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Homilías y comentarios bíblicos
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Mt 26, 14—27, 66 — Pasión de Nuestro Señor Jesucristo según san Mateo

/ 27 marzo, 2017 / San Mateo
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1 Texto Bíblico
2 Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
2.1 Cirilo de Alejandría
2.1.1 Sobre el libro del profeta Isaías: La pasión de Cristo y su preciosa cruz son seguridad y muro inaccesible para quien cree en él
2.2 Ambrosio de Milán
2.2.1 Sobre los Salmos: Carguemos con la cruz del Señor para que, crucificando nuestra carne, destruya el pecado
3 Uso Litúrgico de este texto (Homilías)

Texto Bíblico

14 Entonces uno de los Doce, llamado Judas Iscariote, fue a los sumos sacerdotes 15 y les propuso: «¿Qué estáis dispuestos a darme si os lo entrego?». Ellos se ajustaron con él en treinta monedas de plata. 16 Y desde entonces andaba buscando ocasión propicia para entregarlo.
17 El primer día de los Ácimos se acercaron los discípulos a Jesús y le preguntaron: «¿Dónde quieres que te preparemos la cena de Pascua?». 18 Él contestó: «Id a la ciudad, a casa de quien vosotros sabéis, y decidle: “El Maestro dice: mi hora está cerca; voy a celebrar la Pascua en tu casa con mis discípulos”». 19 Los discípulos cumplieron las instrucciones de Jesús y prepararon la Pascua.
20 Al atardecer se puso a la mesa con los Doce. 21 Mientras comían dijo: «En verdad os digo que uno de vosotros me va a entregar». 22 Ellos, muy entristecidos, se pusieron a preguntarle uno tras otro: «¿Soy yo acaso, Señor?». 23 Él respondió: «El que ha metido conmigo la mano en la fuente, ese me va a entregar. 24 El Hijo del hombre se va como está escrito de él; pero, ¡ay de aquel por quien el Hijo del hombre es entregado!, ¡más le valdría a ese hombre no haber nacido!». 25 Entonces preguntó Judas, el que lo iba a entregar: «¿Soy yo acaso, Maestro?». Él respondió: «Tú lo has dicho».
26 Mientras comían, Jesús tomó pan y, después de pronunciar la bendición, lo partió, lo dio a los discípulos y les dijo: «Tomad, comed: esto es mi cuerpo». 27 Después tomó el cáliz, pronunció la acción de gracias y dijo: «Bebed todos; 28 porque esta es mi sangre de la alianza, que es derramada por muchos para el perdón de los pecados. 29 Y os digo que desde ahora ya no beberé del fruto de la vid hasta el día que beba con vosotros el vino nuevo en el reino de mi Padre».
30 Después de cantar el himno salieron para el monte de los Olivos. 31 Entonces Jesús les dijo: «Esta noche os vais a escandalizar todos por mi causa, porque está escrito: “Heriré al pastor y se dispersarán las ovejas del rebaño”. 32 Pero cuando resucite, iré delante de vosotros a Galilea». 33 Pedro replicó: «Aunque todos caigan por tu causa, yo jamás caeré». 34 Jesús le dijo: «En verdad te digo que esta noche, antes de que el gallo cante, me negarás tres veces». 35 Pedro le replicó: «Aunque tenga que morir contigo, no te negaré». Y lo mismo decían los demás discípulos.
36 Entonces Jesús fue con ellos a un huerto, llamado Getsemaní, y dijo a los discípulos: «Sentaos aquí, mientras voy allá a orar». 37 Y llevándose a Pedro y a los dos hijos de Zebedeo, empezó a sentir tristeza y angustia. 38 Entonces les dijo: «Mi alma está triste hasta la muerte; quedaos aquí y velad conmigo». 39 Y adelantándose un poco cayó rostro en tierra y oraba diciendo: «Padre mío, si es posible, que pase de mí este cáliz. Pero no se haga como yo quiero, sino como quieres tú». 40 Y volvió a los discípulos y los encontró dormidos. Dijo a Pedro: «¿No habéis podido velar una hora conmigo? 41 Velad y orad para no caer en la tentación, pues el espíritu está pronto, pero la carne es débil». 42 De nuevo se apartó por segunda vez y oraba diciendo: «Padre mío, si este cáliz no puede pasar sin que yo lo beba, hágase tu voluntad». 43 Y viniendo otra vez, los encontró dormidos, porque sus ojos se cerraban de sueño. 44 Dejándolos de nuevo, por tercera vez oraba repitiendo las mismas palabras. 45 Volvió a los discípulos, los encontró dormidos y les dijo: «Ya podéis dormir y descansar. Mirad, está cerca la hora y el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los pecadores. 46 ¡Levantaos, vamos! Ya está cerca el que me entrega».
