Jn 13, 31-33.34-35: El Mandamiento nuevo
/ 11 abril, 2016 / San JuanTexto Bíblico
31 Cuando salió, dijo Jesús: «Ahora es glorificado el Hijo del hombre, y Dios es glorificado en él.32 Si Dios es glorificado en él, también Dios lo glorificará en sí mismo: pronto lo glorificará.33 Hijitos, me queda poco de estar con vosotros. Me buscaréis, pero lo que dije a los judíos os lo digo ahora a vosotros: «Donde yo voy no podéis venir vosotros».34 Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros; como yo os he amado, amaos también unos a otros.35 En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os amáis unos a otros».
Sagrada Biblia, Versión oficial de la Conferencia Episcopal Española (2012)
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
San Silvano del Monte Athos
Escritos: Amar o sufrir
«Como yo os he amado, amaos también unos a otros» (Jn 13,34)[Falta referencia]
¿Por qué sufre el hombre sobre la tierra? ¿Por qué soporta tantas penas y sufre tantos males? Sufrimos porque nos falta humildad. En un alma humilde vive el Espíritu Santo, ¡él le da la libertad, la paz, el amor y la felicidad!.
Sufrimos porque no amamos suficientemente a nuestro hermano. El Señor dice: «La señal por la que conocerán que sois discípulos míos, será que os amáis unos a otros» (Jn 13,35). Cuando amamos a nuestro hermano el amor de Dios viene a nosotros. El amor de Dios es de una gran dulzura; es un don del Espíritu, y no se le conoce plenamente si no es por el Espíritu Santo. Mas, hay un amor moderado, aquel que el hombre obtiene cuando se esfuerza en cumplir los mandamientos de Cristo, y temiendo ofender a Dios; y esto también está bien. Es necesario esforzarse cada día en el bien, con todas nuestras fuerzas, aprender la humildad de Cristo.
San Francisco de Sales, obispo
Conversaciones Espirituales: Amor y servicio
«Os doy un mandamiento nuevo, que os améis los unos a los otros como Yo os he amado» (Jn 13, 34)Sobre la cordialidad. VI, 64
Para demostrar que amamos al prójimo, tenemos que procurarle todo el bien que podamos, tanto para el alma como para el cuerpo, rezando por él y sirviéndole cordialmente cuando la ocasión se presente: porque amistad que sólo consiste en bellas palabras no es gran cosa, y eso no es amarse como nuestro Señor nos ha amado, ya que no se contentó con asegurarnos que nos amaba sino que fue más lejos, haciendo todo lo que hizo para demostrarnos su amor.
San Pablo, hablando de sus hijos tan queridos, decía: estoy dispuesto a dar mi vida por vosotros y a emplearme sin reserva para demostraros que os amo tiernamente.
Él quería decir: sí, estoy dispuesto a que hagan de mí cuanto quieran por y para vosotros. Así nos enseña que emplearse, es decir, dar la vida por el prójimo no es sino avenirse al gusto de los demás por ellos y para ellos; y esto lo aprendió de nuestro dulce Salvador sobre la cruz.
Este es el soberano grado de amor al prójimo al que los religiosos, las religiosas y nosotros, los consagrados al servicio de Dios [y todos los bautizados], estamos llamados.
Porque no basta ayudar al prójimo con lo que nos sobra; dice san Bernardo que tampoco basta el que nuestra persona tenga que sufrir por el prójimo, sino que hay que ir más allá, dejándole que nos mande y practicar la santa obediencia, y esto tanto como él quiera, sin resistirnos nunca.
Porque lo que hacemos por nuestra propia voluntad y elección, eso nos produce mucha satisfacción para nuestro amor propio; pero emplearse en lo que otros quieren y nosotros no, es el soberano grado de la abnegación.
Vale más sin comparación lo que se nos manda hacer que lo que hacemos por elección nuestra.
