Mc 3, 1-6: Jesús en Galilea: Curación del hombre de la mano paralizada
/ 22 enero, 2014 / San MarcosTexto Bíblico
1 Entró otra vez en la sinagoga y había allí un hombre que tenía una mano paralizada. 2 Lo estaban observando, para ver si lo curaba en sábado y acusarlo. 3 Entonces le dice al hombre que tenía la mano paralizada: «Levántate y ponte ahí en medio». 4 Y a ellos les pregunta: «¿Qué está permitido en sábado?, ¿hacer lo bueno o lo malo?, ¿salvarle la vida a un hombre o dejarlo morir?». Ellos callaban. 5 Echando en torno una mirada de ira y dolido por la dureza de su corazón, dice al hombre: «Extiende la mano». La extendió y su mano quedó restablecida. 6 En cuanto salieron, los fariseos se confabularon con los herodianos para acabar con él.
Sagrada Biblia, Versión oficial de la Conferencia Episcopal Española (2012)
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
Sermón: ¿Qué vino a traernos Cristo?
«Había allí un hombre que tenía una mano paralizada» (Mc 3,1)Homilía sobre el misterio de la Encarnación, 148: PL 52, 596
PL
La encarnación de Cristo no es normal, es milagrosa; no es conforme a la razón, sino según el poder divino; eso viene del Creador, no de la naturaleza; no es común, es única; es divina, no humana. No se ha realizado por necesidad, sino por poder. Ha sido un misterio de fe, para renovar y salvar al hombre. Aquel que sin haber nacido formó al hombre del barro intacto (Gn 2,7), naciendo ha formado a un hombre a partir de un cuerpo intacto; la mano que se dignó coger arcilla para crearnos, se ha dignado también coger nuestra carne para recrearnos.
Hombre, ¿por qué te desprecias de tal manera, siendo así que eres tan precioso para Dios? ¿Por qué, cuando Dios te honra de tal manera, tú te deshonras hasta tal punto? ¿Por qué te interesa tanto saber como has sido hecho y no buscas en vistas a qué has sido hecho? ¿Es que toda esta morada del mundo que ves no ha sido hecha para ti?.
Cristo tomó carne humana para devolver toda su integridad a la naturaleza corrompida; asume la condición de niño, acepta ser alimentado, atraviesa las sucesivas edades con el fin de restaurar la edad única, perfecta y duradera que él mismo había creado. El lleva al hombre para que el hombre no pueda ya volver a caer. Al que había creado terrestre, lo vuelve celestial; a aquel a quien había dado un espíritu humano, le da la vida de un espíritu divino. Y es así como lo eleva todo entero hasta Dios, a fin de no dejar en él nada de lo que pertenece al pecado, a la muerte, al trabajo, al dolor, a la tierra. Esto es lo que nos trae nuestro Señor Jesucristo el cual, siendo Dios, vive y reina con el Padre, en la unidad del Espíritu Santo, ahora y siempre, y por los siglos de los siglos.
Melitón de Sardes
Homilías: Murió para que no seamos más esclavos
«Afligido por el endurecimiento de su corazón» (Mc 3,5)Homilía sobre la Pascua, 71-73
Él es el cordero sin voz, el cordero degollado, nacido de María, la graciosa cordera. Él es el que ha sido sacado del rebaño y conducido a la muerte, muerto por la tarde, enterrado por la noche para resucitar de entre los muertos y resucitar al hombre desde el fondo de su sepulcro.
Ha sido, pues, llevado a la muerte, ¿Dónde? En el corazón de Jerusalén. ¿Por qué? Porque había curado a sus cojos, purificado a sus leprosos, devuelto la luz a sus ciegos, y resucitado a sus muertos (Lc 7, 22). Es por todo ello que ha sufrido. Está escrito en la Ley y en los profetas: «Me pagan males por bienes; no me abandones, Señor. No sabía los planes homicidas que contra mí planeaban: 'arranquémosle de la tierra vital, porque su nombre nos es odioso'» (Sal 37, 21; cf Jr 11,9).