47 Todavía estaba hablando, cuando apareció Judas, uno de los Doce, acompañado de un tropel de gente, con espadas y palos, enviado por los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo. 48 El traidor les había dado esta contraseña: «Al que yo bese, ese es: prendedlo». 49 Después se acercó a Jesús y le dijo: «¡Salve, Maestro!». Y lo besó. 50 Pero Jesús le contestó: «Amigo, ¿a qué vienes?». Entonces se acercaron a Jesús y le echaron mano y lo prendieron. 51 Uno de los que estaban con él agarró la espada, la desenvainó y de un tajo le cortó la oreja al criado del sumo sacerdote. 52 Jesús le dijo: «Envaina la espada: que todos los que empuñan espada, a espada morirán. 53 ¿Piensas tú que no puedo acudir a mi Padre? Él me mandaría enseguida más de doce legiones de ángeles. 54 ¿Cómo se cumplirían entonces las Escrituras que dicen que esto tiene que pasar?». 55 Entonces dijo Jesús a la gente: «¿Habéis salido a prenderme con espadas y palos como si fuera un bandido? A diario me sentaba en el templo a enseñar y, sin embargo, no me prendisteis. 56 Pero todo esto ha sucedido para que se cumplieran las Escrituras de los profetas». En aquel momento todos los discípulos lo abandonaron y huyeron.
57 Los que prendieron a Jesús lo condujeron a casa de Caifás, el sumo sacerdote, donde se habían reunido los escribas y los ancianos. 58 Pedro lo seguía de lejos hasta el palacio del sumo sacerdote y, entrando dentro, se sentó con los criados para ver cómo terminaba aquello. 59 Los sumos sacerdotes y el Sanedrín en pleno buscaban un falso testimonio contra Jesús para condenarlo a muerte 60 y no lo encontraban, a pesar de los muchos falsos testigos que comparecían. Finalmente, comparecieron dos 61 que declararon: «Este ha dicho: “Puedo destruir el templo de Dios y reconstruirlo en tres días”». 62 El sumo sacerdote se puso en pie y le dijo: «¿No tienes nada que responder? ¿Qué son estos cargos que presentan contra ti?». 63 Pero Jesús callaba. Y el sumo sacerdote le dijo: «Te conjuro por el Dios vivo a que nos digas si tú eres el Mesías, el Hijo de Dios». 64 Jesús le respondió: «Tú lo has dicho. Más aún, yo os digo: desde ahora veréis al Hijo del hombre sentado a la derecha del Poder y que viene sobre las nubes del cielo». 65 Entonces el sumo sacerdote rasgó sus vestiduras diciendo: «Ha blasfemado. ¿Qué necesidad tenemos ya de testigos? Acabáis de oír la blasfemia. 66 ¿Qué decidís?». Y ellos contestaron: «Es reo de muerte».
67 Entonces le escupieron a la cara y lo abofetearon; otros lo golpearon 68 diciendo: «Haz de profeta, Mesías; dinos quién te ha pegado».
69 Pedro estaba sentado fuera en el patio y se le acercó una criada y le dijo: «También tú estabas con Jesús el Galileo». 70 Él lo negó delante de todos diciendo: «No sé qué quieres decir». 71 Y al salir al portal lo vio otra y dijo a los que estaban allí: «Este estaba con Jesús el Nazareno». 72 Otra vez negó él con juramento: «No conozco a ese hombre». 73 Poco después se acercaron los que estaban allí y dijeron a Pedro: «Seguro; tú también eres de ellos, tu acento te delata». 74 Entonces él se puso a echar maldiciones y a jurar diciendo: «No conozco a ese hombre». Y enseguida cantó un gallo. 75 Pedro se acordó de aquellas palabras de Jesús: «Antes de que cante el gallo me negarás tres veces». Y saliendo afuera, lloró amargamente.
1 Al hacerse de día, todos los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo se reunieron para preparar la condena a muerte de Jesús. 2 Y atándolo lo llevaron y lo entregaron a Pilato, el gobernador.
3 Entonces Judas, el traidor, viendo que lo habían condenado, se arrepintió y devolvió las treinta monedas de plata a los sumos sacerdotes y ancianos diciendo: «He pecado, 4 entregando sangre inocente». Pero ellos dijeron: «¿A nosotros qué? ¡Allá tú!». 5 Él, arrojando las monedas de plata en el templo, se marchó; y fue y se ahorcó. 6 Los sacerdotes, recogiendo las monedas de plata, dijeron: «No es lícito echarlas en el arca de las ofrendas porque son precio de sangre». 7 Y, después de discutirlo, compraron con ellas el Campo del Alfarero para cementerio de forasteros. 8 Por eso aquel campo se llama todavía «Campo de Sangre». 9 Así se cumplió lo dicho por medio del profeta Jeremías: «Y tomaron las treinta monedas de plata, el precio de uno que fue tasado, según la tasa de los hijos de Israel, 10 y pagaron con ellas el Campo del Alfarero, como me lo había ordenado el Señor».
11 Jesús fue llevado ante el gobernador, y el gobernador le preguntó: «¿Eres tú el rey de los judíos?». Jesús respondió: «Tú lo dices». 12 Y mientras lo acusaban los sumos sacerdotes y los ancianos no contestaba nada. 13 Entonces Pilato le preguntó: «¿No oyes cuántos cargos presentan contra ti?». 14 Como no contestaba a ninguna pregunta, el gobernador estaba muy extrañado. 15 Por la fiesta, el gobernador solía liberar un preso, el que la gente quisiera. 16 Tenía entonces un preso famoso, llamado Barrabás. 17 Cuando la gente acudió, dijo Pilato: «¿A quién queréis que os suelte, a Barrabás o a Jesús, a quien llaman el Mesías?». 18 Pues sabía que se lo habían entregado por envidia. 19 Y mientras estaba sentado en el tribunal, su mujer le mandó a decir: «No te metas con ese justo porque esta noche he sufrido mucho soñando con él». 20 Pero los sumos sacerdotes y los ancianos convencieron a la gente para que pidieran la libertad de Barrabás y la muerte de Jesús. 21 El gobernador preguntó: «¿A cuál de los dos queréis que os suelte?». Ellos dijeron: «A Barrabás». 22 Pilato les preguntó: «¿Y qué hago con Jesús, llamado el Mesías?». Contestaron todos: «Sea crucificado». 23 Pilato insistió: «Pues, ¿qué mal ha hecho?». Pero ellos gritaban más fuerte: «¡Sea crucificado!». 24 Al ver Pilato que todo era inútil y que, al contrario, se estaba formando un tumulto, tomó agua y se lavó las manos ante la gente, diciendo: «Soy inocente de esta sangre. ¡Allá vosotros!». 25 Todo el pueblo contestó: «¡Caiga su sangre sobre nosotros y sobre nuestros hijos!».