San Juan Crisóstomo, obispo
Sobre el Evangelio de san Juan: Excelencia de la Caridad
«En esto conocerán todos que sois discípulos míos» (Jn 13,35)Hom. 28
Y este es mi mandamiento, que os améis los unos a los otros como Yo os amé. ¿Ves la claridad de Dios entrelazada con la nuestra y como unificada y encadenada con ella? Por esta razón unas veces le llama dos mandamientos y otras veces uno: porque no es posible que quien tenga el uno, no tenga también el otro. En una ocasión dice: De aquí depende toda la ley y los Profetas (Mt. 22, 40); y en otra: Lo que quisiereis que os hagan a vosotros los hombres, hacédselo a ellos vosotros. Porque esta es la ley y los Profetas (Mt. 7, 12). Y además: Plenitud de la ley es la caridad (Rom. 13, 10); que es lo que también aquí dice. Porque si el permanecer depende de la caridad, y la caridad de la observancia de los mandamientos, y el mandamiento es que nos amemos los unos a los otros, el permanecer en Dios depende de la caridad mutua.
Y no sólo encarga el amor, sino que enseña también el modo: como Yo os amé. De nuevo hace ver que aquella su retirada (a la muerte) no procedía de odio, sino de amor: de suerte que por ella me debierais admirar más: pues por vosotros dejo mi vida (v. 13). Mas en ninguna parte les habla en estos términos, sino que arriba lo hace describiendo al buen pastor, y aquí exhortándolos y mostrándoles la grandeza del amor, y declarándoles quién era. ¿Y por qué siempre ensalza la caridad? Porque ella es el distintivo de los discípulos, ella la que da consistencia y enlace a la virtud. Por eso afirma esto mismo de ella San Pablo, a fuer de genuino discípulo de Cristo, y que la conocía por experiencia.
San Agustín, obispo
Sobre el Evangelio de san Juan: El mandamiento nuevo
«Os doy un mandamiento nuevo» (Jn 13,34)Tratado 65, 1-3: CCL 36, 490-492
El Señor Jesús pone de manifiesto que lo que da a sus discípulos es un nuevo mandamiento, que se amen unos a otros: Os doy —dice— un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros.
¿Pero acaso este mandamiento no se encontraba ya en la ley antigua, en la que estaba escrito: Amarás a tu prójimo como a ti mismo? ¿Por qué lo llama entonces nuevo el Señor, si está tan claro que era antiguo? ¿No será que es nuevo porque nos viste del hombre nuevo después de despojarnos del antiguo? Porque no es cualquier amor el que renueva al que oye, o mejor al que obedece, sino aquel a cuyo propósito añadió el Señor, para distinguirlo del amor puramente carnal: como yo os he amado.
Este es el amor que nos renueva, y nos hace ser hombres nuevos, herederos del nuevo Testamento, intérpretes de un cántico nuevo. Este amor, hermanos queridos, renovó ya a los antiguos justos, a los patriarcas y a los profetas, y luego a los bienaventurados apóstoles; ahora renueva a los gentiles, y hace de todo el género humano, extendido por el universo entero, un único pueblo nuevo, el cuerpo de la nueva esposa del Hijo de Dios, de la que se dice en el Cantar de los cantares: ¿Quién es esa que sube del desierto vestida de blanco? Sí, vestida de blanco, porque ha sido renovada; ¿y qué es lo que la ha renovado sino el mandamiento nuevo?
Porque, en la Iglesia, los miembros se preocupan unos de otros; y si padece uno de ellos, se compadecen todos los demás, y si uno de ellos se ve glorificado, todos los otros se congratulan. La Iglesia, en verdad, escucha y guarda estas palabras: Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros. No como se aman quienes viven en la corrupción de la carne, ni como se aman los hombres simplemente porque son hombres; sino como se quieren todos los que se tienen por dioses e hijos del Altísimo, y llegan a ser hermanos de su único Hijo, amándose unos a otros con aquel mismo amor con que él los amó, para conducirlos a todos a aquel fin que les satisfaga, donde su anhelo de bienes encuentre su saciedad. Porque no quedará ningún anhelo por saciar cuando Dios lo sea todo en todos.
Este amor nos lo otorga el mismo que dijo: Como yo os he amado, amaos también entre vosotros. Pues para esto nos amó precisamente, para que nos amemos los unos a los otros; y con su amor hizo posible que nos ligáramos estrechamente, y como miembros unidos por tan dulce vínculo, formemos el cuerpo de tan espléndida cabeza.
Joseph Ratzinger (Benedicto XVI)
Jesús de Nazaret II: ¿En qué consiste el mandamiento nuevo?
