Martes XIII Tiempo Ordinario (Impar) – Homilías
/ 29 junio, 2021 / Evangelios, Tiempo OrdinarioLecturas
Aparte de las homilías, podrá ver comentarios de los padres de la Iglesia desglosados por versículos de aquellos textos que tengan enlaces disponibles.
Gn 19, 15-29: El Señor hizo llover sobre Sodoma y Gomorra azufre y fuego
Sal 25, 2-3. 9-10. 11-12: Tengo ante mis ojos, Señor, tu bondad
Mt 8, 23-27: Se puso en pie, increpó a los vientos y al lago y vino una gran calma
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
Manuel Garrido Bonaño
Año Litúrgico Patrístico
Semana X-XVIII del Tiempo Ordinario. , Vol. 5, Fundación Gratis Date, Pamplona, 2001
–Génesis 19,15-29: El Señor hizo llover sobre Sodoma y Gomorra azufre y fuego. El castigo de Dios se desencadena sobre las ciudades malditas. En el Evangelio se dice que quien rechace creer en su mensaje será juzgado con mayor dureza aún el día del juicio. Comenta San Agustín:
«Nada hay tan opuesto a la esperanza como mirar atrás, poner la confianza en las cosas que se deslizan y pasan. Por tanto, ha de ponerse en lo que todavía no se nos ha dado, pero que ha de dársenos en algún momento y jamás pasará. Sin embargo, cuando se precipitan sobre el mundo las tentaciones como una lluvia de azufre sobre Sodoma, hay que tener presente la experiencia de la mujer de Lot. Miró atrás y en aquel lugar quedó convertida en sal para sazonar a los prudentes con su ejemplo» (Sermón 105,7).
–Con el Salmo 25 decimos: «tengo ante mis ojos, Señor, tu bondad». La liberación de la familia de Lot hace pensar en lo que dice el salmo: «No arrebates mi alma con los pecadores... camino en la integridad». Quien contemporiza conscientemente con el mal, ya está resquebrajando su fe, al menos, en la pura lógica de los hechos; ya ha roto de algún modo esa opción absoluta por Dios, que exige la fe. De ahí que la fe tenga que mantenerse, reavivarse y fortalecerse continuamente por medio de la oración. Porque una fe con esas exigencias de integridad y perseverancia, ni puede adquirirse, ni puede conservarse viva y operante sin la ayuda de Dios.
El Señor nos purifica con su propia sangre y nos hace participar en su propia santidad e inocencia, nos asocia en su culto al Padre mediante la celebración eucarística. Una vez que hemos optado por Dios, por su Cristo, por su Iglesia, no podemos mirar atrás, hacia las cosas de este mundo que nos encadenan.
–Mateo 8,23-27: Increpó al viento y al lago y vino una gran calma. Al sosegar la tempestad muestra Jesús su poder sobre los elementos. San Juan Crisóstomo dice:
«Una vez, pues, que estalló la tormenta y se enfureciera el mar, los apóstoles despiertan al Señor... Mas el Señor los reprende a ellos antes que al mar. Porque esta tormenta la permitió Él para ejercitarlos y darles como un preludio de las pruebas que más tarde habían de sobrevenirles... De ahí el sueño de Cristo. Porque si la tempestad se hubiera desencadenado estando Él despierto, o no hubieran tenido miedo alguno, o no le hubieran rogado, o, tal vez, ni pensaran que tenía Él poder de hacer nada en aquel trance. De ahí el sueño del Señor, pues así daba tiempo a su acobardamiento y a que fuera más profunda la impresión de los hechos...
«Sin embargo, como era menester que también ellos, por personal experiencia, gozaran de los beneficios del Señor, permitió Él la tempestad, a fin de que al sentirse libres de ella, tuvieran también el más claro sentimiento de un beneficio suyo... ¿Qué hombre es éste, a quien obedecen los vientos y el mar? Cristo, empero, no les reprendió de que le llamaran hombre, sino que esperó a demostrarles por sus milagros que su opinión era equivocada. Ahora, ¿de dónde deducían ellos que fuera hombre? De su apariencia, de su sueño, de tenerse que servir de una barca... Porque el sueño y la apariencia externa mostraban que era hombre; pero el mar y la calma de la tormenta lo proclamaban Dios» (Homilía 28,1, sobre San Mateo).