Mc 2, 1-12: Jesús en Galilea: curación de un paralítico
/ 17 enero, 2014 / San MarcosTexto Bíblico
1 Cuando a los pocos días volvió Jesús a Cafarnaún, se supo que estaba en casa. 2 Acudieron tantos que no quedaba sitio ni a la puerta. Y les proponía la palabra. 3 Y vinieron trayéndole un paralítico llevado entre cuatro 4 y, como no podían presentárselo por el gentío, levantaron la techumbre encima de donde él estaba, abrieron un boquete y descolgaron la camilla donde yacía el paralítico. 5 Viendo Jesús la fe que tenían, le dice al paralítico: «Hijo, tus pecados te son perdonados». 6 Unos escribas, que estaban allí sentados, pensaban para sus adentros: 7 «¿Por qué habla este así? Blasfema. ¿Quién puede perdonar pecados, sino solo uno, Dios?». 8 Jesús se dio cuenta enseguida de lo que pensaban y les dijo: «¿Por qué pensáis eso? 9 ¿Qué es más fácil, decir al paralítico: “Tus pecados te son perdonados”, o decir: “Levántate, coge la camilla y echa a andar”? 10 Pues, para que veáis que el Hijo del hombre tiene autoridad en la tierra para perdonar pecados —dice al paralítico—: 11 “Te digo: levántate, coge tu camilla y vete a tu casa”». 12 Se levantó, cogió inmediatamente la camilla y salió a la vista de todos. Se quedaron atónitos y daban gloria a Dios, diciendo: «Nunca hemos visto una cosa igual».
Sagrada Biblia, Versión oficial de la Conferencia Episcopal Española (2012)
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
Sobre los Salmos: Encontrar a Cristo en las Escrituras
«Levantaron la techumbre encima de donde él estaba y descolgaron la camilla donde yacía el paralítico» (Mc 2,4)Sobre el Salmo 36
A un hombre cuyas fuerzas interiores están debilitadas para todo bien ¿no le podemos levantar como al paralítico del evangelio y abrir el techo de las Escrituras para depositarlo a los pies del Señor?
Lo veis bien, un hombre así es un paralítico espiritual. Y yo veo este techo (las Escrituras) y sé que Cristo está escondido bajo este techo. Haré, pues, dentro de mis posibilidades otro tanto que hicieron los hombres del evangelio y que el Señor aprobaba: abro el techo de la casa y hago descender al paralítico a los pies del Señor. Él mismo dice al enfermo: «Hijo mío, ten ánimo, tus pecados te son perdonados»(cf Lc 5,24). Jesús cura a este hombre de su parálisis interior, le perdona sus pecados y lo confirma en su fe.
Pero había allí gente que no podían ver la curación de la parálisis interior. Acusaron de blasfema al médico que había efectuado la curación. «¿Quién es éste, que dice blasfemias? ¿Quién puede perdonar pecados sino sólo Dios?» (Lc 5, 21ss). Pero como este médico era Dios conocía los pensamientos de los hombres. Ellos creían que Dios tenía este poder pero no veían a Dios presente delante de ellos. Entonces, este médico actúa también sobre el cuerpo del paralítico para curar la parálisis interior de aquellos que sólo entendían este lenguaje exterior. Realizaba algo que ellos pudieran ver para creer también ellos.
¡Ánimo, pues, tú también tienes el corazón débil, tú que estás enfermo hasta el punto de ser incapaz de todo bien ante lo que pasa en el mundo! ¡Ánimo, tú que interiormente estás paralizado! Juntos abramos el techo de las Escrituras para bajar y colocarnos a los pies del Señor.
Homilía: El amor es hábil
«Viendo Jesús la fe de ellos» (Mc 2,5)Homilía Sobre el paralítico (fr).
Este paralítico tenía fe en Jesucristo. Lo prueba la manera como fue presentado a Jesucristo: lo bajaron abriendo el techo de la casa. Sabéis bien que los enfermos se encuentran, a menudo, en un estado de abatimiento, a veces tan grande y de tan mal humor, que a menudo los buenos servicios que se les prestan les encierran aún más en su cama. Pero este paralítico está contento que lo hayan sacado de su lecho y hecho objeto de un espectáculo público atravesando plazas y calles en su litera.
Este paralítico no tiene amor propio. La muchedumbre rodea la casa en la que está el Salvador, todos los lugares para entrar están cerrados, la puerta de entrada obstruida... ¡no importa! Lo harán pasar por el techo y él se alegra: ¡el amor es sumamente hábil, la caridad ingeniosa! «El que busca halla; al que llama se le abre la puerta» (Mt 7,8). Este enfermo podía haber dicho a sus amigos que lo llevan: «¿Pero, qué vais a hacer? ¿Por qué tanto trabajo? ¿Por qué tanta prisa? Esperemos a que la casa esté libre, que todos se hayan marchado. Entonces nos podremos presentar a Jesús a quien habrán dejado casi solo...» Pero no; el paralítico no piensa nada semejante; es una gran gloria para él tener tantos testigos de su curación.
Sermón: Cristo es Dios
«El Hijo del hombre tiene poder de perdonar los pecados» (Mc 1, 10)Sermón 50; CCL 24, 276: PL 52, 339
PL
«Vino a su ciudad; y he aquí que le presentaron un paralítico, acostado en una camilla» (Mt 9,1), Jesús, dice el evangelio, viendo la fe que tenían los que le acompañaban dice al paralítico: «¡Ánimo, hijo!, tus pecados están perdonados». El paralítico, oye este perdón y se queda callado. No lo agradece en absoluto. Deseaba más la curación de su cuerpo que la de su alma. Deploraba los males pasajeros de su cuerpo enfermo, mucho más que los males eternos de su alma, más enferma aún que el cuerpo, y no los lloraba. Es porque juzgaba la vida presente más preciosa para él que la futura.
Cristo tuvo razón al tener en cuenta la fe de los que le presentaban al enfermo y no tener en cuenta la necedad de éste. Por la fe de otros, el alma del paralítico sería curada antes que su cuerpo. «Viendo la fe que tenían», dice el evangelio. Fijaos bien, hermanos, que Dios no se preocupa de lo que quieren los hombres insensatos, que no espera encontrar fe en los ignorantes, que no analiza los necios deseos de un enfermo. Sino que, por el contrario, no rechaza ayudar a la fe de otros. Esta fe es un regalo de la gracia y está totalmente de acuerdo con la voluntad de Dios.