«En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os amáis unos a otros» (Jn 13,35)Capítulo III, 3
Retornemos al capítulo 13 del Evangelio de Juan. «Vosotros estáis limpios», dice Jesús a sus discípulos. El don de la pureza es un acto de Dios. El hombre por sí mismo no puede hacerse digno de Dios, por más que se someta a cualquier proceso de purificación. «Vosotros estáis limpios». En esta palabra maravillosamente simple de Jesús se expresa de manera prácticamente sintética lo sublime del misterio de Cristo. El Dios que desciende hacia nosotros nos hace puros. La pureza es un don.
Pero surge entonces una objeción. Pocos versículos después dice Jesús: «Pues si yo, el Maestro y el Señor, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros: os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis» (Jn 13,14s).Con esto, ¿no hemos llegado quizás, de hecho, a una concepción meramente moral del cristianismo?
En realidad, Rudolf Schnackenburg, por ejemplo, habla de dos interpretaciones que contrastan entre sí del lavatorio de los pies en el mismo capítulo 13: una primera, «teológicamente más profunda... entiende el lavatorio de los pies como un acontecimiento simbólico que indica la muerte de Jesús; la segunda es de carácter puramente paradigmático y se queda en el servicio de humildad de Jesús que representa el lavatorio de los pies» (Johannesevangelium, III, p. 7).
Schnackenburg sostiene que esta última interpretación sería una «creación de la redacción», sobre todo teniendo en cuenta que, según él, «la segunda interpretación parece ignorar la primera» (p. 12; cf. p. 28). Pero eso es una manera de pensar demasiado limitada, demasiado ceñida al esquema de nuestra lógica occidental. Para Juan, la entrega de Jesús y su acción continuada en sus discípulos van juntas.
Los Padres han resumido la diferencia de los dos aspectos, así como sus relaciones recíprocas, en las categorías de sacramentum y exemplum: con sacramentum no entienden aquí un determinado sacramento aislado, sino todo el misterio de Cristo en su conjunto —de su vida y de su muerte—, en el que Él se acerca a nosotros los hombres y entra en nosotros mediante su Espíritu y nos transforma. Pero, precisamente porque este sacramentum «purifica» verdaderamente al hombre, lo renueva desde dentro, se convierte también en la dinámica de una nueva existencia. La exigencia de hacer lo que Jesús hizo no es un apéndice moral al misterio y, menos aún, algo en contraste con él. Es una consecuencia de la dinámica intrínseca del don con el cual el Señor nos convierte en hombres nuevos y nos acoge en lo suyo.
Esta dinámica esencial del don, por la cual Él mismo obra en nosotros ahora y nuestro obrar se hace una sola cosa con el suyo, aparece de modo particularmente claro en estas palabras de Jesús: «El que cree en mí, también él hará las obras que yo hago, y aun mayores. Porque yo me voy al Padre» (Jn 14,12). Con ellas se expresa precisamente lo que se quiere decir en el lavatorio de los pies con las palabras «os he dado ejemplo». El obrar de Jesús se convierte en el nuestro, porque Él mismo es quien actúa en nosotros.
A partir de esto se entiende también el discurso sobre el «mandamiento nuevo» con el que, tras las palabras sobre la traición de Judas, Jesús vuelve a retomar la invitación a lavar los pies unos a otros, elevándolo a rango de principio (cf. 13,14s). ¿En qué consiste la novedad del mandamiento nuevo?
Puesto que, a fin de cuentas, aquí entra en juego la novedad del Nuevo Testamento y, por tanto, la cuestión sobre «la esencia del cristianismo», es muy importante escuchar con especial atención.
Se ha dicho que la novedad, más allá del mandamiento ya existente del amor al prójimo, se manifiesta en la expresión «amar como yo os he amado», es decir, en amar hasta estar dispuestos a sacrificar la propia vida por el otro. Si consistiera en esto la esencia y la totalidad del «mandamiento nuevo» entonces habría que definir el cristianismo como una especie de esfuerzo moral extremo. Así interpretan muchos también el Sermón de la Montaña. Respecto al antiguo camino de los Diez Mandamientos, que indicaría algo así como la senda normal para el hombre común, el cristianismo habría inaugurado con el Sermón de la Montaña el camino más elevado de una exigencia radical, en la cual se habría manifestado en la humanidad un grado superior de humanismo.
