tuvieron muchos padres y madres, es decir, muchos que los amaban. Pero Pedro, abandonando su casa, tuvo después las de todos los discípulos. Y lo que es más, si los santos sufren angustias y persecuciones, poseerán en ellas todo lo ofrecido. Por eso dice: «Pero muchos de los que en la tierra habrán sido los primeros serán allí los últimos, y muchos de los que habrán sido los últimos serán los primeros». Los fariseos eran los primeros y se han hecho los últimos. Los que lo dejaron todo y siguieron a Cristo, fueron los últimos para el mundo por sus angustias y persecuciones, pero serán los primeros por la esperanza que han puesto en Dios.
Homilías, comentarios, meditaciones desde la Tradición de la Iglesia
San Francisco de Sales, Introducción a la vida devota, III parte, c. 15
«El ciento por uno en esta vida» (Mc 10,30)
Los bienes que tenemos no son nuestros. Dios nos los ha dado y quiere que los hagamos útiles y fructuosos… Despréndete siempre de alguna parte de tus haberes, dándolos de corazón a los pobres; porque dar de lo que se posee es empobrecerse algún tanto, y, cuanto más des, más pobre serás. Es cierto que Dios te lo devolverá, no sólo en el otro mundo, sino también en éste, porque nada ayuda tanto a prosperar como la limosna; siempre serás pobre de ello. ¡Oh! ¡Santa y rica pobreza la que nace de la limosna!
Ama a los pobres y a la pobreza, porque, mediante este amor, llegarás a ser verdaderamente pobre, porque, como dice la Escritura, nosotros nos volvemos como las cosas que amamos. El amor hace iguales a los amantes. ¿Quién es débil – dice San Pablo-, que yo no lo sea con él?» Y hubiera podido decir: «Quién es pobre, que yo no lo sea con él?» porque el amor le hacía ser como aquellos a quienes amaba. Si, pues, amas a los pobres, serás verdaderamente amante de su pobreza, y pobre como ellos. Ahora bien, si amas a los pobres, has de andar con frecuencia entre ellos; complácete en hablarles; no te desdeñes de que se acerquen a ti en las iglesias, en las calles y en todas partes. Seas con ellos pobre de palabra, hablándoles como una amiga, pero seas rica de manos, dándoles de tus bienes, ya que eres poseedora de riquezas.
¿Quieres hacer más…? No te contentes con ser pobre con los pobres, sino procura ser más pobre que los pobres, ¿De qué manera? «El siervo es menos que su señor». Hazte, pues, sierva de los pobres. Sírveles… con tus propias manos… a costa tuya. Este servicio es más glorioso que una realeza.
Beata Teresa de Calcuta, El amor más grande, p. 40
«Lo hemos dejado todo y te hemos seguido.» (Mc 10,28)
Las riquezas, tanto las materiales como las espirituales, pueden ahogarnos si no las usamos bien. Porque ni siquiera Dios puede poner algo en un corazón que ya está lleno. Un día surge el deseo de tener dinero y todas las cosas que éste puede proporcionar, las cosas superfluas, lujos en la comida, exquisiteces en el vestir. Las necesidades aumentan porque una cosa lleva a la otra, y la consecuencia es una insatisfacción incontrolable. Conservémonos todo lo vacíos que podamos para que Dios pueda llenarnos.
Nuestro Dios nos da el ejemplo: desde el primer día de su existencia humana se crío en una pobreza que ningún ser humano podrá experimentar jamás, porque “Siendo rico se hizo pobre” (2 Co 8,9). Siendo rico se vació a sí mismo. En esto es donde está la contradicción. Si deseo ser pobre como Cristo, que se hizo pobre aun cuando era rico, yo debo hacer lo mismo. Sería vergonzoso ser más ricos que Jesús, quien soportó la pobreza para nuestro bien.