«Hijo mío, tus pecados te son perdonados». Por estas palabras, Cristo quiso ser reconocido como Dios mientras todavía se escondía a los ojos humanos bajo el aspecto de un hombre. A causa de las manifestaciones de su poder y sus milagros, se le comparaba con los profetas; y sin embargo era gracias a él y gracias a su poder, que ellos también habían hecho milagros. Conceder el perdón de los pecados no está en poder del hombre; es la marca propia de Dios. Así es como Jesús comenzaba a descubrir su divinidad en el corazón de los hombres - y esto provoca la rabia en los fariseos que replican: «¡Blasfema! ¿Quién puede borrar los pecados, si no sólo Dios?». -
!Tú, fariseo, crees que sabes y eres sólo un ignorante! ¡Crees que celebras a tu Dios y no lo reconoces! ¡Crees que das testimonio, y das golpes! ¿Si es Dios quien absuelve los pecados, por qué no admites la divinidad de Cristo? Si pudo conceder el perdón de un solo pecado, es pues él quien borra los pecados del mundo entero: «Este es el cordero de Dios, el que quita el pecado del mundo» (Jn 1,29). Para que puedas comprender su divinidad, escúchalo – ya que él penetró el fondo de tu ser –. Míralo: él alcanzó la profundidad de tus pensamientos. Acepta, al que desnuda las intenciones secretas de tu corazón.
La Vida en Cristo: Confía en el Señor
«Un paralítico fue traído por cuatro hombres» (Mc 2,3)Libro 6: PG 150, 682-683
PG
Invoquemos a Cristo en todo momento como principio de nuestros pensamientos. Para invocarlo no hace falta una preparación como para la oración, ni un lugar especial, ni un grito. En efecto, él no está ausente de ninguna parte. Es imposible que no esté dentro de nosotros porque está más cerca de nosotros que nosotros mismos. En consecuencia, debemos creer que nos escucha más allá de nuestras oraciones, a pesar de nuestros defectos.
Tengamos confianza porque él es bueno con los ingratos y los pecadores que lo invocan. Lejos de despreciar los ruegos de sus siervos rebeldes, él mismo vino a la tierra, el primero para llamar a los que no le habían invocado todavía y que nunca habían pensado en él: «He venido a llamar a los pecadores.» (cf Mt 9,13) Si él buscó a los que no le buscaban ¿qué no hará para los que le invocan? Si ha amado a los que lo odiaban ¿cómo rechazará a los que le aman? «Siendo aún enemigos del Señor, hemos sido reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, con mayor razón todavía, seremos salvos por su vida» (cf. Rm 5,10).
Sobre el Evangelio de san Mateo: Curación infinitamente más ventajosa
«¿Quién puede perdonar pecados fuera de Dios?» (Mc 2,)Homilía sobre san Mateo, n. 29, 1-3
«Unos hombres le llevaron un paralítico». Los evangelistas narran que después de haber levantado unas tejas bajaron al enfermo y lo pusieron delante de Cristo, sin pedir nada, dejando hacer a Jesús. En los principios de su ministerio por toda la Judea era él quien hacía el primer paso y no exigía de ellos una gran fe; ahora son ellos quienes vienen hacia él y se les exige una fe viva y valiente: «Viendo Jesús la fe que tenían» dice el Evangelio, refiriéndose a la fe de los que habían llevado al paralítico. También el enfermo tenía una gran fe, porque no se hubiera dejado transportar si no hubiera tenido una gran confianza en Jesús.
Ante tanta fe, Jesús muestra su poder y, con autoridad divina, perdona los pecados al enfermo dando así prueba de ser igual a su Padre. Había ya demostrado esa igualdad cuando curó al leproso diciendo «Quiero, queda limpio»; cuando calmó el mar desatado y cuando echó a los demonios que habían reconocido en él a su soberano y su juez. Aquí muestra su poder, pero sin esplendor: no se ha apresurado a curar exteriormente al que le presentan. Ha comenzado por un milagro invisible; primero ha curado el alma de este hombre perdonándole los pecados. Ciertamente, esta curación era infinitamente más ventajosa para este hombre, pero daba poca gloria a Cristo. Entonces, algunos, movidos por su malicia, han querido perjudicarle, pero, muy a pesar suyo, han hecho que el milagro fuera mucho más esplendoroso.
Sobre el Evangelio de san Mateo: Nos abrió de nuevo el camino
«Levántate, coge tu camilla y anda» (Mc 2,9)n. 8, 5
[En el evangelio de Mateo, Jesús acaba de curar, en territorio pagano, a dos extranjeros.] En este paralítico, es la totalidad de los paganos que se presenta ante Cristo para ser curados. Pero incluso las mismas palabras de la curación deben ser estudiadas: no dice al paralítico: «Queda sano», ni tampoco: «Levántate y anda», sino «¡Ánimo, hijo, tus pecados están perdonados» (Mt 9,2). Por un solo hombre, Adán, los pecados se transmitieron a todas las naciones. Es por eso que, el que es llamado hijo, es presentado para ser curado, porque él es la primera obra de Dios; ahora recibe la misericordia que viene del perdón de la primera desobediencia. En efecto, no vemos que este paralítico haya cometido algún pecado; y en otra parte el Señor había dicho que la ceguera de nacimiento no se había contraído como consecuencia de un pecado personal o hereditario (Jn 9,3).
Nadie que no sea Dios puede perdonar pecados, así pues, el que los perdona es Dios. Y para que se pueda comprender que había tomado nuestra carne para perdonar a las almas sus pecados y para dar la resurrección a los cuerpos, dice: «Para que veáis que el Hijo del hombre tiene potestad en la tierra para perdonar pecados», dice al paralítico: «Levántate», pero añade: «Coge tu camilla y vete a tu casa». Primero concedió el perdón de los pecados, seguidamente mostró el poder de la resurrección, después, haciéndole coger la camilla, enseñó que la debilidad y el dolor ya no afectarán más al cuerpo. Finalmente, mandando al hombre curado que regresara a su casa, enseñó que los creyentes deben encontrar el camino que conduce de nuevo al paraíso; ése camino que Adán, padre de todos los hombres, abandonó cuando quedó roto por la mancha del pecado.