¿Por qué has cometido este crimen sin nombre? Has deshonrado al que te había honrado, humillado al que te había enaltecido, renegado del que te había reconocido, rechazado al que te había llamado, dado muerte al que te había vivificado... Era preciso que sufriera, pero no por ti. Era preciso que fuera humillado, pero no por ti. Era preciso que fuera juzgado, pero no por ti. Era preciso que fuera crucificado, pero no por tu mano. Estas son las palabras que hubieras tenido que gritar a Dios: «Oh Señor, si es necesario que tu Hijo sufra, si esta es tu voluntad, que sufra, pero que no sea yo quien lo haga».
Homilías: ¿Reconoces a Cristo?
«Los fariseos salieron y se confabularon con los herodianos para buscar la forma de acabar con él» (Mc 3,6)Homilía sobre la Pascua, 82-90
No habéis visto a Dios; no habéis reconocido al Señor; no habéis reconocido que era él, el Primogénito de Dios, aquel que ha sido engendrado antes que la aurora (Sal 109,3) aquel que hace surgir la luz, que ha hecho brillar el día separándolo de las tinieblas, aquel que fijó los fundamentos de la tierra, separando las aguas, desplegando el firmamento, aquel que creó a los ángeles en el cielo y, fijando sus moradas, aquel que ha modelado al hombre sobre la tierra.
El escogió a Israel, lo condujo de Adán a Noé, de Noé a Abrahán, de Abrahán a Isaac y Jacob y a los doce patriarcas. Él condujo a vuestros padres a Egipto, cuidando de ellos, protegiéndolos y alimentándolos. El los iluminó por una columna de fuego y una nube espesa, que partió el mar rojo y los hizo pasar a pie enjuto. El los alimentó con el maná del cielo, les dio a beber agua de la roca, les dio la Ley y la tierra prometida, les envió a los profetas y les dio reyes. El es el que ha venido hasta vosotros, curando a los que sufren, resucitando a los muertos. Es él que vosotros queréis matar, a quien entregáis por un precio de monedas.
¿Habéis reconocido los beneficios que él os ha mostrado?. Reconoced ahora que ha restablecido la mano atrofiada. Reconoced a los ciegos de nacimiento que han sido iluminados por su palabra. Reconoced a los muertos que él ha hecho levantar de la tumba después de tres o cuatro días. Sus dones para con vosotros no tienen ponderación. Y vosotros le habéis pagado con males los bienes, con aflicción la alegría y con muerte la vida que él os trae.
Sobre los Salmos: Cristo hace todo nuevo
«Extendió su mano y quedó restablecida» (Mc 3,5)Tratado sobre el Salmo 91, 3: PL 9, 495
PL
El día del sábado nos obligaba a todos, sin excepción, a no realizar ningún trabajo y quedarnos en absoluta inactividad. ¿Cómo es que el Señor ha podido prescindir del sábado?. En verdad, grandes son las obras de Dios: gobierna cielos y tierra, provee de luz al sol y a los astros, hace crecer las plantas de la tierra, mantiene al hombre viviente. Sí, todo existe y permanece en el cielo y en la tierra gracias a la voluntad de Dios Padre. Todo viene de Dios y todo existe en el Hijo. El es el primogénito de todos y de todo. Por él todo ha sido creado (Col 1,16-18). Y de su plenitud, según la iniciativa de su eterno poder, ha creado todas las cosas.
De manera que si Cristo actúa en todo, necesariamente es porque en él actúa el poder del Padre. Por esto, Cristo dice: «Mi Padre no cesa nunca de trabajar; por eso yo trabajo también en todo tiempo.» (Jn 5,17) Porque todo lo que hace Cristo, Hijo de Dios habitado por el Padre, es obra del Padre. Así cada día todo es creado por el Hijo, porque el Padre todo lo hace a través del Hijo. Así pues, la acción de Cristo se realiza cada día, y según mi parecer, los principios de la vida, las formas de los cuerpos, el desarrollo y el crecimiento de todo ser viviente manifiestan esta actividad creadora.