Pero, en realidad, ¿quién puede decir de sí mismo que se ha elevado por encima de la «mediocridad» del camino de los Diez Mandamientos, que los ha dejado atrás como algo que se da por descontado, por decirlo así, y que ahora camina por vías más elevadas en la «nueva Ley»? No, la verdadera novedad del mandamiento nuevo no puede consistir en la elevación de la exigencia moral. Lo esencial también en estas palabras no es precisamente la llamada a una exigencia suprema, sino al nuevo fundamento del ser que se nos ha dado. La novedad solamente puede venir del don de la comunión con Cristo, del vivir en Él.
De hecho, Agustín había comenzado su exposición del Sermón de la Montaña —su primer ciclo de homilías tras su ordenación sacerdotal— con la idea del ethos superior, de las normas más elevadas y más puras. Pero, en el transcurso de sus homilías, el centro de gravedad se va desplazando cada vez más. Tiene que admitir repetidamente que la antigua exigencia significaba ya una verdadera perfección. Y, en lugar de una pretendida exigencia superior, aparece cada vez más claramente la disposición del corazón (cf. De serm. Dom. in monte, I, 19, 59); el «corazón puro» (cf. Mt 5,8) se convierte progresivamente en el centro de la interpretación. Más de la mitad de todo el ciclo de homilías se desarrolla con la idea de fondo del corazón purificado. Así, sorprendentemente, puede verse la conexión con el lavatorio de los pies: sólo si nos dejamos lavar una y otra vez, si nos dejamos «purificar» por el Señor mismo, podemos aprender a hacer, junto con Él, lo que Él ha hecho.
La inserción de nuestro yo en el suyo —«vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí» (Ga2, 20)— es lo que verdaderamente cuenta. Por eso la segunda palabra clave que aparece frecuentemente en la interpretación que hace Agustín del Sermón de la Montaña es «misericordia». Debemos dejarnos sumergir en la misericordia del Señor; entonces también nuestro «corazón» encontrará el camino recto. El «mandamiento nuevo» no es simplemente una exigencia nueva y superior. Está unido a la novedad de Jesucristo, al sumergirse progresivamente en Él.
Siguiendo en esta línea, Tomás de Aquino pudo decir: «La nueva ley es la misma gracia del Espíritu Santo» (S. Theol., I-II, q. 106, a. 1), no una norma nueva, sino la nueva interioridad dada por el mismo Espíritu de Dios. Agustín pudo resumir al final esta experiencia espiritual de la verdadera novedad en el cristianismo en la famosa fórmula: «Da quod iubes et iube quod vis», «dame lo que mandas y manda lo que quieras» (Conf., X, 29, 40).
El don —el sacramentum— se convierte en exemplum, ejemplo que, sin embargo, sigue siendo don. Ser cristiano es ante todo un don, pero que luego se desarrolla en la dinámica del vivir y poner en práctica este don.
Santa Teresa de Calcuta, religiosa
Un Camino Simple: El amor no está lejos
«Amaos los unos a los otros, como yo os he amado» (Jn 15,12)Yo digo siempre que el amor comienza en la propia casa. Primero está vuestra familia, luego vuestra ciudad. Es fácil pretender amar a la gente que está muy lejos, pero mucho menos fácil, amar a los que conviven con nosotros muy estrechamente. Desconfío de los grandes proyectos impersonales, porque lo que cuenta realmente es cada persona. Para llegar a amar a alguien de verdad, uno se tiene que acercar de veras. Todo el mundo tiene necesidad de amor. Cada uno de nosotros necesita saber que significa algo para los demás y que tiene un valor inestimable a los ojos de Dios.
Cristo dijo: «Amaos los unos a los otros, como yo os he amado.» (Jn 15,12) También ha dicho: «...cuando lo hicisteis con uno de estos mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis.» (Mt 25,40) Amamos a Cristo en cada pobre, y cada ser humano en el mundo es pobre en algún aspecto. Dijo: «Tuve hambre, y me disteis de comer... estaba desnudo y me vestisteis.» (Mt 25,35) Siempre recuerdo a mis hermanas y a nuestros hermanos que nuestra jornada está hecha de veinticuatro horas con Jesús.