Sobre el evangelio de Lucas: Curó íntegramente la hombre
«Viendo su fe, dice al paralítico: Tus pecados son perdonados» (Mc 1, 5)V, 11-13: SC 45
SC
«Viendo su fe», Jesús le dice al paralítico: «Tus pecados son perdonados». El Señor es grande: a causa de unos, perdona a otros; acepta la oración de los primeros y perdona a los segundos sus pecados. Hombres, ¿por qué hoy vuestro compañero de existencia no podrá hacer nada por vosotros, cuando cerca del Señor, su servidor tiene derecho a pedir y a obtener?
Vosotros que juzgáis, aprended a perdonar; y vosotros que estáis enfermos, aprended a suplicar. Si no esperáis el perdón directo de las faltas graves, recurrid a intercesores, recurrid a la Iglesia que rezará por vosotros. Entonces, en consideración a Ella, el Señor os concederá el perdón que habría podido negaros. No descuidamos la realidad histórica de la curación del paralítico; pero reconocemos, ante todo, la curación en él del hombre interior, a quien sus pecados son perdonados.
El Señor quiere salvar a los pecadores; demuestra su divinidad por su conocimiento de los secretos y por los prodigios de sus acciones. «¿Qué es más fácil decir: tus pecados te son perdonados o bien: ¿Levántate y anda?». Aquí muestra una imagen completa de la resurrección, ya que, curando la herida del alma y del cuerpo, el hombre entero es curado.
Sermón (10-10-1593): La parálisis de la apatía espiritual
«Un paralítico» (Mc 2,3)Sermón VII, 86-92
«Vinieron trayéndole un paralítico... Viendo Jesús su fe, dijo al paralítico: Hijo, tus pecados te son perdonados.» Mc 2, 3-5
El pecado que causa esta parálisis es una cierta frialdad y apatía espiritual. Para decirlo brevemente, llamamos «paralíticos»a los que se quedan estancados en sus pecados. Porque si siguen en ese estado, llegarán a quedarse tullidos e impotentes, como transidos de frío, embotados todos sus miembros espirituales, como dice el Proverbio: «El perezoso se hallaba embotado por el frío del pecado, sin ropa de virtudes y sin el calor del fuego de la caridad; no ha querido trabajar.» Y es el típico efecto de esta parálisis: el impedir trabajar a aquellos a quienes agarra... Ya veis los males que comporta esta parálisis, pues nos impide caminar hacia Dios.
Y ahora, pongámonos la mano en el corazón y preguntémonos si estamos también nosotros parados, detenidos. Si no queremos hacernos esta pregunta, si no queremos enmendarnos, si caminamos fríamente por la vida espiritual, estamos en peligro.
Si alguno sospecha que puede caer, y todos tenemos por qué temerlo, os voy a dar un remedio que pueden usarlo también los que ya se han quedado paralíticos, para curarse. ¿No sabéis que el frío se cura y se echa fuera mediante el calor? Pero no toda clase de calor cura este mal. El fuego que se alimenta por la meditación de la pasión y muerte de nuestro Señor, cura a los que tienen una naturaleza más dócil. El fuego de las tribulaciones también cura, pero no es apropiado para todo el mundo. El fuego de la Eucaristía sirve para consolidar y confortar. Es decir, que el fuego de la caridad es el que cura todas nuestras parálisis.
Uso Litúrgico de este texto (Homilías)
por hacerpor hacer
Catena Aurea: comentarios de los Padres de la Iglesia por versículos
Beda
1. Porque la misericordia divina no abandona ni aun a los hombres carnales, antes bien les concede la gracia de visitarlos, para que por ella puedan hacerse espirituales. Desde el desierto vuelve el Señor a la ciudad. «Y entró de nuevo en Cafarnaúm, etc.»
2. Predicando el Señor en la casa, son muchos los que por el gentío no pueden ni llegar a la puerta, porque ni siquiera pudieron, predicando en Judea, entrar a oírle los gentiles. A estos, aunque hallándose fuera, dirigió su palabra por medio de predicadores.
3. Son cuatro las virtudes con las que se eleva el hombre confiando en hacerse digno de recobrar la salud y a las que llaman algunos prudencia, fortaleza, templanza y justicia. Desean, pues, presentar al paralítico a Cristo, pero la turba que se interpone les cierra por todas partes el paso, porque muchas veces el hombre, deseando renovarse por medio de la gracia divina después de luchar con la enfermedad del cuerpo, se ve detenido por el obstáculo que le oponen antiguas costumbres. Muchas veces también, en medio de las dulzuras de la oración mental y de un tierno coloquio con el Señor, interviniendo una multitud de pensamientos, embotan el entendimiento para que no pueda ver a Cristo. Por tanto, no debemos detenernos en los lugares bajos, en que se agitan las turbas, sino subir al techo de la casa, esto es, desear elevarnos a la sublimidad de la Sagrada Escritura y meditar la ley del Señor.
4. El enfermo baja por la abertura del techo, porque aclarados los misterios de las Escrituras se llega al conocimiento de Cristo; esto es, se baja a su humildad por una fe piadosa. Que el enfermo sea depositado en tierra con la camilla significa que Cristo debe ser conocido por el hombre, aún constituido en carne mortal. El levantarse de la camilla es apartarse el hombre de los deseos carnales entre los que yacía enfermo. El coger la camilla da a entender que la misma carne orientada por el freno de la continencia, se aparta de los deleites terrenos con la esperanza de los premios celestiales. El irse a su casa tomando la camilla es volver al paraíso. O bien: el enfermo curado vuelve la camilla a su casa, cuando el espíritu, después de recibir la remisión de los pecados, se consagra con su mismo cuerpo a la vigilancia interior.
5-7a. Ciertamente es digno de meditación cuánto debe valer para Dios la propia fe de cada uno, cuando vale tanto la ajena, que por ella se levanta un hombre de repente curado interior y exteriormente, y por el mérito de unos se perdonan a otros sus pecados.
Para curar, pues, a aquel hombre de la parálisis, el Señor empezó por desatar los lazos de sus pecados. De este modo le manifestó que a causa de ellos estaba sufriendo la inutilización de sus miembros, cuyo uso no podía recobrar sino desatando aquellos lazos. ¡Admirable humildad! Llama hijo a este hombre menospreciado y débil, cuyas fibras todas se hallaban relajadas y a quien los sacerdotes no se dignaban tocar ni ligeramente. Lo llama hijo con verdad, porque le son perdonados sus pecados.
«Estaban allí sentados algunos de los escribas, y decían en su interior: ¿Qué es lo que éste habla? Este hombre blasfema».