26 Entonces les soltó a Barrabás; y a Jesús, después de azotarlo, lo entregó para que lo crucificaran.
27 Entonces los soldados del gobernador se llevaron a Jesús al pretorio y reunieron alrededor de él a toda la cohorte: 28 lo desnudaron y le pusieron un manto de color púrpura 29 y trenzando una corona de espinas se la ciñeron a la cabeza y le pusieron una caña en la mano derecha. Y doblando ante él la rodilla, se burlaban de él diciendo: «¡Salve, rey de los judíos!». 30 Luego le escupían, le quitaban la caña y le golpeaban con ella la cabeza. 31 Y terminada la burla, le quitaron el manto, le pusieron su ropa y lo llevaron a crucificar.
32 Al salir, encontraron a un hombre de Cirene, llamado Simón, y lo forzaron a llevar su cruz. 33 Cuando llegaron al lugar llamado Gólgota (que quiere decir lugar de «la Calavera»), 34 le dieron a beber vino mezclado con hiel; él lo probó, pero no quiso beberlo. 35 Después de crucificarlo, se repartieron su ropa echándola a suertes 36 y luego se sentaron a custodiarlo. 37 Encima de la cabeza colocaron un letrero con la acusación: «Este es Jesús, el rey de los judíos». 38 Crucificaron con él a dos bandidos, uno a la derecha y otro a la izquierda. 39 Los que pasaban, lo injuriaban, y meneando la cabeza, 40 decían: «Tú que destruyes el templo y lo reconstruyes en tres días, sálvate a ti mismo; si eres Hijo de Dios, baja de la cruz». 41 Igualmente los sumos sacerdotes con los escribas y los ancianos se burlaban también diciendo: 42 «A otros ha salvado y él no se puede salvar. ¡Es el Rey de Israel!, que baje ahora de la cruz y le creeremos. 43 Confió en Dios, que lo libre si es que lo ama, pues dijo: “Soy Hijo de Dios”». 44 De la misma manera los bandidos que estaban crucificados con él lo insultaban.
45 Desde la hora sexta hasta la hora nona vinieron tinieblas sobre toda la tierra. 46 A la hora nona, Jesús gritó con voz potente: Elí, Elí, lemá sabaqtaní (es decir: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?»). 47 Al oírlo algunos de los que estaban allí dijeron: «Está llamando a Elías». 48 Enseguida uno de ellos fue corriendo, cogió una esponja empapada en vinagre y, sujetándola en una caña, le dio de beber. 49 Los demás decían: «Déjalo, a ver si viene Elías a salvarlo».
50 Jesús, gritando de nuevo con voz potente, exhaló el espíritu. 51 Entonces el velo del templo se rasgó en dos de arriba abajo; la tierra tembló, las rocas se resquebrajaron, 52 las tumbas se abrieron y muchos cuerpos de santos que habían muerto resucitaron 53 y, saliendo de las tumbas después que él resucitó, entraron en la ciudad santa y se aparecieron a muchos. 54 El centurión y sus hombres, que custodiaban a Jesús, al ver el terremoto y lo que pasaba, dijeron aterrorizados: «Verdaderamente este era Hijo de Dios».
55 Había allí muchas mujeres que miraban desde lejos, aquellas que habían seguido a Jesús desde Galilea para servirlo; 56 entre ellas, María la Magdalena y María, la madre de Santiago y José, y la madre de los hijos de Zebedeo.
57 Al anochecer llegó un hombre rico de Arimatea, llamado José, que era también discípulo de Jesús. 58 Este acudió a Pilato a pedirle el cuerpo de Jesús. Y Pilato mandó que se lo entregaran. 59 José, tomando el cuerpo de Jesús, lo envolvió en una sábana limpia, 60 lo puso en su sepulcro nuevo que se había excavado en la roca, rodó una piedra grande a la entrada del sepulcro y se marchó. 61 María la Magdalena y la otra María se quedaron allí sentadas enfrente del sepulcro. 62 A la mañana siguiente, pasado el día de la Preparación, acudieron en grupo los sumos sacerdotes y los fariseos a Pilato 63 y le dijeron: «Señor, nos hemos acordado de que aquel impostor estando en vida anunció: “A los tres días resucitaré”. 64 Por eso ordena que vigilen el sepulcro hasta el tercer día, no sea que vayan sus discípulos, se lleven el cuerpo y digan al pueblo: “Ha resucitado de entre los muertos”. La última impostura sería peor que la primera». 65 Pilato contestó: «Ahí tenéis la guardia: id vosotros y asegurad la vigilancia como sabéis». 66 Ellos aseguraron el sepulcro, sellando la piedra y colocando la guardia.