Uso Litúrgico de este texto (Homilías)
por hacerpor hacer
Catena Aurea: comentarios de los Padres de la Iglesia por versículos
Teofilacto
1a. Después de haber refutado a los judíos, que habían acusado a los discípulos de haber restregado las espigas en sábado, con el ejemplo de David, obra un milagro en sábado para conducirlos más a la verdad, manifestando que si es una obra caritativa hacer milagros en sábado por la salud de los hombres, no es malo el hacer en igual día lo que es necesario al cuerpo. Dice por tanto: «Otra vez en sábado entró Jesús en la sinagoga…»
1b. …tiene seca su mano derecha el que no hace lo que es recto; porque desde que nuestra mano se emplea en obras prohibidas se seca para las buenas. Pero se restablecerá otra vez cuando vuelva a la virtud. Por esto dice el Señor: Levántate (esto es, del pecado) y ponte en medio y no se extenderá a las obras pequeñas ni a las superfluas.
6. Se llamaba herodianos a los soldados del rey Herodes. Había surgido, pues, una nueva herejía que sostenía que Herodes era Cristo. La profecía de Jacob (Gén 49) declaraba que cuando faltasen los príncipes de Judá entonces el Cristo vendría; y como en tiempo de Herodes no había ningún príncipe de los judíos y era él solo por consiguiente el que reinaba, y era extranjero, juzgaron que era el mismo Cristo; y de aquí nació la herejía. Estos, pues, unidos con los fariseos, intentaban matar a Cristo.
Los herodianos, esto es, los hombres carnales son los que quieren matar a Cristo (Herodes se interpreta cosa de piel). Los que salen de su patria, es decir, de sus hábitos carnales son los que siguen a Cristo y son curados sus males que son los pecados que vulneran la conciencia. Porque Jesús en nosotros es la razón que ordena que nuestra barca, o el cuerpo, se ponga a su servicio para que el torbellino de los hechos no sofoque a la razón.
Beda, in Marcum, 1, 14-15
1. Después que el Señor excusó con un ejemplo irrefutable la transgresión del sábado, de que acusaban a sus discípulos, intentan ahora calumniarle a El mismo: se preparan para acusarlo de trasgresión legal si cura en sábado, y de cruel o inhumano si no cura.
3. «Y díjole al hombre que tenía seca la mano: Ponte en medio». Considerado místicamente, este hombre que tenía la mano seca representa al género humano infecundo para el bien, pero curado por la misericordia de Dios. Su diestra se había secado en nuestro primer padre, cuando cogió el fruto del árbol vedado, y fue curado con el jugo de las buenas obras por la gracia del Redentor cuando tendió sus manos inocentes al árbol de la cruz. Y con razón se presentaba seca la mano en la sinagoga, porque donde es mayor el don de ciencia es más grave el peligro de falta inexcusable.
4. Y previniendo la calumnia que habían preparado los judíos, los reprende porque con su mala interpretación violaban los preceptos de la ley. «Y a ellos les dice: ¿Es lícito en sábado hacer bien o mal?» Los interroga de este modo, porque juzgaban que ni aun las buenas obras debían hacerse en sábado, siendo así que la ley mandaba abstenerse de las malas, según estas palabras: «No haréis obra servil en este día» (Lev 23,7), esto es, el pecado. Porque el que comete pecado, es siervo del pecado. Esta pregunta: «hacer bien o mal» (Jn 8,34), es igual a la que añade luego: «salvar o perder su alma». Es decir, curar o no al hombre entero. No porque Dios, sumo bien, pueda ser autor de perdición para nosotros, sino porque, según costumbre de la Escritura, el no salvar al hombre es perderlo. Mas si alguno se pregunta por qué el Señor habla de la salvación del alma cuando va a curar el cuerpo, tenga presente que el alma, a tenor de las Escrituras, se pone por el hombre, como si se dijera: éstas son las almas que salieron del muslo de Jacob; o que hacía aquellos milagros por la salud del alma, o que la misma cura de la mano significaba la del alma (Ex 1,5).