7b-11. El que perdona también por medio de aquéllos a quienes dio poder de perdonar. Por lo tanto se prueba que Cristo es verdaderamente Dios, porque puede como Dios perdonar los pecados. Se engañan los judíos quienes creyendo que el Cristo es Dios y que puede perdonar los pecados, no creen, sin embargo, que sea Jesús. Pero se engañan aún más los arrianos que obligados por las palabras del Evangelio, no se atreven a negar que Jesús es el Cristo, y que puede perdonar los pecados, pero sin embargo no temen negar que es Dios. Mas deseando salvar a estos hombres maliciosos, manifiesta que es Dios por el conocimiento que tiene de las cosas ocultas y por el poder de sus obras. Por esto dice: «Mas como Jesús penetrase al momento con su espíritu esto mismo que interiormente pensaban, díceles: ¿Qué andáis revolviendo esos pensamientos en vuestros corazones?» En lo cual manifiesta Dios, que es quien puede conocer los secretos del corazón y habla en cierta manera callando: con la misma majestad y poder con que veo vuestros pensamientos, puedo perdonar a los hombres sus delitos.
12. Hace un milagro visible para probar otro invisible, aunque sea obra de igual poder el curar los vicios del cuerpo y los del espíritu, por lo cual dice: «Y al instante se puso en pie, y cargando con su camilla, se marchó a vista de todo el mundo».
Se podría entender también que el pecado puede ser causa de enfermedades del cuerpo. Tal vez por ello se perdonan antes los pecados [1], a fin de restituir la salud plena. Principalmente son cinco las causas de las enfermedades que afligen a los hombres: la de aumentar sus méritos, como aconteció con Job (cap. 1) y los mártires; la de conservar su humildad, de lo que es ejemplo San Pablo combatido por Satanás (2Cor, 12); la de que conozcamos nuestros pecados y nos enmendemos, como sucedió a María, hermana de Moisés (Núm 12) y a este paralítico; la de la mayor gloria de Dios, como ocurrió con el ciego de nacimiento (Jn 9) y con Lázaro (Jn 11); y la que es, en fin, un principio de condenación, como se demuestra en Herodes (Hch 12) y en Antíoco (2Mac 9). Digna de admiración es, pues, la virtud del poder divino, que hace que a la orden del Salvador acompañe instantáneamente la cura. «De forma que todos estaban pasmados», etc.
Notas
[1] La idea de buscar en el pecado la causa de las enfermedades corresponde a la mentalidad hebrea de aquel tiempo. El Señor Jesús claramente manifiesta su desacuerdo con ella (ver Jn 9).
Teofilacto
3-5. No es éste el paralítico de cuya cura habla San Juan: a aquél no lo acompañaba nadie, en tanto que a éste lo llevaban cuatro hombres; el primero fue curado en la piscina probática [1], el último en una casa (Jn 5). Es el mismo pues, cuya cura refieren San Mateo y San Marcos. En sentido místico, Cafarnaúm, en donde está ahora Cristo, significa casa de consuelo; esto es, en la Iglesia, que es la casa del paralítico.
Si, pues, relajadas las potencias del espíritu, voy yo al bien como el pecador paralítico y soy conducido hasta Cristo por los cuatro Evangelistas, entonces oiré las palabras: «Hijo, tus pecados te son perdonados», porque se hace hijo de Dios el que cumple sus mandamientos.
¿Mas de qué modo seré llevado a Cristo si no se abre el techo? El techo es el entendimiento, que se sobrepone a todo lo que hay en nosotros. Este tiene mucho de tierra en cuanto a los ladrillos quebradizos, o sea, las cosas terrenas; pero si se levantan éstas, entonces brilla en nosotros con toda su fuerza la luz del entendimiento. Después de esto sometámonos, mejor dicho, seamos humildes, porque conviene que no nos envanezcamos de ver libre a nuestro entendimiento, sino que seamos muy humildes.
5. Vio también la fe del mismo paralítico, puesto que él no hubiera dejado que le llevasen si no hubiese tenido fe en la cura.
6-8. Pero aunque fueron revelados sus pensamientos, no obstante permanecen insensibles, no admitiendo que pueda perdonar los pecados el que conoce sus corazones. Por esto el Señor certifica la cura del espíritu por la del cuerpo; demostrando por lo visible lo invisible, lo más difícil por lo fácil, aunque no lo crean ellos así. Porque los fariseos suponían más difícil sanar el cuerpo, como cosa manifiesta que es, y más fácil la cura del espíritu, como invisible que es la medicina. Así es que discurrían de este modo: he aquí que renuncia a curar el cuerpo y cura el espíritu invisible. Y es claro que, si hubiese podido, hubiera curado el cuerpo y no se hubiera refugiado en lo invisible. Pero el Salvador, mostrando que puede hacer ambas cosas, dice: «¿Qué es más fácil?» Es como si dijera: curando el cuerpo, que aunque os parezca más difícil es en realidad más fácil, yo os mostraré la curación del espíritu, que es la que verdaderamente ofrece dificultad.
9-12a. Y dice: «Coge tu camilla» para hacer más evidente el milagro, mostrando que no es cosa que se opere en la fantasía, sino un hecho positivo y patente. Y para demostrar a la vez que no sólo curaba, sino que devolvía la fuerza al enfermo. Así, no solamente separa a los hombres del pecado, sino que les da virtud para cumplir los mandamientos.
Importa también llevar la camilla, esto es, el cuerpo, a hacer el bien. Entonces podremos llegar a la contemplación de modo que digamos en nuestro pensamiento: Nunca hemos visto, es decir, nunca hemos entendido como ahora que hemos sido curados de la parálisis, porque el que ha sido purificado de sus pecados ve con más claridad.
Notas
[1] Piscina en Jerusalén donde se lavaban los enfermos (Ver Jn 5)
San Juan Crisóstomo, homilia in Matthaeum, 30
1-5. O tal vez San Mateo llama a Cafarnaúm su ciudad, porque iba allí con frecuencia y hacía muchos milagros en ella.