En la cruz Cristo no tenía nada. La cruz se la dio Pilatos; los clavos y la corona, los soldados. Estaba desnudo. Cuando murió le quitaron la cruz, los clavos y la corona. Lo envolvieron en un trozo de lienzo donado por un alma caritativa y lo enterraron en una tumba que no le pertenecía. Aunque podría haber muerto como un rey e incluso haberse librado de la muerte, eligió la pobreza porque sabía que ése era el auténtico camino para poseer a Dios y para traer su amor a la tierra.
Benedicto XVI, papa
Discurso, 16-04-2008
Para una sociedad rica, un nuevo obstáculo para un encuentro con el Dios vivo está en la sutil influencia del materialismo, que por desgracia puede centrar muy fácilmente la atención sobre el “cien veces más” prometido por Dios en esta vida, a cambio de la vida eterna que promete para el futuro (Mc 10,30). Las personas necesitan hoy ser llamadas de nuevo al objetivo último de su existencia. Necesitan reconocer que en su interior hay una profunda sed de Dios. Necesitan tener la oportunidad de enriquecerse del pozo de su amor infinito. Es fácil ser atraídas por las posibilidades casi ilimitadas que la ciencia y la técnica nos ofrecen; es fácil cometer el error de creer que se puede conseguir con nuestros propios esfuerzos saciar las necesidades más profundas. Ésta es una ilusión. Sin Dios, el cual nos da lo que nosotros por sí solos no podemos alcanzar (cf. Spe salvi, 31), nuestras vidas están realmente vacías. Las personas necesitan ser llamadas continuamente a cultivar una relación con Cristo, que ha venido para que tuviéramos la vida en abundancia (cf. Jn 10,10). La meta de toda nuestra actividad pastoral y catequética, el objeto de nuestra predicación, el centro mismo de nuestro ministerio sacramental ha de ser ayudar a las personas a establecer y alimentar semejante relación vital con “Jesucristo nuestra esperanza” (1 Tm 1,1).
Juan Pablo II, papa
Catequesis, Audiencia general, 11-01-1995
Jesús establece una relación muy estrecha entre la misión que confía a sus Apóstoles y la exigencia que les impone de abandonarlo todo para seguirlo: sus actividades profanas y sus bienes (ta ídia), como se lee en Lc 18, 28. Pedro es consciente de ello; por eso, declara a Jesús también en nombre de los demás Apóstoles: «Ya lo ves, nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido» (Mc 10, 28; cf. Mt 19, 27).
Lo que Jesús exige a sus Apóstoles, lo pide también a los que, en las diversas épocas de la historia de la Iglesia, aceptarán seguirlo en el apostolado por el sendero de los consejos evangélicos: la entrega de toda la persona y de todas las fuerzas para el desarrollo del reino de Dios sobre la tierra, desarrollo que compete principalmente a la Iglesia. Es preciso decir que, de acuerdo con la tradición cristiana, la vocación nunca tiene como fin exclusivo la santificación personal. Más aún, una santificación exclusivamente personal no sería auténtica, porque Cristo ha unido de forma muy íntima la santidad y la caridad. Así pues, los que tienden a la santidad personal lo deben hacer en el marco de un compromiso de servicio a la vida y a la santidad de la Iglesia. Incluso la vida puramente contemplativa, como hemos visto en una catequesis anterior, conlleva esta orientación eclesial.
De aquí brota, según el Concilio, la tarea y el deber de los religiosos de «trabajar […] para que el reino de Cristo se asiente y consolide en las almas y para dilatarlo por todo el mundo» (Lumen gentium, 44). En la gran variedad de los servicios que la Iglesia debe prestar, hay lugar para todos: y cada consagrado puede y debe poner todas sus fuerzas al servicio de la gran obra de la instauración y extensión del reino de Cristo en el mundo, según las capacidades y los carismas que ha recibido, en armonía constructiva con la misión de la propia familia religiosa.