5-6. Los fariseos, reputando como un crimen el que a la voz del Señor se hubiese extendido sana la mano que estaba seca, celebraron consejo para hacer morir al Salvador; por lo que dice: «Pero los fariseos, saliendo de allí…» Como si cada uno de ellos no hiciera mayores cosas en los sábados, llevando sus comidas, presentando el cáliz y haciendo todo lo demás necesario para la vida. ¿Se podía, pues, convencer de no trabajar en sábado a Aquel que dijo y todo fue hecho en el acto?
Llama herodianos a los servidores del Tetrarca Herodes, los cuales por el odio que su señor tenía a San Juan, y también porque éste anunciaba al Salvador, perseguían al Señor con insidias y con el mismo odio.
San Juan Crisóstomo, homilia in Matthaeum, hom. 41
3. Hace que se ponga en medio para que teman, y viéndolo se compadezcan, y depongan su malicia.
San Agustín, de consensu evangelistarum, 2, 35
4. Pero acaso se preguntará, por qué San Mateo dice que los mismos interrogaron al Señor si era lícito curar en sábado, en tanto que San Marcos afirma que ellos fueron los preguntados por el Señor en estos términos: «¿Es lícito en sábado hacer bien o mal?» Se ha de entender, pues, que ellos fueron los que interrogaron primero al Señor si era lícito curar en sábado y que viendo el Señor que su intención era acusarlo, hizo venir en medio al que había de curar y preguntó lo que refieren San Marcos y San Lucas. Y entonces guardando ellos silencio, propuso la parábola de la oveja y concluyó diciendo que era lícito hacer el bien en sábado.
«Mas ellos callaban», continúa.
Pseudo-Crisóstomo, Vict. Ant. e Cat in Marc
5. Porque sabían que había de curarlo del todo. «Entonces Jesús, clavando en ellos sus ojos llenos de indignación». El mirarlos con indignación y entristecerse por su ceguedad conviene a la humanidad que se dignó tomar por nosotros. Junta, pues, el milagro a la palabra y con ella sola cura al hombre. Prosigue: «Extendióla, y quedóle perfectamente sana». Con todos estos hechos responde a las acusaciones lanzadas contra sus discípulos y manifiesta que su vida existe sobre la ley.
Pseudo-Jerónimo
5b. O bien: representa a los avaros que pudiendo dar, quieren recibir, robar y no dar. A ellos se les dice que extiendan sus manos, esto es, al que roba se le dice que no robe, sino que trabaje haciendo el bien con su mano para que tenga con qué socorrer a los indigentes (Ef 4).
Documentos catequéticos
San Juan Pablo II, papa
Encíclica Dominum et Vivificantem: La dureza de corazón
«… Mirándoles con ira, apenado por la dureza de su corazón» (Mc 3,5)
SOBRE EL ESPÍRITU SANTO EN LA VIDA DE LA IGLESIA Y DEL MUNDO.
Publicada del 18-05-1986
47. La acción del Espíritu de la verdad, que tiende al salvífico « convencer en lo referente al pecado », encuentra en el hombre que se halla en esta condición una resistencia interior, como una impermeabilidad de la conciencia, un estado de ánimo que podría decirse consolidado en razón de una libre elección: es lo que la Sagrada Escritura suele llamar « dureza de corazón ». En nuestro tiempo a esta actitud de mente y corazón corresponde quizás la pérdida del sentido del pecado, a la que dedica muchas páginas la Exhortación Apostólica Reconciliatio et paenitentia.