«Y corriendo la voz de que estaba en la casa, acudieron muchos, etc.». El deseo de oír superaba al trabajo que costaba acercarse. Después introducen al paralítico, de quien dicen San Mateo y San Lucas: «Entonces llegaron unos conduciendo a cierto paralítico, que llevaban entre cuatro». Al encontrar obstruida la puerta por la multitud, no pudieron introducirlo de ningún modo por ella. Esperando, pues, los que lo llevaban que podría merecer la gracia de su cura, descubrieron el techo y, levantando la camilla, la introdujeron con el paralítico hasta ponerla delante del Salvador. Y añade: «Y no pudiendo presentárselo, etc.». Viendo Jesús, continúa, la fe de aquellos hombres, dijo al paralítico: «Hijo, tus pecados te son perdonados». Es de notar que no dijo la fe del paralítico, sino la de los que lo llevaban, pues a veces ocurre que alguno recobra la salud por la fe de otro.
7-12. Primeramente curó perdonando los pecados, que era por lo que había venido, esto es, por el espíritu. Y para que no dudasen los incrédulos, hace un milagro manifiesto para confirmar la palabra con la obra y para demostrar el milagro oculto, o sea la cura del espíritu por la medicina del cuerpo.
San Agustín, de consensu Evangelistarum, 2, 25
1. San Mateo (9,2) habla del milagro que sigue como ocurrido en la ciudad del Señor y San Marcos en la de Cafarnaúm; pero lo que ofrece verdadera dificultad es resolver si San Mateo la llama también Nazaret. Mas como la misma Galilea podría llamarse la ciudad de Cristo, porque Nazaret estaba en Galilea, ¿quién podrá dudar que el Señor hiciera este milagro en su ciudad, cuando lo hizo en Cafarnaúm, ciudad de Galilea? Y sobre todo siendo tan notable Cafarnaúm en Galilea, que se la consideraba como su capital. O bien omite San Mateo lo que ocurrió desde que llegó a su ciudad hasta que fue a Cafarnaúm, y así, después de decir que llegó a su ciudad, añade hablando del paralítico curado. «Y he aquí que le presentaban un paralítico».
San Cirilo de Alejandría
6-7. Lo acusan de blasfemia, precipitando así su sentencia de muerte, porque mandaba la ley que fuese castigado de muerte cualquiera que blasfemase. Y lanzaban sobre El esta sentencia, porque se atribuía la potestad divina de perdonar los pecados: «¿Quién puede perdonar los pecados, continúa, sino sólo Dios?» El que es único juez de todos es, pues, el que tiene potestad de perdonar los pecados.
Pseudo- Crisóstomo
6-12. Y porque es más fácil decir que hacer, existía aún la oposición, porque todavía no se había hecho notoria la obra. Por esto dice: «Pues para que sepáis», etc. Esto es como si dijera: puesto que desconfiáis de las palabras, consumaré la obra que ha de confirmar lo invisible. Dice, pues, expresamente: «Potestad en la tierra de perdonar los pecados», para demostrar que a su potestad divina se ha unido de un modo indivisible la naturaleza humana. Porque, aunque se ha hecho hombre, sigue siendo el Verbo de Dios. Y por más que esté en la tierra en trato con los hombres, no deja por eso de hacer milagros y de conceder la remisión de los pecados. La humanidad, pues, no disminuye en nada las propiedades de la Divinidad, ni la Divinidad impide que el Verbo de Dios verdadera e inmutablemente se haga Hijo del hombre, según la carne.
Víctor Antiqueno
3. No dando importancia a la remisión de los pecados, que era lo más importante, se admiran tan sólo de lo que salta a la vista, o sea de la cura del cuerpo.
Pseudo-Jerónimo
9. La parálisis es imagen del entorpecimiento por el cual yace el perezoso en las comodidades de la carne, deseando la salud.
Documentos Catequéticos
San Juan Pablo II, papa
Catequesis: La expresión «Hijo del hombre»
Audiencia 17-2-1988
Jesús ordinariamente habló de sí mismo como del «Hijo del hombre» (por ejemplo Mc 2,10 Mc 2,28 Mc 14,67 Mt 8,20 Mt 16,27 Mt 24,27 Lc 9,22 Lc 11,30 Jn 1,51 Jn 8,28 Jn 13, 31, etc. ). Esta expresión, según la sensibilidad del lenguaje común de entonces, podía indicar también que Él es verdadero hombre como todos los demás seres humanos y, sin duda, contiene la referencia a su real humanidad.
Sin embargo el significado estrictamente bíblico, también en este caso, se debe establecer teniendo en cuenta el contexto histórico resultante de la tradición de Israel, expresada e influenciada por la profecía de Daniel que da origen a esa formulación de un concepto mesiánico (cf. Dn 7,13-14). «Hijo del hombre» en este contexto no significa sólo un hombre común perteneciente al género humano, sino que se refiere a un personaje que recibirá de Dios una dominación universal y que transciende cada uno de los tiempos históricos, en la era escatológica.
En la boca de Jesús y en los textos de los Evangelistas la fórmula está por tanto cargada de un sentido pleno que abarca lo divino y lo humano, cielo y tierra, historia y escatología, como el mismo Jesús nos hace comprender cuando, testimoniando ante Caifás que era Hijo de Dios, predice con fuerza: «a partir de ahora veréis al Hijo del hombre sentado a la diestra del Padre y venir sobre las nubes del cielo» (Mt 26,64). En el Hijo del hombre está por consiguiente inmanente el poder y la gloria de Dios. Nos hallamos nuevamente ante el único Hombre-Dios, verdadero Hombre y verdadero Dios. La catequesis nos lleva continuamente a Él para que creamos y, creyendo, oremos y adoremos.
Catequesis: eterna voluntad de amor y de perdón
Audiencia general, 7-10-1987
Jesucristo tiene el poder de perdonar los pecados
1. Unido al poder divino de juzgar que, como vimos en la catequesis anterior, Jesucristo se atribuye y los Evangelistas, especialmente Juan, nos dan a conocer, va el poder de perdonar los pecados. Vimos que el poder divino de juzgar a cada uno y a todos —puesto de relieve especialmente en la descripción apocalíptica del juicio final— está en profunda conexión con la voluntad divina de salvar al hombre en Cristo y por medio de Cristo. El primer momento de realización de la salvación es el perdón de los pecados.
Podemos decir que la verdad revelada sobre el poder de juzgar tiene su continuación en todo lo que los Evangelios dicen sobre el poder de perdonar los pecados. Este poder pertenece sólo a Dios. Si Jesucristo —el Hijo del hombre— tiene el mismo poder quiere decir que Él es Dios, conforme a lo que el mismo ha dicho: “Yo y el Padre somos una sola cosa” (Jn 10,30). En efecto, Jesús, desde el principio de su misión mesiánica, no se limita a proclamar la necesidad de la conversión (“Convertíos y creed en el Evangelio”: Mc 1,15) y a enseñar que el Padre está dispuesto a perdonar a los pecadores arrepentidos, sino que perdona Él mismo los pecados.