Isidro Gomá y Tomás
El Evangelio Explicado: Glorificación de Jesús
« Ahora es glorificado el Hijo del hombre, y Dios es glorificado en él» (Jn 13,31)pp. 497-500
Explicación. —
La salida de Judas de la presencia de Jesús y del Cenáculo, marca un profundo cambio en las palabras del Señor. Como si la presencia del malvado hubiese represado los grandes afectos del Corazón de Cristo en aquella hora suprema, después que le ha dado el bocado y le ha visto partir a su invitación: «Lo que has de hacer, hazlo pronto», como si se viese libre de una pesadilla, rompe Jesús a hablar con un exordio ex abrupto, en que habla de su glorificación y de la del Padre y da a sus queridos el mandato nuevo. La Glorificación de Jesús (31-33). — Y como hubo salido (Judas), dijo Jesús... La salida de Judas es la causa determinante del discurso que va a pronunciar. Ahora es glorificado el Hijo del hombre: el momento de la salida del traidor es como el comienzo de la pasión; y la pasión es la glorificación de Jesús: primero, porque en la misma pasión vióse Jesús glorificado por el Padre con estupendos prodigios; luego, porque la pasión era condición indispensable para que entrara en su gloria; y en tercer lugar, porque el levantamiento de la humanidad, su redención, santificación y glorificación, que son la gloria de Jesús, porque son premio de su triunfo, arranca, como de su causa eficiente y meritoria, principalmente de la pasión de Cristo. Como un general aguerrido que cuenta con la seguridad del triunfo, entra Jesús en la batalla con estas palabras: «Hoy voy a cubrirme de gloria».
La gloria del Hijo lo es también del Padre: Y Dios es glorificado en él: porque la pasión del Hijo hará resplandecer la santidad, la justicia, la misericordia de Dios, el inmenso amor que profesó a los hombres. A más, la pasión de Cristo es el comienzo del reino que vino a establecer en el mundo, porque es el triunfo sobre el infierno; y en el reino de Cristo es glorificado el Padre, porque es el mismo Reino de Dios: «Venga a nos el tu reino.» A cambio de esta gloria que el Padre recibe de Jesús, Jesús será glorificado por el Padre: Si Dios es glorificado en él, Dios también lo glorificará a él en sí mismo, haciéndole partícipe de su misma gloria al sentarle a su diestra en el cielo. Esto será pronto; y luego le glorificará: en la misma pasión, por los milagros que en ella obrará Dios, en la resurrección y ascensión, y, sobre todo, en el cielo, donde entrará triunfalmente dentro de poco tiempo.
Hijitos, sigue Jesús, como si con este diminutivo lleno de ternura quisiese amenguar la pena que va a producirles su pronta separación: Aún estoy un poco con vosotros: sólo unas horas me separan de la muerte. Después de ella, los discípulos desearán con ansia su presencia: Me buscaréis. Pero, como les dijo un día a los judíos, que le buscarían y no le hallarían (Jn. 7, 34; 8, 21), así se lo dice ahora a sus queridos: Y así como dije a los judíos: Adonde yo voy, vosotros no podéis venir: lo mismo digo ahora a vosotros: con la diferencia que a aquéllos se lo decía en señal de reprobación, por su protervia, y de una manera definitiva; mientras que los Apóstoles estarán sólo temporalmente separados de él, por las exigencias del apostolado. El Precepto Nuevo (34.35). — Si los discípulos no pueden ir todavía adonde va el Maestro, es que tienen que quedar aún en el mundo. Por ello necesitan una forma de vida. Jesús se la da con el precepto nuevo: Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis los unos a los otros. Ya en el antiguo Testamento se había prescrito la caridad fraterna (Lev. 19, 18); pero ahora se reitera el precepto en forma nueva, por cuanto los discípulos de Jesús deberán amarse según la medida con que El mismo nos amó: Así como yo os he amado; y deberán mutuamente profesarse el mismo amor desinteresado, eficaz y ordenado según Dios, que El nos tuvo: Para que vosotros os améis también recíprocamente.