Anteriormente el Papa Pío XII había afirmado que « el pecado de nuestro siglo es la pérdida del sentido del pecado » y esta pérdida está acompañada por la « pérdida del sentido de Dios ». En la citada Exhortación leemos: « En realidad, Dios es la raíz y el fin supremo del hombre y éste lleva en sí un germen divino. Por ello, es la realidad de Dios la que descubre e ilumina el misterio del hombre. Es vano, por lo tanto, esperar que tenga consistencia un sentido del pecado respecto al hombre y a los valores humanos, si falta el sentido de la ofensa cometida contra Dios, o sea, el verdadero sentido del pecado ». La Iglesia, por consiguiente, no cesa de implorar a Dios la gracia de que no disminuya la rectitud en las conciencias humanas, que no se atenúe su sana sensibilidad ante el bien y el mal. Esta rectitud y sensibilidad están profundamente unidas a la acción íntima del Espíritu de la verdad. Con esta luz adquieren un significado particular las exhortaciones del Apóstol: « No extingáis el Espíritu », « no entristezcáis al Espíritu Santo ». Pero la Iglesia, sobre todo, no cesa de suplicar con gran fervor que no aumente en el mundo aquel pecado llamado por el Evangelio blasfemia contra el Espíritu Santo; antes bien que retroceda en las almas de los hombres y también en los mismos ambientes y en las distintas formas de la sociedad, dando lugar a la apertura de las conciencias, necesaria para la acción salvífica del Espíritu Santo. La Iglesia ruega que el peligroso pecado contra el Espíritu deje lugar a una santa disponibilidad a aceptar su misión de Paráclito, cuando viene para « convencer al mundo en lo referente al pecado, en lo referente a la justicia y en lo referente al juicio ».
Catequesis: sentido último de los milagros
Audiencia general, 11-11-1987
2. [Jesucristo] Hijo del hombre, que con su enseñanza daba a conocer que era verdadero Dios-Hijo, que era con el Padre “una sola cosa” (cf. Jn 10, 30). Su palabra estaba acompañada por “milagros, prodigios y señales”. Estos hechos acompañaban a las palabras no sólo siguiéndolas para confirmar su autenticidad, sino que muchas veces las precedían… Eran esas mismas obras, y particularmente “los prodigios y señales”, los que testificaban que “el reino de Dios estaba cercano” (cf. Mc 1, 15), es decir, que había entrado con Jesús en la historia terrena del hombre y hacía violencia para entrar en cada espíritu humano. Al mismo tiempo testificaban que Aquel que las realizaba era verdaderamente el Hijo de Dios.
3. … Hay que constatar que éstos (prodigios y signos) pertenecen con seguridad al contenido integral de los Evangelios como testimonios de Cristo, que provienen de testigos oculares. Efectivamente, no es posible excluir los milagros del texto y del contexto evangélico. El análisis no sólo del texto, sino también del contexto, habla a favor de su carácter “histórico”, atestigua que son hechos ocurridos en realidad, y verdaderamente realizados por Cristo. Quien se acerca a ellos con honradez intelectual y pericia científica, no puede desembarazarse de éstos con cualquier palabra, como de puras invenciones posteriores.
4. A este propósito está bien observar que esos hechos no sólo son atestiguados y narrados por los Apóstoles y por los discípulos de Jesús, sino que también son confirmados en muchos casos por sus adversarios. …tampoco los adversarios de Jesús pueden negar sus “milagros, prodigios y signos” como realidad, como “hechos” que verdaderamente han sucedido.
Es elocuente también la circunstancia de que los adversarios observaban a Jesús para ver si curaba el sábado o para poderlo acusar así de violación de la ley del Antiguo Testamento. Esto sucedió, por ejemplo, en el caso del hombre que tenía una mano seca (cf. Mc 3, 1-2).
5. Hay que tomar también en consideración la respuesta que dio Jesús, no ya a sus adversarios, sino esta vez a los mensajeros de Juan Bautista, a los que mandó para preguntarle: “¿Eres tú el que ha de venir o hemos de esperar a otro?” (Mt 11, 3). Entonces Jesús responde: “Id y referid a Juan lo que habéis oído y visto: los ciegos ven, los cojosandan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan y los pobres son evangelizados” (Mt 11, 4-5; cf. también Lc 7, 22). Jesús en la respuesta hace referencia a la profecía de Isaías sobre el futuro Mesías (cf. Is 35, 5-6), que sin duda podía entenderse en el sentido de una renovación y de una curación espiritual de Israel y de la humanidad, pero que en el contexto evangélico en el que se ponen en boca de Jesús, indica hechos comúnmente conocidos y que los discípulos del Bautista pueden referirlos como signos de la mesianidad de Cristo.