2. Precisamente en esos momentos es cuando brilla con más claridad el poder que Jesús declara poseer, atribuyéndolo a Sí mismo, sin vacilación alguna. El afirma, por ejemplo: “El Hijo del hombre tiene poder en la tierra para perdonar los pecados” (cf .Mc 2,10). Lo afirma ante los escribas de Cafarnaum, cuando le llevan a un paralítico para que lo cure. El Evangelista Marcos escribe que Jesús, al ver la fe de los que llevaban al paralítico, quienes habían hecho una abertura en el techo para descolgar la camilla del pobre enfermo delante de Él, dijo al paralítico: “Hijo, tus pecados te son perdonados” (Mc 2,5). Los escribas que estaban allí, pensaban entre sí: “¿Cómo habla éste así? Blasfema. ¿Quién puede perdonar pecados sino sólo Dios?” (2, 7). Jesús, que leía en su interior, parece querer reprenderlos: “¿Por qué pensáis así en vuestros corazones? ¿Qué es más fácil: decir al paralítico: Tus pecados te son perdonados, o decirle: levántate, toma tu camilla y vete? Pues para que veáis que el Hijo del hombre tiene poder en la tierra para perdonar los pecados —se dirige al paralítico—, yo te digo: Levántate, toma tu camilla y vete a tu casa” (2, 8-11). La gente que vio el milagro, llena de estupor, glorificó a Dios diciendo: “Jamás hemos visto cosa igual” (2, 12).
Es comprensible la admiración por esa extraordinaria curación, y también el sentido de temor o reverencia que, según Mateo, sobrecogió a la multitud ante la manifestación de ese poder de curar que Dios había dado a los hombres (cf. Mt 9,8) o, como escribe Lucas, ante las “cosas increíbles» que habían visto ese día (Lc 5,26). Pero para aquellos que reflexionan sobre el desarrollo de los hechos, el milagro de la curación aparece como la confirmación de la verdad proclamada por Jesús e intuida y contestada por los escribas: “El Hijo del hombre tiene poder en la tierra para perdonar los pecados”.
3. Hay que notar también la puntualización de Jesús sobre su poder de perdonar los pecados en la tierra: es un poder, que Él ejerce ya en su vida histórica, mientras se mueve como “Hijo del hombre” por los pueblos y calles de Palestina, y no sólo a la hora del juicio escatológico, después de la glorificación de su humanidad. Jesús es ya en la tierra el “Dios con nosotros”, el Dios-hombre que perdona los pecados.
5. Lo que cuenta para todos nosotros en esta economía de la salvación y del perdón de los pecados, es que se ame con toda el alma a Aquel que viene a nosotros como eterna Voluntad de amor y de perdón.
[…] Una vez más Él quiere inculcarnos la verdad de que sólo Dios tiene el poder de perdonar los pecados (Mc 2,7). Pero al mismo tiempo Jesús ejerce este poder divino en virtud de la otra verdad que también nos enseñó, a saber, que el Padre no sólo “ha entregado al Hijo todo el poder para juzgar” (Jn 5,22), sino que le ha conferido también el poder para perdonar los pecados. Evidentemente, no se trata de un simple “ministerio” confiado a un puro hombre que lo desempeña por mandato divino: el significado de las palabras con que Jesús se atribuye a Sí mismo el poder de perdonar los pecados —y quede hecho los perdona en muchos casos que narran los Evangelios— , es más fuerte y más comprometido para las mentes de los que escuchan a Cristo, los cuales de hecho rebaten su pretensión de hacerse Dios y lo acusan de blasfemia, de modo tan encarnizado, que lo llevan a la muerte de cruz.
7. Sin embargo, el “ministerio” del perdón de los pecados lo confiará Jesús a los Apóstoles (y a sus sucesores), cuando se les aparezca después de la resurrección: “Recibid el Espíritu Santo, a quienes perdonareis los pecados les serán perdonados” (Jn 20,22-23). Como Hijo del hombre, que se identifica en cuanto a la persona con el Hijo de Dios, Jesús perdona los pecados por propio poder, que el Padre le ha comunicado en el misterio de la comunión trinitaria y de la unión hipostática; como Hijo del hombre que sufre y muere en su naturaleza humana por nuestra salvación, Jesús expía nuestros pecados y nos consigue su perdón de parte del Dios Uno y Trino; como Hijo del hombre que en su misión mesiánica ha de prolongar su acción salvífica hasta la consumación de los siglos, Jesús confiere a los Apóstoles el poder de perdonar los pecados para ayudar a los hombres a vivir sintonizados en la fe y en la vida con esta Voluntad eterna del Padre, “rico en misericordia” (Ep 2,4)
En esta infinita misericordia del Padre, en el sacrificio de Cristo, Hijo de Dios y del hombre que murió por nosotros, en la obra del Espíritu Santo que, por medio del ministerio de la Iglesia, realizó continuamente en el mundo “el perdón de los pecados” (cf. Encíclica Dominum et Vivificantem ), se apoya nuestra esperanza de salvación.
Catequesis: La misión principal es librar al hombre del mal espiritual
Audiencia general, 25-11-1987
Mediante los signos-milagros, Cristo revela su poder de Salvador
1. Un texto de San Agustín nos ofrece la clave interpretativa de los milagros de Cristo como señales de su poder salvífico: “El haberse hecho hombre por nosotros ha contribuido más a nuestra salvación que los milagros que ha realizado en medio de nosotros; el haber curado las enfermedades del alma es más importante que el haber curado las enfermedades del cuerpo destinado a morir” (San Agustín, In Io. Ev. Tr., 17, 1). En orden a esta salvación del alma y a la redención del mundo entero Jesús cumplió también milagros de orden corporal. Por tanto, el tema de la presente catequesis es el siguiente: mediante los “milagros, prodigios y señales” que ha realizado, Jesucristo ha manifestado su poder de salvar al hombre del mal que amenaza al alma inmortal y su vocación a la unión con Dios.