Catequesis, Audiencia general, 17-07-1993
1. En los evangelios, cuando Jesús llamó a sus primeros Apóstoles para convertirlos en «pescadores de hombres» (Mt 4, 19; Mc 1, 17; cf. Lc 5, 10), ellos, «dejándolo todo, le siguieron» (Lc 5, 11; cf. Mt 4, 20.22; Mc 1, 18.20). Un día Pedro mismo recordó ese aspecto de la vocación apostólica, diciendo a Jesús: «Ya lo ves, nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido» (Mt 19, 27; Mc 10, 28; cf Lc 18, 28). Jesús, entonces, enumeró todas las renuncias necesarias, «por mí y por el Evangelio» (Mc 10, 29). No se trataba sólo de renunciar a ciertos bienes materiales, como la casa o la hacienda, sino también de separarse de las personas más queridas: «hermanos, hermanas, madre, padre e hijos» —como dicen Mateo y Marcos—, y de «mujer, hermanos, padres o hijos» —como dice Lucas (18, 29).
Observamos aquí la diversidad de las vocaciones. Jesús no exigía de todos sus discípulos la renuncia radical a la vida en familia, aunque les exigía a todos el primer lugar en su corazón cuando les decía: «El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; el que ama a su hijo o a su hija más que a mí no es digno de mí» (Mt 10, 37). La exigencia de renuncia efectiva es propia de la vida apostólica o de la vida de consagración especial. Al ser llamados por Jesús, «Santiago el de Zebedeo y su hermano Juan», no dejaron sólo la barca en la que estaban «arreglando sus redes», sino también a su padre, con quien se hallaban (Mt 4, 22; cf. Mc 1, 20).
Esta constatación nos ayuda a comprender mejor el porqué de la legislación eclesiástica acerca del celibato sacerdotal. En efecto, la Iglesia lo ha considerado y sigue considerándolo como parte integrante de la lógica de la consagración sacerdotal y de la consecuente pertenencia total a Cristo, con miras a la actuación consciente de su mandato de vida espiritual y de evangelización.
[…] 3. El ideal concreto de esa condición de vida consagrada es Jesús, modelo para todos, pero especialmente para los sacerdotes. Vivió célibe y, por ello, pudo dedicar todas sus fuerzas a la predicación del reino de Dios y al servicio de los hombres, con un corazón abierto a la humanidad entera, como fundador de una nueva generación espiritual. Su opción fue verdaderamente «por el reino de los cielos» (cf. Mt 19, 12).
Jesús, con su ejemplo, daba una orientación, que se ha seguido. Según los evangelios, parece que los Doce, destinados a ser los primeros en participar de su sacerdocio, renunciaron para seguirlo a vivir en familia. Los evangelios no hablan jamás de mujeres o de hijos cuando se refieren a los Doce, aunque nos hacen saber que Pedro, antes de que Jesús lo hubiera llamado, estaba casado (cf. Mt 8, 14; Mc 1, 30; Lc 4, 38).
4. Jesús no promulgó una ley, sino que propuso un ideal del celibato para el nuevo sacerdocio que instituía. Ese ideal se ha afirmado cada vez más en la Iglesia…
[…] Es una especie de desafío que la Iglesia lanza a la mentalidad, a las tendencias ya las seducciones de este siglo, con una voluntad cada vez más renovada de coherencia y de fidelidad al ideal evangélico. Para ello, aunque se admite que el Sumo Pontífice puede valorar y disponer lo que hay que hacer en algunos casos, el Sínodo reafirmó que en la Iglesia latina » «no se admite ni siquiera en casos particulares la ordenación presbiteral de hombres casados» (ib.). La Iglesia considera que la conciencia de consagración total madurada a lo largo de los siglos sigue teniendo razón de subsistir y de perfeccionarse cada vez más.
[…] Es necesario pedir la gracia de comprender el celibato sacerdotal, que sin duda alguna encierra cierto misterio: el de la exigencia de audacia y de confianza en la fidelidad absoluta a la persona y a la obra redentora de Cristo, con un radicalismo de renuncias que ante los ojos humanos puede parecer desconcertante. Jesús mismo, al sugerirlo, advierte que no todos pueden comprenderlo (cf. Mt 19, 10.12). «Bienaventurados los que reciben la gracia de comprenderlo y siguen fieles por ese camino!