6. En el Evangelio de Juan encontramos la descripción detallada de siete acontecimientos que el Evangelista llama “señales” (y no milagros). Con esa expresión él quiere indicar lo que es más esencial en esos hechos: la demostración de la acción de Dios en persona, presente en Cristo, mientras la palabra “milagro” indica más bien el aspecto “extraordinario” que tienen esos acontecimientos a los ojos de quienes los han visto u oyen hablar de ellos. Sin embargo, también Juan, antes de concluir su Evangelio, nos dice que “muchas otras señales hizo Jesús en presencia de los discípulos que no están escritas en este libro” (Jn 20, 30). Y da la razón de la elección que ha hecho: “Estas han sido escritas para que creáis que Jesús es el Mesías, Hijo de Dios, y para que creyendo tengáis vida en su nombre” (Jn 20, 31). A esto se dirigen tanto los Sinópticos como el cuarto Evangelio: mostrar a través de los milagros la verdad del Hijo de Dios y llevar a la fe que es principio de salvación.
7. Por lo demás, cuando el Apóstol Pedro, el día de Pentecostés, da testimonio de toda la misión de Jesús de Nazaret, acreditada por Dios por medio de “milagros, prodigios y señales”, no puede más que recordar que el mismo Jesús fue crucificado y resucitado (Act 2, 22-24). Así indica el acontecimiento pascual en el que se ofreció el signo más completo de la acción salvadora y redentora de Dios en la historia de la humanidad. Podríamos decir que en este signo se contiene el “anti-milagro” de la muerte en cruz y el “milagro” de la resurrección (milagro de milagros) que se funden en un solo misterio, para que el hombre pueda leer en él hasta el fondo la autorrevelación de Dios en Jesucristo y, adhiriéndose con la fe, entrar en el camino de la salvación.
Francisco, papa
Homilía: formalismo que cierra la puerta a la gracia
Misa en Santa Marta, 01-04-2014
En este paso del evangelio encontramos también otro pecado, cuando vemos que Jesús es criticado porque realizó una curación siendo día sábado. Es el pecado del formalismo. Cristianos que no dejan lugar a la gracia de Dios. Y la vida cristiana, la vida de esta gente, es tener todos los documentos en regla, todos los certificados. Los cristianos hipócritas, como éstos, solo se interesan por las formalidades. ¿Era sábado? Entonces no se pueden hacer milagros, la gracia de Dios no puede operar el sábado. Entonces le cierran la puerta a la gracia de Dios.
Tenemos a tantos así en la Iglesia, a tantos. Es otro pecado. Primero los que no tienen celo apostólico porque decidieron detenerse en sí mismos, en sus tristezas, en sus resentimientos. Y estos otros que no son capaces de llevar la salvación porque le cierran la puerta.
Para ellos cuentan solamente las formalidades. No se puede, es la palabra que tienen más a mano. A gente así la encontramos también nosotros. Tantas veces tuvimos apatía o fuimos hipócritas como los fariseos. Son tentaciones que vienen y que debemos conocerlas para defendernos.
Homilía: doble esclavitud
Misa en Santa Marta, 09-09-2013
El relato sitúa ante los ojos una doble esclavitud: la del hombre «con la mano paralizada, esclavo de su enfermedad» y la «de los fariseos, los escribas, esclavos de sus actitudes rígidas, legalistas». Jesús «libera a ambos: hace ver a los rígidos que aquella no es la vía de la libertad; y al hombre de la mano paralizada le libera de la enfermedad». ¿Qué quiere demostrar? Que «libertad y esperanza van juntas: donde no hay esperanza, no puede haber libertad».
Con todo la verdadera enseñanza de la liturgia del día es que Jesús «no es un sanador, es un hombre que recrea la existencia. Y esto nos da esperanza, porque Jesús ha venido precisamente para este gran milagro, para recrear todo». Tanto que la Iglesia, en una bellísima oración, dice: «Tú, Señor, que has sido tan grande, tan maravilloso en la creación, pero más maravilloso en la redención…». La gran maravilla es la gran reforma de Jesús. Y esto nos da esperanza: Jesús que recrea todo. Y cuando nos unimos a Jesús en su pasión con Él rehacemos el mundo, lo hacemos nuevo.