Y añade la razón del precepto del amor fraterno: él debe ser como el signo y el símbolo que les distinga de todos los demás: En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis caridad entre vosotros. Los soldados de un rey se distinguen por las insignias del rey: y la insignia de Cristo es la Caridad. Lecciones morales
A) v. 31. — Ahora es glorificado el Hijo del hombre... — Llama Jesús a la pasión su glorificación, porque la cruz es el camino real de la gloria. Yerran de modo lamentable los que buscan la gloria eterna por otro camino que no sea el de la pasión. Como «convino que el Cristo padeciese para entrar en su gloria», según dijo él mismo a los discípulos de Emaús (Lc. 24, 26), así es preciso que padezcamos nosotros para entrar en la nuestra. Por ello es que los santos se gloriaban en las tribulaciones, como el Apóstol, y tenían ansias de sufrimientos, como Teresa de Jesús y Magdalena de Pazzis, porque sabían que ello, cuando se recibe y tolera por Cristo, es señal de predilección de Dios y prenda de gloria, tanto mayor cuanto más amargo sea el mar de tribulaciones con que Dios nos pruebe.
B) v. 31. — Y Dios es glorificado en él. — También, como los de Jesús, nuestros sufrimientos, tolerados por amor de Cristo, glorifican a Dios. ¿Qué es la bienaventuranza de tantos millones de hijos de Cristo, sino el fruto de sus sufrimientos? Y ¿qué es ello sino una glorificación inenarrable de Dios nuestro Señor? Porque más gloria dan a Dios los bienaventurados en el cielo que toda la inmensa máquina de la creación con su regulado concierto. El Apóstol veía en su Apocalipsis la gloria del cielo y oía como un rumor de muchas aguas (Ap. 14, 2 ss.; 19, 6 ss.): eran las voces de los elegidos que daban gloria y honor a Dios y a su Cordero. Ellos habían vencido en la sangre del mismo Cordero, es decir, incorporándose a la pasión de Cristo: de aquí su propia gloria; pero de aquí también la gloria de Dios, que la recibe mayor de un acto de sufrimiento por El, que de las gloriosas acciones de los hombres obradas sin pensar en El.
C) v. 33. — Hijitos, aún estoy un poco con vosotros. — Poco estará Jesús con los hombres en estado pasible y mortal. Después de su muerte, que será el día siguiente, ya no padecerá ni morirá más. Estará con los discípulos durante cuarenta días; pero en un estado ya sublimado, glorioso. Por esto, como si se gozara Jesús en aquellas pocas horas de vida mortal que le restan, deja que su Corazón se desborde en tiernísimas palabras y afectos a sus queridos. ¡Con qué vehemencia latiría el divino Corazón durante las últimas horas de su vida mortal! Obra de amor como era la de la redención del mundo, la entraña que es el símbolo y el refugio del amor, el corazón, se agitaría, avara del poco tiempo que le quedaba, para mejor consumar la obra que Dios le había confiado.
D) v. 34. — Que os améis los unos a los otros. — No como pudieran amarse unos hombres a otros, dice San Agustín, porque todo animal ama a su semejante; sino como deben amarse aquellos que son dioses e hijos del Altísimo: de manera que se consideren hermanos en su Hijo único, que es quien ha de llevarlos a su último fin. La razón del amor mutuo debe ser la caridad de Dios: esta caridad que ha derivado de Dios y que es como el aglutinante que debe reducirnos a todos a la unidad con él. Todo amor que se tenga a los hermanos fuera de este amor, ni es amor cristiano, ni tendrá eficacia para unirnos a todos en Dios.
E) v. 35. — En esto conocerán todos que sois mis discípulos... — Por esta señal conocían en la primera generación cristiana a los discípulos de Cristo: «La multitud de los creyentes eran un corazón y un alma» (Hch. 4, 32); ello era lo que admiraba a los gentiles, según Tertuliano: « ¡Mirad cómo se aman, y cómo están dispuestos a morir unos por otros!» La historia de la Iglesia atestigua que cuanto mayor ha sido la caridad fraterna, más profundo ha sido el sentido cristiano, más férvida la piedad, más garantizada la paz cristiana de los pueblos. Porque la caridad fraterna, dice el Crisóstomo, es la floración de la santidad, el indicio de la virtud verdadera.
