Fiesta de san Andrés, apóstol, natural de Betsaida, hermano de Pedro y pescador como él. Fue el primero de los discípulos de Juan el Bautista a quien llamó el Señor Jesús junto al Jordán y que le siguió, trayendo consigo a su hermano. La tradición dice que, después de Pentecostés, predicó el Evangelio en la región de Acaya, en Grecia, y que fue crucificado en Patrás. La Iglesia de Constantinopla lo venera como muy insigne patrono (elog. del Martirologio Romano).
noviembre 2015
Lc 3, 1-6: Predicación de Juan el Bautista
La figura de este mundo, afeada por el pecado, pasa, pero Dios nos enseña que nos prepara una nueva morada y una nueva tierra donde habita la justicia, y cuya bienaventuranza es capaz de saciar y rebasar todos los anhelos de paz que surgen en el corazón humano.
Domingo II Tiempo de Adviento (Ciclo C) – Homilías
La liturgia de este Domingo nos recuerda que nuestra meta es siempre Cristo, la gran promesa de la salvación hecha por el Padre para todos los hombres de todos los tiempos. Y que el camino que nos conduce hasta Cristo es también de iniciativa divina. Los grandes profetas de Dios no han tenido otra misión en la Historia de la Salvación que preparar ese camino bajo la luz esplendorosa de la Revelación, es decir, abriendo las conciencias a la Palabra de Dios, renovadora de los corazones para el misterio de Cristo.
Lc 21, 12-19: Discurso sobre la ruina de Jerusalén – Señales precursoras (ii)
Así pues, el que pide ser discípulo suyo, que se prepare a luchar como él, que imite su paciencia, sabiendo que…, sea lo que fuere lo que tenga que soportar, será recompensado por Dios si cree en el único y solo verdadero Dios… Porque el Dios todopoderoso nos resucitará por medio de nuestro Señor Jesucristo, según su infalible promesa, juntamente con todos los que han muerto desde el principio… Aunque muramos en el mar, aunque seamos dispersados por tierra, aunque seamos destrozados por las bestias feroces o rapaces, con su poder él nos resucitará, porque todo el universo es sostenido por la mano de Dios: “Ni un solo cabello de vuestra cabeza, dice, se perderá.” Por eso no exhorta con estas palabras: “Con vuestra perseverancia alcanzaréis la vida”.
Lc 21, 5-11: Discurso sobre la ruina de Jerusalén (introducción y señales precursoras)
Nuestro Señor Jesucristo vendrá de los cielos y vendrá hacia el fin del mundo, en el último día; porque este mundo tendrá un fin, y el mundo creado será renovado. Puesto que, efectivamente, la corrupción, el robo, el adulterio y las faltas de toda clase han llegado a toda la tierra y «la sangre sucede a la sangre derramada en todo el mundo» (Os 4,2), y para que esa admirable morada no quede llena de injusticia, ese mundo pasará y se inaugurará uno más bello…
Lc 21, 25-28.34-36: Venida del Hijo del hombre – Señales precursoras
Sabremos que está cerca cuando viéremos todas estas cosas y no sólo algunas; y entre ellas está esa de ver al Hijo del hombre venir, y enviar a sus ángeles y reunir a sus elegidos de las cuatro partes del mundo, es decir, de todo el mundo. Todo esto constituye la hora novísima, cuando el Señor venga, o bien en sus propios miembros, o bien en toda la Iglesia, que es su Cuerpo, como una nube grande y fértil que se viene extendiendo por todo el mundo desde que él comenzó a predicar y decir: Haced penitencia, porque se acerca el reino de los cielos (Mt 4,17). Luego quizá todas esas señales que los evangelistas dan de su venida, si se comparan y analizan con mayor esmero, puedan referirse a la venida que el Señor realiza cada día en su Iglesia, en su Cuerpo, de cuya venida dijo: Ahora veréis al Hijo del hombre sentado a la derecha del Poder venir sobre las nubes del cielo. Exceptúo aquellos pasajes en que promete y afirma que se acerca su venida última en sí mismo, cuando juzgará a los vivos y a los muertos, y la parte final de las palabras de Mateo, en que se refiere evidentemente a esa venida, de cuya inminencia daba antes ciertas señales.
Domingo I Tiempo de Adviento (C) – Homilías
«Se acerca vuestra liberación». Toda venida de Cristo es siempre liberadora, redentora. Viene para arrancamos de la esclavitud de nuestros pecados. Por eso, nuestra esperanza se convierte en deseo apremiante, en anhelo incontenible, exactamente igual que el prisionero que contempla cercano el día de su liberación. La auténtica esperanza nos pone en marcha y desata todas nuestras energías.
Jn 18, 33b-37: Jesús ante Pilato: Mi reino no es de este mundo
Si queremos que Dios reine en nosotros, procuremos que de ningún modo el pecado siga dominando nuestro cuerpo mortal, antes bien, mortifiquemos todo lo terreno que hay en nosotros y fructifiquemos por el Espíritu; de este modo, Dios se paseará por nuestro interior como por un paraíso espiritual y reinará en nosotros él solo con su Cristo, el cual se sentará en nosotros a la derecha de aquella virtud espiritual que deseamos alcanzar: se sentará hasta que todos sus enemigos que y en nosotros sean puestos por estrado de sus pies, y sean reducidos a la nada en nosotros todos los principados, todos los poderes y todas las fuerzas.
Domingo XXXIV Tiempo Ordinario: Cristo Rey del Universo (Ciclo B) – Homilías
Es aleccionador que todo el año litúrgico desemboque en esta fiesta: al final Cristo lo será todo en todos. Cristo, a quien hemos contemplado humillado, despreciado, sufriente, lo vemos ahora vencedor; el sufrimiento fue pasajero, pero el triunfo y la gloria son definitivos: «Su poder es eterno, su reino no acabará». El mal, la muerte, el pecado han sido destruido por Él de una vez por todas y ya permanece para toda la eternidad no sólo glorificado, sino Dueño y Señor de todo. Nada escapa a su dominio absoluto de Rey del Universo. Y aunque el presente parezca tener fuerza aún el mal, es sólo en la medida en que Él lo permite, pues está bajo su control. «El Señor reina… así está firme el orbe y no vacila». Esta fe inconmovible en el señorío de Cristo es condición necesaria para una vida auténticamente cristiana.
Mc 13, 24-32: La venida del Hijo del hombre
Cristo subraya la caducidad del cielo y de la tierra. Pasa el escenario de este mundo, pero la palabra de Dios no pasará. ¡Cuán elocuente es esta contraposición! Dios no pasa y tampoco pasa lo que de él proviene.