Sagrada Biblia, Versión oficial de la Conferencia Episcopal Española (2012)



Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia

Cirilo de Alejandría

Sobre el libro del profeta Isaías: La pasión de Cristo y su preciosa cruz son seguridad y muro inaccesible para quien cree en él

«La tierra y la roca se hendieron... y se abrieron los sepulcros» (Mt 27, 51-52)
Lib 4, or 4: PG 70, 1066-1067

PG

Cristo, a pesar de su naturaleza divina y siendo por derecho igual a Dios Padre, no hizo alarde de su categoría de Dios, sino que se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz. Realmente su pasión saludable abatió a los principados y triunfó sobre los dominadores del mundo y de este siglo, liberó a todos de la tiranía del diablo y nos recondujo a Dios. Sus cicatrices nos curaron y, cargado con nuestros pecados, subió al leño; y de este modo, mientras él muere, a nosotros se nos mantiene en la vida, y su pasión se ha convertido en nuestra seguridad y muro de defensa. El que nos ha rescatado de la condena de la ley, nos socorre cuando somos tentados. Y para consagrar al pueblo con su propia sangre, murió fuera de la ciudad.

Por eso, repito, la pasión de Cristo, su preciosa cruz y sus manos taladradas se traducen en seguridad, en muro inaccesible e indestructible para quienes creen en él. Por lo cual dice justamente: Mis ovejas escuchan mi voz y me siguen, y yo les doy la vida eterna. Y también: Nadie puede arrebatarlas de la mano de mi Padre. Y esto porque precisamente viven a la sombra del Omnipotente, protegidas por la ayuda divina como en una torre fortificada.