Catecismo de la Iglesia Católica
Día de gracia y de descanso
2184 Así como Dios “cesó el día séptimo de toda la tarea que había hecho” (Gn 2, 2), así también la vida humana sigue un ritmo de trabajo y descanso. La institución del día del Señor contribuye a que todos disfruten del tiempo de descanso y de solaz suficiente que les permita cultivar su vida familiar, cultural, social y religiosa (cf GS 67, 3).
2185 Durante el domingo y las otras fiestas de precepto, los fieles se abstendrán de entregarse a trabajos o actividades que impidan el culto debido a Dios, la alegría propia del día del Señor, la práctica de las obras de misericordia, el descanso necesario del espíritu y del cuerpo (cf CIC can. 1247). Las necesidades familiares o una gran utilidad social constituyen excusas legítimas respecto al precepto del descanso dominical. Los fieles deben cuidar de que legítimas excusas no introduzcan hábitos perjudiciales a la religión, a la vida de familia y a la salud.
«El amor de la verdad busca el santo ocio, la necesidad del amor cultiva el justo trabajo» (San Agustín, De civitate Dei, 19, 19).
2186 Los cristianos que disponen de tiempo de descanso deben acordarse de sus hermanos que tienen las mismas necesidades y los mismos derechos y no pueden descansar a causa de la pobreza y la miseria. El domingo está tradicionalmente consagrado por la piedad cristiana a obras buenas y a servicios humildes para con los enfermos, débiles y ancianos. Los cristianos deben santificar también el domingo dedicando a su familia el tiempo y los cuidados difíciles de prestar los otros días de la semana. El domingo es un tiempo de reflexión, de silencio, de cultura y de meditación, que favorecen el crecimiento de la vida interior y cristiana.
2187 Santificar los domingos y los días de fiesta exige un esfuerzo común. Cada cristiano debe evitar imponer sin necesidad a otro lo que le impediría guardar el día del Señor. Cuando las costumbres (deportes, restaurantes, etc.) y los compromisos sociales (servicios públicos, etc.) requieren de algunos un trabajo dominical, cada uno tiene la responsabilidad de dedicar un tiempo suficiente al descanso. Los fieles cuidarán con moderación y caridad evitar los excesos y las violencias engendrados a veces por espectáculos multitudinarios. A pesar de las presiones económicas, los poderes públicos deben asegurar a los ciudadanos un tiempo destinado al descanso y al culto divino. Los patronos tienen una obligación análoga con respecto a sus empleados.
2188 En el respeto de la libertad religiosa y del bien común de todos, los cristianos deben esforzarse por obtener el reconocimiento de los domingos y días de fiesta de la Iglesia como días festivos legales. Deben dar a todos un ejemplo público de oración, de respeto y de alegría, y defender sus tradiciones como una contribución preciosa a la vida espiritual de la sociedad humana. Si la legislación del país u otras razones obligan a trabajar el domingo, este día debe ser al menos vivido como el día de nuestra liberación que nos hace participar en esta “reunión de fiesta”, en esta “asamblea de los primogénitos inscritos en los cielos” (Hb 12, 22-23).
Catecismo Romano
n. 3300
«¿Es lícito en sábado hacer el bien en vez del mal?» (Mc 3,4)
¿En qué pueden y deben ocuparse los cristianos durante los días festivos?
Las obras específicas en que deben ocuparse los cristianos los días festivos son las siguientes: frecuentar la iglesia y asistir con devoción al santo sacrificio de la misa; participar en los sacramentos, instituidos para nuestra salud espiritual, es decir, confesar y comulgar; escuchar con piadosa atención las santas predicaciones (nada, en efecto, más indigno e intolerable que el desprecio o indiferencia hacia la divina palabra); ejercitarse en la oración y en las alabanzas divinas; aprender con cuidado las reglas de la vida cristiana; practicar diligentemente las obras de misericordia, dando limosna a los pobres, visitando a los enfermos y consolando a los tristes y afligidos. El apóstol Santiago dice: La religión pura e inmaculada ante Dios Padre es visitar a los huérfanos y a las viudas en sus tribulaciones (Jc 1,27).
No resultará difícil, después de lo dicho, comprender y precisar los pecados que pueden cometerse contra este precepto.