Catequesis, Audiencia general, 28-10-1987
En Marcos hay una especificación posterior sobre el abandonar todas las cosas “por mí y por el Evangelio”, y sobre la recompensa: “El céntuplo ahora en este tiempo en casas, hermanos, hermanas, madre e hijos y campos, con persecuciones, y la vida eterna en el siglo venidero” (Mc 10, 29-30).
Dejando a un lado de momento el lenguaje figurado que usa Jesús, nos preguntamos: ¿Quién es ese que pide que lo sigan y que promete a quien lo haga darle muchos premios y hasta “la vida eterna”? ¿Puede un simple Hijo del hombre prometer tanto, y ser creído y seguido, y tener tanto atractivo no sólo para aquellos discípulos felices, sino para millares y millones de hombres en todos los siglos?
5. En realidad los discípulos recordaron bien a autoridad con que Jesús les había llamado a seguirlo sin dudar en pedirles una dedicación radical, expresada en términos que podían parecer paradójicos, como cuando decía que había venido a traer “no la paz, sino la espada”, es decir, a separar y dividir alas mismas familias para que lo siguieran, y luego afirmaba: “El que ama al padre o a la madre más que a mí, no es digno de mí; y el que ama al hijo o a la hija más que a mí, no es digno de mí; y el que no toma su cruz y sigue en pos de mí, no es digno de mí” (Mt 10, 37-38). Aún es más fuerte y casi dura la formulación de Lucas: “Si alguno viene a mí y no aborrece a (expresión del hebreo para decir: no se aparte de) su padre, su madre, su mujer, sus hermanos, sus hermanas y aún su propia vida, no puede ser mi discípulo” (Lc 14, 26).
Ante estas expresiones de Jesús no podemos dejar de reflexionar sobre lo excelsa y ardua que es la vocación cristiana. No cabe duda que las formas concretas de seguir a Cristo están graduadas por Él mismo según las condiciones, las posibilidades, las misiones, los carismas de las personas y de los grupos. Las palabras de Jesús, como Él dice, son “espíritu y vida” (cf. Jn6, 63), y no podemos pretender concretarlas de forma idéntica para todos. Pero según Santo Tomás de Aquino, la exigencia evangélica de renuncias heroicas como las de los consejos evangélicos de pobreza, castidad y renuncia de sí por seguir a Jesús —y podemos decir igual de la oblación de sí mismo en el martirio, antes que traicionar la fe y el seguimiento de Cristo— compromete a todos “secundum praeparationem animi” (cf. S. Th. II-II q. 184, a. 7, ad 1), o sea, según la disponibilidad del espíritu para cumplir lo que se le pide en cualquier momento que se le llame, y por lo tanto comportan para todos un desapego interior, una oblación, una autodonación a Cristo, sin las cuales no hay un verdadero espíritu evangélico.
6. Del mismo Evangelio podemos deducir que hay vocaciones particulares, que dependen de una elección de Cristo: como la de los Apóstoles y de muchos discípulos, que Marcos señala con bastante claridad cuando escribe: “Subió a un monte, y llamando a los que quiso, vinieron a Él, y designó a doce para que lo acompañaran…” (Mc 3, 13-14). El mismo Jesús, según Juan, dice a los Apóstoles en el discurso final: “No me habéis elegido vosotros a mí, sino yo os he elegido a vosotros…” (Jn 15, 16).
…Y nosotros nos preguntamos una vez más: ¿Quién es éste que llama con autoridad a seguirlo, predice odio, insultos y persecuciones de todo género (cf. Lc 6, 22), y promete “recompensa en los cielos”? Sólo un Hijo del hombre que tenía la conciencia de ser Hijo de Dios podía hablar así. En este sentido lo entendieron los Apóstoles y los discípulos, que nos transmitieron su revelación y su mensaje. En este sentido queremos entenderlo nosotros también, diciéndole de nuevo con el Apóstol Tomás: “Señor mío y Dios mío”.
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