2. Es lo que se revela en modo particular en la curación del paralítico de Cafarnaum. Las personas que lo llevaban, no logrando entrar por la puerta en la casa donde Jesús estaba enseñando, bajaron al enfermo a través de un agujero abierto en el techo, de manera que el pobrecillo vino a encontrase a los pies del Maestro. “Viendo Jesús la fe de ellos, dijo al paralítico: ’!Hijo, tus pecados te son perdonados!’”. Estas palabras suscitan en algunos de los presentes la sospecha de blasfemia: “Blasfema. ¿Quién puede perdonar pecados sino sólo Dios?”. Casi en respuesta a los que habían pensado así, Jesús se dirige a los presentes con estas palabras: “¿Qué es más fácil, decir al paralítico: tus pecados te son perdonados, o decirle: levántate, toma tu camilla y vete? Pues para que veáis que el Hijo del hombre tiene poder en la tierra para perdonar los pecados —se dirige al paralítico— , yo te digo: levántate, toma tu camilla y vete a tu casa. Él se levantó y, tomando luego la camilla, salió a la vista de todos” (cf. Mc 2,1-12 análogamente, Mt 9,1-8 Lc 5,18-26, “Se marchó casa glorificando Dios” Lc 5,25).
Jesús mismo explica en este caso que el milagro de la curación del paralítico es signo del poder salvífico por el cual Él perdona los pecados. Jesús realiza esta señal para manifestar que ha venido como salvador del mundo, que tiene como misión principal librar al hombre del mal espiritual, el mal que separa al hombre de Dios e impide la salvación en Dios, como es precisamente el pecado.
5. Jesús da a conocer claramente esta misión suya de librar al hombre del mal y, antes que nada del pecado, mal espiritual. Es una misión que comporta y explica su lucha con el espíritu maligno que es el primer autor del mal en la historia del hombre. Como leemos en los Evangelios, Jesús repetidamente declara que tal es el sentido de su obra y de la de sus Apóstoles. Así, en Lucas: “Veía yo a Satanás caer del cielo como un rayo. Yo os he dado poder para andar… sobre todo poder enemigo y nada os dañará” (Lc 10,18-19). Y según Marcos, Jesús, después de haber constituido a los Doce, les manda “a predicar, con poder de expulsar a los demonios” (Mc 3,14-15). Según Lucas, también los setenta y dos discípulos, después de su regreso de la primera misión, refieren a Jesús: “Señor, hasta los demonios se nos sometían en tu nombre” (Lc 10,17).
Así se manifiesta el poder del Hijo del hombre sobre el pecado y sobre el autor del pecado. El nombre de Jesús, que somete también a los demonios, significa Salvador. Sin embargo, esta potencia salvífica alcanzará su cumplimiento definitivo en el sacrificio de la cruz. La cruz sellará la victoria total sobre Satanás y sobre el pecado, porque éste es el designio del Padre, que su Hijo unigénito realiza haciéndose hombre: vencer en la debilidad, y alcanzar la gloria de la resurrección y de la vida a través de la humillación de la cruz. También en este hecho paradójico resplandece su poder divino, que puede justamente llamarse la “potencia de la cruz”.
6. Forma parte también de esta potencia y pertenece a la misión del Salvador del mundo manifestada en los “milagros, prodigios y señales”, la victoria sobre la muerte, dramática consecuencia del pecado. La victoria sobre el pecado y sobre la muerte marca el camino de la misión mesiánica de Jesús desde Nazaret hasta el Calvario. Entre las “señales” que indican particularmente el camino hacia la victoria sobre la muerte, están sobre todo las resurrecciones: “los muertos resucitan” (Mt 11,5), responde, en efecto, Jesús a la pregunta acerca de su mesianidad que le hacen los mensajeros de Juan el Bautista (cf. Mt 11,3). Y entre los varios “muertos”, resucitados por Jesús, merece especial atención Lázaro de Betania, porque su resurrección es como un “preludio” de la cruz y de la resurrección de Cristo, en el que se cumple la victoria definitiva sobre el pecado y la muerte.
Al final de nuestra catequesis volvemos una vez más al texto de San Agustín: “Si consideramos ahora los hechos realizados por el Señor y Salvador nuestro, Jesucristo, vemos que los ojos de los ciegos, abiertos milagrosamente, fueron cerrados por la muerte, y los miembros de los paralíticos, liberados del maligno, fueron nuevamente inmovilizados por la muerte: todo lo que temporalmente fue sanado en el cuerpo mortal, al final, fue deshecho; pero el alma que creyó, pasó a la vida eterna. Con este enfermo, el Señor ha querido dar un gran signo al alma que habría creído, para cuya remisión de los pecados había venido, y para sanar sus debilidades Él se había humillado” (San Agustín, In Io. Ev. Tr., 17, 1).
Sí, todos los “milagros, prodigios y señales” de Cristo están en función de la revelación de Él como Mesías, de El como Hijo de Dios: de Él, que, solo, tiene el poder de liberar al hombre del pecado y de la muerte, de Él que verdaderamente es el Salvador del mundo.
Catequesis: El milagro y la fe
Audiencia general, 16-12-1987
El milagro como llamada a la fe
[…]7. Nótese cómo en la narración evangélica se pone continuamente de relieve el hecho de que Jesús, cuando “ve la fe”, realiza el milagro. Esto se dice expresamente en el caso del paralítico que pusieron a sus pies desde un agujero abierto en el techo (cf .Mc 2,5 Mt 9,2 Lc 5,20). Pero la observación se puede hacer en tantos otros casos que los evangelistas nos presentan. El factor fe es indispensable; pero, apenas se verifica, el corazón de Jesús se proyecta a satisfacer las demandas de los necesitados que se dirigen a Él para que los socorra con su poder divino.
8. Una vez más constatamos que, como hemos dicho al principio, el milagro es un “signo” del poder y del amor de Dios que salvan al hombre en Cristo. Pero, precisamente por esto es al mismo tiempo una llamada del hombre a la fe. Debe llevar a creer sea al destinatario del milagro sea a los testigos del mismo.
Catequesis: Libertad verdadera
Audiencia general, 3-8-1988
Cristo libera al hombre de la esclavitud del pecado para la libertad en la verdad
1. Cristo es el Salvador, en efecto ha venido al mundo para liberar, por el precio de su sacrificio pascual, al hombre de la esclavitud del pecado. Lo hemos visto en la catequesis precedente. Si el concepto de «liberación» se refiere, por un lado, al mal, y liberados de él encontramos «la salvación»; por el otro, se refiere al bien, y para conseguir dicho bien hemos sido liberados por Cristo, Redentor del hombre, y del mundo con el hombre y en el hombre. «Conoceréis la verdad y la verdad os hará libres» (Jn 8,32). Estas palabras de Jesús precisan de manera muy concisa el bien, para el que el hombre ha sido liberado por obra del Evangelio en el ámbito de la redención de Cristo. Es la libertad en la verdad. Ella constituye el bien esencial de la salvación, realizada por Cristo. A través de este bien el reino de Dios realmente «está cerca» del hombre y de su historia terrena.