Desde el momento, pues, en que Dios Padre nos sostiene casi con sus manos, custodiándonos junto a él, sin permitir que seamos inducidos al mal o que sucumbamos a la malicia de los malvados, ni ser presa de la violencia diabólica, nada nos impide comprender que las murallas de Sión designadas por sus manos, signifiquen a los expertos en el arte espiritual que, poseídos por la gracia, se dan a conocer en el testimonio de la virtud.

En consecuencia, podríamos decir que las murallas de Sión construidas por Dios, son los santos apóstoles y evangelistas, aprobados por su propia palabra, que nunca se equivoca ni se devalúa. Sus nombres están escritos en el cielo y figuran en el libro de la vida. No hemos de maravillarnos si dice que los santos son los baluartes y las murallas de la Iglesia. Él mismo es el muro y el baluarte, como una fortaleza.

De igual modo que él es la luz verdadera y, no obstante, dice que ellos son la luz del mundo, así también, siendo él el muro y la seguridad de quienes creen en él, confirió a sus santos esta estupenda dignidad de ser llamados murallas de la Iglesia.

Ambrosio de Milán

Sobre los Salmos: Carguemos con la cruz del Señor para que, crucificando nuestra carne, destruya el pecado

«Después de azotarle, le crucificaron...» (cf. Mt 26, 26)
Sobre el Salmo 118. Homilía 15, 37-40: PL 15, 1423-1424

PL

Quien ama los preceptos del Señor, sujeta con clavos la propia carne, sabiendo que cuando su hombre viejo esté con Cristo crucificado en la cruz, destruirá la lujuria de la carne. Sujétala, pues, con clavos y habrás destruido los incentivos del pecado. Existe un clavo espiritual capaz de sujetar esa tu carne al patíbulo de la cruz del Señor. Que el temor del Señor y de sus juicios crucifique esta carne, reduciéndola a servidumbre. Porque si esta carne rechaza los clavos del temor del Señor, indudablemente tendrá que oír: Mi aliento no durará por siempre en el hombre, puesto que es carne. Por tanto, a menos que esta carne sea clavada a la cruz y se le sujete con los clavos del temor de nuestro Dios, el aliento de Dios no durará en el hombre.

Está clavado con estos clavos, quien muere con Cristo, para resucitar con él; está clavado con estos clavos, quien lleva en su cuerpo la muerte del Señor Jesús; está clavado con estos clavos, quien merece escuchar, dicho por Jesús: Grábame como un sello en tu brazo, como un sello en tu corazón, porque es fuerte el amor como la muerte, es cruel la pasión como el abismo. Graba, pues, en tu pecho y en tu corazón este sello del Crucificado, grábalo en tu brazo, para que tus obras estén muertas al pecado.

No te escandalice la dureza de los clavos, pues es la dureza de la caridad; ni te espante el poderoso rigor de los clavos, porque también el amor es fuerte como la muerte. El amor, en efecto, da muerte a la culpa y a todo pecado; el amor mata como una puñalada mortal. Finalmente, cuando amamos los preceptos del Señor, morimos a las acciones vergonzosas y al pecado.

La caridad es Dios, la caridad es la palabra de Dios, una palabra viva y eficaz, más tajante que espada de doble filo, penetrante hasta el punto donde se dividen alma y espíritu, coyunturas y tuétanos. Que nuestra alma y nuestra carne estén sujetas con estos clavos del amor, para que también ella pueda decir: Estoy enferma de amor. Pues también el amor tiene sus propios clavos, como tiene su espada con la que hiere al alma. ¡Dichoso el que mereciere ser herido por semejante espada!

Ofrezcámonos a recibir estas heridas, heridas por las que si alguno muriere, no sabrá lo que es la muerte. Tal es, en efecto, la muerte de los que seguían al Señor, de los cuales se dijo: Algunos de los aquí presentes no morirán sin antes haber visto llegar al Hijo del hombre con majestad. Con razón no temía Pedro esta muerte, no la temía aquel que se decía dispuesto a morir por Cristo, antes que abandonarlo o negarlo. Carguemos, pues, con la cruz del Señor para que, crucificando nuestra carne, destruya el pecado. Es el temor que crucifica la carne: El que no coge la cruz y me sigue, no es digno de mí. Es digno aquel que está poseído por el amor de Cristo, hasta el punto de crucificar el pecado de la carne. Este temor va seguido de la caridad que, sepultada con Cristo, no se separa de Cristo, muere en Cristo, es enterrada con Cristo, resucita con Cristo.





Uso Litúrgico de este texto (Homilías)

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