Manuel de Tuya
Biblia Comentada: Comienzo de la despedida
«Ahora.. » (Jn 13,31)pp. 1220-1221
Con estas palabras, sólo interrumpidas por la situación en que Jn pone la predicción de Pedro, comienza el gran discurso de despedida. Como Jn no relata la institución de la Eucaristía, no se puede saber el momento histórico a que corresponden estas palabras. La salida de Judas significa la «glorificación» de Cristo y del Padre.
Glorificación del Hijo, porque va a dar comienzo en seguida su prisión y muerte, lo que es paso para su resurrección triunfal. Así decía a los de Emaús: « ¿No era necesario que el Mesías padeciese tales cosas y así entrase en su gloria?» (Lc 24,26). Frente a «glorificaciones» parciales que tuvo en vida con sus milagros (Jn 2,11; 1,14, etc.), con esta obra entra en su glorificación definitiva (Fil 2,8- 11). El ponerse la glorificación como un hecho pasado en aoristo (edoxásthe) es que, al estilo de usarse un presente por un futuro inminente, se considera tan inminente esta glorificación—»en seguida» (v.33e)—, que se da ya por hecha. Si no es debido a la redacción de Jn, que lo ve a la hora de los sucesos ya pasados.
Esta «glorificación» del Hijo aquí va a ser «en seguida», por lo que es el gran milagro de su resurrección. Va a ser obra que el Padre hace «en él», ¿Cómo? Caben dos interpretaciones:
1) la gloria de su resurrección descorrerá el velo de lo que él es, oculto en la humanidad; con lo que aparecerá «glorificado» ante todos. Así San Cirilo de Alejandría «en sí» mismo se referiría al Padre. Sería, pues, la glorificación al Hijo por su exaltación a la diestra del Padre, la que se acusaría en los milagros. Es lo que él pide en la «oración sacerdotal» (Jn 17,5.24).
2) Pero, si el Padre glorifica al Hijo, el Padre, a su vez, es glorificado en el Hijo. Pues El enseñó a los hombres el «mensaje» del Padre (Jn 17,4-6), y le dio la suprema gloria con el homenaje de su muerte; que era también el mérito para que todos los hombres conociesen y amasen al Padre.
Y con ello les anuncia, algún tanto veladamente, tan del gusto oriental, su muerte. Les vuelca el cariño con la forma con que se dirige a ellos: «Hijitos» (teknía). En arameo no existe este diminutivo en una sola palabra. Pero Cristo debió de poner tal afecto en ella, que se lo vierte por esta forma griega diminutiva.
El va a la muerte. Por eso estará un «poco» aún con ellos. Pero ellos no pueden «ir» ahora, Las apariciones de Cristo resucitado a los apóstoles fueron transitorias y excepcionales. Si la forma literaria en que él se refiere a lo mismo que dijo a los judíos es literariamente igual, conceptualmente es distinta. Ya que aquéllos lo buscaban para matarle, por lo que morirán en sus pecados (Jn 8,21), mientras que a los apóstoles va a «prepararles» un lugar en la casa de su Padre (Jn 14,2).
Y Cristo les deja no un consejo, sino un «mandamiento» y «nuevo»: el amor al prójimo. Acaso surge aquí evocado por las ambiciones de los apóstoles por los primeros puestos en el reino, lo que hizo que, con la «parábola en acción» del lavatorio de los pies, les enseñase la caridad.
Y este mandato de Cristo es «nuevo», porque no es el amor al simple y exclusivo prójimo judío, como era el amor en Israel, sino que es amor universal y basado en Dios: amor a los hombres «como yo (Cristo) os he amado». Y será al mismo tiempo una señal para que todos conozcan que «sois mis discípulos». ¡Los discípulos del Hijo de Dios! Pues, siendo tan arraigado el egoísmo humano, la caridad al prójimo hace ver que viene del cielo: que es don de Cristo. Y así la caridad cobra, en este intento de Cristo, un valor apologético. Tal sucedía entre los primeros cristianos jerosolimitanos, que «tenían un solo corazón y una sola alma» (Act 4,32). Tertuliano refiere que los paganos, maravillados ante esta caridad, decían:
«¡Ved cómo se aman entre sí y cómo están dispuestos a morir unos por otros!» Y Minucio Félix dice en su «Octavius», reflejando este ambiente que la caridad causaba en los gentiles: «Se aman aun antes de conocerse».