2. La liberación salvífica que Cristo realiza respecto al hombre contiene en sí misma, de cierta manera, las dos dimensiones: liberación «del» (mal) y liberación «para el» (bien), que están íntimamente unidas, se condicionan y se integran recíprocamente.
Volviendo de nuevo al mal del que Cristo libera al hombre -es decir, al mal del pecado-, es necesario añadir que, mediante los «signos» extraordinarios de su potencia salvífica (esto es: los milagros), realizados por Él curando a los enfermos de diversas dolencias, Él indicaba siempre, al menos indirectamente, esta esencial liberación, que es la liberación del pecado, su remisión. Esto se ve claramente en la curación del paralítico, al que Jesús primero dice: «Tus pecados te son perdonados», y sólo después: «Levántate, toma tu camilla y vete a tu casa» (Mc 2,5 Mc 2,11). Realizando este milagro, Jesús se dirige a los que le rodeaban (especialmente a los que le acusaban de blasfemia, puesto que solamente Dios puede perdonar los pecados): «Para que sepáis que el Hijo del hombre tiene en la tierra poder de perdonar pecados» (Mc 2,10).
Catequesis: Jesús responde a nuestra fe
Audiencia general, 15-6-1994
Eficacia apostólica de la enfermedad en la perspectiva de la fe y de la salvación
2. Jesús manifestó su compasión para con los enfermo, revelando la gran bondad y ternura de su corazón, que le llevó a socorrer a las personas que sufrían en su alma y en su cuerpo, también con su poder de hacer milagros. Por eso, realizaba numerosas curaciones, hasta el punto de que los enfermos acudían a Él para obtener los beneficios de su poder taumatúrgico. Como dice el evangelista Lucas, grandes muchedumbres iban no sólo para oírlo, sino también para «ser curados de sus enfermedades» (Lc 5,15). Con su empeño por librar del peso de la enfermedad a los que se acercaban a Él, Jesús nos deja vislumbrar la especial intención de la misericordia divina con respecto a ellos: Dios no es indiferente ante los sufrimientos de la enfermedad y da su ayuda a los enfermos, en el plan salvífico que el Verbo encarnado revela y lleva a cabo en el mundo.
3. En efecto, Jesús considera y trata a los enfermos en la perspectiva de la obra de salvación que el Padre le mandó realizar. Las curaciones corporales forman parte de esa obra de salvación y, al mismo tiempo, son signos de la gran curación espiritual que brinda a la humanidad. Unos manifiesta de forma muy clara esa intención superior cuando a un paralítico, presentado ante Él para obtener la curación, le otorga ante todo el perdón de sus pecados; luego, conociendo las objeciones interiores de algunos escribas y fariseos presentes acerca del poder exclusivo de Dios al respecto, declara: «Para que sepáis que el Hijo del hombre tiene en la tierra poder de perdonar pecados; -dice al paralítico-: «A ti te digo, levántate, toma tu camilla y vete a tu casa»» (Mc 2,10-11).
En este; como en otros muchos casos, Jesús con el milagro quiere demostrar su poder de librar al alma humana de sus culpas, purificándola. Cura a los enfermos con miras a ese don superior, que ofrece a todos los hombres, es decir: la salvación espiritual (cf. Catecismo de la Iglesia Católica CEC 549). Los sufrimientos la enfermedad no pueden hacernos olvidar que para toda persona tiene mucha más importancia la salvación espiritual.
4. En esta perspectiva de salvación, Jesús pide, por tanto, la fe en su poder de Salvador. En el caso del paralítico, que acabamos de recordar, Jesús responde a la fe de las cuatro personas que le llevaron al enfermo: «Viendo la fe de ellos», dice san Marcos (Mc 2,5).
[…]Jesús quiere inculcar la idea de que la fe en él, suscitada por el deseo de la curación, está destinada a procurar la salvación que cuenta más: la salvación espiritual. De los episodios evangélicos citados se deduce que la enfermedad como un tiempo de fe más intensa y, por consiguiente, como un tiempo de santificación y de acogida más plena y más consciente de la salvación que viene de Cristo. Es una gran gracia recibir esa luz sobre la verdad profunda de la enfermedad.
Discurso: Curación del sacramento de la Penitencia
Montevideo, 31-3-1987
Si el bautismo es el momento decisivo de nuestro injerto espiritual en Cristo, la vida nueva que de él surge necesitará, para poder desarrollarse convenientemente, la savia continua de la gracia sacramental. Ante la posibilidad de una ruptura ulterior por nuestra parte, el Señor estableció el sacramento de la penitencia o reconciliación. Como bien sabéis, el Sínodo de los Obispos de 1983 estudió esta importantísima materia. En la Exhortación Apostólica Reconciliatio et Paenitentia encontraréis las orientaciones pastorales pertinentes. Debemos acercarnos frecuentemente a esta fuente de vida que es el sacramento de la reconciliación. Allí encontraréis siempre los brazos amorosos de Dios nuestro Padre, la paz verdadera que sólo Cristo puede dar y la renovación auténtica según la vida nueva del Espíritu.
A vosotros sacerdotes, como ministros de la reconciliación, os exhorto a cobrar un renovado aprecio por la celebración de este sacramento, en el que Jesús se vale de vosotros para llegar a lo más íntimo del corazón. No dejéis de estudiar y orar a fin de estar a la altura del ministerio de la pacificación del hombre con Dios, facultad tan inaudita, que hizo exclamar con estupor: “¿Quién puede perdonar los pecados sino sólo Dios?” (Mc 2,7). Por esto, os pido que estéis siempre disponibles. No escatiméis el tiempo de vuestra dedicación a administrar este sacramento y a guiar a los fieles por el camino de la perfección. Pensad que Dios está siempre a la espera del hijo que vuelve a casa para ser perdonado y reconciliado por medio de vosotros. Y que vuestra misma experiencia de acercaros personalmente a este sacramento sea el mejor estímulo para vuestra dedicación pastoral, y un motivo ulterior para vivir continuamente vuestro “gozo pascual” (Presbyterorum Ordinis PO 11).