Cada uno debe tener el alma de María para proclamar la grandeza del Señor, cada uno debe tener el espíritu de María para alegrarse en Dios. Aunque, según la carne, sólo hay una madre de Cristo, según la fe todas las almas engendran a Cristo, pues cada una acoge en sí al Verbo de Dios… El alma de María proclama la grandeza del Señor, y su espíritu se alegra en Dios, porque, consagrada con el alma y el espíritu al Padre y al Hijo, adora con devoto afecto a un solo Dios, del que todo proviene, y a un solo Señor, en virtud del cual existen todas las cosas.
diciembre 2015
Lc 2, 41-52: Jesús en la Familia de Nazaret
«Siguió bajo su autoridad». Ante estas palabras, que todo orgullo se hunda, que todo lo rígido se derrumbe, que toda desobediencia se someta. «Siguió bajo su autoridad». ¿Quién? Aquel que con una sola palabra lo creó todo de la nada. Aquel que, como dice Isaías, «midió los mares con el cuenco de la mano, y abarcó con su palmo la dimensión de los cielos, metió en un tercio de medida el polvo de la tierra, pesó con la romana los montes, y los cerros con la balanza» (40,12). Aquel que, como dice Job: «sacude la tierra de su sitio, y se tambalean sus columnas; a su veto el sol no se levanta, y pone un sello a las estrellas; es autor de obras grandiosas, insondables, de maravillas sin número» (9,6-10)… Es él, tan grande, tan poderoso el que «siguió bajo su autoridad». ¿Bajo la autoridad de quién? De un obrero y de una pobre virgen.
Lc 1, 39-45: Visitación de la Virgen María a Isabel
El Evangelio nos dice que María subió con toda diligencia a las montañas de Judea, para ir a casa de su prima Isabel (Lc. 1,39-40). Jamás la visión inefable que ella contemplaba en sí misma disminuyó su caridad exterior. Porque, como dice un autor piadoso (Ruysbroec), Si la contemplación «tiende hacia la alabanza y a la eternidad de su Señor, ella posee la unidad y nunca la perderá. Si llega un mandato del cielo, ella se vuelve hacia los hombres, se compadece de todas sus necesidades, se inclina hacia todas sus miserias.
Natividad del Señor, 25 de Diciembre (Misa del Día) – Homilías
Se ha oído una palabra buena, una palabra de consuelo, una expresión llena de suavidad, digna de todo aprecio. Elevad, montes, la voz de la alabanza y aplaudid con las manos, árboles todos de las selvas, a la presencia de Dios, porque viene. Escuchadlo, cielos, y tú, tierra, está atenta; asómbrate y prorrumpe en alabanzas del Señor, universo de las criaturas; pero tú, hombre, mucho más. Jesucristo, Hijo de Dios, nace en Belén de Judá.
Natividad del Señor: Misa de Medianoche (Homilías)
Al pueblo oprimido y doliente, que caminaba en tinieblas, se le apareció «una gran luz». Sí, una luz verdaderamente «grande», porque la que irradia de la humildad del pesebre es la luz de la nueva creación. Si la primera creación empezó con la luz (cf. Gn 1, 3), mucho más resplandeciente y «grande» es la luz que da comienzo a la nueva creación: ¡es Dios mismo hecho hombre!
Domingo Sagrada Familia de Nazaret (C) – Homilías
Dios quiso revelarse naciendo en una familia humana y, por eso, la familia humana se ha convertido en icono de Dios. Dios es Trinidad, es comunión de amor, y la familia es, con toda la diferencia que existe entre el Misterio de Dios y su criatura humana, una expresión que refleja el Misterio insondable del Dios amor.
Domingo IV Tiempo de Adviento (C) – Homilías
Cerca ya de la Navidad, la liturgia de este domingo nos invita a clavar nuestros ojos en el misterio de la encarnación: Cristo entrando en el mundo. Y en este acontecimiento central de la historia, la obediencia. Desde el primer instante de su existencia humana, Cristo ha vivido en absoluta docilidad al plan del Padre: «Aquí estoy para hacer tu voluntad». Y así hasta el último momento, cuando en Getsemaní exclame: «No se haga lo que yo quiero, sino lo que quieres tú». Y gracias a esta voluntad todos quedamos santificados, pues «así como por la desobediencia de un solo hombre todos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno solo, todos serán constituidos justos» (Rom 5,19). La misma actitud de obediencia encontramos en María, figura importante de todo este tiempo, y en particular de este cuarto domingo.
Lc 3, 10-18: Viene Otro que es más fuerte que yo
¿Queréis saber quién soy yo? yo os digo que no soy nada más que una voz… San Juan no hubiera podido rebajarse más al decir que era sólo una voz. “Creéis que soy el Mesías y yo os aseguro que no soy más que una simple voz.” En resumen, nuestro Señor nos propone a san Juan como modelo a imitar para toda clase de personas. No solamente deben copiarlo los prelados y predicadores, sino también los religiosos y religiosas tienen que considerar su humildad y su mortificación, para ser ejemplo suyo, voces los unos para los otros, voces que clamen que hay que preparar y allanar los caminos del Señor para que, recibiéndole en esta vida, gocemos de Él en la otra…
Lc 5, 17-26: Curación de un paralítico (Lc)
¡Oh, hermanos míos, si quisiéramos, si quisiéramos todos ver hasta el fondo la parálisis de nuestra alma! Nos daríamos cuenta de que, privada de sus fuerzas, yace en un lecho de pecados. La acción de Cristo en nosotros sería fuente de luz. Comprenderíamos cómo cada día mira nuestra falta de fe tan perjudicial, nos arrastra hacia los remedios saludables y fuerza vivamente nuestras voluntades rebeldes.
Domingo III Tiempo de Adviento (Ciclo C) – Homilías
La liturgia de la palabra constituye hoy, en relación con otros textos litúrgicos de este domingo, un pregón de alegría evangélica, cifrada para el creyente, en el gozo íntimo de ser de Cristo, por vocación predestinada y por el don de la fe. Es, además, la alegría de quien se sabe destinado al encuentro con Jesucristo en su segunda venida. La próxima Navidad nos proclamará el misterio del Emmanuel –Dios con nosotros– y la posibilidad que el misterio de Cristo nos ofrece: la alegría de vivir ahora en la más entrañable intimidad con Él en su Iglesia a través de su liturgia.